Fernando II
(Sos del Rey Católico
Z., 10-III-1452 - Madrigalejo, Cáceres, 23-I-1516). Rey de la Corona de
Aragón, V de la de Castilla, rey de Sicilia, Cerdeña y Nápoles, rey de
Navarra y demás dominios que con ellos constituyeron la monarquía
española durante varios siglos, de la que juntamente con su esposa Isabel de Castilla
El nacimiento de don Fernando se fija el 10-III-1452 en la villa
aragonesa de Sos, cerca de la frontera de Navarra. Fueron sus padres Juan de Aragón
en los reinos de Aragón y Valencia, siéndolo, por su condición de
heredero, del principado catalán y siempre uno de los grandes magnates
de la Corona castellana; fue su madre Juana Enríquez
El nacimiento del infante don Fernando coincide con la guerra civil de Navarra entre don Juan y su hijo y heredero don Carlos, Príncipe de Viana
que hacía pocos meses (23-X-1451) había sido derrotado y hecho
prisionero en Aybar, sin que este hecho provocase el fin de la contienda
civil, sostenida por las poderosas facciones de beamonteses y
agramonteses. Este hecho provocó, seguramente, que la reina Juana,
abandonase la tierra navarra y buscase la aragonesa para dar a luz al
hijo que esperaba. El neonato fue bautizado en La Seo de Zaragoza el
11-II-1453. Desde el mismo momento de su nacimiento el jovencísimo
infante aragonés empezó a desempeñar, aunque fuera pasivamente, un
importante papel político, pasando a ser hijo bien amado de don Juan, en
contraste con la animadversión que sentía hacia su primogénito Carlos
de Viana.
Pocos detalles sabemos sobre la educación del infante Fernando durante
la primera década de su vida. Vicéns Vives la resume así: "Establezcamos
un hecho fundamental: contrariamente a lo practicado entre los Trastámaras
castellanos, quienes confiaban la educación de los hijos a personas
alejadas de la Corte, aunque fueran miembros de la familia real, Juan II
aceptó la costumbre aragonesa de criarlos en el mismo seno de esta
última. Esto explica que don Fernando soliera acompañar a su padre en
los continuos desplazamientos a que le obligara su dignidad virreinal,
primero, y real, después. En consecuencia, la educación de don Fernando
estaba concebida en un plan viajero, independiente de los sobresaltos de
la política e incluso de la guerra". En la nómina de la corte del
príncipe Fernando figuraban como sus maestros Miguel de Morer, Antonio
Vaquer y Francisco Vidal de Noya; posiblemente intervino en su formación
el conocido obispo de Gerona, don Joan Margarit. En resumen, creemos
que la educación humanística del infante primero, príncipe después, no
tuvo una intensidad considerable, en contraste con su formación política
y militar que arranca desde su misma niñez y que tiene como principal
maestro a su propio padre.
En efecto; vamos a ver muy pronto a don Fernando lanzado a la vorágine
política, con sus riesgos y desventuras, en plena niñez. El 27-VI-1458
fallece, en Nápoles
le sucedería su hermano Juan y en el reino de Nápoles su hijo bastardo
Fernando. Comienza el reinado, propiamente dicho, de Juan II; un reinado
atormentado.
Las relaciones con su primogénito, Carlos de Viana, serán causa de un
grave conflicto que enfrentará al monarca con sus súbditos catalanes y
que ni siquiera se resolverá con la muerte del príncipe el 23-IX-1461.
Pero este acontecimiento será fundamental para la historia política de
Fernando; ha llegado su hora. Juan II apresuró los acontecimientos. El 7
de octubre, es decir, catorce días después de la muerte de su hijo
Carlos, en la iglesia de San Pedro de los Francos de Calatayud, ante las
Cortes de Aragón, le hace jurar por príncipe heredero y señor por los
días de su padre y después por su legítimo rey. Tenía Fernando 9 años.
Su protagonismo político había comenzado y ya le duraría hasta el
momento de su muerte, cincuenta y cinco años más tarde. El primer
capítulo de su accidentada vida, niño todavía, dejará profunda huella en
el futuro: su estancia en Cataluña, ya en concepto de primogénito y que
le permitirá ser protagonista importantísimo de la rebelión catalana,
cuyos episodios, muchas veces dramáticos, hicieron peligrar su libertad e
incluso su vida. Como testimonio de la precaria paz entre Cataluña y
Juan II, don Fernando abandonó Calatayud el 29-X-1461. Le acompañaba su
madre, Juana Enríquez, como tutora del principesco niño, que desde hacía
unos días podía ostentar el título de Príncipe de Gerona
entrando en la capital catalana el 21 de noviembre; el recibimiento se
desarrolló con esplendor inusitado, relampagueante acción que pronto
sería sustituida por un mundo de intrigas y suspicacias significativas
del ambiente prerrevolucionario imperante en la Ciudad Condal, expresado
sobre todo en el llamado "complot del día de San Matías" y en el
deslizamiento de la mayoría del Consell del Principat hacia el
extremismo antidinástico, en tanto que la rebelión de los payeses de
remensa del norte del país añadía una nota sombría al panorama catalán.
Fue precisamente este acontecimiento el que moverá a doña Juana a
abandonar el explosivo ambiente barcelonés, saliendo de Barcelona con su
hijo Fernando el 11-III-1462 en una marcha que tenía mucho de fuga,
aunque hábilmente preparada y más aún disimulada.
El 15 de marzo, Gerona recibía triunfalmente a sus regios visitantes,
que contaban con un ambiente mucho más favorable que en la capital del
Principado, dadas las antiguas conexiones entre la Casa Real de Aragón y
los reivindicativos remensas. La salida de Barcelona de la reina-tutora
y del príncipe don Fernando había provocado una violenta agitación, que
señalaba el principio de la ruptura de la ciudad con la dinastía; el 9
de mayo contingentes militares salían de la Ciudad Condal con la orden
de reprimir la revuelta remensa, pero con la intención de poner bajo su
control a las figuras regias, que por su parte se apresuraron a tomar
medidas defensivas con el apoyo resuelto de Francesc de Verntallet, el
principal jefe de remensas, y lo que era más importante, el acuerdo de
Juan II con Luis de Francia, que ponía, en condiciones onerosas,
importantes fuerzas militares y recursos económicos al servicio del rey
aragonés. El ejército revolucionario del Consell y de la Generalidad, al
mando del conde de Pallars, avanzó hacia Gerona, ciudad que hubo de
capitular el 6 de junio; la familia real y sus últimos leales se habían
refugiado previamente en la Força o ciudadela gerundense, que hubo de
resistir un duro asedio de las tropas del de Pallars, que no dudó,
incluso, en bombardear la ciudadela, hasta su liberación por las tropas
franco-realistas el 23-VII-1462 Si nos hemos detenido un poco en este
primer episodio bélico de la vida de don Fernando, niño de 10 años, es
porque hemos de suponer la influencia que los acontecimientos habían de
tener en su sensibilidad y carácter, al verse en peligro por obra de sus
súbditos rebelados; una de las claves, quizás, del autoritarismo
inteligente y cauteloso que demostraría tantas veces a lo largo de su
futuro reinado.
A partir de entonces, pese a su corta edad, vive dedicado casi
exclusivamente a los problemas políticos y militares en la dura campaña
catalana. Se incorporará a la expedición del conde de Foix que se
realiza en el Ampurdán con regular fortuna; se verá depuesto
revolucionariamente de sus derechos dinásticos, en los que será
sustituido por la aceptación, como monarca catalán, por Enrique IV de
Castilla. La guerra civil está ya en su plena fuerza. A un lado Juan II
con la interesada alianza de Luis XI de Francia, por otro los catalanes
obedientes a su Generalidad con el débil apoyo de los castellanos de
Enrique IV, que amagan las fronteras occidentales de Aragón. Mientras
los acontecimientos militares y políticos siguen su curso, la reina
Juana y su hijo Fernando abandonan el teatro de la operaciones. Tras una
brevísima reunión de la familia real ante los muros de Barcelona, por
primera vez sitiada, en septiembre de 1462, Fernando inicia un largo
viaje, vuelve a visitar Valencia y retorna a Zaragoza a finales del año
1462.
Desde las Navidades de 1462 hasta noviembre de 1464 permaneció el
príncipe don Fernando en la capital de Aragón, período que constituye un
remanso de paz en su asendereada vida y que hemos de considerar como el
más importante para su formación intelectual. Rodeado de prestigiosos
sacerdotes y de buenos maestros, el príncipe adelantaría en las letras,
lo que le permitirá el reposo de los tiempos y de su despierta
inteligencia. En el transcurso de 1463 -los 11 años de Fernando- su
nombre apenas suena en la documentación de la época. Se habla ya del
posible matrimonio del príncipe. Entre sus candidatas sigue figurando la
infanta castellana Isabel, asunto del que ya se había hablado, hacia
1457, como una posibilidad. Otros hechos mencionables de esta etapa de
la vida de don Fernando fueron su designación como lugarteniente del
reino de Aragón en el otoño de 1463 y como primogénito del reino de
Sicilia. Abandonada la capital del reino, marchó a Tarragona donde la
familia real pasó las Navidades de 1464. El año siguiente señalará la
reanudación de las actividades bélicas del príncipe, ya no en la forma
pasiva de los hechos de Gerona, sino nominado, teóricamente, como jefe
del ejército real -recordemos que Fernando aún no había cumplido los 12
años-, cuyo principal jefe efectivo había de ser el conde de Prades y su
rival el nuevo "rey" de Cataluña, don Pedro, condestable de Portugal,
que habría de sufrir una gran derrota en Calaf o Prats del Rei el
28-II-1464, presenciada por el príncipe aragonés desde su cuartel
general, batalla que señala un punto decisivo en la guerra
revolucionaria catalana.
Los honores y los éxitos del príncipe, por más que lo fueran de sus
capitanes y no debidos a él, dada su corta edad, llevan a su padre a
designarlo el 18-V-1465 lugarteniente general "en todos los reinos y
tierras nuestras, tanto cismarinos como ultramarinos, ex latere nostro";
Juan II continuaba empeñado en hacer prevalecer la figura de su hijo
pese a sus pocos años. Con motivo del sitio de Cervera, don Fernando
realiza un viaje a Zaragoza para recabar socorros, a lo que accedió el
municipio zaragozano y otros aragoneses. El príncipe-lugarteniente
siguió tomando parte activa en la guerra, pese a su corta edad, y así lo
vemos en la campaña del Bajo Ebro, en el asedio del castillo de Amposta
y en la toma de Tortosa; alternando sus actividades militares con actos
políticos -en febrero de 1466 fue solemnemente jurado primogénito en
Valencia- o diplomáticos, como las gestiones que este año realizó para
conseguir una pacificación de Cataluña, que aunque no tuvieron éxito,
encabezan en cierto modo el aspecto más importante y singular que habría
de tener la figura del futuro Fernando el Católico.
En octubre de 1466 lo vemos una vez más en Zaragoza. La mala salud de su
padre -enfermo de la vista- resalta cada vez más la personalidad del
príncipe, cuya soltura en los asuntos públicos se gestó por medio de un
aprendizaje tan duro. Esta vez su presencia en Zaragoza era para la toma
de posesión de su gobernación general como primogénito, con el
subsiguiente juramento de guardar los Fueros y privilegios del reino,
ratificación de lo ya suscrito en Calatayud cinco años antes.
La gravedad de los sucesos catalanes, con la intervención de Francia
llevó nuevamente al primogénito Fernando a los campos de batalla del
principado, en el otoño de 1467. El principal episodio de la campaña
ampurdanesa fue el desastre de Vilademat, primera derrota que hubo de
sufrir el todavía quinceañero príncipe (21-XI-1467). Don Fernando
consiguió salvarse, no así muchos de sus principales capitanes, entre
los que se encontraban importantes figuras aragonesas.
En el año 1468 esperaban a don Fernando tres hechos de importancia en su
vida: la muerte de su madre, doña Juana Enríquez, ocurrida el 13 de
febrero, la concesión de la realeza siciliana, como "rex et conregnans"
del reino insular, y los preparativos de su enlace con la princesa
Isabel de Castilla.
La desaparición de Juana Enríquez encontró a don Fernando en Zaragoza,
presidiendo las Cortes aragonesas, en las que el príncipe consiguió que
sus fieles súbditos del reino alentaran con su lealtad y ayudas al
desolado heredero. El 10-VI-1468 accede a la máxima magistratura de
Sicilia. El preámbulo de la pragmática real, que suscribe con Juan II su
secretario Juan de Coloma
contiene en su preámbulo un amplio elogio de las cualidades del
príncipe. El título de rey de Sicilia tiene un carácter fundamentalmente
honorífico; pocos días más tarde el flamante rey recibía, por segunda
vez, el título de lugarteniente general de todas las posesiones y
territorios de la Corona real aragonesa (22 de junio), cuya amplitud era
tan grande que revestía a don Fernando de la autoridad suprema, con
facultad de ejercer toda clase de jurisdicción, convocar Cortes, crear y
revocar oficiales, administrar el tesoro real y reunir ejércitos para
la guerra.
Mientras el rey-lugarteniente recibía más favores de su padre Juan II,
había vuelto, de regreso a Aragón, a la interminable guerra catalana en
el verano de 1468, centrada entonces en el norte del principado, donde
la suerte alternativa de los combates, alcanza un espectacular éxito,
demostrativo de su gran tacto diplomático, con la ocupación, por parte
de don Fernando, de Berga (17-IX-1468). Dando por terminada la campaña,
el rey de Sicilia asentó sus cuarteles de invierno en Lérida. Aquí el
jovencísimo heredero aragonés -16 años- tuvo amores con una dama;
-¿Aldonza Ibarre de Alemán? ¿Aldonza Ruiz, vizcondesa de Evol?- de la
que tuvo su primer hijo natural, el que andando el tiempo sería ilustre
arzobispo de Zaragoza y futuro gran colaborador del rey su padre, don Alfonso de Aragón
Nos acercamos a un hecho trascendente en la vida de don Fernando: su
boda con la princesa de Castilla, su prima Isabel de Trastámara. El
relato de este acontecimiento suele ser revestido por la historia
romántica de rosáceos tonos. De eso nada; fue una operación política,
largamente preparada, y que dependía de una doble coordenada: por un
lado de los intereses castellanos de don Juan II, por los que jamás se
sintió indiferente; de otro, la sagaz intuición de Isabel, que vio en el
enlace aragonés la jugada más fuerte para asegurar la herencia
castellana; que lo que empezó siendo una jugada política acabase en un
sentido enamoramiento, es otra cuestión. En todo caso, inicialmente, el
papel de Fernando fue bastante pasivo, conformándose en seguir en todo
las indicaciones de su padre, que veía en ese enlace matrimonial la
culminación de la vieja política, que genéricamente podemos calificar
como la de los infantes de Aragón, seguida con especial insistencia por
Juan de Trastámara, a través de una larga serie de incidencias que
llenan toda su vida. En todo caso creemos imprescindible tener en
cuenta, ya como inmediatos precedentes, algunos hechos: la misión de
mosén Pierres de Peralta en el verano de 1467 como portavoz del rey
aragonés en busca de un enlace castellano para su hijo Fernando; la
posición del arzobispo Carrillo, que desde Castilla favorecerá el
matrimonio entre Isabel y el primogénito de Aragón; la inesperada muerte
de don Alfonso de Trastámara (5-VII-1468), que convertía de hecho a
doña Isabel en heredera de Castilla y que hace que doce días más tarde
de la muerte del titulado Alfonso XII, don Fernando autorizase al
condestable de Navarra y al arzobispo de Toledo el concierto de su boda
con Isabel "Primogénita heredera de los reinos de Castilla". El
reconocimiento por Enrique IV de la herencia isabelina; las
"capitulaciones" de Cervera de 7-III-1469, reguladoras del futuro
matrimonio Isabel-Fernando, en las que Juan II se plegó en buena parte a
los deseos castellanos; las reuniones de Zaragoza en septiembre de
1469, donde se adoptó el arriscado plan de viaje de don Fernando hacia
tierras castellanas para contraer matrimonio, cuya dispensa papal por
razón de parentesco había sido amañada por el inescrupuloso arzobispo de
Toledo; y las peripecias del singular viaje entre Zaragoza y
Valladolid, que culminó en la ceremonia nupcial de 18-X-1469, fueron los
principales acontecimientos de ese año. En Castilla las noticias de
este matrimonio, nulo desde el punto de vista canónico y realizado
contra la voluntad expresa de Enrique IV, fue recibido con frialdad. No
así en los países de la Corona de Aragón, adictos a Juan II, donde se
expresó públicamente gran júbilo por su celebración.
Oreste Ferrara resume en esta frase el matrimonio de Valladolid: "Doña
Isabel hizo a don Fernando rey de Castilla; mas don Fernando la hizo, en
esta hora difícil, princesa de Castilla". Lo cierto es que desde este
momento los problemas castellanos ocuparán en la mente del rey de
Sicilia un lugar preeminente. El ius sanguine castellano de Fernando
predominará neta y crecientemente
sobre el derivado de su condición de aragonés. No regresó a su tierra
natal, concretamente a Zaragoza, hasta el 10-IV-1472, es decir, al cabo
de dos años y medio de emprender su arriesgada aventura castellana.
Durante este tiempo los esfuerzos del ya príncipe de Castilla estuvieron
dirigidos a consolidar su precario principado y el de su esposa; su
matrimonio con Isabel ya había producido su primer fruto con el
nacimiento de una nueva Isabel (1470); sus tensiones con Enrique IV
fueron muy vivas, ya que el rey castellano se volvió hacia la
legitimidad de su hija -al menos legal- Juana y contó con el apoyo de
Francia, que veía con malos ojos la posibilidad de la unión dinástica de
Castilla y Aragón, y con la oposición de una buena parte de la nobleza
castellana, que intuía que con los nuevos príncipes, futuros reyes, su
poder casi omnímodo a lo largo del siglo XV declinaría. Pero con todo,
los jóvenes esposos con prudencia y fortaleza unidas a un recto sentido
de la justicia, fueron consiguiendo una paulatina consolidación de su
poder futuro, contando con muy fieles y leales amigos y una popularidad
creciente entre el pueblo castellano, singularmente el duriense y el
norteño.
En tanto, los asuntos de la Corona de Aragón y la guerra con Francia,
que apoyaba resueltamente a los catalanes antitrastámaras, cuyo foco
principal de resistencia se encontraba en Barcelona, habían sufrido
alternativas, que cada vez se habían ido decantando más a favor de la
causa del rey de Aragón. Mientras, el primogénito prolongaba su estancia
en Zaragoza, por asuntos concernientes a la gobernación del reino y a
proporcionar recursos a su padre, que personalmente dirigía la guerra
catalana. A mediados de agosto de 1472, Juan II siente cercano su
triunfo viendo el Ampurdán reducido, Barcelona cercada, los catalanes
reunidos en el Parlamento prestos a la fidelidad, su hijo Fernando rumbo
a Pedralbes donde se encontraba su cuartel general, y su gran aliado
europeo, Carlos el Temerario, fiel a su amistad. Incluso el nuevo
Pontífice, Francesco della Rovere, Sixto IV, inclinado hacia los
aragoneses, como reacción antifrancesa, y cuyo hombre de confianza, el
cardenal vicecanciller Rodrigo Borja, saldría por su orden hacia España
con objeto de intentar solucionar los problemas surgidos en Aragón y
Castilla.
En Pedralbes primero, en Tarragona después y finalmente en Valencia
tuvieron lugar importantes conversaciones y negociaciones, en que los
asuntos del momento fueron revisados durante el verano de 1472: el
inmediato término de la guerra catalana, el sosiego del reino de
Castilla con la definitiva confirmación de la real herencia de Fernando e
Isabel y el acrecentamiento de su partido, con todo el robustecimiento
de las alianzas con Nápoles y Borgoña, la difícil situación financiera
del monarca aragonés y su primogénito, debieron de ser objeto principal
de las conversaciones aludidas y su resultado, en estos y otros asuntos
de menor importancia entre los múltiples interlocutores, puesto que
figuraban además de los ya indicados, los representantes de Borgoña y de
la familia castellana de los Mendoza, no pudo ser más halagüeño, y de
allí partiría la gran amistad entre don Fernando y Pedro González de
Mendoza entonces obispo de Sigüenza y pronto arzobispo de Toledo y
cardenal de España. Culminación de estos afortunados acontecimientos de
rango diplomático en los que ya destacaría, pese a su juventud, como
avanzado conocedor el rey de Sicilia, fue la capitulación de Barcelona
el 16-X-1472, con la subsiguiente y triunfal entrada de Juan II en la
capital del Principado a la que seguiría la liquidación de la larga
contienda -10 años-, en los que el monarca aragonés demostró habilidad y
generosidad.
Durante la permanencia de Fernando en Valencia sucedió un incidente que
citamos por la trascendencia que habría de tener en el gobierno de don
Fernando en sus reinos hereditarios. El príncipe-lugarteniente de Aragón
había ordenado la ejecución capital de un malhechor valenciano,
concretamente falsificador de monedas; para ello había prescindido del
cumplimiento de las leyes y privilegios del reino. La reacción de las
autoridades locales fue muy viva, tanto que Fernando se vio obligado a
dar toda clase de explicaciones y asegurar que en lo sucesivo se
atendría a lo consuetudinariamente establecido. Era la sumisión del
príncipe-lugarteniente al aparato legal del país; el retorno a la
legalidad de la Corona aragonesa tan distinta a la castellana. Algo que
don Fernando no olvidó, salvo en escasas circunstancias, a lo largo de
su reinado y aun recogió en su último testamento.
A finales del propio 1472 encontramos, de nuevo, a Fernando en Castilla,
donde sus esfuerzos se dedicaron a reafirmar los derechos de su esposa
-y suyos propios- buscando la forma de una reconciliación general y
utilizando para ello los buenos oficios del cardenal Borja. Lo cierto es
que también en este campo de acción los asuntos de los príncipes
castellanos iban viento en popa, con el considerable refuerzo que
significaba la adhesión a su causa de la importante casa de los Mendoza.
En cambio, la Corona aragonesa, apenas salida del largo conflicto de
Cataluña entraba en otro, también largo y difícil: el intento de
recuperar el Rosellón y la Cerdaña -la quinta provincia catalana- que la
Francia de Luis XI retenía, con grave disgusto del resto de Principado y
de los propios roselloneses. Pese a la situación castellana, Fernando
no podía olvidar esto y durante meses, que habrían de resultar críticos,
lo vemos siempre con su atención pendiente de los sucesos de más allá
del Pirineo.
El sitio de Perpiñán por los franceses y el peligro de que Juan II
cayese prisionero, movilizó al rey de Sicilia que salió en dirección a
Zaragoza donde llegó el 12-V-1473 con un refuerzo de centenares de
lanzas castellanas, a las que se unieron contingentes aragoneses y más
tarde valencianos; al frente de este ejercito, don Fernando salió para
la Alta Cataluña y obligó a los franceses a levantar el sitio de la
ciudad, con la consiguiente liberación del rey, su padre.
Permaneció el príncipe-rey en Cataluña hasta octubre de 1473, en
constante preocupación política, solucionando los problemas interiores
del Principado y negociando la paz -siempre precaria con Francia-,
cuando le llegaron noticias sobre la posesión de Segovia, ciudad clave
en aquellos momentos. La habilidad de Andrés de Cabrera y las
facilidades del conde de Benavente, evitaron un enfrentamiento, que en
definitiva, no deseaban ni Enrique IV ni su hermana Isabel; de hecho el
año 1474 empezó óptimamente: con una cordial entrevista entre los
príncipes Isabel y Fernando y Enrique IV, reunión que si no estuvo
exenta de incidencias, que a veces estuvieron a punto de provocar un
nuevo rompimiento y que no alcanzó la formalidad de un acuerdo escrito
que solucionase el asunto sucesorio castellano, significó de hecho una
retirada de Enrique IV, en los pocos meses que le quedaban de vida y el
aumento de prestigio de los príncipes Isabel y Fernando, quien hubo de
poner una vez más de manifiesto sus dotes militares y aun su valor
personal con la ocupación de Tordesillas, uno de los focos de
resistencia de sus adversarios (junio de 1474).
Mientras los sucesos de Castilla evolucionaban de esta manera, que
señalaban una división de opiniones, y como inevitable una guerra civil
futura, otros ponían en alerta la incansable actividad del joven
heredero de Aragón, rey de Sicilia y presunto de Castilla. Los
franceses, no conformes con el sesgo favorable que para Aragón habían
tomado los asuntos del Rosellón, cruzaban súbitamente (11-VI-1474) los
condados y los invadían y ocupaban, sin más resistencia activa que la de
las plazas de Elna y Perpiñán. Coincidieron estos hechos bélicos con
una grave enfermedad de Juan II y con la depresión moral y financiera
del Principado que favorecieron a los invasores y pusieron en peligro no
sólo a los condados pirenaicos, sino también a las tierras
ampurdanesas. Fernando tuvo que abandonar los asuntos castellanos y
marchar en auxilio de su padre. El 16 de agosto lo encontramos en
Zaragoza, de donde marchó a tierras catalanas, llevando consigo un
pequeño refuerzo aragonés con que se consolidaban las escasas fuerzas
con que Juan II intentaba hacer frente al alud francés, que ya amenazaba
Gerona. La presencia de Fernando en Cataluña fue, en esta ocasión,
breve y no pasó de Barcelona donde celebró una importante entrevista con
su padre, que con su indomable energía vencía la enfermedad y había
tomado el mando de sus soldados. La muerte del marqués de Villena el 4
de octubre alteraba una vez más la delicada situación castellana,
mientras que se hacía crítica en la Corona aragonesa en el otoño de
1474: ataques franceses sobre Elna, que sucumbió el 5 de diciembre;
alteraciones en Valencia; discordias en Zaragoza; y el continuo embrollo
de los asuntos castellanos que ahora la muerte del marqués y maestre de
Santiago parecía complicar.
Resultado de todo ello fue la decisión de que Fernando abandonase la
campaña del norte de Cataluña y volviese de nuevo a Zaragoza, donde
estaban convocadas Cortes, y que ocupase una posición estratégica ante
la complicada y delicada situación política y militar planteada. Así, a
últimos de octubre, entraba en la capital del reino aragonés, donde
permaneció durante todo el otoño de 1474, tiempo que aprovechó para
liquidar drásticamente la situación interna de la ciudad con la
ejecución ordenada, sin proceso, del tribuno zaragozano Ximeno Gordo (19
de noviembre), el cual tenía dominado el Concejo y hacía y deshacía a
su antojo. Dos noticias llegaron casi simultáneamente a Zaragoza: la
pérdida de Elna (5 de diciembre) y la muerte de Enrique IV (el día 10).
El dilema se planteaba con toda crudeza: ¿Aragón? ¿Castilla? Ni Juan II
ni su hijo dudaron. Dieron primacía a los asuntos castellanos. El 19 de
diciembre don Fernando abandonaba Zaragoza y tomaba el camino de
Segovia.
En efecto, por primera y única vez en su conjuntada vida, había surgido
un chispazo de desconfianza política entre los regios cónyuges. La
precipitada proclamación de doña Isabel como reina soberana de Castilla
el 13 de diciembre y la fórmula empleada hizo nacer en don Fernando una
justa preocupación y le decidió a aclarar de una vez para siempre cuál
había de ser su situación en el reino castellano. El resultado sería la
llamada Concordia de Segovia de 15-I-1475, estatuto que señalaría la
creación de una verdadera diarquía, vigente, sin fisura alguna, aunque
sí con diversas alternativas de influencia, hasta la muerte de la reina
Isabel en el entonces lejano 26-XI-1504. Don Fernando alcanzaba así su
segunda corona. Era rey de Castilla de pleno derecho.
El comienzo del reinado de don Fernando en Castilla significa una
importante inflexión en su vida política. En adelante los asuntos
castellanos ocuparán un primer lugar en su atención; Castilla se
convierte en clave de su pensamiento política y en sus ambiciones
centradas en la formación de un imperio Trastámara, que tuviese en la
tierra originaria su principal fundamento y centro de energía; Aragón,
pasa a ocupar un lugar secundario. De aquí la precisión de distinguir en
la personalidad de Fernando dos aspectos distintos: por un lado nos
encontramos con el gran Fernando el Católico, creador de un imperio,
fundador del Estado español, virtualmente invencible en todas sus
empresas, padre de la diplomacia moderna; será una de las personalidades
más destacables, no sólo de la Historia de España, sino aun de la
universal. Por otro lado está el Fernando II de Aragón, mediocre
monarca, que desubstancia a su reino nativo de su personalidad, que
fracasa en sus propósitos renovadores e introduce nuevas instituciones
que alteran o al menos limitan las aragonesas y en todo caso, a fuerza
de mantener las estructuras formales del reino y la rigidez de su
autogobierno, lo anquilosa, lo pone fuera del tiempo histórico que la
modernidad exigía y lo prepara, primero en medio de alteraciones,
después con sosegado sometimiento, a su final como reino independiente
en los comienzos de la era borbónica.
Es este Fernando II el que más nos interesa en esta corta biografía.
Durante un poco más de cuatro años (1475-1479) comparte su corona
castellana con la primogenitura aragonesa. La guerra de sucesión
castellana, con sus implicaciones internacionales, singularmente la
masiva intervención portuguesa; el sometimiento de la nobleza castellana
al peso del poder de la diarquía; la organización del nuevo Estado
castellano, llenan las horas fernandinas. Durante este cuatrienio se
independiza totalmente de la influencia de su padre -y maestro- el rey
Juan, incluso se establece una cierta incompatibilidad de sus puntos de
vista; para el rey de Aragón la guerra castellana, en la que apoyará a
su hijo, aunque le cueste, de momento, sus condados pirenaicos, la
consideraba como el final victorioso de la vieja pugna de "los infantes
de Aragón"; para Fernando era el comienzo de algo, quizás de momento un
tanto indefinido pero que, por supuesto, nada tenía que ver con las
viejas y nobiliarias contiendas medievales. Isabel y Fernando realizan
una labor eficaz y el trono castellano queda firmemente asegurado, tanto
desde un punto de vista interno, con la consolidación de la institución
real, como exterior: con un Portugal vencido y convencido, retornando
al camino de la alianza castellana que expresan los sucesivos enlaces
matrimoniales; y con la Francia de Luis XI, el "rey araña", humillada y
resentida. Como durante la época principesca, estos primeros años de
gobierno efectivo, sin supeditaciones paternales, serán los de forja del
gran estadista que se llamó Fernando de Aragón.
Juan II murió el 19-I-1479. La tercera corona recaía en las sienes de
Fernando, la privativa, la más correspondiente a su destino, a la que
más fluidamente accedía. Desde esta fecha los reinos de la Corona de
Aragón y la de Castilla -con la corta excepción del reinado de Felipe I-
han de permanecer unidos bajo la forma de una unión personal, primer
paso de una progresiva marcha que, con vicisitudes varias, desembocaría
en una completa integración en la España borbónica.
Fernando comenzaba su tarea de gobernar en Aragón bajo un ambiente
difícil, ya no sólo por la problemática de su reino natal, sino por lo
que era más difícil de resolver: la oposición de su clase dirigente a
transigir frente a la peculiar filosofía política del monarca, basada en
un fuerte sentido autoritario. Queda establecido desde el principio un
larvado antagonismo entre el monarca y sus barones, que la habilidad de
Fernando evitará convertir en un abierto conflicto, aun cuando el precio
político para el reino sea su "aparcamiento" histórico y el lugar
secundario que Aragón desempeñará en lo sucesivo. Además, el nuevo rey,
agobiado por la multitud de problemas que su propia actividad producían
de continuo, prescindía en gran parte de las tareas domésticas de
gobernar y arreglar las cuestiones del no extenso y pobre reino aragonés
y prefería dejar, en lo posible, las cosas como estaban, no tanto por
gusto cuanto por necesidad.
Una muestra de este aparente despego hacia Aragón se deduce del
conocimiento del itinerario de sus viajes y de sus estancias en tierras
aragonesas. De sus treinta y siete años de reinado sólo permaneció en
tierras aragonesas, de treinta y tres a treinta y cuatro meses, es
decir, menos de tres años, en períodos espaciados; por lo tanto, menos
de un mes por año de reinado. De los 147 viajes realizados, sólo 16
transcurren por tierras aragonesas, siendo el del año 1498 el más largo,
ya que permaneció en el reino casi seis meses; estancia que, por
cierto, habría de dejarle el triste recuerdo de la muerte de la princesa
heredera Isabel. Los viajes a Aragón obedecen casi siempre a
convocatoria de Cortes o son de tránsito hacia otros países de la
Corona. Desde que regresó a Castilla, tras la muerte de Felipe "el
Hermoso" (1507) sólo estuvo en Aragón dos veces, la última en Calatayud
(1515), donde el rey sufrió el mayor de los desaires.
La falta de su asistencia personal a la gobernación del reino quiso
suplirla don Fernando de una doble manera: haciéndose representar
permanentemente en Aragón y llevando junto a sí un grupo de peritos en
leyes aragonesas que le asesorase y en los que descargase los asuntos
político-administrativos de su reino privativo. Para lo primero no tuvo
que inventar nada sino aprovechar la institución de las lugartenencias,
que tenían una larga historia y que, con funciones muy amplias, llegaron
a convertirse de hecho en un verdadero alter ego de los monarcas; en
los tiempos de la modernidad, esta institución daría paso a la
constitución de los virreinatos, uno para cada país de la Corona
aragonesa. Por lo que se refiere a nuestro reino el designado sería,
desde 1482, su propio hijo natural Alonso de Aragón
que lo sería a través de todo su reinado, e incluso hasta más allá de
la muerte del monarca. Sólo nos toca aquí resaltar su figura como hábil
negociador, gran señor muy dentro del mecenazgo renacentista, fidelísimo
a su padre y rey, quien le correspondió con gran afecto. Arzobispo de
Zaragoza, el primer virrey aragonés administró con prudencia y energía, y
supo ser al mismo tiempo fiel representante de don Fernando y defensor
del reino, a veces en circunstancias difíciles. En resumen, que dentro
de las personae dramatis del Aragón de su tiempo ocupó un primer lugar.
La otra institución fue una invención fernandina creada dentro del
sistema de consejos impulsado por la diarquía como una exigencia del
nuevo orden de cosas surgido. Dispuesto éste a convertir la Corona
castellana en lugar habitual de residencia y en centro de su imperio
Trastámara, le era preciso un organismo, que, cerca de su persona, en su
propia corte, le sirviese para los asuntos provenientes de los reinos
de la Corona de Aragón. La idea surgió y aun se inició en los
fundacionales días toledanos de 1480, aunque no fue reglamentado
definitivamente hasta el 19-XI-1494. La creación del Consejo de Aragón
señaló un trascendental cambio de ruta en la Historia de nuestro reino
que dejó los rumbos mediterráneos, para servir, aunque fuese, sobre todo
inicialmente, la política planetaria de la meseta, con un papel casi
pasivo, como era el de servir de conexión entre la vencedora Castilla y
la decaída periferia levantina.
El tercer elemento que une al reino de Aragón con su monarca a lo largo
de su reinado es el núcleo de aragoneses que constituyen sus más íntimos
colaboradores y aun amigos, si esta palabra es adecuada a la condición
regia de don Fernando. Amigos que le sirven en el Consejo, que ocupan
importantes magistraturas en el reino o que prestan cerca de su persona
servicios de gran confianza personal. Casi ninguno de ellos son
magnates; todos pertenecen a la clase de caballeros o al patriciado
urbano. Muchos son descendientes de conversos
sin que su ascendencia judaica sea óbice para disfrutar la confianza
regia. Citaremos a la cabeza de esta relación a los dos primeros
vicecancilleres del Consejo, Alfonso de la Caballería
a Pedro de Urrea y otros. La importancia de este grupo, está en el
hecho de que servirían de base a un partido realista aragonés que se
desarrollará a lo largo de todo el siglo XVI, en oposición al foralista a
ultranza, y que finalmente se impondrá en las Cortes de 1592, tras las
borrascas del año anterior, máximo momento del triunfo foralista.
Dos hechos muy importantes ocurren durante el reinado de Fernando II y
que son provocados desde fuera del reino, obedientes a una política de
raíz castellana y ambos conducentes a procurar la unificación religiosa
en todos los países dependientes de la diarquía. Nos referimos a la
implantación de la nueva Inquisición
del reino. No hay que esforzar demasiado la imaginación para aseverar
que ninguna de las dos radicales medidas hubieran sido adoptadas en
Aragón por su propia iniciativa. Ambas hay que incluirlas dentro del
contexto de la política que significaba la unión de las Coronas de
Castilla y Aragón, ambas suponían un positivo avance del autoritarismo
que los tiempos imponían en las grandes monarquías occidentales y en el
sesgo que la nueva monarquía española adoptaba desde sus inicios. Por
supuesto que estas dos medidas son las más importantes que se adoptaron
durante el reinado en Aragón del último de los Trastámaras.
La problemática que indujo a la diarquía a la implantación del Santo Oficio de la Inquisición
afectaba singularmente a los reinos de la Corona de Castilla, pero
Fernando consiguió de Sixto IV, en 1478, al conceder la bula
fundacional, que su competencia alcanzara todos sus Estados. Seguramente
en Fernando pesarían más las razones políticas que las estrictamente
religiosas. Lo cierto es que la Inquisición aragonesa que databa del
siglo XIII quedó arrumbada y que con la nueva, dependiente de la
monarquía, se conseguía tanto abrir una brecha en el imponente conjunto
procesal aragonés, independiente de su autoridad, como ratificar una
línea fundamental de su política: la del regalismo religioso.
La introducción de la Inquisición en Aragón en 1482 chocó con una fuerte
oposición. El 4-V-1484, el inquisidor general Torquemada, que de forma
espectacular había conseguido el asentimiento de la clase dirigente
aragonesa en solemne acto celebrado en La Seo zaragozana, nombró los
nuevos inquisidores del reino. El canónigo de dicha catedral, Pedro de Arbués
y Gaspar de Joglar, de la Orden de Predicadores. La oposición
antiinquisitorial, formada por conversos y también por estrictos
foralistas, buscaron todas las formas posibles de evitar su
consolidación. Desde los recursos legales formulados por las
instituciones del reino, hasta la oposición abierta, rayana en rebeldía,
de la que el episodio más saliente fue la negativa de Teruel a aceptar
la presencia de un tribunal volante del Santo Oficio en la ciudad en el
mismo mayo de 1484, y que exigió un mandato personal del rey Fernando,
que fue acatado sin mayor resistencia. Pero el gran error de los
conversos fue recurrir al crimen para coartar las actividades
inquisitoriales. El asesinato de Pedro Arbués el 13- IX-1485 fue lo que
consolidó el nuevo tribunal y desató una terrible represión contra los
conversos -64 ejecuciones capitales-. Con todo, la cuestión de la
Inquisición fue causa de división entre los aragoneses y motivo de
incidencias, a veces graves, en el transcurrir del siglo XVI.
El fin de las juderías
aragonesas sería otro de los acontecimientos más notables del reinado
de Fernando II de Aragón. Aunque los fieles seguidores de la ley mosaica
no eran en 1492 ni tan numerosos ni tan importantes como lo habían sido
hasta el siglo XIV, eran perfectamente tolerados sin que en tierras
aragonesas se notase, de momento, ningún sentimiento antisemita. La
coexistencia era un hecho real. Cuando el famoso edicto de 31-III-1492
llegó a publicarse en Aragón, el 29 de abril del mismo año, sorprendió
por la rotundidad de sus términos en relación a las personas y a sus
bienes. Se cumplió rigurosamente y los millares de afectados -sólo en
Zaragoza más de mil- iniciaron la marcha a su destierro perpetuo,
siguiendo las rutas de Navarra, Francia y los puertos levantinos o
catalanes para integrarse en la gran diáspora sefardita. Por supuesto
que su vacío produjo una situación conflictiva, que unas veces tomó una
perspectiva étnicorreligiosa, otras complicadas situaciones crediticias o
de matiz familiar. En todo caso es un suceso que causó un importante
impacto en el reino. Más afortunados los moros, de momento, subsistieron
con su tradicional sistema de vivir hasta el reinado siguiente, gracias
al apoyo que les prestaron las clases dominantes en los medios rurales.
Durante el reinado de Fernando II puede observarse, si no un
renacimiento del poder nobiliario, al menos una consolidación de su
poder. La nobleza aragonesa colaboraría con su rey en misiones
diplomáticas y guerreras, pero fue uno de los factores principales de
las perturbaciones del reino y promotores de una serie continua de
guerras feudales, que prosiguieron a despecho del monarca, quien no
mostró ningún rigor para reprimirlas. Y cuando Fernando intentó
restaurar el perturbado orden público de Aragón y quiso seguir el método
empleado con tanta fortuna en Castilla, creando a estos efectos una Hermandad
aragonesa, fracasó en su propósito. Empezó su funcionamiento el
1-I-1488, pero bastó que pocos meses después se persiguiese y castigase
al noble aragonés Quiralt de Bardaxí, asesino de un portero del Justicia de Aragón
-y sin que faltase la "tercería legal de un jurista, Martín de
Larraga"-, consiguiese, de hecho, la liquidación de la Hermandad; de
derecho, lo fue en las Cortes de Tarazona de 1495.
Si el monopolio de poder lo detentaba la nobleza en Aragón durante el
reinado de Fernando, y sus frecuentes rivalidades eran motivo importante
de perturbación, no podemos dejar en el olvido las tensiones sociales
del campo aragonés, donde los vasallos señoriales se encontraban en una
posición de inferioridad ante el "absoluto poder" de sus señores que no
dudaban de utilizar el ius maletractandi para imponer su autoridad y
explotar a sus regidos. El incidente más rotundo es la auténtica rebelión de los vasallos de Ariza
contra su señor Guillén de Palafox, pleito cargado de incidencias
durante muchos años y que inútilmente intentó acabar el Rey Católico con
su sentencia de Celadas de 1497, que ratificaba los derechos señoriales
tanto dominicales como de servicios; sentencia tanto más notable, si la
comparamos con la de Guadalupe, verdadera reforma agraria hecha en
beneficio de los remensas catalanes cuyo valor liberador es tan
manifiesto. Los criterios de don Fernando no eran iguales y, por lo que
se ve, dependían de las circunstancias políticas de cada caso. Lo cierto
fue que los campesinos aragoneses de jurisdicción señorial quedaron
sometidos a una dura condición y no sólo en los años fernandinos, sino a
lo largo de toda la época de la dinastía austríaca.
Dentro del cuadro institucional aragonés, en el reinado de Fernando II
se establecen algunas modificaciones fundamentales, por las que las
Cortes mantienen su personalidad sin alteración alguna dentro de la
línea de la consolidación del poder aristocrático, que coarta cualquier
intento reformista del monarca y que se convierte en un reducto del
conservadurismo nobiliario. Durante el reinado se celebraron Cortes en
1483-84 (Tarazona), 1493-94 (Zaragoza), 1495-97 (Zaragoza-Tarazona),
1498 (Zaragoza), 1510 (Monzón), 1512-14 (Monzón) y 1515 (Calatayud);
quizá las más memorables, desde el punto de vista general, sean las de
1510, donde se nos aparece un Fernando que cede de su normal cautela y
su característica prudencia para exaltar una acción de gran impulso
dirigida contra el poder otomano y que además recibe una respuesta
adecuada a su estilo por parte de los miembros de las Cortes, que a su
vez olvidan sus tradicionales recelos y su peculiar regateo a la Corona
para dejarse llevar del entusiasmo fernandino. Es el resultado de las
hasta entonces felices campañas en el norte de África. Fue algo
pasajero, ya que, en cambio, las Cortes de Calatayud significaron un
completo desaire a los proyectos fernandinos, encaminados a defender la
situación de los vasallos señoriales, y el último viaje de Fernando a su
reino privativo estuvo acompañado por la más dura de las oposiciones.
Fernando que no desconocía la posición irreductible de las Cortes,
ciudadela de los intereses nobiliarios, preparó sus propias fuerzas.
Éstas fueron tres: el virreinato en manos del fiel don Alonso, su hijo;
la creación de la Audiencia Real, en 1493, que aunque foral daba al rey
un papel decisivo en la designación de sus magistrados; y el municipio
zaragozano, en el que fijaremos un momento nuestra atención acerca de la
intervención del rey Fernando.
La situación municipal, palenque en que se disputaban los distintos
grupos ciudadanos, experimentó una aguda crisis el 22-VI-1485 con la
ejecución capital, por orden del rey, del actuante jurado en cap micer Martín de Pertusa
represalia contra la ejecución del alguacil mayor de la General
Gobernación, Juan de Burgos, a través del antiguo y siempre discutido Privilegio de los XX
La situación se liquidó el 9-XI-1487, cuando el rey Fernando, presente
en la ciudad, visitó la Casa Consistorial y solicitó del Concejo dejase
el gobierno de la ciudad en sus manos, petición a la que se sometió la
ciudad, sin más limite que quedase a salvo su patrimonio, sus
privilegios, que le habían sido conferidos y que los regidores fuesen
siempre ciudadanos zaragozanos. Aunque la "sumisión" tendría un límite
de tres años, se prolongó, por lo menos parcialmente, hasta 1506, año en
que se retrogradaría a la situación anterior aunque el rey, al
reservarse la elección de los nombres de los integrantes en las bolsas
insaculadoras, aseguraba tener al Ayuntamiento zaragozano afecto, como
así fue en el resto de su reinado.
Durante la monarquía de Fernando II los progresos territoriales de
España fueron considerables. ¿Cuál fue el protagonismo propio de Aragón
en ellos, pese a que varios tuvieron lugar en ámbito correspondiente a
la antigua Corona aragonesa? Siguiendo en orden cronológico iniciamos
esta relación con la conquista del emirato musulmán de Granada. Zurita
nos habla clara y noblemente. Merece reproducir sus palabras, que nos
evitarán otras más alambicadas: "Bien veo que se representará a los más
que leyeren estos anales cuán pocas prendas pusieron este reyno, y el
principado de Cataluña, y los grandes dellos dando aparte la de su
príncipe, que fue la mayor que pudo dar, para alcanzar parte de la
gloria y honra de las victorias que se hubieron en esta santa empresa
contra los moros, que se fueron conquistando con las fuerzas y poder y
grandeza de los reinos de Castilla y León y con el valor de los
naturales dellos...". Pese a ello hay una presencia activa de aragoneses
como combatientes, una contribución económica a esta larga y tenaz
guerra y un seguimiento por parte de los aragoneses, como la cosa propia
de los avatares de la contienda.
Más brillante fue la intervención de los aragoneses en las empresas
descubridoras de Cristóbal Colón. Los nombres de Gabriel Sánchez,
tesorero general del reino; Sancho de Peternoy, maestre racional; Felipe
Climent, protonotario; Alfonso de la Caballería; el secretario Juan
Coloma; el camarero general mayor de Fernando, Juan Cabrero, y Pedro de
Margarit, son personajes que de una manera y otra contribuyen al hecho
del descubrimiento e incluso en los primeros pasos de la conquista, en
forma bastante importante en las horas bajas del futuro almirante de
Indias. El papel de don Fernando en este trascendental hecho resalta
cada vez más, obscurecido excesivamente, como ha estado durante mucho
tiempo, por los sentimientos de Isabel.
En las empresas de Italia y África que debían haber correspondido a la
Corona de Aragón, su participación fue pequeña y excesivamente
directiva, salvo en el año de la crisis de 1506; los castellanos,
dirigidos por don Gonzalo Fernández de Córdoba suplantaron, por voluntad
de la diarquía, a los aragoneses, quienes así se vieron sustituidos por
los castellanos en Nápoles, o mejor decir por los españoles, ya que la
empresa italiana es la que tiene, desde sus momentos iniciales, un
carácter peninsular más amplio, entrando por tanto dentro de la Historia
de España. Algo parecido sucede con la empresa africana
Más valor tiene la intervención aragonesa en la anexión de Navarra,
aunque siempre a escala reducida, ya que no responde a ningún deseo de
los regnícolas que significase cualquier expansión exterior. Lo cierto
es que en las Cortes de Monzón de 1512, presididas en nombre de Fernando
II por su esposa Germana de Foix, correspondiendo a los deseos del
monarca, dispusieron la movilización de un pequeño contingente de tropas
que dirigió Alonso de Aragón y de las que fueron sus capitanes el conde
de Ribagorza, el de Aranda, el de Belchite, el de Fuentes, Francisco
Fernández de Heredia y Blasco de Alagón y cuya acción, incruenta, tuvo
como escenario la merindad de Tudela, ciudad que fue ocupada previo
concierto con sus habitantes (9-IX-1512).
Un momento singularmente interesante del reinado de Fernando II fueron
los años transcurridos entre la muerte de su esposa Isabel (26-XI-1504) y
la de su yerno (25-IX-1506). Durante el breve reinado en Castilla de
Felipe I, en el verano de 1506, volvieron a separarse las Coronas de
Aragón y de Castilla, tiempo aprovechado por don Fernando para recuperar
para la Corona aragonesa la de Nápoles, todavía en manos del Gran
Capitán e incluso para realizar un giro de muchos grados en su política
exterior, procurando -y logrando- la amistad y alianza con Luis XII, rey
de Francia.
El viraje fernandino estaba asegurado con su matrimonio con Germana de Foix
sobrina del rey francés, hecho que tiene lugar en Dueñas el
18-III-1506. Las consecuencias del mismo fueron: asegurar la posición
internacional de Fernando, debilitar su posición interna en Castilla
favoreciendo el creciente partido de Felipe de Austria; y la búsqueda
por parte del Católico de una nueva sucesión que implicaría la ruptura
de la unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón. En el primer
aspecto el éxito más completo fue el resultado de su combinación
diplomática sobre todo a partir de que los asuntos castellanos dejaron
de apremiarle. Don Fernando se convirtió en árbitro de los destinos de
Europa occidental, singularmente de los destinos italianos. En cambio,
pese a sus forcejeos, en Castilla cedió en casi todos los derechos que
le atribuía el testamento isabelino: el 27-VI-1506 firmaba en
Villafáfila un tratado con Felipe el Hermoso de renuncia de la dirección
del reino castellano; el 13 de julio entraba en Aragón por Ariza, en
solitario. En el tercer aspecto, el rumbo de los acontecimientos fueron
totalmente insospechados. En primer lugar, don Felipe moriría
inesperadamente víctima, seguramente, de la peste que asolaba por
aquellos tiempos las tierras hispanas muy reciamente (25-IX-1506) y
pronto regresaría don Fernando a tierras castellanas, requerido por sus
antiguos vasallos que deficientemente regidos por la incompleta regencia
de Cisneros, veían en el rey de Aragón la solución de sus problemas;
por otra parte el hijo de don Fernando y doña Germana tardó en venir, y
cuando llegó, el 3-V-1509, el nuevo Juan de Aragón
no sobrevivió más que unas horas. Pese a los esfuerzos de los reyes en
busca de sucesión, Fernando nada consiguió, sino envenenarse lentamente
con afrodisíacos, que minaron su fuerte constitución y acortaron su
existencia. Al final de su vida, nuestro rey vería que sus iniciales
pensamientos del gran imperio Trastámara iban a transformarse; sus
amplios dominios quedarían en manos de un príncipe extranjero.
En el mes de marzo de 1513, residiendo en Medina del Campo, enfermó
gravemente el rey Fernando. Aunque la crisis pasó, nunca volvió a quedar
bien y tuvo una convalecencia larga y deprimente. Hacemos constar que
la segunda regencia de Fernando en Castilla significó un mayor
alejamiento de su persona y atención de los asuntos de Aragón, los
viajes fueron muy escasos. Los asuntos castellanos, en los que hubo de
actuar con una constante energía, y los problemas internacionales, en
los que demostró una singular maestría, ocuparon casi todo su tiempo. La
última vez que estuvo en Aragón fue durante los meses de
septiembre-octubre de 1515, con ocasión de las Cortes que se celebraron a
la sazón en Calatayud; la última estancia de Fernando en Aragón sería
especialmente dolorosa para él, ya que encontró fuerte oposición a sus
proyectos por parte de los nobles aragoneses, que llegaron a negarle el
subsidio necesario para la defensa del reino; de allí marchó "con todo
el descontentamiento y desagrado que se puede pensar de sus súbditos y
naturales, a quienes él tanto había amado y favorecido...".
Pocos meses vivió ya el Católico. Arrastró los últimos días de su
existencia, que en definitiva son los de una larga agonía, cargada de
impaciencias y preocupaciones, viajando continuamente. Sigue la ruta de
su amada Andalucía y en ella le esperaba la muerte. Fue en Madrigalejo,
una pequeña aldea de la comarca de Trujillo perteneciente al monasterio
de Guadalupe. Era el miércoles 23 de enero de 1516, entre la una y las
dos después de media noche.
El día anterior, don Fernando había otorgado su tercer testamento. En él
declaraba como heredera de todos sus dominios aragoneses a su hija doña
Juana, que sería sustituida en su locura por su hijo -nieto de don
Fernando- el príncipe don Carlos, "para que en nombre de la dicha
Serenísima Reyna, su madre, los gobierne, conserve, rija y administre",
quedando en ausencia suya, como gobernador de la Corona y reino de
Aragón, su hijo don Alonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza y su
lugarteniente general en tierras aragonesas. Cumpliendo sus
disposiciones testamentarias su cuerpo fue trasladado a Granada y
colocado, en su momento, en la capilla real de la catedral granadina.
• Bibliog.:
De la numerosa bibliografía existente sólo citamos aquella que ha tenido especial incidencia en la redacción de este artículo.
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Monográficos
La Corona de Aragón II. La Casa de Trastámara
Se cimientan las bases para la unión de las coronas de Aragón y Castilla.Imágenes de la voz
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