viernes, 16 de junio de 2017

Ayuntamiento de Zaragoza. Centro de Historia

Ayuntamiento de Zaragoza. Centro de Historia

Zaragoza en el siglo XIX

Paseo de la IndependenciaEl
siglo XIX comienza de forma traumática para Zaragoza, con la Guerra
de la Independencia. Los dos sitios sufridos por la ciudad (15 de junio a
14 de agosto de 1808 y, 30 de noviembre de 1808 a 22 de febrero de
1809) y su posterior ocupación por las tropas francesas, hasta 1813,
van a marcar en gran medida su evolución en la primera mitad de este
siglo. La guerra supone para Zaragoza un estancamiento económico,
demográfico y urbanístico, patente en los miles de bajas (unos 54.000
muertos entre los dos asedios) y la destrucción de gran parte de su
caserío, que necesitará de varias décadas dedicadas a su
reconstrucción.



A partir de la restauración de Fernando VII en el trono (1814), se van
a suceder diversos pronunciamientos militares que buscan la
instauración efectiva de la Constitución aprobada en 1812. El
pronunciamiento de Riego, que abrió el Trienio Liberal (1820-1823),
fue secundado en Zaragoza el 5 de marzo dando inicio a un periodo
marcado por la turbulencia y el enfrentamiento político entre
liberales (apoyados en la Milicia Urbana) y absolutistas o entre los
propios liberales (moderados contra radicales), y que se cierra el 7
de abril de 1823 con la entrada en Zaragoza de las tropas francesas (los
"Cien Mil Hijos de San Luis") enviadas por las potencias europeas
en apoyo de Fernando VII. La muerte del monarca, en 1833, abre un nuevo
periodo de inestabilidad marcado fundamentalmente por la Primera
Guerra Carlista (1833-1840), los motines liberales y el proceso
desamortizador. Por lo que respecta a la guerra, son constantes los
intentos carlistas para apoderarse de Zaragoza, como los del 27 de
febrero de 1834 (levantamiento carlista en el barrio del Arrabal,
rápida y duramente sofocado) y el 5 de marzo de 1838, cuando la reacción
de los vecinos hace fracasar un intento del general carlista
Cabañero para tomar la ciudad por sorpresa. Relacionados también con
la oposición al carlismo, el 3 de abril y el 4 de julio de 1835,
sendos motines populares terminan con el asalto a varios conventos
(La Victoria y el colegio franciscano de San Diego el 3 de abril y,
Santo Domingo, San Lázaro y San Agustín el 4 de julio) y el asesinato
de varios religiosos.



Tras un periodo de cierta estabilidad política y social, el 29 de
septiembre de 1868, Zaragoza se une a la revolución conocida como La
Gloriosa, iniciada el 18 de septiembre con el pronunciamiento del
almirante Topete en Cádiz y que supuso el fin del reinado de Isabel
II. El gobierno de la ciudad quedó en manos de una Junta
Revolucionaria, disuelta tras la convocatoria de elecciones a Cortes
constituyentes. Sin embargo, las diferencias sobre el nuevo sistema
político a implantar (monárquicos contra republicanos) junto a
problemas sociales, como la escasez de trabajo y las malas condiciones
de vida de las clases populares, provocan diversos motines e
insurrecciones. El 6 de octubre de 1869 estalló una revuelta
republicana en la ciudad, reprimida con dureza el día 8 por las
tropas del gobierno, en 1873 se produjeron movimientos cantonalistas
en la ciudad y, en 1874, estalla un nuevo motín republicano.



En el plano económico, los inicios del siglo están marcados por la
recuperación de los estragos causados por los Sitios. El avance social
de la burguesía va a coincidir con la implantación de políticas
económicas liberales que buscan fundamentalmente la liberalización de
la propiedad de la tierra y cuya medida más trascendental fue la
desamortización de los bienes eclesiásticos (la de Mendizábal-Toreno
en 1835-36, y la de Madoz en 1855). Sin embargo, la consecuencia de
estas medidas va a ser la concentración de estas tierras en manos
sobre todo de miembros de la burguesía liberal, que consigue amasar
grandes fortunas. Otra consecuencia de la desamortización es la
búsqueda de usos civiles para los grandes edificios expropiados a la
Iglesia: en 1837 el Ayuntamiento adquiere el convento de Santo
Domingo para instalar su sede (hasta entonces ubicada junto a la
Lonja y el Puente de Piedra), y la recién creada Diputación
Provincial de Zaragoza hace lo propio con el de San Francisco. Las obras
de arte procedentes de los conventos desamortizados se depositan en
el ex-convento de Santa Fe (serán la base del actual Museo de
Zaragoza) y los libros de las bibliotecas conventuales pasan en
engrosar una biblioteca pública instalada en el Real Seminario de San
Carlos.

Coincidiendo con el renacer de la economía local, Zaragoza comienza a
superar poco a poco el estancamiento demográfico de principios de
siglo. Así, en 1832 se había recuperado el número de 50.000
habitantes que había en 1808, en 1857 se había llegado a 63.446 y en
1877 a 89.222, mientras que en 1900 rozaba ya los 100.000.



Puente colgante sobre el rio Gallego
Ligado a este crecimiento demográfico, el urbanismo de la ciudad va a
sufrir grandes modificaciones, sobre todo a partir de los años 30 de
esta centuria, como reflejo también del nuevo papel social de la
burguesía y como resultado de la gran disponibilidad de suelo
generada por las desamortizaciones. No obstante, Zaragoza
desaprovecha la oportunidad para plantear la planificación de sus
ensanches y la ciudad se orienta hacia una reforma interna del casco
antiguo, plasmada en la apertura de grandes vías: en 1833 se proyecta
el Salón de Santa Engracia (llamado Paseo de la Independencia desde
1860), en el que se instalará la nueva burguesía; en 1835 se ordena
la Plaza de la Constitución (actual Plaza de España), en 1857 se
alinea o reordena la calle de Don Jaime I, y, en 1868, se abre la calle
de Alfonso I. Estas grandes vías, que sirven de espacio de recreo y
símbolo de la nueva burguesía, cumplen también una función
higienista, en boga en una época marcada por graves epidemias.
Precisamente ésta es la causa de la inauguración, en junio de 1834,
del nuevo cementerio municipal de Torrero. En 1836 se inicia el
empedrado de las calzadas y en 1837 el alumbrado de las calles con
faroles de rebervero. A este momento corresponde también la apertura
de nuevos puentes sobre el rio Ebro, como el puente del ferrocarril
en la Almozara o el Puente del Pilar (o Puente de Hierro), en 1895.





Uno de los factores que más va a influir en el cambio de la
fisonomía urbana de Zaragoza es la llegada del ferrocarril en 1861.
La ciudad pasa a convertirse en centro de comunicaciones de todo el
nordeste peninsular, lo que originará grandes cambios económicos y
condicionará su posterior evolución urbana. El 16 de septiembre de
1861 se inaugura la línea Barcelona -Zaragoza; en 1864 el ferrocarril
entre Madrid y Zaragoza llega a la Estación del Sepulcro, y ese
mismo año se termina la línea Zaragoza-Pamplona, que enlazaría Madrid
con lrún. En 1887 a las estaciones del Norte y del Campo del
Sepulcro se une la de Cariñena.



Entre los grandes edificios construídos en este periodo destacan el
Matadero Municipal (1885, sede en principio de la Exposición
Aragonésa) y la Facultad de Medicina y Ciencias (1893), ambos obra de
Ricardo Magdalena En 1892 se reconstruía la iglesia de Santa
Engracia y en 1893 se derribaba la Torre Nueva; en 1875 se fundan el
Banco de Crédito de Zaragoza y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad
de Zaragoza (1876), inicio de la actual Ibercaja; en 1887 se instalan
los primeros teléfonos en la ciudad (15 abonados), y los primeros
tranvías (tirados por mulas hasta 1902) aparecen en 1885 para
comunicar la plaza de la Constitución con los barrios periféricos
(Torrero, San José, Delicias).



A mediados de siglo, coincidiendo con la progresión de la burguesía y
el asentamiento del Estado liberal, se inicia el proceso de
industrialización de Zaragoza. Uno de estos burgueses emprendedores
fue el banquero Juan Bruil y Olliarburu, fundador de la Caja de
Descuentos Zaragozana (1858), precedente del Banco de Zaragoza. La
instalación de fábricas, normalmente junto a los cauces de agua y las
carreteras de acceso a la ciudad, origina la aparición de las
primeras barriadas obreras en la periferia, que crecen sin ningún
tipo de planificación, y que desde 1885 van a quedar comunicadas con
el centro urbano por una red de tranvías. Entre las prineras fábricas
destacan la Maquinaria Aragonesa (1853), creada por ingenieros
franceses, e Industrias Averly (1863).



La industrialización zaragozana conoce un nuevo impulso en las últimas
décadas del siglo, en el que predominan las industrias
agroalimentarias: harineras, alcoholeras ("La Zaragozana", en 1900) y
azucareras ("Azucarera de Aragón", en 1893, y "Azucarera del
Gállego", en 1898). En este periodo no sólo se renuevan y adaptan a
los nuevos tiempos las industrias ubicadas en la ciudad, sino que
también se instalan otras nuevas, como "Industrial Química", "Cardé
y Escoriaza", "Maquinaria y Metalurgia Aragonesa", "Nueva Azucarera
de Aragón", etc., normalmente ubicadas en las inmediaciones de las
estaciones de ferrocarril más importantes. La demanda de maquinaria
para las nuevas industrias y el ferrocarril impulsa el sector
metalúrgico: a "Industrias Averly" se añaden "Talleres Mercier",
"Cardé y Escoriaza", "Maquinaria y Metalúrgica Aragonesa" entre
otras. En 1893 se crean las primeras empresas de electricidad, la
"Electra-Peral" y la "Compañía Aragonesa de Electricidad" (fusionadas
en 1911 para crear "Eléctricas Reunidas de Zaragoza").



En 1868 la Real Sociedad Económica de Amigos del País organiza la
celebración de la I Exposición Aragonesa, la primera de estas
características que se realizaba en España, que se concebía como un
escaparate de los logros económicos de la burguesía aragonesa a
través de su producción en agricultura, industria y artes. El
arquitecto, Mariano Utrillas, construyó una serie de edificios y
pabellones en tomo a la Glorieta de Pignatelli (actual Plaza de
Aragón), en la que participaron 2.500 expositores, y tras permanecer
abierta dos años sus solares fueron después urbanizados en tomo a la
plaza.



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