| Report adult content: |
| click to rate |

More Channels

Showcase
- RSS Channel Showcase 9868113
- RSS Channel Showcase 2694682
- RSS Channel Showcase 6285127
- RSS Channel Showcase 6543866

Articles on this Page
(showing articles 101 to 120 of 170)
11/15/15--02:00:
_LA COFRADÍA DE ÁNIM...
11/22/15--01:10:
_EL BRASERO DE GONZÁ...
11/25/15--09:13:
_LOS LOBOS DE POZOBL...
12/02/15--10:28:
_SANTA BÁRBARA Y LOS...
12/08/15--03:43:
_EL ATENTADO DEL CAP...
12/13/15--02:29:
_EL ATENTADO DEL CAP...
12/17/15--04:40:
_EL ATENTADO DEL CAP...
12/21/15--08:45:
_PLANES PARA LA NAVI...
12/26/15--10:20:
_LAS MALAS VÍSPERAS ...
01/04/16--08:29:
_SONIDOS ARCAIZANTES
01/10/16--03:17:
_GABRIEL Y GALÁN SAL...
01/16/16--09:44:
_NACE UN BLOG SOBRE ...
01/16/16--23:34:
_SAN ANTÓN, LA CENTE...
01/20/16--10:14:
_TRANQUILOS Y BIEN P...
01/23/16--03:39:
_EL OTRO SIGLO XVIII
01/31/16--02:19:
_FEBRERO, LA CANDELA...
02/07/16--03:12:
_MISAS DE JUGUETE
02/14/16--04:13:
_EPITAFIO A UN MASTÍ...
02/21/16--02:32:
_BUHONEROS FRANCESES...
02/28/16--01:53:
_UNA CESTA DE LA COM...
(showing articles 101 to 120 of 170)

Channel Description:
Escrito por Ángel Aponte Marín
![]() |
| Detalle del cuadro de las Ánimas del Purgatorio de la Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel de Vilches. |
Las
manifestaciones y practicas de piedad religiosa de la cofradía, según
los estatutos de 1779, eran las heredadas de siglos anteriores. La
religiosidad ilustrada no había llegado a la España rural ni, en
general, a los medios populares. Se preferían las formas de devoción más
tradicionales e inteligibles. La visión del Purgatorio recogida en los
citados estatutos -quizás redactados por el bachiller Pérez y Cano de la
Vega- podría haberse escrito en el siglo XVII:
"Y
a la verdad esta piadosa Madre [la Iglesia] considera a las almas en
este lugar reducidas a el estado más triste y menesteroso, y rodeadas de
llamas tan activas, como las del infierno. El humo las obliga a
derramar perennes lágrimas; pero lágrimas sin fruto para templar
aquellos ardores. Sugetas a una perpetua vigilia no tienen otro lecho,
que los dolores; ni otro desaogo, que los gemidos; no otro refrigerio,
que las ascuas, no otra claridad que las tinieblas; no otro alivio que
la esperanza en la piedad de los amigos".
Es
el panorama que aparece en las pinturas y retablos dedicados a las
ánimas. En la Iglesia de San Miguel de Vilches se conserva un gran
lienzo, pintado en 1673 por el baezano Salvador Velasco, con todos los
motivos y atributos propios del Purgatorio y sus ánimas. Esta pintura,
recientemente restaurada, fue objeto de la censura de un representante
del Obispo por la ligereza de ropa vestida por las almas en pena y por
lo excesivo de sus curvas. Sobre este asunto escribiremos en otra
ocasión.
En
general, la religiosidad de la cofradía se fundamentaba en la misa, la
bula y la limosna. Los estatutos prohibían de manera expresa cualquier
otra forma de sociabilidad cofradiera como las "comidas, bebidas y
agasajos" que, sospecho, debieron de celebrarse con demasiada frecuencia
antes de la refundación de 1779. Respecto a las bulas, citaré la
costeada por el mayordomo de la hermandad, Bartolomé de Cazorla "y demás
cofrades" que concedía indulgencia plenaria durante todos los días del
año a los que rezasen por las ánimas en alguno de los altares de la
parroquia. Se oficiaban, junto a lo anterior, misas de alba los domingos
y festivos, así como oficios mayores y menores, a veces con sus
correspodientes sermones y, cada cuatro meses, un oficio solemne el
domingo, de asistencia y comunión obligatoria para todos los cofrades.
La
presencia de la cofradía en las calles era, a diferencia de otras
hermandades y congregaciones, diaria. Todas las noches salían los
cofrades a pedir limosna "a son de campana" para sufragar misas por las
ánimas. Los sábados debían rendir cuentas de todo lo recogido ante el
Hermano Mayor. Considere el lector el nudo en la garganta que causaría
el oír, en la oscuridad de las calles de un pueblo del siglo XVIII, la
campana de los postulantes acompañada por las más lúgubres y agoreras
letanías. Asimismo estaba presente la cofradía en las exequias y
entierros de sus hermanos y de los familiares de éstos. Con motivo de
cada fallecimiento se rezaban veinticuatro misas y un oficio mayor. Los
cofrades, se recogía en los estatutos, "nos obligamos también a asistir a
su entierro y a llevar en hombros su cadáver siendo seglares, que los
presbíteros los exceptuamos de esta obligación, pero no de dicha
asistencia". El cortejo fúnebre era alumbrado con doce blandones y los
cofrades se obligaban a custodiar el cadáver hasta su inhumación.
___________________________
Notas:
buena parte de los datos de la cofradía ya fueron publicados por el que
esto escribe en "La devoción a las Ánimas del Purgatorio en Vilches en
los siglos XVII y XVIII", El Toro de Caña, Revista de Cultura Tradicional de la Provincia de Jaén,
5. Los estatutos de 1779 se conservan en una copia manuscrita en el
Archivo Parroquial de Vilches. Las cuestiones relativas al cuadro de las
Ánimas están tomadas de un breve e interesante artículo de B. Navarrete
Prieto,"El retablo de las Ánimas de la iglesia de San Miguel Arcángel
de Vilches", recogido en un programa de fiestas de Vilches editado en
1996.
"El Ministro de la Gobernación, Don Luis González Bravo, meditaba en su poltrona, con los pies en la tarima del brasero y el gorro turco sobre la oreja. Meditaba , y se enfriaba el chocolatecon churros, que solía tomar en las horas de madrugada". (Ramón del Valle-Inclán, La Corte de los Milagros, 1927)
A Miguel Ruiz: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Luis Gómez: cuatro ducados por una camada de lobos.
A Juan Gómez: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Diego García Redondo: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Juan Ruiz El Mozo: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Alonso Alamillo y Juan Bautista: 612 maravedíes por nueve zorras.
La caza de lobos y zorros se financiaba a través de un
repartimiento al que contribuían los concejos integrados en la
mancomunidad de las Siete Villas del Valle de los Pedroches.
El cuatro de diciembre es el día de santa Bárbara. En el Memorial histórico de la Artillería española del capitán don Ramón de Salas (Imprenta que fue de García, Madrid, 1831) se justifica la devoción de los artillerosa
esta santa "porque estando ya reconocida por abogada de los rayos y
centellas, y siendo este fenómeno de la naturaleza el más parecido a los
cañonazos y el más temible en los almacenes de pólvora,
buscaron el patrocinio que podía valerles". Era costumbre, cada vez que
se cargaba el cañón, hacer en la boca de éste una cruz con la bala e
invocar el patrocinio de Santa Bárbara gloriosa. Fue una práctica
muy recomendada por el gran ingeniero militar y artillero Luis Collado
que, durante muchos años, sirvió a Felipe II y Felipe III. Quizás el
gesto no buscaba tanto la asistencia sobrenatural para dar en el blanco
como el evitar que estallase la pieza y se produjesen desgracias. Por
toda España y sus posesiones hubo cofradías dedicadas a esta santa,
formadas por bombarderos y artilleros en general. Collado menciona los
estatutos de una de estas confraternidades, dedicadas a proteger a los
hermanos enfermos y a sus familias, pagar entierros y sostener las
fiestas y demás actos cofradieros. En la víspera del día de la Santa se
oficiaban unas fiestas solemnes y, una vez terminadas, iban todos los
artilleros a la casa del diputado que hacía de gobernador, donde se les
servía una colación o merienda. Allí toda esta honrada gente, dedicada
al arte tormentaria, confraternizaba alegremente y hablaría de
culebrinas, baluartes y bombardas. Después se entregaba a cada uno un
ramillete de flores. Esto último no deja de causar admiración en
individuos de tan esforzado y terrible oficio. Al día siguiente
asistían, todos muy formales, a un requiem y a un oficio de difuntos.
El tres de junio de 1895 el general don Fernando de
Primo de Rivera, I marqués de Estella y Capitán General de Madrid,
hacia las once y media de la mañana, se disponía a salir de su despacho.
Conversaba con varios jefes y oficiales cuando, por una puerta lateral,
sin petición previa de audiencia, entró en la estancia el capitán de
Infantería don Primitivo Clavijo. Había permanecido en la antesala
durante una hora y media, aparentaba absoluta calma y fumó, según
cuentan, un puro. Sólo llamó la atención que, ante la llegada de un jefe
militar, con traje de paisano, no se cuadrase, a pesar de ver a otros
hacerlo. Al ser recibido por Primo de Rivera, éste le rogó que tuviese
la bondad de ser breve pues tenía muchas cosas que hacer. El capitán
Clavijo se cuadró y le dijo: "A la orden de V.E.: vengo a matarle",
sacó un Smith &Wetson del bolsillo del pantalón y disparó contra el
general alcanzándole en el pecho. El gobernador militar de Madrid,
general Sánchez Gómez, allí presente, se abalanzó contra el agresor y
consiguió desviar un segundo disparo que, sin embargo, alcanzó a Primo
de Rivera en el antebrazo. Con los disparos y el lógico alboroto
acudieron al despacho varios oficiales, entre ellos el ayudante del
general, Aymerich, que se lanzó sable en mano contra Clavijo. Tuvo la
mala fortuna, en la confusión, de asestar dos sablazos, afortunadamente
de plano, al gobernador militar, aunque también hirió a Clavijo en la
mejilla derecha. Al ser el agresor hombre de grandes fuerzas costó mucho
reducirlo. Mientras, Primo de Rivera pedía que le desabrochasen el
cuello de la guerrera. También, dicen los periódicos, al recibir los dos
tiros, exclamó "¡Miserable!, ¡traidor!, ¡me has matado!". Clavijo,
después, bebió un vaso de agua con toda calma y rechazó que atendiesen
sus heridas pues no valía la pena ya que pronto iban a asestarle cuatro
que le costarían la vida. Don Fernando Primo de Rivera salió andando del
despacho, a pesar de las heridas, y muy airado lamentaba que él, que
tantas veces había puesto su vida en juego por altas causas, fuese a
morir así, sin pena ni gloria. como un perro. No había llegado, a pesar
de todo, su hora. El parte facultativo, firmado por el Dr. Losada
calificó las heridas de "pronóstico muy grave, aunque no mortal de
necesidad". El capitán Clavijo fue conducido a una prisión militar. De
él nos ocuparemos en la próxima entrada.
El capitán don Primitivo Clavijo Esbry, autor del atentado contra el marqués de Estella, nació en 1856 en
Castellar de Santisteban, provincia de Jaén. Procedía de una honrada
familia con vínculos castrenses. Era hijo del capitán don Antonio
Clavijo y de doña Rafaela Esbry, hermano de un capitán de carabineros y
sobrino del general Esbry. El joven Clavijo inició su carrera militar en
el atribulado y convulso ambiente del Sexenio Revolucionario. España
estaba soliviantada, convulsa de punta a punta, y no faltaban a los
espíritus inquietos ocasiones de riesgos y proezas. En 1874 estaba en
Madrid como cadete y en junio de 1875 combatía contra los carlistas en
la Campaña del Norte. Participó en las acciones de Celadilla, Mercadillo
y Valletrino, en la toma de Valmaseda y en la batalla de Treviño.
Ascendió a capitán en 1877. Pasó a Cuba, donde tomó parte en la guerra
que terminaría en Zanjón. Allí, en la Isla, permaneció varios años.
Clavijo contaba con una
notable hoja de servicios y con varias condecoraciones: Cruz al Mérito
Militar de Primera Clase con distintivo rojo, medalla de Alfonso XII con
los pasadores de Treviño, Oria y Elgueta, medalla de Cuba y una mención
honorífica por su participación en la mencionada de Mercadillo. Su
conducta en la guerra fue, fuera de toda duda, valerosa.
Queda constancia de los rasgos físicos del capitán Clavijo.
Era alto, lucía una barba rubia y poseía una gran fortaleza física de
la que, según sus conocidos, hacía alarde en cuanto tenía ocasión y "se
le comparaba con las personas ejercitadas en gimnasia"? Era, según
una crónica, "muy conocido entre la gente alegre que concurre a los
cafés y colmados a última hora". No le desagradaba el aguardiente y
vivía en una fonda de la calle de la Princesa, ubicada en el número 12 y
en el mismo edificio que el Café del Buen Suceso. No pagaba a su
patrona con la debida puntualidad.
Era
enamoradizo y sus relaciones sentimentales, descontroladas y
abundantes, fueron descritas con exageración malsana por parte de
algunos periodistas. También había muchas dudas sobre su estado civil
aunque parece ser que tenía tres hijos en Cuba. Los que le trataron decían que era hombre de bruscos cambios de humor,
irritable y proclive a sufrir arrebatos violentísimos, irreflexivo y
desmesurado en sus juicios y reacciones. También tenía gestos de
cortesía, generosidad y cordialidad. No eran rasgos incompatibles. Con
sus virtudes y defectos, parece evidente que padecía algún tipo de
desequilibrio. También es posible que no fuese capaz de adaptarse a la
vida rutinaria de una guarnición tras vivir entre los peligros propios
de la guerra. Para perfilar su personalidad es conveniente recordar que,
unos días
antes del atentado, se batió en un duelo con don Teodoro Manfredi de la
Cabrera, nombre de duelista donde los haya, por unas palabras que tuvo
en el café de Fornos. Declaró de manera pública la intención de matarlo.
No ocurrió tal desgracia, afortunadamente, aunque sí lo hirió en un
brazo. Los periódicos no dieron cuenta del lance. Eran muchos los que se
producían en aquellos años -entre militares, políticos y periodistas- y
no todos constituían uns noticia de interés. En otra ocasión apuntó con
un revolver a un camarero que le reclamó el abono de sus impagos. Tuvo
que ser apaciguado por sus contertulios para que no cometiese un
disparate.
El
capitán Clavijo fue mejor militar en la guerra que en la paz. Su hoja
de servicios no sólo cita hechos de armas y medallas sino también entre
ocho y quince sumarios -según distintas fuentes- y algunos arrestos por
distintas causas. En Cuba fue juzgado por un Tribunal de Honor por
denunciar a un oficial, pasó una temporada en un hospital por presuntos
desequilibrios mentales y veintisiete meses en prisión preventiva por
otro asunto pendiente. En España, permaneció una temporada arrestado en
el castillo de Gibralfaro por manipular unos autos seguidos por estafa
contra un soldado, otros dos meses de arresto en Burgos y fue sometido a
un consejo de guerra por injurias a la Reina Regente.
Clavijo estaba convencido de ser objeto de la implacable persecución del marqués de Estella, don Fernando Primo de Rivera. En 1891
publicó un opúsculo titulado "No soy un loco" en el que denunciaba tal
situación. Culpaba a Primo de Rivera, militar de indiscutible prestigio y
hombre de probada integridad, de sus continuos traslados entre la
Península y Cuba -pasando por Cangas
de Onís, Tarancón, Linares, Guadix y Mondoñedo- y del impago de sus
haberes. En todo esto, por si fuera poco, implicaba a una cocotte
francesa amante llamada con el increíble y desasosegante nombre de
madame Clemencia Poisson. Invocaba en el folleto mencionado, según un
periódico "la Justicia de Dios y se dice su instrumento y habla de un
mandato superior que le impulsa a vengarse". Todo esto, vivido de manera
obsesiva y morbosa, condujo a Clavijo al despacho del Marqués, entonces
Capitán General de Madrid.
Tras ser detenido, el capitán Clavijo fue conducido
desde Capitanía General a Prisiones Militares. Allí ocupó una celda
ubicada en el pabellón destinado a oficiales. Al día siguiente del
atentado, el cuatro de junio de 1895, fue juzgado por un Consejo de
Guerra. Lo presidía el general de Artillería Herrera Dávila; eran los
vocales los generales Bosch, Ortega, Cerero, Cordón y Larrumbe.
Ejercieron como fiscal don Mariano Ceballos y como auditor el general
Salcedo. Su abogado defensor fue don Mariano Pavía, teniente coronel de
Artillería, que tuvo una esforzada actuación. Clavijo se presentó ante
el tribunal de uniforme, sin espada, y con voz serena asumió la
responsabilidad de los hechos rechazando cualquier eximente o atenuante
salvo los padecimientos que había sufrido. "Yo estoy cuerdo, y muy
cuerdo", dijo, y volvió a insistir en que había sido perseguido por
Primo de Rivera. El fiscal solicitó para el procesado la pena de muerte.
El defensor pidió clemencia, alegó su hoja de servicios y la compasión
debida a sus padres, personas honradísimas y ancianas. Antes de las doce
de la noche fue sentenciado a muerte. Unas horas después, hacia las dos
de la madrugada del cinco de junio, se le comunicó a Clavijo la fatal
noticia. Esa noche había cenado jamón con tomate, merluza, medio
cuartillo de vino y un café.
Acto seguido, entró en capilla y fue conducido a una estancia, vigilada por dos guardias con bayonetas caladas, en la que se había instalado un altar formado por un dosel rojo con un crucifijo y una estampa de la Virgen del Carmen. A un lado había un catre y al otro una mesa con dos butacas. La habitación estaba iluminada por cuatro cirios delgados y largos. Clavijo estuvo acompañado, entre otros, por los hermanos de la cofradía de Paz y Caridad, en la que ingresó, por tres primos -uno de ellos comandante de Estado Mayor- y por el obispo de Sión que fue su confesor.
Acto seguido, entró en capilla y fue conducido a una estancia, vigilada por dos guardias con bayonetas caladas, en la que se había instalado un altar formado por un dosel rojo con un crucifijo y una estampa de la Virgen del Carmen. A un lado había un catre y al otro una mesa con dos butacas. La habitación estaba iluminada por cuatro cirios delgados y largos. Clavijo estuvo acompañado, entre otros, por los hermanos de la cofradía de Paz y Caridad, en la que ingresó, por tres primos -uno de ellos comandante de Estado Mayor- y por el obispo de Sión que fue su confesor.
Primo de Rivera alegó su condición de cristiano y caballero para
conseguir, por todos los medios posibles, la suspensión de la pena.
Pidió al obispo de Sión que acudiese al Ministerio de la Guerra para
entrevistarse con el general Azcárraga y obtener el indulto del
condenado. El abogado defensor, Pavía, también realizó gestiones
urgentes y las hijas de Primo de Rivera pidieron clemencia a la Reina
Regente. Todo fue estéril pues el Gobierno consideró que el atentado
debía castigarse con total severidad. Un indulto se interpretaría como
una señal de debilidad ante las ofensas al Ejército.
La ejecución se produjo el cinco de junio en la Pradera de San
Isidro. A las 7,10 salió el capitán de Prisiones Militares en un coche
celular -le prohibieron acudir en otro tipo de vehículo- para llegar a
su destino a las 8,15. Media hora después fue fusilado. Hizo el trayecto
escoltado por la Guardia Civil. El público era muy numeroso y mantuvo
en todo momento una actitud respetuosa. Al llegar un corneta tocó
atención. Bajó Clavijo del coche de un salto. Iba acompañado por dos
hermanos de Paz y Caridad- el vizconde de Irueste y Felipe Ducazcal-, su
defensor y dos capellanes. Se despidió de todos, siempre cortés y
entero, con abrazos y apretones de manos. Besó en la cara al teniente
coronel Pavía. Después, con paso firme, recorrió diez o doce metros
hasta situarse ante el pelotón. Correspondió
ejecutar la sentencia a la Cuarta Compañía del Segundo Batallón del
Regimiento Wad Ras. No se presentaron voluntarios para tal cometido y se
designó a los soldados por sorteo. En el lugar del fusilamiento
formaron varias compañías de Infantería, tres baterías de Artillería y
cuatro secciones de Caballería de la Reina, Montesa, Princesa y Pavía.
Mandaba la fuerza el general Linares.
El capitán Clavijo se descubrió la cabeza, saludó y volvió a
cubrirse. Hizo ademán de arrodillarse pero le ordenaron que permaneciese
en pie. Le vendaron los ojos. La descarga se realizó a dos o tres
metros del reo. Cayó de espaldas. Acudieron al caído el médico, los
hermanos de Paz y Caridad, el sacerdote y el juez instructor. Después un
soldado colocó el fusil sobre la cabeza y disparó el tiro de gracia. El
impacto hizo volar la teresiana. Hubo un reconocimiento más y otro
disparo, éste en el corazón. Los soldados desfilaron ante el cadáver.
Murió con el decoro y el valor de un militar. Nadie pudo negarlo.
Su familia reclamó el cadáver y lo enterraron en una fosa de pago
del Cementerio del Este. Asistieron al sepelio unos primos del capitán,
algunos amigos y varios compañeros de armas. Los escasos bienes del
capitán don Primitivo Clavijo Esbry, de acuerdo con lo dispuesto en su
testamento, se vendieron para emplear lo obtenido en limosnas y misas.
Se
podía adquirir un billete de la Real Lotería para el sorteo del 23 de
diciembre. En 1825 hubo 25.000 pesos fuertes para el número 9.275. Si
uno no resultaba agraciado, por éste u otros premios de menor enjundia,
siempre podía acogerse a los aguinaldos, gallofas y limosnas que se
repartían- con o sin jubileo de caja- por tales fechas.
La Colecturía de Expolios y Vacantes, en dicho año, distribuyó 144.400
reales entre la Inclusa, los hospitales de Madrid, Zaragoza y Palencia,
la Casa de Incurables, el Hospital de los Italianos, las casas de
expósitos de Burgos, Teruel, Orihuela, Jaén, Toledo y Zamora, las casas
de Misericordia, Zaragoza y Valencia y entre muchos pobres de
solemnidad, pedigüeños y vergonzantes. También los pacientes de la Casa
de Locos de Toledo recibieron agasajos y donativos por la Navidad. Era,
además, uso extendido el envío, a parientes y amigos, de tarjetas,
“para dar días, y pascuas”, según consta en un anuncio. Estas
felicitaciones estaban graciosamente adornadas con letras, partituras o
ilustraciones de valses, muñeiras, contradanzas y otros motivos
festivos. Se vendían en la librería de Hermoso, de Madrid, frente a las
Covachuelas, y también en un puesto de la calle Carretas, cerca de la
Imprenta Real. Los más piadosos y devotos siempre tenían la posibilidad
de acudir a las puertas de las iglesias donde, en unos tenderetes, se
despachaban estampas, novenas, villancicos, pastorelas y otros impresos
alusivos al Nacimiento de Nuestro Señor. Para terminar, un aviso para elegantes, entonados y exquisitos: la mayor y más selecta concurrencia acudía al Paseo del Prado, en invierno, de una a tres de la tarde.
En 1420, por san Andrés, llegaron al castillo de
Montalbán el rey Juan II, don Álvaro de Luna y otros que los
acompañaban. Salían medio escapados de Talavera de la Reina para
desbaratar los planes del infante Don Enrique que tramaba llevarse a Don
Juan a las Andalucías. Partieron diciendo que iban de caza. Según unos a
cobrar, una garza, según otros a por un puerco que estaba encamado en
un soto. Unos sabían a lo que iban y otros de su séquito, como el
halconero mayor, no. El tiempo era muy malo, cerrado en lluvias y fríos.
Las crónicas decían que "las aguas eran tantas que los arroyos eran
como ríos cabdales, e los ríos no se podían pasar sino por barcas".
Probaron a resguardarse en el castillo de Villalba, a cuatro leguas de
Talavera pero, "por no ser defendedero" y estar despoblado, pasaron al
de Montalbán que era de la reina Doña Leonor de Aragón. Llegaron el Rey,
joven de dieciséis años, y los suyos muy baqueteados, mojados y
desmayados. Estaba cerrada la plaza, con la gente dentro, alrededor de
la lumbre. Tuvieron la buena fortuna de aprovechar la salida de un mozo
del alcaide, que iba a dar agua a un asno, para entrar en el castillo.
El del asno hizo intento, pues era su obligación, de cerrar la puerta a
la maltrecha compañía mas Pero López de Ayala lo despachó con un golpe
de espada, dado de llano, en la mollera. El mozo debió de quedarse
traspuesto un tanto quebrantado. Los del castillo, cabe la chimenea, ni
se enteraron. Una vez dentro, Juan II inspeccionó la fortaleza. Fue un
recorrido dificultoso, entre grandes pasos de aire y a oscuras pues no
había un mal cabo de vela para alumbrarse. Además, dicen los que allí
estuvieron, "metióse
el Rey un clavo por la planta del pie". Tuvo que curarlo la mujer del
alcaide. Según la crónica de Juan II: "quemó luego la llaga con aceyte, é
curó lo mejor que pudo hasta que los zurujanos del Rey vinieron".
La
plaza era fuerte, brazos para defenderla no faltaban pero sí, en
cambio, víveres. Por disimular su salida, no habían llevado las alforjas
bien repletas. Sólo había en el castillo ocho panes, una fanega de
harina, fanega y media de cebada y dos cántaros de vino "e
asaz poca leña que segun el tiempo era menester". Triste apaño
tuvieron, mal comidos, hartos de agua, sin vino y ateridos. El cerco de
Don Enrique, que llegó pronto con los suyos, impedía, que entrasen en
la plaza vituallas pues no faltaban lugareños que estaban dispuestos,
supongo que previo pago o fiadas, a facilitarlas. Se tuvieron, sin
embargo, ciertos miramientos con el Rey pues todos los días se le
mandaba una gallina, un pan y una jarrilla de plata con vino, tanto para
el almuerzo como para la cena. También le llevaron al Rey una cama en
la que el repostero Ruy Fernández de Olmedo introdujo, entre cobertores y
colchas, unos panes. Los
demás se conformaban, mal que bien, con cuatro onzas de pan por barba y
con los cueros de los zapatos adobados, condumio correoso y habitual de
sitiados, naúfragos y desesperados. Fue tanto el apriero que mataron
algunos caballos. En esto el Rey dio ejemplo pues mandó matar primero al
suyo, posiblemente uno que se llamaba Salvador. No era cosa normal
comer caballo en la Europa del siglo XV, animales escasos, nobles y
útiles para la guerra, además de caros. En la Crónica de Juan II se dice
que, tras probarlo, el conde don Fadrique, el conde de Benavente y don
Álvaro de Luna afirmaron que "era dulce carne, e muy buena de comer
salvo que es mollicia". Con la piel de las cabalgaduras hicieron buenas
abarcas que fueron calzadas también por el soberano. Vinieron muy bien
para paliar la falta de zapatos
que, como ya sabe el lector, se los habían comido días antes. Un gesto
muy galano y gracioso fue el que tuvo un pastor que dijo "Rey, toma esta
perdiz", y le lanzó una a Don Juan, estando éste asomado a una almena.
Se reía el Rey e hizo mucha merced a tan buen vasallo.
En los veintitrés días que duró el cerco no hubo hechos de
armas por respeto a la real persona. Todo se limitó a una ritualización,
a unos gestos, a un ir y venir de magnates, prelados, hermandades,
ballesteros, colmeneros y gente concejil. No era esto la guerra sino
política, ceremonial y juego. Todo muy propio de aquellos años
crepusculares del otoño medieval. Llegado el momento, los propios
sitiadores se cansaron pues pasaron muchos días muchos días malviviendo
en tiendas -pocas- y en chozos nada confortables. También los del Rey
llegaron a consideraciones parejas. Tras veintitrés días, Juan II partió
de Montalbán, volvió a Talavera, donde pasó cumplidamente y con regalo la Navidad, y los demás a sus casas.
________________
*Las citas corresponden a la Crónica de Juan II.
En el Vocabulario andaluz de
Antonio Alcalá Venceslada, editado en 1933, se mencionan estos dos
ingenios de muy arcaizante factura. Es con lo que jugaban los niños y
muchachos de barrio y aldea. Son las llamadas chicharras. Las había de
dos tipos. Una, dice el citado autor, consistía en un "juguete que hacen
los chiquillos con un canuto de caña, una badana tapando un extremo y
una cerda en medio de ésta que se ata a un palillo, con el que se da
vueltas y produce un sonido parecido al de la chicharra, que le da
nombre". La otra, en la misma fuente, es descrita como "juguete infantil
que consiste en una vejiga inflada sujeta a un palo y que suena
frotándola con una cuerda y otro palo en forma de arco de violín". No
sería muy armonioso el resultado pero tendría su gracia. Las vejigas de
animales eran muy útiles y se utilizaban, además, para confeccionar
petacas para el tabaco, pelotas y globos, también como parche para unos curiosos membranófonos o zambombas diminutas de caña, según constato en la colección de la Fundación Joaquín Díaz. Si el manejo de una u otra chicharra se acompañaba con los silbidos de un pito confeccionado con una canilla de buitre se obtendrían, sin duda, unos sonidos de aire antiquísimo.
Si José María Gabriel y Galánhubiese nacido en Inglaterra, en vez de cantar dehesas y besanas, habría escrito sobre tejones, molinos antiguos y rododendros. Allí tendrían en mucho su obra y no faltaría en antologías y manuales; aquí se le ha pagado -en el mejor de los casos- con el olvido cuando no con la mofa de mandarines y mamarrachos cuyo bagaje no pasa de cuatro libros mal leídos o peor pergeñados. Siempre me inspiró respeto y simpatía Gabriel y Galán por su probada condición de hombre generoso, por su arraigo con el mundo del que da fe en su obra.
Escribió sobre el campo como pocos, y bien que lo conocía pues no era un esteta ni un snob disfrazado
de campesino, ni un naturista de esos que, por aquellos años, iban en
cueros por los montes, sino un maestro rural, hijo de hacendados, casado
con una mujer de familia de labradores, además de cazador y razonable
jinete. Al
contraer matrimonio con Desideria García Gascón, en 1898, dejó su plaza
de maestro en Piedrahita para vivir en Guijo de Granadilla. Allí
residió, hasta su temprana muerte, en la casa de los tíos de Desideria,
también hacendados, propietarios de El Tejar y otras fincas que Gabriel y
Galán regentaba*.
En
una carta, escrita a su amigo Mariano de Santiago Cividanes**, fechada
el 14 de febrero de 1899, describía sus obligaciones. Se levantaba a las
siete de la mañana, desayunaba junto a la lumbre y después salía al
campo. No le arredraba el mal tiempo y sólo cuando era rematadamente
malo se quedaba en casa. Una vez en faena, decía:
"un día hay que ir a ver las vacas comer bien en donde están; al otro hay que salir forastero; al otro a señalar árboles para que corten ramo a las reses; al otro, a ver si las aguas crecidas hicieron daño en un prado; al otro, a caza; al otro, a ver si parió una cerda; después, a cambiar de sitio para las vacas, a ver lo que descuajó un jornalero, a llevar algo de lo que se está necesitando en El Tejar, a traer las jacas del prado, a señalar un chotillo recién nacido, etc., etc."
Estas labores, si bien "no le sujetan a uno a esa tiranía del reloj", obligaban a padecer fríos y penalidades como "cuando en un camino le sorprende a uno la lluvia y el caballo y el jinete cargan con el agua que quiere mandar la nube [...] y las mañanas de enero para el que las pasa caminando sobre la helada con un frío que corta el pelo". No era nada poético "que un cerdo te dé un hocicazo y te llene del brevaje que come los pantalones, o una jaca te eche al suelo, o una tapia quiera aplastarte al saltarla, o el lodo te lleve los pies de humedad", pero a Gabriel y Galán le gustaban estas labores y lo imaginamos sobre el caballo, con capote pardo o verdoso y sombrero, bien firme y oteando los pastizales. Mejor el honrado vino de la bota que la absenta, más vale cabalgada entre encinares que la murmuración de café.
Al final de la jornada, cenaba junto a la lumbre -grande y generosa- leía los periódicos, participaba en la tertulia familiar y un jugaba un par de partidas de cartas -tute y brisca- con un criado de confianza. No frecuentaba el casino, consecuencia -quizás- de un carácter reservado o de algún resabio regeneracionista pues, no en vano, era hijo de su tiempo. A las once se retiraba a dormir.
"un día hay que ir a ver las vacas comer bien en donde están; al otro hay que salir forastero; al otro a señalar árboles para que corten ramo a las reses; al otro, a ver si las aguas crecidas hicieron daño en un prado; al otro, a caza; al otro, a ver si parió una cerda; después, a cambiar de sitio para las vacas, a ver lo que descuajó un jornalero, a llevar algo de lo que se está necesitando en El Tejar, a traer las jacas del prado, a señalar un chotillo recién nacido, etc., etc."
Estas labores, si bien "no le sujetan a uno a esa tiranía del reloj", obligaban a padecer fríos y penalidades como "cuando en un camino le sorprende a uno la lluvia y el caballo y el jinete cargan con el agua que quiere mandar la nube [...] y las mañanas de enero para el que las pasa caminando sobre la helada con un frío que corta el pelo". No era nada poético "que un cerdo te dé un hocicazo y te llene del brevaje que come los pantalones, o una jaca te eche al suelo, o una tapia quiera aplastarte al saltarla, o el lodo te lleve los pies de humedad", pero a Gabriel y Galán le gustaban estas labores y lo imaginamos sobre el caballo, con capote pardo o verdoso y sombrero, bien firme y oteando los pastizales. Mejor el honrado vino de la bota que la absenta, más vale cabalgada entre encinares que la murmuración de café.
Al final de la jornada, cenaba junto a la lumbre -grande y generosa- leía los periódicos, participaba en la tertulia familiar y un jugaba un par de partidas de cartas -tute y brisca- con un criado de confianza. No frecuentaba el casino, consecuencia -quizás- de un carácter reservado o de algún resabio regeneracionista pues, no en vano, era hijo de su tiempo. A las once se retiraba a dormir.
________________
* En este artículo de J.M. Moreno Barrado se mencionan datos al respecto y material gráfico de interés sobre el autor.
**Epistolario de Gabriel y Galán, Ed. Mariano de Santiago Cividanes, Madrid, 1918.
En este blog he publicado numerosas entradas
dedicadas al pasado de Jaén. Aunque no desentonaban ni resultaban
extrañas al cometido, he considerado oportuno editar una nueva bitácora,
Historia Giennense,
hermanada con Retablo de la Vida Antigua pero centrada en cuestiones
históricas estrictamente giennenses. Nadie espere, sin embargo,
localismos ni casticismos antipáticos. La erudición se hace entre todos,
decía don Emilio García Gómez, y el estudio de la más perdida aldea, o
del suceso más provinciano, puede conducirnos al tono de una época tanto
como el dedicado a palacios y grandezas. Les daré cuenta en Retablo de
la Vida Antigua de mis nuevas entradas en Historia Giennese y, ante
todo, espero ser digno de la atención y de la cortesía que siempre me
han demostrado.
El 17 de enero es el día de san Antonio Abad,
seguro y muy eficiente protector contra incendios, rayos y centellas.
Blas Antonio de Ceballos escribió un memorable libro sobre este santo,
publicado en 1685, titulado
Flores del
yermo, pasmo de Egypto, asombro del mundo, sol del occidente, portento
de la gracia, vida y milagros del grande San Antonio Abad. En esta obra se mencionan muchos milagros y portentos atribuidos al Santo. Como el que tuvo lugar el 16
de abril de 1684 en Alfaro, cuando hubo “una tempestad tan furiosa de
agua, truenos y relámpagos, que parecía, que el Cielo se venía abajo”.
Ante el temporal, el comendador de la Casa de San Antonio de Alfaro
mandó a un criado al campanario para que tocase a nublado. En esto
estaba éste cuando vio que del cielo partía una centella que iba directa
hacia él. Le dio tiempo para encomendarse a San Antón -que también se
le conoce con este nombre- por lo que salvó la vida aunque la centella
derribó el campanario “y al dicho Juan de Abalo [el criado] le quitó una
montera que tenía puesta en la cabeza, y lo arrastró, como cosa de ocho
pasos”. La centella bajó por la torre, hizo un surco muy profundo “como
de arado” en la pared maestra “y anduvo por arriba, y por abaxo del
Templo, haciendo un temeroso ruido”. Exhalaba “un humo tan denso, y
hediondo” que nadie podía entrar en el edificio. Había en ese momento
varias personas rezando en la capilla que atribuyeron su salvación a la
intercesión del Santo. Sus nombres eran María Laureos, Catalina Milán y
Manuela de las Heras que tenía en brazos un niño de año y medio. También
estaba allí un estudiante llamado José Álvarez.
El barón Gustav von dem Ostau, coronel de coraceros
de Gustavo Adolfo de Suecia, describe a los soldados españoles en la
batalla de Gindely, en 1634:
"Entonces avanzaron con paso tranquilo, apiñados en masas
compactas, varios regimientos españoles. Eran casi todos veteranos bien
probados; sin duda, el infante más fuerte y más firme con que he luchado
en toda mi vida."*.
(Nunca hubo elogio más escueto ni más grande para soldados de infantería).
(Nunca hubo elogio más escueto ni más grande para soldados de infantería).
_______
*Cit. por Américo Castro, en España en su Historia, 1948.
El campo no era lugar
seguro en el siglo XVIII. Es evidente que los casos de asaltos,
contrabando y bandolerismo marcaron el tono de la vida en caminos y
despoblados. La inexistencia de unas fuerzas de seguridad profesionales y
dependientes de la Corona, las imperfecciones de las leyes reales y de
los mecanismos procesales, además del miedo -o la tolerancia en algunos
casos- de caciques, regidores, alcaldes y escribanos perpetuaron esta
situación. Éste panorama tardó mucho en cambiar. Fueron necesarias la
consolidación del Estado liberal, la fundación de la Guardia Civil y la
adopción del telégrafo. Y, con todo, costó mucho. Los crímenes, en
general, fueron muy frecuentes en la España rural de tiempos pasados.
Otra cuestión es la imagen idealizada que, tantas veces, se tiene del
pasado.
No fue sólo un siglo de ilustrados y gabinetes. Hubo un
XVIII bronco y peligroso. Escribo al respecto, y sirva de muestra, sobre
algunos casos de robos de ganado durante esos años en Historia Giennense.
De
acuerdo con estas creencias, era prudente prestar especial atención a
los primeros días de febrero. Ahí veían los antiguos, no sin razón, el
paso del invierno a la primavera. Era de especial relevancia el dos de
febrero, festividad de La Candelaria y día de la Purificación de la
Virgen. Se celebraba, y todavía se celebra, en muchos lugares con
hogueras y velas encendidas de las que se obtienen, según su duración o
apagado, ciertas conclusiones. Existe una relación entre estos fuegos y
las lumbres prendidas el día de san Antonio Abad. Del tiempo del día de
La Candelaria obtenían los labradores consideraciones de gran
relevancia. Rodríguez Marín en sus Cien refranes andaluces de meteorología, cronología, agricultura y economía rural (Sevilla,
1894) aporta distintas versiones del refrán más conocido sobre esta
cuestión: "Cuando la Candelaria plora, / Invierno fora". Otro ejemplo al
respecto es "Si la candelaria plora, / invierno fora;/ y si no plora /
Ni dentro ni fora". También: " El día de la Candelaria / que llueva, que
no llueva,/ invierno fora;/ y si llueve y hace viento / invierno
dentro". Además Rodríguez Marín cita: "Por la Candelera / está el
invierno fuera; / si nevó o quiere nevar/ el invierno por pasar" y
menciona refranes similares de otras regiones españolas como Galicia y
Cataluña , de Italia -Toscana, Véneto y Sicilia- de Francia y
Portugal*.
Esta preocupación por anticipar el paso del invierno -"En vísperas
del Candelero / invierno fuera o vuelta al brasero"- es comprensible si
se tienen en cuenta los rigores, penalidades e inclemencias padecidos en
aquellas calendas. Nada había de esa visión acogedora y hogareña que
ahora tenemos de la estación invernal. Algunos refranes aconsejaban
parquedad en el uso de las provisiones de despensas y graneros por si el
invierno se prolongaba más de lo habitual. También, por supuesto, había
un comprensible interés por conocer las posibles condiciones
meteorológicas en un momento en el que el cereal verdea por los campos,
despuntan las yemas en los frutales, se esperan las nieves y se temen
las heladas. La Candelaria se consideraba la fecha adecuada para
realizar injertos en cerezos, perales y ciruelos y para castrar
colmenas. Se pensaba que por esa fecha las gallinas ponían huevos a todo
tren y salían los osos de sus cubiles o, si lo consideraban oportuno,
se volvían a encerrar si todavía hacía frío. La
preocupación por la llegada o la ausencia de las lluvias se refleja en
refranes recogidos por Manuel Toharia en su muy estimable y útil Meteorología popular (1985): "Si no llueve en febrero/ ni ganado ni sementero" o "Venga febrero lluvioso, aunque salga furioso".
Al día siguiente de La Candelaria, el tres de febrero, se festeja a
san Blas, protector contra los males de garganta. Al parecer el Santo
salvó la vida a un niño que se había atragantado con una espina. En Jaen
todavía se suministran, en la parroquia de La Magdalena, unas
rosquillas bendecidas para combatir o prevenir achaques de garganta.
También en Italia, por san Blas, se comía con el mismo fin el pannetone
de Milán, elaborado en Navidad. Por cierto, san Blas murió martir y
degollado -o decapitado- a manos de paganos romanos. El grabado que se
incluye, de mediados del XVIII, nos ilustra al respecto. San Blas y las
cigüeñas anuncian también los días claros y largos de la primavera, para
muchos era verdad demostrada que "Por san Blas, la cigüeña verás; si no
la vieres, año de nieves".
_______________________
*Una imprescindible relación de refranes dedicados a la fiesta de
la Candelaria: Rodríguez de la Torre, Fernando, "345 paremias sobre el
día de la Candelaria" en Revista de Folklore, 337, 2009. http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=2544
En tiempos pasados los niños jugaban a ser curas.
Algunos tenían altarcillos con todo tipo de objetos litúrgicos en
miniatura. El equipo podía complementarse con casullas
de talla pequeña. Esto era, eso sí, entre gente muy principal. Los de
familias más modestas, o más ahorrativas, siempre podían improvisar lo
necesario, para tales juegos, con
ropones viejos, vasos desportillados y algún escaño de pino. Debía de
ser cosa graciosa ver a aquellos chiquillos de antaño predicar e
impartir penitencias y bendiciones, según tocase, a una feligresía
-entre divertida y fastidiada- formada por familiares y criados. Estos
entretenimientos eran también un buen medio para encaminar a algunas de
estas criaturas, dentro de la más concertada política familiar, hacia la
vocación sacerdotal o conventual. Otros, más arriscados, jugaban a ser
soldados o toreros. Tenía que haber de todo. Al leer una hagiografía,
escrita en el setecientos, dedicada a sor Martina de los Ángeles y Arilla, monja barroca con fama de santa y natural de Zaragoza, descubro que "en sus niñezes" -como se dice con donosura en
el libro- en las primeras décadas del siglo XVII, componía altarillos
con las estampas que encontraba por su casa y "de los cascos de naranja
hazia Turibulos, e imitando lo que veia hazer en la Iglesia, incensaba
las imágenes, haziendoles con mucha reverenzia sus inclinaciones". Un
turíbulo es un incensario. Los que la conocieron veían en estos gestos
una clara señal de su inclinación hacia lo sagrado y la vida religiosa.
Jules Klein en su obra La Mesta (1936) afirmaba que en los tiempos antiguos cada rebaño de ovejas era guardado por cinco
mastines. Eran cuidados con el mayor esmero y se les suministraba la
misma cantidad de comida que a los pastores. Los mastines extraviados no
podían pasar a posesión de pastor o ganadero alguno sin la autorización
del Honrado Concejo. Klein consideraba que algunos de los perros
pintados por Velázquez pertenecían a esta raza. Vivieron con los
rebaños, custodiaron los vellones, honraron apriscos y majadas,
recorrieron las tierras de España por cañadas, cordeles y veredas,
lidiaron con lobas pardas, soportaron en sus guardas calores, tormentas y
escarchas. Fueron la silenciosa compañía de los pastores y compartieron el pan, de trigo y cebada, con sus hermanos los careas, y ennoblecieron los horizontes del paisaje ibérico. Mucho le es debido a estos perros, criaturas de romance viejo. Por cierto, el Diario de Madrid, de 16 diciembre de 1796, publicó, sin firma, este Epitafio a un mastín que no puede ser leído sin emoción.
Aquí descansa, ó caminante, un perro,
de quien jamás el mundo tuvo quexas;
defendió de los lobos las ovejas
con robusto vigor y hábiles zancas.
Sus dientes y carlancas
fueron defensa al tímido rebaño,
y atronando los vagos horizontes
con fiel ladrido en las nocturnas horas,
ahuyentó de los montes
las bestias carniceras,
y a los hombres más fieros que las fieras.
Hizo bien a su grey, a nadie daño
con intento maligno.
Agradeció leal parco sustento,
y vigilante a su deber, y atento
no a ambición, no a interés, no a gloria vana,
no a delicia liviana
le ajustó; más a sola la obediencia
de obrar, qual le dictó la Providencia.
Bien tan gran perro de epitafio es digno;
o si no lo confiesas, caminante,
búscale entre los Héroes semejante.
_____________________
La ilustración: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Ni%C3%B1os_con_mastines
Los franceses ejercieron distintos oficios y menesteres en la España del siglo XVII. Eran tareas, en muchos casos, no ejercidas por los españoles al ser consideradas ingratas, mal pagadas o de escaso o nulo prestigio social. En otros, sencillamente, los franceses demostraron ser más competitivos que los españoles y ocuparon determinados servicios, ramos y mercados. Martínez de Mata, en sus memoriales y discursos, denunció con virulencia este hecho. Este autor exageraba, de manera notoria, los males propiciados por estos laboriosos franceses. Además, en aquellos años, la opinión general no era muy favorable a éstos tras décadas de guerra. La hostilidad de Martínez de Mata se manifestaba en sus escritos en los que tronaba contra "aquestos franceses, homicidas de la república". Entre los oficios con los que se habían"alzado" los franceses estaban los de capador, calderero, posadero y chocolatero, entre otros.
Los
franceses eran muy aficionados a la venta ambulante. Cajeros, merceros y
buhoneros vendían hilo de Flandes, también llamado hilo portugués,
peines, baratijas, abanicos, relojes, medias italianas, colonias
venecianas, espejos, cajas de concha, agujas, cintas y otras
menudencias. Algunos de estos artículos son mencionados en una obrilla,
publicada en la segunda mitad del XVII y por tanto contemporánea de
Martínez de Mata, llamada Baile del hilo de Flandes y escrita por Pedro
Francisco Lanine. Mercancías de poco fuste, superfluas, es cierto, pero
que oxigenaban la vida y que eran demandadas por los compradores. Los
vendedores ambulantes franceses, además, llevaban a cabo eficiantes
estrategias para endosar sus géneros y existencias pues acudían a los
domicilios de sus clientes con la natural contrariedad de joyeros y
merceros que despachaban su género en tiendas abiertas.
Los comerciantes franceses eran acusados de extraer plata, acuñada o no, con sus tratos para llevársela a
Francia. Era una denuncia constante entre mercantilistas y arbitristas.
Es evidente que preferían cobrar en plata que en vellón y que sus
ganancias acababan en sus lugares de origen, más allá de los Pirineos.
En la obra antes citada un cajero francés dice: "yo siempre ando
buscando la plata vieja". Se les acusaba de engañar a a gente al pagarla
a precio de plomo. Es algo difícil de creer. También de receptar plata
robada por criados desleales.
_________________
*Pueden ustedes, si así lo consideran, publicar sus comentarios. Quedaré muy agradecido.

Portada del Pósito de Jaén

No había mucho que comprar y vender en la España del reinado de
Fernando VII. Las finanzas de la Monarquía estaban al borde de la
bancarrota y al desbarajuste fiscal se unía un caos monetario en el que
circulaban monedas de la más diversa época y procedencia. Aunque en las
sociedades premodernas lo normal era pasar penurias, éstas se hacían
insoportables si las cosas adquirían un cariz peor del habitual. No es
cierto que antes de la Revolución Industrial se viviese en armonía con
la naturaleza y en medio de la abundancia. El desarrollo del mercado y
de la libertad económica fue el único medio para dejar atrás la pobreza y
la precariedad crónicas en que vivían la gente corriente. Una lectura
atenta de los datos que aporto contribuyen a demostrar lo dicho:
Trigo: 34-38 reales (fanega rasada)
Cebada: 14-16 reales (fanega rasada)
Habas: 25-28 reales (fanega colmada)
Centeno: 26-29 reales (fanega colmada)
Escaña: 12-14 reales (fanega colmada)
Yeros: 27-30 reales (fanega colmada).
Maiz: 18-20 reales (fanega colmada)
Garbanzos: 55-70 reales (fanega colmada)
Alubias: 60-80 reales (fanega colmada).
Arroz: 24-30 reales (fanega colmada).
Patatas: 5-6 reales (arroba)
Tocino: 2-2,5 reales ( libra castellana)
Jamón: 4-4,5 reales (libra castellana).
Carnero: 12-16 cuartos (libra castellana).
Oveja: 10 cuartos (libra castellana).
Macho cabrío: 10-12 cuartos (libra castellana)
Aceite: 47-50 reales (arroba castellana)
Vino común: 16-32 reales (arroba castellana)
Aguardiente: 70-100 reales (arroba castellana)
Eran productos de primera
necesidad. Lo imprescindible en la cesta de la compra de una familia
aunque falten otros artículos básicos de comer, beber y quemar: velas de
sebo, tabaco, jabón y carbón o leña. El trigo era un gasto obligado al
ser la base de la alimentación. Su precio en Jaén, a mediados de
noviembre de 1819, era el doble que en las provincias castellanas. Hubo
años, como en 1825, en los que se llegaron a pagar en
Jaén hasta 75 reales por fanega. No era por falta de fincas cerealistas
-de las 25.000 hectáreas cultivadas en Jaén, 14.000 se dedicaban al
trigo- sino por la mediocre productividad, la precariedad de los
abastecimientos y la tradición intervencionista concejil o estatal.
También era práctica habitual que los productores de trigo lo
detrajesen del mercado, ocultándolo, a la espera de que subiesen los
precios, con evidente perjuicio para los abastos y los consumidores. El
consumo variaba dependiendo del precio y de la clase social. Los
españoles se alimentaban de pan. Los que comían menos pan eran los
poderosos y los muy pobres. Un jornalero consumía, si las cosas venían
bien, una libra y media de pan al día. No siempre era, desde luego, así.
El precio del trigo dependía, además, de manera muy directa del volumen
de las cosechas y estaba sometido a grandes oscilaciones. Junto
al trigo los alimentos menos caros eran el arroz, las habas y las
patatas. Las alubias y los garbanzos, que siempre asociamos a la cocina
popular, eran caros. Respecto a la carne, debemos indicar que quedaba
fuera de la dieta cotidiana por su elevado precio. Es de destacar que no
se mencione, en la citada relación, la carne de vacuno que suele
aparecer regularmente en las relaciones de precios emitidas por el
Cabildo municipal en el siglo XVII. El cerdo tampoco se menciona, salvo
el jamón, muy caro, y el tocino, por supuesto más barato pero no
demasiado. Los huevos eran asimismo muy caros al igual que la leche y
tampoco aparecen en la lista. En la alimentación diaria eran
imprescindibles el vino y el aceite. No aparecen incluidas, asimismo,
determinadas mercancías que, sin embargo, se vendían en la ciudad a
precios altos como frutas frescas, hortalizas de las huertas cercanas y
frutos secos. No eran inalcanzables para el bolsillo del vecino medio
pero no se incluían de manera cotidiana en la dieta.
Estos
precios poco nos dicen si no los relacionamos con el poder adquisitivo y
los ingresos de los vecinos. En aquella época los jornaleros recibían
unos cuatro reales por día de trabajo. En el caso de trabajadores
cualificados y artesanos el jornal podía elevarse hasta diez reales. Es
evidente que los jornaleros constituían la mayoría de la población
activa de Jaén y provincia. Si hacemos un sencillo estudio comparativo
de precios y salarios podremos obtener algunas conclusiones
interesantes. Así, una familia de cuatro personas, que percibiese unos
ingresos diarios de diez reales, procedentes de dos jornales, podía
adquirir diariamente:
Tres kilos de pan: 2,30 reales
Un cuarto de litro de aceite: 0,94 reales
Medio kilo de habas: 0,28 reales.
Medio kilo de arroz: 1,05 reales.
Medio kilo de patatas: 0, 22 reales
Medio litro de vino: 0,50 reales.
Un cuarto de kilo de tocino: 1 real.
Una copa de aguardiente: 0,54 reales,
El tocino bien podía alternar con un gasto equivalente de carnero,
oveja o unas tajadas de un macho cabrío. No era una mesa patangruélica
precisamente pero, en todo caso, con estos víveres se podía sobrevivir
mal que bien. El
coste de la cesta de la compra propuesta suma 6,83 reales, lo que
constituye algo más del 68 % de los ingresos diarios. Los 3,17 reales
restantes -un 32 %- se emplearían en alumbrado, lumbre, brasero, tabaco,
jabón, mantenimiento de vestido y pago del alquiler de la vivienda. La asistencia
de cirujano, médico o botica quedaba a cargo, en desigual medida, de
las instituciones de caridad. Estas cuentas, por lo demás,
corresponderían a una familia de austeridad impecable y regida por un
orden ejemplar, en la que nadie frecuentaría tabernas, cafés,
espectáculos taurinos, cuando los hubiere, ni se permitiría alguna
desenfadada partida de naipes**. Si estos excesos se producían sólo se
podía esperar un completo desbarajuste en las finanzas domésticas. El
panorama no era muy alegre. La situación,
de hecho, era mucho más terrible si se tiene en cuenta el paro
estacional -tres meses anuales como media- derivado de la inactividad en
las labores agrícolas en determinadas épocas del año que dejaba en la
más absoluta miseria y desamparo a numerosas familias.
___________________
*Miscelanea de Comercio, Artes y Literatura del 26 de noviembre de 1819.
**Sobre la afición al naipe, aunque centrado en siglos anteriores, puede ser de utilidad al lector: https://neupic.com/articles/juego-tablajes-y-casas-de-conversacion
| |







No hay comentarios:
Publicar un comentario