martes, 1 de agosto de 2017

febrero | 2015 | Blog Padre Ismael Ojeda

febrero | 2015 | Blog Padre Ismael Ojeda




 



Maná y Vivencias Cuaresmales (12), 1.3.15

febrero 28, 2015



Domingo II de Cuaresma, Ciclo B

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Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”
Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”
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Antífona de Entrada: Salmo 26, 8.9


Mi corazón sabe que dijiste: buscad mi rostro. Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí.





Oración colecta


Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu
Hijo, el predilecto, alimenta nuestra espíritu con tu palabra; así con
mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por
nuestro Señor Jesucristo.






PRIMERA LECTURA: Génesis 22, 1-2.9-13.15-18


En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!»


Él respondió: «Aquí me tienes.»


Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete
al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes
que yo te indicaré.»


Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó
allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre
el altar, encima de la leña.


Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo «¡Abrahán, Abrahán!»


Él contestó: «Aquí me tienes.»


El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas
nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo,
tu único hijo.»


Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en
la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en
lugar de su hijo.


El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro
por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte
reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes
como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus
descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos
los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has
obedecido.»





SALMO 115, 10.15.16-17.18-19


Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.


Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.


Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste
mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre,
Señor.


Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo, en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén.





SEGUNDA LECTURA: Romanos 8, 31b-34


Hermanos:


Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?


El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos
de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo,
que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que
intercede por nosotros?





Aclamación antes del Evangelio: Mateo 17, 15


Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”.





EVANGELIO: Marcos 9, 2-10


En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió
con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos.
Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede
dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés,
conversando con Jesús.


Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien
se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés
y otra para Elías.»


Estaban asustados, y no sabía lo que decía.


Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»


De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.


Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo
que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos.»


Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».





Antífona de comunión: Mateo 17, 5


Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle.





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VIVENCIAS CUARESMALES
La Transfiguración del Señor




12. SEGUNDO DOMINGO


DE CUARESMA CICLO B




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TEXTO ILUMINADOR: Una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo”.


Dios nos llamó para destinarnos a ser santos, no en
consideración a lo bueno que hubiéramos hecho nosotros, sino porque ese
fue su propósito. Esa fue la gracia de Dios que nos concedió en Cristo
Jesús desde la eternidad y que llevó a efecto con la aparición de
Jesucristo, nuestro Salvador. Él destruyó la muerte e hizo resplandecer
la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.



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ORACIÓN COLECTA:

Señor, Padre Santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo,
el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra; así, con mirada
limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.



Esta oración se inspira en el relato evangélico de hoy: El Padre nos
manda escuchar a su Hijo, la Palabra en persona. Por tanto, en la
Cuaresma hay que escuchar más asiduamente la palabra de Dios, alimentar
nuestro espíritu, dejando otras lecturas y distracciones que
frecuentamos. La palabra de Dios limpia el ojo interior, inspira buenas
ideas, inclina hacia el bien, ahoga el mal, nos hace arder el corazón en
deseos del bien, despierta y renueva dentro de nosotros lo mejor que
Dios ha sembrado… Nos hace semejantes al Verbo, fuente de la sabiduría, y
limpia nuestros ojos para contemplar el rostro de Dios.


Vosotros ya estáis limpios por la palabra que habéis escuchado… El que me ve a mí, ve al Padre.
La fe de Abrahán en el Dios veraz le impulsa a salir de la tierra, a
ponerse en camino “hacia donde no sabía”; no hay un lugar concreto a
donde ir, pues, la fe es dependencia absoluta y permanente respecto de
Dios; caminar siempre sin llegar nunca a un lugar para estar, para
descansar; pues nuestro descanso no puede situarse en nada que no sea
Dios mismo.


El Dios de la alianza le promete a Abrahán descendencia, le da “el
hijo de la promesa” y luego se lo pide, le manda que se lo sacrifique.
Humanamente, es una contradicción, algo absurdo. Abrahán debe preferir
la lógica de la fe. Dios sabrá lo que hace. Dios “provee”. Abrahán lo
pierde todo, menos su absoluta confianza en Dios, el único bueno y fiel.
Renuncia a todo, y por ese desprendimiento lo consigue todo. Dios le
devuelve al hijo y con él todas las bendiciones.


Aplicación a nuestra vida, moraleja: en realidad, sólo tenemos seguro
aquello que hemos entregado a Dios. Sólo tenemos y poseemos aquello que
tenemos depositado en Dios. Es decir, lo que amamos en Dios y por Dios,
y tal como él lo ama.


El Padre nos manda una sola cosa: escuchar a Jesús, imitar su vida.
Por la negación de sí mismo a la gloria perfecta, por la pasión a la
resurrección. Pero, desde otra perspectiva, Cristo ya pagó por nosotros.
Su victoria nos pertenece. Ahora todos nosotros podemos pedir al Dios
compasivo, con la confianza de hijos amados, todo tipo de curaciones y
milagros. Podemos pedirle que nos libre del dolor y de la enfermedad, si
nos conviene y es para su gloria.


Tenemos absoluta confianza en Dios por medio de su Hijo que nos dado
un espíritu filial. Todo es posible para Dios. Lo único necesario es la
gloria de Dios, que sea glorificado en nuestra existencia, sea en vida,
sea en muerte. Sólo importa la gloria de Dios, que sea bendecido. Si eso
se realiza a través de milagros y portentos, que así sea, aunque me
cueste creerlo.


Porque resulta curioso que la gloria de Dios consiste en que el
hombre viva plenamente: en que todo hombre experimente aquello mismo que
hizo exclamar a Pedro “¡Qué bien se está aquí!”.


Para ser anegado del esplendor de Cristo hace falta traspasar las
apariencias del Jesús histórico, para entendernos. Es decir, hay que
pasar al Cristo de la fe. Y eso sólo se puede realizar plenamente con la
resurrección del Señor. Por eso Jesús les advierte que no hablen de esa
experiencia hasta que él haya resucitado de entre los muertos. Cuando
sea constituido Señor y Salvador podrá enviar a raudales el Espíritu
sobre los apóstoles conduciéndolos a la verdad plena.


Pero para todo bautizado ya está todo realizado en Cristo de manera
perfecta y ejemplar. La Cuaresma y la Pascua se implican mutuamente,
pues no se pueden separar la Muerte y la Resurrección del Señor.


Por eso, todos nosotros debemos experimentar lo mismo que Pedro, aun en medio de la Cuaresma: Lo
creo, Señor, pero aumenta mi fe. Antes te conocía de oídas, pero ahora
te están viendo mis ojos, te estoy sintiendo en mi corazón.



La transfiguración es una experiencia que capacita pedagógicamente a
los discípulos para afrontar el dolor y la pasión con valentía y con
gozo, de manera plenamente salvífica. Pero no hay que determinar de
manera matemática el antes y el después del dolor y de los consuelos
divinos, pues lo que Dios da lo da para siempre. La experiencia de Pedro
persiste aunque baje de la montaña. La experiencia de Dios permanece en
nosotros aunque salgamos del templo, aunque dejemos la oración
contemplativa, aunque nos invadan las pruebas y la oscuridad o
viscosidad de la propia existencia. La paz del Señor, que el mundo no
puede dar, nos acompaña siempre.


Para conseguir esa vida nueva, gozosa y permanente, hay que morir a
la ley del merecimiento, de lo debido… para pasar al amor, a la
libertad, a la gratuidad, al compartir el gozo, no caprichoso ni
arbitrario, pero sí maravilloso y nupcial de Dios desposado con la
humanidad, con cada uno de nosotros, sus hijos.


Mirad que hago nuevas todas las cosas. Lo anterior pasó, llegaron
los últimos tiempos, los del Esposo. El desierto está brotando. ¿Es que
no lo notan?”
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Oración sugerida: Señor, ten paciencia
conmigo y enséñame; da gloria a tu nombre y transfigúrame. Es preciso
que tú crezcas y que yo disminuya. ¿Adónde iría, Señor, lejos de ti?
Estoy dispuesto a todo. Mi vida será gozarme en ti. Pues tú eres digno
de toda bendición. Amén.



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Para tu reflexión y oración reproduzco el texto de
Filipenses. Pablo exhorta a los hermanos a que se mantengan firmes en el
Señor:



“Pues como ya os advertí muchas veces, y ahora tengo que
recordároslo con lágrimas en los ojos, muchos de los que están entre
vosotros son enemigos de la cruz de Cristo. Su paradero es la perdición;
su dios, el vientre; se enorgullecen de lo que debería avergonzarlos y
sólo piensan en las cosas de la tierra. Nosotros, en cambio, tenemos
nuestra ciudadanía en los cielos, de donde esperamos como salvador a
Jesucristo, el Señor. Él transformará nuestro mísero cuerpo en un cuerpo
glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter todas
las cosas” (Flp 3, 18-21).



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Himno de espiritualidad cuaresmal


Llorando los pecados tu pueblo está, Señor. Vuélvenos tu mirada y danos el perdón.


La Cuaresma es combate; las armas: oración, limosnas y vigilias por el reino de Dios.


“Convertid vuestra vida, volved a vuestro Dios, y volveré a vosotros”, esto dice el Señor.


Tus palabras de vida nos llevan hacia ti. Los días cuaresmales nos las hacen sentir. Amén.


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Durante toda la Cuaresma, pero hoy de manera especial por ser el Día del Señor, podemos y debemos exclamar con Pedro: ¡Qué
bien se está aquí! Pues si tenemos a Dios, ¿qué nos falta? Comenzamos a
decirlo con verdad aquí en la tierra, como peregrinos. Y resultará
beneficioso y gratificante ejercitarnos en esa percepción de fe y
experiencia del amor de Dios. Un día esperamos decirlo con gozo y para
siempre, en la gloria, con nuestros hermanos, con los ángeles y con los
santos: ¡Qué bien se está aquí!



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Maná y Vivencias Cuaresmales (11), 28.2.15

febrero 28, 2015



Sábado de la 1ª semana de Cuaresma

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Si amáis sólo a quienes os aman, ¿qué recompensa tendréis?
Si amáis sólo a quienes os aman, ¿qué recompensa tendréis?
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Antífona de entrada: Salmo 18, 8


La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.





Oración colecta


Dios, Padre eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para
que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único
necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia.
Por nuestro Señor Jesucristo.







PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 26, 16-19


Moisés habló al pueblo diciendo: Hoy el Señor, tu Dios, te ordena
practicar estos preceptos y estas leyes. Obsérvalas y practícalas con
todo tu corazón y con toda tu alma. Hoy tú le has hecho declarar al
Señor que él será tu Dios, y que tú, por tu parte, seguirás sus caminos,
observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus leyes, y escucharás su
voz.


Y el Señor hoy te ha hecho declarar que tú serás el pueblo de su
propiedad exclusiva, como él te lo ha prometido, y que tú observarás
todos sus mandamientos; que te hará superior –en estima, en renombre y
en gloria– a todas las naciones que hizo; y que serás un pueblo
consagrado al Señor, tu Dios, como él te lo ha prometido.





SALMO 118, 1-2. 4-5. 7-8


¡Felices los que siguen la ley del Señor!


Felices los que van por un camino intachable, los que siguen la ley
del Señor. Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan de
todo corazón.


Tú promulgaste tus mandamientos para que se cumplieran íntegramente.
¡Ojalá yo me mantenga firme en la observancia de tus preceptos!


Te alabaré con un corazón recto, cuando aprenda tus justas
decisiones. Quiero cumplir fielmente tus preceptos: no me abandones del
todo.





Aclamación antes del Evangelio: Amós 5, 14


Buscad el bien, y no el mal, para que tengáis vida; y así el Señor de los ejércitos estará con vosotros como lo decís.





EVANGELIO: Mateo 5, 43-48


Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a
tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus
enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que
está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y
hace caer la lluvia sobre justos e injustos.


Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa
merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus
hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el
cielo”.





Antífona de comunión: Mateo 5, 48


Dice el Señor: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en los Cielos”.





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VIVENCIAS CUARESMALES
Tocar a los hermanos para comprender y amar
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11. SÁBADO
PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
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TEXTO ILUMINADOR: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen.
En el Antiguo Testamento, Dios hace alianza con su pueblo: “Yo te
protegeré, seré tu Dios, y tú serás mi pueblo, mi pueblo fiel que cumple
mis mandatos”. Esos mandatos se resumen en imitar a Dios mismo: Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.


Esa perfección es el amor sin límites, sin dejarse vencer por el mal,
amando incluso al enemigo. Practicar un amor así constituye como el
distintivo de los hijos de Dios.


Esta práctica no sólo es difícil sino que es imposible para el
hombre, abandonado a sus propias fuerzas. Es imposible sin la gracia de
Dios, pero Dios da esa gracia a todos porque así es él, y a nadie
reconoce como hijo a no ser que se le parezca a él por la práctica del
amor y del perdón.


Sólo el amor libera y salva, sólo el amor permanece porque Dios es amor, como enseña san Juan.


En la oración colecta de la misa de hoy pedimos que “nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia”.
El amor verdadero, es decir el amor que recibimos de Dios mismo, se
manifiesta necesariamente en el perdón y la misericordia hacia los
hermanos. En eso se le reconoce que procede de Dios y no de nosotros
mismos o del mal espíritu.


Aunque el perdón es principalmente don de Dios, también es un
aprendizaje en el que debemos ejercitarnos siempre, pero especialmente
en el tiempo de Cuaresma, secundando la gracia de Dios, por supuesto.



Por eso, vamos a ofrecer en este día unas consideraciones
sobre el perdón. Entendemos que perdonar y vivir reconciliados no es
tanto el resultado de un acto voluntarista y casual, cuanto fruto de un
esfuerzo procesual y progresivo. Perdonar supone un proceso, una
secuencia existencial y espiritual.



A continuación voy a describir ese proceso. Señalaré unos
pasos progresivos para alcanzar el más completo perdón hacia las
personas que nos han ofendido.



La meta será poder amarlas de verdad, como Dios las ama.
Ojalá podamos incluso dar gloria a Dios por todo lo que él permitió que
nos sucediera. En el proceso del perdón distinguimos hasta diez pasos
graduales, que describo a continuación:



El primer paso consiste en romper el tifón
que nos domina y nos hace recordar obsesivamente el mal que nos han
causado. Es preciso desviar la atención de “mi” herida, para mirar hacia
fuera y salir. Debo pensar: mi problema no es lo más importante del
mundo. No tengo por qué recordar, revivir y menos contar a otros lo que
pasó. ¿Para qué martirizarme con ello?


En segundo lugar, es preciso renovar la memoria
para fijar nuestra atención, no ya en el mal que me han ocasionado,
sino en todo lo bueno que esa persona, ahora enemiga, nos proporcionó en
el pasado o en el presente no tan inmediato. Hay que ser más objetivos,
más justos. Tratar de ver o de descubrir la otra parte… la parte buena.
En fin, valorar las obras buenas.


Un paso más, tercero: consiste en tratar de comprender o entender
al que nos ofendió. Acercarnos a las motivaciones reales de aquel que
nos ofendió. Solemos reconocer que apenas nos conocemos a nosotros
mismos, y ¿pretendemos conocer el mundo interno de los demás? ¿Qué grado
de libertad y, por tanto de culpabilidad, tendrán los demás en sus
comportamientos?


Seguro que tu hermano, a quien ves ahora como enemigo o por lo menos
adversario, no es tan malvado como tú piensas: nadie es malo
gratuitamente, sin motivo.


A lo mejor con su comportamiento pretendía defenderse, autoafirmarse,
realizarse en la vida… Quizás es él, precisamente, el que más sufre por
ser así o haberse portado así contigo. Quizás se equivocó, no se dio
cuenta… ¿Qué no daría por borrar totalmente lo que hizo o pensó hacer?
Si consiguiéramos comprender al otro, quizás no tendríamos que
perdonarlo.


En cuarto lugar, es preciso suspender todo juicio
condenatorio. Primero, porque no podemos calibrar bien su culpabilidad;
y segundo, porque el juicio pertenece a Dios. Él es el único dueño de
nuestro prójimo y por tanto el más ofendido.


Nosotros ¿qué derechos tenemos sobre él? ¿Qué hemos hecho por él, qué
nos debe, qué nos cuesta su vida? Si nuestro hermano no es nuestro,
tampoco nos pertenece el juicio. Éste le corresponde a Dios.


Quinto: Debemos ser muy prudentes y respetuosos
en las relaciones con los demás, porque no podemos saber si somos
mejores o peores que los otros. Pues no sabemos lo que ellos han
recibido.


Quizás, en su caso, tú hubieras hecho lo mismo que tu prójimo. Si él
hubiera recibido lo que has recibido tú, ¿qué habría sido en la vida,
cuáles serían sus comportamientos?


Por consiguiente, en sexto lugar, no podemos ser muy
exigentes con los demás, pues podríamos ser injustos exigiéndoles
demasiado, y provocando en ellos el desánimo y hasta la desesperación.


Es mejor echarlo todo a la mejor parte, por principio y de manera sistemática. Piensa bien de tu prójimo,
y aun lo mejor, y así, al menos no pecarás. No parece que sea muy
evangélico el dicho: Piensa mal y acertarás, ojo. Podríamos ensayar otra
actitud: Piensa bien, y al menos no pecarás.


No tenemos que llevar cuenta de los demás. Menos mal. Eso pertenece a Dios. Ya tenemos bastante con llevar cuenta de nosotros mismos, con tratar de aprender en todo, con atender al propio crecimiento espiritual.


Séptimo: Hay que pasar del “acusar” a los demás al
“acusarse” a sí mismo: y del “excusarse” a sí mismo al “excusar siempre”
a los demás. Esta práctica nos llevará por el camino de la verdad, de
la plenitud y de la felicidad. Esto no significa indiferencia, sino
dejar a Dios ser Dios, y amar, en verdad y de verdad, al hermano: es
decir, amarlo en Dios su Hacedor y su Dueño.


En octavo lugar, tratar de verlo todo desde la fe:
nadie nos ha ofendido, sino que Dios lo ha permitido para nuestro bien.
El último responsable es él. Por supuesto que Dios no quiere que nos
ofendan, pero permite que el hombre, que es libre, cometa el mal.


Sin embargo, no nos deja solos ante el mal, sino que Dios está
siempre dispuesto a ayudarnos para que saquemos bien hasta del mal. Ahí
está su grandeza.


Por otro lado, la trampa en la que caemos con suma frecuencia es ver
las cosas, únicamente, de tejas abajo: quedarnos en las mediaciones como
si fueran causas únicas y definitivas; y comenzamos a buscar culpables y
a defendernos.


En eso nos equivocamos y nos enredamos, pues nada ni nadie manda en
nuestra vida de manera absoluta, en todo caso influyen. Nada ni nadie
nos gobierna, todo es providencia de Dios. Él gobierna el mundo. El
hombre espiritual recurre siempre a Dios preguntándole acerca de todo
cuanto acontece, y esperando sus explicaciones.


Porque Dios es nuestro único dueño. Pues ni el azar ni la casualidad
cuentan, ni siquiera la malevolencia humana puede dañarnos. Nada ni
nadie nos pueden hacer infelices. Nuestra felicidad depende sólo de Dios
y de nosotros. De lo contrario seríamos marionetas, no seríamos libres.


Por tanto, nadie puede quitarnos la felicidad ni la paz. Como
creyentes creemos que Dios lo ordena y dispone todo para nuestro bien y
aprovechamiento, incluso las ofensas que recibimos de los demás y las
injusticias. Por eso, en todo debemos salir airosos. Pues ¿quién nos
podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús?


Por tanto, noveno, debemos intentar renunciar
de una vez por todas a que nos hagan justicia los humanos, a que se
aclaren las cosas, a que reconozcan nuestra inocencia, a que nos
devuelvan el aprecio y el honor…


Es decir, debemos tratar de no condicionar nuestra felicidad personal
a que los otros cambien. Eso no depende de nosotros. Renunciar de una
vez por todas a cambiar a los demás como condición para alcanzar
nosotros la felicidad; renunciar, y respirar hondo, liberarse de esa
pesadilla, de una vez por todas, y dejarlo todo en manos de Dios.


De inmediato darle gracias a Dios que nos permite poder perdonar, o,
por lo menos, desearlo de corazón… dando nuestro brazo a torcer,
doblegando nuestra cerviz, sometiendo nuestro amor propio y afán de
venganza… para que triunfe la voluntad de Dios que nos manda perdonar. Y
nos lo manda por nuestro bien. Sólo así le permitimos a él darnos su
perdón y la felicidad eterna.


Finalmente, décimo, bendecir a Dios
porque permitió que todo eso sucediera, y porque nos ha ayudado a
transformar el mal en bien. Rezar por la persona que nos ofendió y
pedirle a Dios que la comprenda, que no le tenga en cuenta su pecado,
que la bendiga y le conceda todo lo que le pueda hacer feliz.


Más todavía: dejarle a Dios ser Dios, y que se porte con ella
conforme a su gran misericordia, siendo con ella más misericordioso,
incluso más generoso que como lo hace con nosotros mismos, si es que nos
podemos expresar así. Alegrarnos de que Dios se alegre por el perdón y
la felicidad derrochados con el hijo pródigo.


En fin, no ver con malos ojos que Dios sea bueno y hasta ingenuo,
según nuestras apreciaciones, con el pecador. Intentar comprender los
comportamientos misericordiosos de Dios. Él sí se fía de verdad, porque
él es Dios no hombre: sus pensamientos son infinitamente superiores a
los nuestros.


Es decir, dejarnos inundar del amor infinito de Dios para gustar de
la presencia de Dios que todo lo abarca llenándolo de vida y de
bendición para sus hijos amados en su bendito Hijo Jesús, el primogénito
entre muchos hermanos.


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Texto iluminador
Ustedes deben
rezar así: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden. Porque si ustedes perdonan las ofensas de los
hombres, también el Padre celestial los perdonará. En cambio, si no
perdonan las ofensas de los hombres, el Padre tampoco los perdonará a
ustedes (Mt. 6, 8-15).
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Estimado
hermano, hermana: Ahora puedes hacer algún ejercicio de perdón,
valiéndote de los puntos anteriormente expuestos. Merece la pena
intentarlo en Cuaresma.
Puedes
pensar en alguna persona que te haya ofendido en la vida. Puedes
recordar cómo te has sentido despreciado por otras personas, sobre todo,
familiares o amigos. Anímate a perdonar y a olvidar para siempre,
renunciando a guardar la ofensa dentro de ti.
Dios te
conceda poder respirar a pleno pulmón, dejando libre a tu ofensor, y
abandonando en manos del Señor tus recuerdos dolorosos. Que te permita
vivir más reconciliado durante esta Cuaresma.
Como es
gracia de Dios, permanecemos orando para que él se apiade de nosotros y
nos conceda vida en abundancia: la reconciliación con nosotros mismos,
con los demás y con Dios. Es decir, la paz del corazón. La plenitud de
vida. Nada es imposible para Dios. Y todo es posible para el que cree.
Ánimo,
hermano, hermana, pon algo de tu parte, y experimentarás cuán bueno es
el Señor que desea lo mejor para ti. Feliz día y feliz Cuaresma. Dios te
bendiga. Amén.
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Maná y Vivencias Cuaresmales (10), 27.2.15

febrero 27, 2015



Viernes de la 1ª semana de Cuaresma

La misericordia y el perdón vienen de Dios
La misericordia y el perdón vienen de Dios





Antífona de entrada: Salmo 24, 17-18


Sálvame, Señor, de todas mis angustias. Mira mis trabajos y mis penas, y perdona todos mis pecados.





PRIMERA LECTURA: Ezequiel 18,21-28


Así dice el Señor Dios:


«Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis
preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no
morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la
justicia que hizo, vivirá.


¿Acaso quiero yo la muerte del malvado –oráculo del Señor–, y no que se convierta de su conducta y que viva?


Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, imitando las
abominaciones del malvado, ¿vivirá acaso?; no se tendrá en cuenta la
justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el pecado que
cometió, morirá.


Comentáis: “No es justo el proceder del Señor.” Escuchad, casa de
Israel: ¿Es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es
injusto?


Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.


Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el
derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se
convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»





SALMO 129, 1-2.3-4.5-7a.7bc-8


Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?


Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.


Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.


Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al
Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el
centinela la aurora.


Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.





Aclamación antes del Evangelio: Ezequiel 18, 31


Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo.





EVANGELIO: Mateo 5, 20-26


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si no sois mejores que
los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.


Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate
será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano
será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que
comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena
del fuego.


Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí
tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y
entonces vuelve a presentar tu ofrenda.


Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras
vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al
alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí
hasta que hayas pagado el último cuarto.»





Antífona de comunión: Ezequiel 33, 11


Tan cierto como que vivo, dice el Señor, no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.





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VIVENCIAS CUARESMALES
La Santísima Trinidad y la Pasión y Muerte del Señor
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10. VIERNES


PRIMERA SEMANA DE CUAREMA


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TEXTO ILUMINADOR:

Dios quiere que el pecador se convierta y viva.


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TEMA: Reconciliación con Dios y con el hermano.


Dios es amor y no puede negarse a sí mismo. Él hizo todo para que
exista y es principio de vida, de toda vida. Nosotros recibimos la
bendición de Dios, cuando su Espíritu asegura a nuestro espíritu que
somos hijos bien amados del Padre e hijos coherederos en el Hijo.


Todo es gracia, no merecimiento propio. La única paga que se nos pide
por ello es imitar la liberalidad de Dios, portándonos con los demás
como Dios se portó con nosotros, perdonándonos mutuamente como Dios nos
perdonó en Cristo.


Es la única condición que pone Dios, no caprichosamente sino como ley
de vida y fidelidad a su propio ser. Lo contrario sería negarse a sí
mismo.


El texto bíblico es Mt. 5, 20-26: “Por eso cuando presentes
una ofrenda ante el altar, si recuerdas que tu hermano tiene una queja
contra ti, deja allí tu ofrenda junto al altar, anda primero a hacer las
paces con tu hermano y entonces vuelve a presentarla”.



Por eso la conversión de la Cuaresma no puede concluir sin haber
hecho una sincera y sentida confesión sacramental que se prolongue en un
talante de vida reconciliada.


Vivir reconciliado implica: recibir el amor de Dios y transmitirlo a
toda la creación, amando a discreción a todos, dando vida y festejando
todo lo bueno, olvidando todo lo malo, ahogando el mal a fuerza de bien.


El que ama, ora necesariamente por el hermano; y la oración del
hermano reconciliado o justo tiene mucho poder delante de Dios porque
eleva las manos limpias de sangre, y sólo los limpios de corazón pueden
ver a Dios.


Nada impuro puede ver a Dios, porque el que no perdona camina en
tinieblas, vive en la oscuridad y permanece maniatado en la cárcel.


“No saldrás de allí hasta que hayas pagado el último
céntimo”. Hasta que tú mismo quieras salir aceptando el amor de Dios y
su perdón para ti, en primer lugar; y así, capacitándote para darlo en
consecuencia a los demás…



A la hora de pedir perdón, no debemos mirar quién comenzó, quién
ofendió primero para que sea él quien se adelante a pedir perdón. El que
más ama es el que se adelanta a pedir perdón porque la enemistad daña
al reino de Dios, venga de donde viniere. Todos somos solidarios en el
bien y en el mal.


Por tu parte, que no quede el pedir perdón, pues el reino está cerca;
si no te escucha tu hermano o se endurece en su aversión, sigue
perdonando y devolviendo bien por mal; así amontonarás ascuas sobre su
cabeza y su conciencia hasta que le llegue la hora del perdón y de la
paz.


Por eso, hermano, junto con el vivir reconciliado, pide por la conversión de los pecadores.


En la Cuaresma, toda la Iglesia, como madre próvida, sufre
por sus hijos que se han olvidado de su bautismo y caminan en la
confusión y el pecado.



La Iglesia clama, hasta con lágrimas, día y noche para que
los pecadores se conviertan del mal camino. Ellos se han apartado de la
familia de la fe, sufren y hacen sufrir necesariamente a los demás, y se
pueden perder para siempre si no cambian.



Estimado hermano, en este viernes de Cuaresma te ofrezco
una consideración de la pasión del Señor. Muchos fieles acostumbran
rezar el Via Crucis todos los viernes de Cuaresma.



Es un ejercicio muy conveniente para acompañar a Cristo
en los misterios de su pasión y muerte. Cada uno es libre para
manifestar su amor al Señor y a los hermanos. Pero es verdad que en este
tiempo debemos hacer algo especial. Pues amor con amor se paga. Feliz
día. Dios te bendiga
.


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Del Espejo de caridad, del beato Elredo, abad
Debemos practicar la caridad fraterna

según el ejemplo de Cristo
Nada nos anima tanto al amor de los enemigos, en el que consiste la
perfección de la caridad fraterna, como la grata consideración de


aquella admirable paciencia con la que aquél que era el más bello de
los hombres entregó su atractivo rostro a las afrentas de los impíos, y
sometió sus ojos, cuya mirada rige todas las cosas, a ser velados por
los inicuos;


aquella paciencia con la que presentó su espalda a la flagelación, y
su cabeza, temible para los principados y potestades, a la aspereza de
las espinas;


aquella paciencia con la que se sometió a los oprobios y malos
tratos, y con la que, en fin, admitió pacientemente la cruz, los clavos,
la lanza, la hiel y el vinagre, sin dejar de mantenerse en todo momento
suave, manso y tranquilo.


En resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.


¿Habrá alguien que, al escuchar aquella frase admirable, llena de
dulzura, de caridad, de inmutable serenidad: “Padre, perdónalos”, no se
apresure a abrazar con toda su alma a sus enemigos? Padre -dijo-,
perdónalos. ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de caridad que pudiera
añadirse a esta petición?


Sin embargo, se lo añadió. Era poco interceder por los enemigos;
quiso también excusarlos. “Padre -dijo-, perdónalos, porque no saben lo
que hacen. Son, desde luego, grandes pecadores, pero muy poco
perspicaces; por tanto, Padre, perdónalos.


Crucifican; pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran
sabido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso,
Padre, perdónalos. Piensan que se trata de un prevaricador de la ley, de
alguien que se cree presuntuosamente Dios, de un seductor del pueblo.


Pero yo les había escondido mi rostro, y no pudieron conocer mi
majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”


En consecuencia, para que el hombre se ame rectamente a sí mismo,
procure no dejarse corromper por ningún atractivo mundano. Y para no
sucumbir ante semejantes inclinaciones, trate de orientar todos sus
afectos hacia la suavidad de la naturaleza humana del Señor.


Luego, para sentirse serenado más perfecta y suavemente con los
atractivos de la caridad fraterna, trate de abrazar también a sus
enemigos con un verdadero amor.


Y para que este fuego divino no se debilite ante las injurias,
considere siempre con los ojos de la mente la serena paciencia de su
amado Señor y Salvador (Libro 3, 5: PL 195, 582).


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Consideración de la humanidad de Cristo:

1. Para compadecerlo como víctima de nuestros pecados. (También nosotros somos con frecuencia víctimas de los pecados y agravios de los demás).


2. Para imitarlo en su paciencia y perdón. (Si Él, siendo inocente, sufrió, perdonó y tuvo paciencia infinita… quiénes somos nosotros para quejarnos).


3. Para comprender y acompañar a los demás cuando sufren por cualquier motivo.
(El que más da, más puede seguir dando; al que tiene se le dará y
tendrá en abundancia; el cristiano es una persona que crece en madurez,
saca fuerzas de su debilidad, hasta devuelve bien por mal, ahogando el
mal a fuerza de bien. Las madres cristianas están llamadas a esta
madurez y fortaleza en Cristo).


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Maná y Vivencias Cuaresmales (9), 26.2.15

febrero 26, 2015



Jueves de la 1ª semana de Cuaresma

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Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos…
Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos…




Antífona de entrada: Salmo 5, 2-3


Señor, oye mis palabras, escucha mi lamento, haz caso de mi voz suplicante, Rey mío y Dios mío.





Oración colecta


Concédenos, Señor, la gracia de conocer y practicar siempre
el bien, y, pues sin ti no podemos ni siquiera existir, haz que vivamos
siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.






PRIMERA LECTURA: Ester 14, 1.3-5.12-14


En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel:


«Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo
otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro.
Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor,
escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus
antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que
habías prometido.


Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación y dame valor,
Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un
discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y
aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices.


A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.»





SALMO 137, 1-2a.2bc.3.7c-8


Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.


Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario.


Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma.


Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor,
tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.





Aclamación antes del Evangelio: Juan 3, 16


Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.





EVANGELIO: Mateo 7, 7-12


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe,
quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros
le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado,
¿le dará una serpiente?


Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que
le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os
traten; en esto consiste la Ley y los profetas.»





Antífona de comunión: Mateo 7, 8


Todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abrirá.





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VIVENCIAS CUARESMALES
Misterio, vida y comunión en la Santísima Trinidad
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9. JUEVES


PRIMERA SEMANA DE CUARESMA


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TEXTO ILUMINADOR: ¡Cuánto más vuestro Padre del cielo dará
cosas buenas –Mateo-, dará el Espíritu Santo –Lucas- a los que le pidan!



TEMA: La voluntad de Dios es que el hombre tenga vida en abundancia.


La oración colecta de este día recoge magistralmente los sentimientos que culminaban la jornada de ayer: “Concédenos,
Señor, la gracia de conocer y practicar siempre el bien, y, pues sin ti
no podemos ni siquiera existir, haz que vivamos siempre según tu
voluntad”.



Como si dijéramos: “Ya que nos das,
Señor, el don primero, el de la vida, danos todo lo demás; ayúdanos a no
apartarnos en lo más mínimo de lo que tú ya has dispuesto para nosotros
con sabiduría y bondad eternas”. Amén.



Que ésta sea tu oración frecuente, estimado hermano, apreciada
hermana, en este día hasta que embargue tu espíritu, lo pacifique y lo
dilate en un gozoso descanso en el Señor. Repítela una y otra vez, si
tienes posibilidades. El Espíritu irá haciendo su obra, sea que veles y
te esfuerces, sea que descanses o bajes la guardia.


Dios es siempre el mismo: dador de vida por excelencia, por
antonomasia. “El Dador de vida en persona”. La semilla de Dios crece por
sí sola en tu corazón benevolente, acogedor, agradecido.


Sabemos que Dios desea lo mejor para nosotros; no podemos suponer
maldad en él, aunque frecuentemente sentimos dificultades para ver sus
planes de paz y bendición. El mal, el dolor, el pecado, las limitaciones
nos escandalizan y perturban.


Por eso, Dios sale a nuestro encuentro por la palabra y la vida de su Hijo. “¿Quién
de ustedes da una serpiente a su hijo en vez de un pez? Si ustedes,
siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre,
el único bueno, dará el Espíritu a los que se lo pidieren!”
(Mt. 7, 7-12).


“¿Quién de ustedes es capaz de darle una piedra a su hijo si le pide
pan, o una culebra si le pide pescado? Si ustedes, que son malos, son
capaces de dar cosas buenas a sus hijos ¡con mayor razón el Padre que
está en los cielos dará cosas buenas al que se las pida!”.


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ORACIÓN TRINITARIA, SUGERIDA


Gracias, Señor Jesús, porque eres mi hermano mayor.
Te confieso como mi Señor y Salvador. Gracias por tu condescendencia con
nuestra flaqueza y por tu paciencia para repetirnos una y otra vez que
el Padre también nos ama.


Perdona nuestra debilidad en creer; en fiarnos de la acción del
Espíritu en nosotros que trata de convencernos del infinito amor del
Padre. Ten paciencia con nosotros, Señor Jesús, e infúndenos tu santo
Espíritu que ilumine nuestra mente y mueva nuestro corazón.


Señor Jesús, queremos escuchar tu voz que nos dice: ¿Tanto tiempo con ustedes y aún no han descubierto a mi Padre?
¿Aún no me conocen, no se dan cuenta de que el Padre es todo para mí?
Él es mi fundamento, mi razón de ser, no hago sino lo que el Padre me
encomienda. ¿Aún no me conocen en profundidad? ¿De dónde sacaría yo
fuerzas y capacidad para devolver bien por mal, sino de él?


A él le confío constantemente todos mis asuntos; por eso, si me
vieran en profundidad, verían claramente a mi Padre, porque él está en
mis orígenes y en el transfondo de todo mi ser, de mi hablar y de mi
actuar.


Quien me ve a mí, Felipe, ve al Padre. No soy yo quien predica, quien
sana, quien perdona… es el Padre que está cumpliendo por mí y en mí y
juntamente conmigo todo lo que había prometido a los patriarcas y
profetas. Porque él es el único bueno. Él es mayor que yo…


Yo soy el amén del Padre: para su gloria y contento, y también para
vuestra salvación; así mi alegría será cumplida, llegará a plenitud, en
vosotros, a cuenta vuestra, por vuestra libertad y salvación. Con
ustedes no tengo secretos; pues sois mis amigos, el pequeño rebaño que
el Padre me confió y me encomendó.


Gracias, Señor Jesús, porque nos aseguras que cuanto
ha hecho el Padre en ti y a través de ti durante tu vida mortal, lo
quiere hacer en nosotros y por nosotros.


El Espíritu que vino sobre ti en el Jordán es el mismo Espíritu que
el Padre ha derramado sobre nosotros en el bautismo; lo derramó sobre
tus discípulos al glorificarte en la cruz, haciéndote perfecto a fuerza
de sufrimientos y sumisión.


Desde la cruz abriste el santuario de tu costado y comenzó a fluir el río de agua viva que saciará la sed de todos los hombres.


Gracias, Padre bueno, porque apoyado en la palabra y
las obras de tu bendito Hijo, puedo creer que tú quieres lo mejor para
mí, quieres que tenga vida en abundancia y en plenitud; es lo que más te
gusta, lo que te pareció mejor. Por eso enviaste a tu único Hijo y lo
hiciste pecado por mí.


Si nos has dado al Hijo, ¿qué podrías reservarte ya? Por eso creo que
tú me das con Cristo todas las cosas, es decir, el Espíritu de tu
propio Hijo, el que reproduce en mí la imagen del Hijo y la conciencia
de filiación, la de ser hijo tuyo; hijo adoptivo, sí; pero verdadero
hijo en el Hijo primogénito.


Padre santo, el único generoso, fuente de toda vida, dame el Espíritu Santo y eso me bastará…


Glorifícate en mi vida, Padre de bondad, como te complazca, haz de mí
lo que quieras; pues de ti nada malo me puede venir; no quiero ponerte
ningún obstáculo, ningún reparo; quiero ser como tu Hijo; dispón de mí
como quieras, restaura, poda, sana… enviándome el Santo Espíritu.


Ven, Espíritu Santo, padre amoroso del pobre; ven,
dulce huésped del alma, y haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te
doy las gracias. Quiero que te derrames en todo mi ser para que pueda
tener los sentimientos del Hijo, la mente de Cristo, la humildad de
Jesús y su fidelidad hasta la muerte y muerte de cruz.


Toma en serio mi palabra, Padre de bondad; pues yo también quiero
tomar en serio tu palabra y tu promesa que nos ha comunicado con verdad y
autoridad tu propio Hijo hecho hombre.


Querría tener más fe, querría estar más convencido de todo esto que
estoy expresando, y sentirlo más profundamente, pero tú me comprendes,
pues sabes que soy de barro: ayúdame, y dame esa palabra gemida y
sincera que el Espíritu suscita en mi corazón, el Espíritu que nos hace
hijos en tu bendito Hijo Jesús. Amén.


“Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu
Santo a los que le suplican!”.



ACLAMACIÓN AL EVANGELIO:


“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.


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Estimado lector, te ofrezco una versión del Padrenuestro que
puede iluminar tu vivencia cuaresmal en este día. Se nos exhorta a que
pidamos.



Pues oremos al Señor hasta que sintamos la fuerza y la
suavidad del Espíritu que hace nuevas todas las cosas, comenzando por
nuestro propio corazón.



El Espíritu que nos une al Padre y al Hijo, y que es el
corazón de la Iglesia, que construye la comunidad de los hijos de Dios.
Supliquemos se nos conceda el sentir con la Iglesia de Cristo.



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Padre nuestro, Padre de todos,

líbranos del orgullo de estar solo.


No vengo a la soledad cuando vengo a la oración,

pues sé que, estando contigo, con mis hermanos estoy;

y sé que, estando con ellos, tú estás en medio, Señor.


No he venido a refugiarme dentro de tu torreón,

como quien huye a un exilio de aristocracia interior.

Pues vine huyendo del ruido, pero de los hombres no.


Allí donde va un cristiano no hay soledad, sino amor,

pues lleva toda la Iglesia dentro de su corazón.

Y dice siempre “nosotros”, incluso si dice “yo”.

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Maná y Vivencias Cuaresmales (8), 25.2.15

febrero 25, 2015



Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias.





Miércoles de la 1ª semana

de Cuaresma

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Antífona de entrada: Salmo 24, 6.3.22


Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas
y no permitas que nos derrote el enemigo. Sálvanos, Dios de Israel, de
todas nuestras angustias.






Oración colecta


Señor, mira complacido a tu pueblo, que desea entregarse a ti
con una vida santa; y a los que dominan su cuerpo con la penitencia
transfórmales interiormente mediante el fruto de las buenas obras. Por
nuestro Señor Jesucristo.






PRIMERA LECTURA: Jonás 3, 1-10


Vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»


Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una
gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a
entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: «¡Dentro de
cuarenta días Nínive será destruida!»


Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.


Llegó el mensaje al rey de Nínive; se levantó del trono, dejó el
manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a
proclamar en su nombre a Nínive:


«Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, que no pasten
ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invoquen fervientemente a
Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de
sus manos; quizá se arrepienta, se compadezca Dios, quizá cese el
incendio de su ira, y no pereceremos.»


Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y
se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y
no la ejecutó.





SALMO 50, 3-4.12-13.18-19


Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias.


Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.


Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu.


Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.





Aclamación antes del Evangelio: Ezequiel 18, 31


Arrojad lejos de vosotros todo el mal y estrenad un corazón nuevo, y vivid con ánimo renovado.





EVANGELIO: Lucas 11, 29-32


En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso
a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo,
pero no se le dará más signo que el signo de Jonás.


Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.


Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur
se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los
confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay
uno que es más que Salomón.


Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y
harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación
de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.»





Antífona de comunión: Salmo 5, 12


Que se alegren, Señor, cuantos en ti confían, que se regocijen eternamente porque tú estás con ellos.





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VIVENCIAS CUARESMALES
San Agustín, maestro de la conversión cristiana
..
8. MIÉRCOLES
PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
.
Esta
generación es una generación perversa, porque los habitantes de Nínive
se convirtieron con la predicación de Jonás; y aquí hay uno que es más
que Jonás.


TEMA: La conversión, “la determinada determinación” de cambio. Intransigencia con toda forma de mal. Transformación del corazón.
La
conversión es para todos sin excepción y no podemos excusarnos ni
exigir demasiadas pruebas. Cristo ya ha venido, Dios ya no tiene más que
hacer por nosotros; ahora se pone en acción nuestra respuesta generosa,
nuestra creatividad, la hora de la Iglesia, la hora de la imaginación.
¿Sientes, hermano, celos y fuego por la gloria de Dios en ti y en los
demás?
Deberías
pedir a Dios con toda sinceridad que te purifique sin miramientos,
deberías ponerte en sus manos cada día, pues él es un experto cirujano.
El Espíritu intervendría en toda tu persona para que reprodujeras la
imagen de Cristo.
Como
solícito hortelano, Cristo podaría tus ramas muertas para que dieses
más fruto aunque la poda te doliera. ¿Vives con deportividad tu entrega
al Señor y a los hermanos? No busques muchas pruebas del amor de Dios
hacia ti, ni de sus exigencias, para que seas verdaderamente libre.
La
conversión de los bautizados supera la conversión de los ninivitas
porque se abren a un Dios “siempre mayor”. Nuestra conversión consistirá
en acoger todo el plan de Dios, pues llegaron los últimos tiempos. Esa
acogida exige matar de raíz toda negligencia ante el advenimiento del
reino de Dios pues se ha cumplido el plazo…
Por
eso, Ezequiel 18, 31 nos pide: “Arrojad lejos de vosotros todo el mal y
estrenad un corazón nuevo, y vivid con ánimo renovado” (Aclamación del
Evangelio).
Nuestra conversión se traducirá en una auténtica renuncia al mal en todas sus formas,
con total determinación, de manera absoluta. Renunciar a todo lo que
Dios llama pecado aunque nosotros no lo percibamos del todo así, o no
nos parezca tan malo; sólo de esta manera llegaremos a la verdad total y
la libertad de los hijos de Dios.
Reza el salmo 50 una y otra vez, en esta cuaresma, porque es el salmo penitencial por excelencia.
Tu oración cuaresmal, por excelencia. ¿Si no lo rezas ahora de verdad,
cuándo lo harías? Además, ahora toda la Iglesia te acompaña, de manera
especial.



¿No lo notas? Trata de sentirlo:
La Iglesia es tu familia, no la sientas en modo alguno ajena. Tú rezas
por la conversión de los otros y, al rezar, los comienzas a perdonar y
pides que sus pecados les sean perdonados. Y los demás rezan por ti. Tus
pecados, de alguna manera, son de los otros o afectan a todos. Lo que
hacen los demás, lo haces tú con ellos. En la Cuaresma puedes sentir más
intensamente la unidad de la Iglesia.



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Oración:
Misericordia,
Dios mío; por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa. Mi
sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y
humillado, tú no lo desprecias. ¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme. Y mi boca cantará tu alabanza.
Amén.
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Amable lector,
apreciada lectora, hace ocho días comenzamos el itinerario cuaresmal,
con la imposición de la ceniza. Me alegra pensar que sigues con renovado
amor el día a día de la Cuaresma. Pero nadie está libre de caer en la
rutina.
Por eso, hermano,
hermana, te invito a echar un vistazo atrás y preguntarte cómo has
aprovechado estos ocho días: ¿Has encontrado algo nuevo que te ha
impactado, que te hace vibrar, has avanzado en tu vida espiritual?
Da gracias a Dios por lo conseguido, y pide la gracia de una conversión sincera. San Agustín, el gran convertido, te recuerda: No
necesitas escuchar novedades, sino ser nuevo tú mismo por el afán de
aprender, de superarte, de conocer más a Dios y de hacer más felices a
tus hermanos.
Pensando en los hermanos terciarios, pero sin excluir a
nadie, a continuación te ofrezco un resumen de cómo entendía y sentía
san Agustín la Cuaresma, y cómo la predicaba a sus fieles.



A ver si sus palabras siguen teniendo inspiración y fuerza
para ti. Suerte, con la gracia de Dios, y con el obsequio de tu actitud
humilde. Hasta mañana, si Dios quiere.







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SAN AGUSTÍN EN VIVO, para la Cuaresma
El ciclo litúrgico de los misterios del Señor significa para la
Iglesia una consagración y santificación del tiempo, totalmente opuesto a
los ciclos cósmicos de la filosofía antigua. Contra el perpetuo rodar
de los siglos sin esperanza, la Iglesia introdujo la Pascua, cuyo hecho
central es la resurrección del Señor, y en esperanza la resurrección de
todos los hombres.


Tal ha sido la máxima revolución de la historia, que ya ordena y
encabeza los tiempos en Cristo dándoles un contenido espiritual que
nunca tuvieron los paganos, ni tiene el tiempo entre los musulmanes o
entre los hindúes.


Nuestro tiempo está lleno de Cristo, y por eso lo llamamos cristiano.
Situándose, pues, San Agustín en medio de este acontecimiento cósmico,
divide o acoge la división del tiempo en dos secciones: antes y después
de Pascua.


El primero es de tentación, lucha y tristeza; el segundo, de triunfo y
de gozo. “Este tiempo de miseria y gemido nuestro significa la cuaresma
antes de la Pascua, y los cincuenta días posteriores dedicados a la
alabanza divina representan el tiempo de alegría, del reposo en la
felicidad, de la vida eterna, del reino sin fin que todavía no ha
llegado.


Hay, pues, dos tiempos; uno, antes de la resurrección del Señor;
otro, después de la misma; uno, en el que estamos ahora; otro, en el que
esperamos estar. El tiempo cuaresmal, que es nuestro tiempo actual, es
de tristeza. El aleluya pascual significa el tiempo de gozo, del
descanso y del reino que poseeremos. Son frecuentes en la Iglesia las
alabanzas de Dios -el canto del aleluya- para significar la vida de
alabanzas incesantes del reino futuro.


La pasión del Señor significa nuestro tiempo, en que estamos. Los
azotes, las ataduras, injurias, salivazos, corona de espinas, el vino
con hiel, el vinagre en la esponja, los insultos, los oprobios y,
finalmente, la cruz con el cuerpo pendiente en ella, ¿qué significan
sino el tiempo en que vivimos, que es de tristeza, mortalidad,
tentación?


Por eso es un tiempo feo… Tiempo feo; pero, si lo usamos bien, tiempo
fiel. ¿Qué cosa más fea que un campo estercolado? Más hermoso estaba
antes de recibir el estiércol; mas fue abonado para que diese fruto. La
fealdad, pues, de este tiempo es un signo; ella sea para nosotros tiempo
de fertilidad” (Sermón 254,5).


Aunque todo el tiempo cristiano, mientras vivimos en este mundo,
tiene un rasgo cuaresmal en el sentido mencionado, la cuaresma cristiana
comprende un espacio limitado de días para prepararse a la fiesta de la
Pascua.


Este tiempo se celebraba muy solemnemente en la época del Obispo de
Hipona: “Ya llega el tiempo solemne que debo recomendarles para que
reflexionen más seriamente sobre su alma y sobre la penitencia corporal.
Porque éstos son los cuarenta días sacratísimos en todo el orbe de la
tierra en que, al acercarse la Pascua, todo el mundo, que Dios
reconcilia consigo en Cristo, celebra con loable devoción” (Sermón 209,
1).


Este exordio solemne de un sermón cuaresmal indica bien la seriedad
con que la Iglesia promovía la reconciliación de los cristianos con
Dios. Pensamiento central de la cuaresma era el misterio de la redención
humana obrada por Cristo, y que debía ser actuada por los cristianos
con una cooperación espiritual y corporal.


En la raíz misma de la espiritualidad cuaresmal pone el Santo la
humildad: “Porque este tiempo de humildad significado por estos días es
la misma vida de este mundo en que Cristo, nuestro Señor, que murió una
vez por nosotros, en cierto modo vuelve a padecer todos los años con el
retorno de esta solemnidad. Pues lo que se realizó una vez en el tiempo
para que fuese renovada nuestra vida, se celebra todos los años para
traerlo a nuestra memoria.


Si, pues, durante todo el tiempo de nuestra peregrinación, viviendo
en medio de tentaciones, debemos ser humildes de corazón, ¡cuánto más en
estos días, en que no sólo se vive, sino que también se simboliza en la
celebración este tiempo de nuestra humillación!


Humildes nos enseñó a ser la humildad de Cristo, pues se entregó a la
muerte por los impíos; grandes nos hace la grandeza de Cristo, porque,
resucitando, se adelantó a nuestra piedad” (Sermón 206, 1).


El cristiano, pues, ha de participar de la pasión y resurrección de
Cristo. Por la humildad de la pasión, a la gloria de la resurrección: he
aquí el itinerario espiritual de la cuaresma cristiana. Por eso la cruz
se alza en medio de este tiempo, no sólo como signo de redención, sino
también como bandera de la milicia cristiana: “Y en esta cruz, durante
toda esta vida que se lleva en medio de tentaciones, debe estar siempre
clavado el cristiano” (Sermón 205, 1).


¿Cuál es el programa espiritual de este tiempo? El de una más copiosa
alimentación espiritual por la meditación de la palabra de Dios, o
digamos de las verdades eternas; y el de la crucifixión o mortificación
corporal, significada, sobre todo, por el ayuno.


Tres tipos de penitencia cuaresmal nos ofrece la Escritura en otros
tres personajes de la historia de la salvación: Moisés, Elías y Cristo.
Ellos nos enseñan que “no hemos de conformarnos y apegarnos a este
mundo, sino crucificar al hombre viejo, no andando en comilonas y
embriagueces, en los placeres carnales e impurezas, ni en discordias o
envidias, sino que debemos revestirnos de Jesucristo, sin preocuparnos
de las pasiones del cuerpo (Rom. 13,13-14).


Vive así siempre, ¡oh cristiano! Si no quieres sumergirte en el fango
de la tierra, no desciendas de esta cruz. Y así se debe vivir, sobre
todo en este tiempo cuaresmal, en espera de la vida nueva” (Sermón 205,
1).


La cuaresma tiene una significación total para la vida cristiana: la
de renuncia a los deseos desordenados del mundo. Es la misma exigencia
bautismal con su abnegación de las vanidades mundanas: “Se nos
recomienda en nuestra conducta, mientras vivimos en este mundo,
abstenernos de las codicias del siglo; esto indica el ayuno de este
tiempo conocido de todos con el nombre de cuaresma” (Sermón 270, 3).


La ocupación de este tiempo se resume en la meditación de la palabra
de Dios, en la penitencia corporal -significada particularmente por el
ayuno- y en las obras de misericordia. La Iglesia recomienda más oración
para este tiempo: “Durante estos días dedíquense a más frecuentes y
fervorosas oraciones” (Sermón 205, 2). El fin es conseguir humildad y
contrición de los pecados, o lo que llama el Santo “afanarse gimiendo”
(in gemitu laborare).


El gemido de la oración reconoce dos causas: el sentimiento de los
pecados y la ausencia de la patria durante la peregrinación. Reflexionar
sobre la miseria del pecado y de la ausencia de Dios y de los grandes
bienes que esperamos en la vida futura da a la cuaresma su sello de
austeridad.


Por eso la memoria de la pasión de Cristo impregna todo este
programa, porque el aniversario de los trabajos de Cristo en la pasión
nos recuerda la condición temporal de la existencia cristiana, sujeta a
tantas tentaciones, y nos confirma en la esperanza del perdón.


San Agustín da también una gran importancia al ejercicio de las obras
de misericordia, y dedica un sermón cuaresmal al perdón de las ofensas.
El hombre que odia es una cárcel tenebrosa para sí mismo; su corazón es
su cárcel. Con este motivo comenta las palabras de san Juan: El que no
ama a su hermano está en las tinieblas todavía (Jn 3, 15).


Este ejercicio es necesario para los cristianos durante su vida, pero
en la cuaresma es cuando debe purificarse el corazón, y Agustín no se
cansa de repetir que es uno de los ejercicios cuaresmales que más deben
tenerse en cuenta:


“Atención todos, hombres y mujeres, pequeños y grandes, laicos y
clérigos; y yo también me dirijo a mí mismo. Oigamos todos, temamos
todos. Si hemos faltado contra los hermanos, hagamos lo que manda el
Padre, que también será nuestro juez; pidamos perdón a todos, a los que
tal vez hemos ofendido y dañado con nuestras faltas” (Sermón 211, 5).


El ejercicio del perdón mutuo era muy necesario en la diócesis de
Hipona, porque los africanos eran vengativos. Ya se sabe también que el
ayuno corporal era práctica universal de la Iglesia, con privación de
cosas lícitas e ilícitas: “Castiguemos nuestro cuerpo y reduzcámoslo a
servidumbre; y, a fin de que las pasiones insumisas no nos arrastren a
cosas ilícitas, para dominarlas privémonos también de cosas lícitas”
(Sermón 207, 2).


Pero lo que se le niega al cuerpo debe distribuirse a los
necesitados, porque el ayuno no aprovecha al que lo guarda sin practicar
la misericordia. Constantemente une el Santo las tres cosas -ayunos,
oraciones y limosnas-, como medio de prepararse para la Pascua: “Hay que
dar limosna, ayunar y orar para vencer las tentaciones del mundo, las
insidias del diablo, los trabajos de la vida, las sugestiones de la
carne, las turbulencias temporales y toda clase de adversidad corporal y
espiritual” (Sermón 207, 1).


Toda esta ascética cuaresmal es propia de cualquier tiempo. Por eso
san Agustín asemeja la cuaresma a la misma peregrinación humana, que
avanza en este mundo entre contradicciones, fatigas y combates que sólo
acabarán con el descanso de la Pascua. “Los pobres a quienes damos
limosna, ¿qué otra cosa son sino nuestros portaequipajes, que nos ayudan
a transportar nuestros bienes de la tierra al cielo? Los entregas al
portaequipajes, y él lleva al cielo lo que le das” (Sermón 97 A, 1).


“Mi exhortación, hermanos, sería ésta: den del pan terreno y llamen a
las puertas del Pan celeste. El Señor es ese Pan. Yo soy -dice- el pan
de la vida (Jn 5, 35). ¿Cómo te lo va a dar a ti, cuando tú no se lo
ofreces al necesitado? Ante ti está un necesitado, y tú mismo estás como
necesitado ante otro. Pero aquél está como necesitado ante otro
necesitado, mientras que aquél ante quien tú estás no necesita de nadie.
Haz tú lo que quieres que se haga contigo (Sermón 389, 6).


(Del libro del P. Víctor Capánaga Agustín de Hipona, Maestro de la conversión cristiana, Madrid 1974, pp. 417-420; resumen del P. Pablo Panedas, oar).




Maná y Vivencias Cuaresmales (7), 24.2.15

febrero 24, 2015



Martes de la 1ª semana de Cuaresma

Como la lluvia




Antífona de entrada: Salmo 89, 1-2


Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Desde siempre y por siempre tú eres Dios.





Oración colecta


Señor, mira, con amor a tu familia y a los que moderan su
cuerpo con la penitencia, aviva en su espíritu el deseo de poseerte. Por
nuestro Señor Jesucristo.






PRIMERA LECTURA: Isaías 55, 10-11


Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no
vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla
germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será
mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará mi
voluntad y cumplirá mi encargo.»

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SALMO 33, 4-5.6-7.16-17.18-19


El Señor libra de sus angustias a los justos.


Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.


Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se
avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de
sus angustias.


Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra
su memoria.


Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.





Aclamación antes del Evangelio: Mateo 4, 4


No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.






EVANGELIO: Mateo 6, 7-15


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no
uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar
mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo
que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así:


Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan
nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos
perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del Maligno.


Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del
cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás,
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»





Antífona de comunión: Salmo 4, 2


Tú, Dios, defensor mío, que me escuchaste cuando te invoqué y
me consolaste en la tribulación ten piedad de mí y escucha mi plegaria.






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VIVENCIAS CUARESMALES
.


Nuestra dichosa dependencia vital y existencial respecto de Dios, fuente de vida
.


7. MARTES


PRIMERA SEMANA DE CUARESMA


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TEXTO ILUMINADOR:


Dice el Señor: “Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y
no regresan allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla
hecho germinar… así será la Palabra que salga de mi boca; no volverá a
mí sin haber hecho lo que yo quería y haber llevado a cabo su misión”.



.


TEMA: Cristo, nuestra respuesta al Padre; nuestra gloria.


Marco de la primera semana, lectura de Isaías 55, 10-11.


La Cuaresma implica conversión y tomar conciencia de nuestros
pecados, pero frecuentemente no nos consideramos, ni lo somos de hecho,
grandes pecadores o personas perversas. No hemos cometido graves
delitos, pero sí hemos dejado de hacer mucho bien que pudimos o debimos
haber hecho.


Son muchísimos nuestros pecados de omisión; porque mucho se nos ha
dado; mucho y bueno es lo que Dios ha sembrado en nosotros; por eso,
mucho se nos pide. ¿Y qué fruto estamos dando nosotros? He ahí la cuestión.


Hoy nos lo recuerda la primera lectura tomada de Isaías. Nosotros
somos tierra de Dios que él quiere fecundar para que dé frutos buenos y
en abundancia. La lluvia fecundante es el Espíritu Santo, el poder de
Dios.


La semilla dejada en nosotros es Cristo mismo, pues en él fuimos
creados y en el fondo somos Cristo. Es lo más profundo de nosotros
mismos. Hay un germen divino en nosotros, hay un hijo de Dios en germen
que debe crecer a la estatura de Cristo.


Se nos ha dado como vocación ser hijos en el Hijo Primogénito. Fue el
don precioso; ahora, se nos encomienda dar la talla: hacernos día a día
verdaderos y auténticos hijos del Padre Dios en su bendito Hijo
Jesucristo.


Pero esta tarea, aparte de no exceder nuestras fuerzas por la gracia de Dios, ya está realizada ejemplarmente y de forma misteriosa y plena en Cristo. Él ya ha respondido por nosotros, junto con el Espíritu.


Cristo es el rocío, es la lluvia que desciende a la tierra y de ésta
ha brotado la justicia, la santidad, el tallo de Jesé, lleno del poder
del Espíritu Santo, lleno de gracia y santidad. Sólo Cristo ha
glorificado al Padre como éste se merece.


Él ha llevado a plenitud la voluntad del Padre en total fidelidad,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Sobre esa vara de Jesé,
reposa el Espíritu de sabiduría, de entendimiento… los siete dones del
Espíritu, toda la floración de los frutos del Espíritu Santo.


Todo lo bueno que los hombres hicieron antes de Cristo y todo lo que
harán después de él, ya está recapitulado y realizado en Cristo: hacia
él confluye todo y de él todo dimana, por la acción del único Espíritu, y
para gloria del Padre.


Por eso nos alegramos en Cristo que es nuestro orgullo, nuestra gloria.
Él nos libra de toda ansiedad y temor en nuestra relación con Dios. Él
nos enseñó a llamar a Dios “Padre”. No tenemos por qué multiplicar las
palabras, ni presentarnos a Dios sólo cuando nos consideramos dignos.


No podemos comprar la salvación, sería nuestra ruina el quedarnos
para siempre aislados de Dios, condenados en nuestra propia
autosuficiencia, en la mayor soledad, y en el legalismo letal.


Por Cristo, salimos de nosotros mismos para depender de Dios y
alegrarnos siempre porque al Padre le pareció bien hacernos hijos en su
bendito Hijo, sólo para que sea alabado su nombre.


La alabanza por la gratuidad de nuestra salvación es nuestra
liberación radical, es pasar de la muerte a la vida, del temor al amor.
La oración de alabanza es la más perfecta: la que más agrada a Dios
porque es la que más nos libera de nosotros mismos y nos permite
gozarnos en Dios.


La alegría en el Señor es nuestra salvación. La alabanza de Dios es nuestra fortaleza.


Dios ya lo ha hecho todo, ya dispuso el banquete de la Sabiduría: a
nosotros sólo nos queda el dejarnos conducir por Cristo, tomados de su
mano, hasta la presencia del Dueño de la casa, y dejarnos acomodar a la
mesa por el mismo Cristo, el Dueño de la fiesta que está entre nosotros
como el que sirve y ofreciéndonos el vino nuevo del Espíritu.


Agradecer la gratuidad divina es comenzar a imitarla, portándonos con
los demás como Dios se ha comportado con nosotros, usando con los demás
la medida que usa Dios con nosotros, para entrar así en su Reino donde
se llega a tener dando; y donde renunciando, se llega a poseer.


Una de las experiencias más gratificantes para el ser humano es
precisamente vivir la gratuidad: recibiéndola y dándola a discreción.


Finalmente, si el Padre nos ha enviado el nuevo Adán, Cristo, lleno
de gracia y santidad, no debe extrañarnos que nos proporcione con él, en
él y por él las palabras mismas con las que debemos agradecerle ese
magnífico don. Si nos ha dado la Vida también nos ha dado la Palabra
para agradecérsela.


Por eso, Jesús enseñó a sus discípulos a orar. La existencia santa de
Jesús se proyecta en la oración para volver al Padre y así la oración
está al servicio de la vida. Toda una corriente de vida que viene del
Padre y vuelve al Padre por Cristo en el Espíritu Santo.


Y en esa corriente vital somos incorporados nosotros, por pura
gracia: en virtud de la voluntad salvífica del Padre que nos ha
predestinado antes de los siglos, a través de Cristo, para ser hijos en
el Hijo bendito, mediante el Espíritu Santo, el del Padre y del Hijo.


Apreciemos la oración del Padrenuestro que Cristo mismo nos enseñó:
la más apropiada para corresponder a la dignidad y valor del don
recibido, la vida nueva en el Espíritu. La oración dominical es
reconocida como “un sacramental”, es decir, tiene algo de sagrado o
divino. No es una oración cualquiera.


Por tanto, de alguna forma está adornada con la presencia de la
divinidad: en sus orígenes, en su contenido y en las consecuencias
salvíficas que produce en quienes la usan con fe.


Ofrecemos a continuación unas consideraciones de San Cipriano sobre el Padrenuestro.


.


Del tratado de San Cipriano, obispo y mártir,

sobre el Padrenuestro


El que nos dio la vida nos enseñó también a orar


.

Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las
enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que
corroboran la fe, alimentos del corazón, gobernalle del camino,
garantía para la obtención de la salvación; ellos instruyen en la tierra
las mentes dóciles de los creyentes, y los conducen a los reinos
celestiales.


Muchas cosas quiso Dios que dijeran e hicieran oír los profetas, sus
siervos; pero cuánto más importantes son las que habla su Hijo, las que
atestigua con su propia voz la misma Palabra de Dios, que estuvo
presente en los profetas, pues ya no pide que se prepare el camino al
que viene, sino que es él mismo quien viene abriéndonos y mostrándonos
el camino, de modo que quienes, ciegos y abandonados, errábamos antes en
las tinieblas de la muerte, ahora nos viéramos iluminados por la luz de
la gracia y alcanzáramos el camino de la vida, bajo la guía y dirección
del Señor.


El cual, entre todos los demás saludables consejos y divinos
preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó
también la manera de orar, y, a su vez, él mismo nos instruyó y aconsejó
sobre lo que teníamos que pedir.


El que nos dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma
benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos
escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma
oración que el Hijo no enseñó.


El Señor había ya predicho que se acercaba la hora en que los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad; y cumplió
lo que antes había prometido de tal manera que nosotros, que habíamos
recibido el espíritu y la verdad, como consecuencia de su santificación,
adoráramos a Dios verdadera y espiritualmente, de acuerdo con sus
normas.


¿Pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada
por Cristo, por quien nos fue también enviado el Espíritu Santo, y qué
plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de labios del
Hijo, que es la verdad? De modo que orar de otra forma no es sólo
ignorancia, sino culpa también, pues él mismo afirmó: Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.


Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, nos
enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige
con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo que llega a sus
oídos.


Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las palabras de su
propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el que resuene
en la voz, y, puesto que lo tenemos como abogado por nuestros pecados
ante el Padre, al pedir por nuestros delitos, como pecadores que somos,
empleemos las mismas palabras de nuestro defensor.


Pues, si dice que hará lo que pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto
más eficaz no será nuestra oración en el nombre de Cristo, si la
hacemos, además, con sus propias palabras?


.


Observación final


Estimado amigo, apreciada amiga, que estás haciendo el
itinerario cuaresmal: si estas Vivencias están aportando bienestar a tu
vida, ¿por qué no compartes tu alegría con otros hermanos?



Piensa en alguna persona, amiga o conocida, que pueda estar
necesitando, y hasta buscando a tientas, una renovación de su fe y de su
razón de vivir.



El Papa Benedicto, en su mensaje para la Cuaresma de hace dos
años, nos invitaba a mirar y a fijarnos en el hermano para descubrir
sus necesidades, para apreciarlo como Dios lo aprecia y lo ama. En
definitiva, para conducirlo a Dios. Anímate a ser testigo del Señor, más
conciente y valientemente.



En esta Cuaresma el Señor nos dice: En el tiempo oportuno yo te escucho; pues mira, ahora es tiempo de salvación.




Maná y Vivencias Cuaresmales (6), 23.2.15

febrero 23, 2015



Lunes de la 1ª semana de Cuaresma

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Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda, y les dirá…
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Antífona de entrada: Salmo 122, 2-3


Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su
señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su
misericordia.






Oración colecta


Conviértenos a ti, Dios salvador nuestro; ilumínanos con la
luz de tu palabra, para que la celebración de esta Cuaresma produzca en
nosotros sus mejores frutos. Por nuestro Señor Jesucristo.






PRIMERA LECTURA: Levítico 19,1-2.11-18


El Señor habló a Moisés: «Habla a la asamblea de los hijos de Israel y
diles: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No
robaréis ni defraudaréis ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo. No
juraréis en falso por mi nombre, profanando el nombre de Dios. Yo soy el
Señor.


No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo
hasta el día siguiente el jornal del obrero. No maldecirás al sordo ni
pondrás tropiezos al ciego. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.


No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al
pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu conciudadano. No
andarás con cuentos de aquí para allá, ni declararás en falso contra la
vida de tu prójimo. Yo soy el Señor.


No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente para
que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a
tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el
Señor.”»





SALMO 18, 8.9.10.15


Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.


La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.


Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.


La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.


Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío.





Aclamación antes del Evangelio: 2 Corintios 6, 2


Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.

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EVANGELIO: Mateo 25, 31-46


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su
gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el
trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él
separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las
cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.


Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos
de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.”


Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te
vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os
aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis.”


Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id
al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve
hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui
forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis,
enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.”


Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no
te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo
hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.”
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»





Antífona de comunión: Mateo 25, 40.34


En verdad os digo que cuanto hicieréis con el más
insignificante de mis hermanos, conmigo lo habéis hecho, dice el Señor.
Venid, benditos de mi Padre, y tomad posesión del Reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo.


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VIVENCIAS CUARESMALES
No te cierres a tu propia carne
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6. LUNES


PRIMERA SEMANA DE CUARESMA


.







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TEMA central iluminador:


La santidad de Dios se expresa en la cercanía a los pobres.
La santidad del hombre consiste en imitar a Dios: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo (porque es imagen de Dios; porque el deseo de la
felicidad es algo connatural a todo hombre; hay que amar al hermano
“como Dios te ama a ti”).



Se pide en la oración colecta que Dios nos convierta, nos ilumine,
además de extender su mano sobre nuestra debilidad para que la Cuaresma
dé en nosotros sus mejores frutos.


En la Cuaresma Dios siente celos por su pueblo, por cada uno de
nosotros, que fuimos iluminados en el Bautismo y llamados a ser sal de
la tierra y luz del mundo.


Al ver nuestro desvalimiento y la incongruencia en la práctica
cristiana, Dios se remanga el brazo como cuando sacó a los israelitas de
Egipto “con mano poderosa y brazo extendido”.


Dijo en efecto a Moisés: He bajado y he visto que mi pueblo está oprimido, y quiero que tú lo saques de Egipto.


Dios jamás se resigna a vernos esclavizados en el pecado y viviendo como siervos cuando en realidad somos hijos.


El hijo pródigo no podía seguir viviendo entre cerdos, animales
impuros, comiendo su mismo alimento. Era hijo del Rey. Le correspondía
otro tipo de existencia. El padre salía todas las tardes a otear el
horizonte por si regresaría su hijo perdido…


Dios no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de sus hijos.


He bajado, dice el Señor, y he visto el sufrimiento de mi pueblo en
Egipto… Su santidad consiste en sentir en carne propia lo que viven sus
hijos.


Por eso, le dice a Moisés que su nombre es: “El que está junto a ti”,
“el que no te abandona”. Su santidad no significa tanto transcendencia
cuanto cercanía, fidelidad, misericordia, como está poniendo de relieve
el Papa Francisco, gracias a Dios.


Durante la Cuaresma, tratamos de acoger esa cercanía de Dios,
permitiéndole que renueve y hasta rehaga nuestras vidas. Y en segundo
lugar, tratamos de llevar a nuestros hermanos hasta Dios para que
recuperen su libertad.


Como el Padre nos trató enviando a su Hijo, así nosotros debemos
comportarnos como hermanos unos de otros, prójimos o próximos y
misericordiosos.


Sólo así podremos seguir gozando del amor de Dios, precisamente
dándolo a discreción. Sólo así percibiremos en nuestra conciencia la voz
clara del Espíritu de Cristo: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve
hambre y me disteis de comer.


Si Cristo no tuvo reparo en identificarse con cualquier hombre y
también conmigo, ¿por qué voy a sentir repugnancia, si tengo ya su Santo
Espíritu?


El milagro de la Cuaresma consistirá en la renovación del corazón de cada creyente, pasando del egoísmo al amor.


Corazones nuevos, hombres nuevos para crear la civilización
del amor, un mundo más fraterno, más inclusivo, donde prevalezca el
respeto, la misericordia y el perdón de las ofensas.



Será la obra de Dios actuante en nosotros por la fuerza de su
Espíritu que hace nuevas todas las cosas. Dejémonos transformar por él y
supliquémosle: atráenos a ti para que podamos acercarnos a ti. Y en ti
abrazaremos a todos los hombres y a toda la creación.


Ven, Espíritu divino, en esta Cuaresma y descúbrenos al Padre
a través de Cristo el Señor, presente en todos los hombres, en
particular, en los más necesitados. Amén.



ORACIÓN COLECTA


Conviértenos a ti, Dios Salvador nuestro; ilumínanos con la
luz de tu Palabra, para que la celebración de esta Cuaresma produzca en
nosotros sus mejores frutos.



Frutos de santidad: 1ª Lect. “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. No robaréis. No mentiréis. No engañaréis a vuestro prójimo…” (Levítico l9, 1-2.11-18).


La santidad en Dios no significa tanto separación de la historia
humana, o trascendencia, sino cercanía al hombre, plenitud en el amor.


Es el primer fruto de la filiación divina, imitar al Padre, el único
bueno y misericordioso, ser pacientes como él, que manda el sol y la
lluvia sobre buenos y sobre malos.


“Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino… Porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…” (Mt 25,
31-46).



En la oración después de la comunión se pide que la recepción del
cuerpo y sangre de Cristo y la nueva efusión del Espíritu Santo
producida por la eucaristía, en el transcurso de la misa, constituya un
alivio para el cuerpo y para el alma.


Toda misa es “sanadora” porque llega a la persona en toda su
integridad, restaurando nuestro ser según la llamada original a ser
imagen de Cristo, plenitud de todas las cosas, gracias al cual y
mediante su Espíritu podemos establecer relaciones positivas con toda
criatura.


Estamos llamados a ser bendecidos por el único Hijo en quien el Padre encuentra sus complacencias.


“Restaurar en Cristo la integridad de la persona”, “imagen” de Dios.
Toda ascesis cristiana trata de hacernos volver a la “imagen prístina”
que Dios puso en nosotros (purificar; iluminar). Salmo 102. Himno a la
Misericordia de Dios. (Se recomienda meditar para pedir el perdón de
Dios…).


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Comentario de San Agustín a Mt 25, 31-46:
Los pobres a quienes damos limosna, ¿qué son, sino nuestros
portaequipajes, que nos ayudan a traspasar nuestros bienes de la tierra
al cielo? Los entregas a tu portaequipajes y lleva al cielo lo que le
das. “¿Cómo, dices, lo lleva al cielo? Estoy viendo que los consume en
comida”.


Así es precisamente como los traslada, comiéndolos en vez de
conservarlos. ¿O es que te has olvidado de las palabras del Señor?
Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino. Tuve hambre y me disteis
de comer…


Si no despreciaste a quien mendigaba en tu presencia, mira a quién
llegó lo que diste: Cuando lo hicisteis con uno de estos pequeños,
conmigo lo hicisteis. Lo que tú diste lo recibió Cristo; lo recibió
quien te dio qué dar; lo recibió quien al final se te dará a sí mismo…


Mi exhortación, hermanos míos, sería ésta: dad del pan terreno y
llamad a las puertas del Pan celeste. El Señor es ese pan. Yo soy, dijo,
el pan de vida (Jn 5, 35)… Dios quiere que le demos a él, puesto que
también él nos ha dado a nosotros…


Aunque él es el verdadero Señor y no necesita de nuestros bienes,
para que pudiéramos hacer algo en su favor, se dignó sufrir hambre en
los pobres: Tuve hambre, dijo, y me disteis de comer… Cuando lo
hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis (Sermón 389, 4-6).


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OBSERVACIÓN FINAL


Estimado lector, te propongo un ejercicio de síntesis en tu itinerario cuaresmal.


Puedes preguntarte: De todo lo que estoy pensando hoy, orando
y conversando, ¿qué debo confirmar como ya logrado y conseguido? ¿Qué
progreso experimento dentro de mí y en mi comportamiento con el hermano?



Haz un esfuerzo de autoanálisis invocando previamente la ayuda del Espíritu.


Y por otro lado, ¿qué debo cambiar, qué queda aún esperando
ser aclarado, asumido, sanado, superado… con la gracia de Dios y la
acción vivificadora y consoladora del Espíritu?



¡Feliz día: Que lo llenes de buenas obras!





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El maná de cada día, 5.2.15

febrero 5, 2015



Jueves de la 4ª semana del Tiempo Ordinario

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los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos
los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos






PRIMERA LECTURA: Hebreos 12, 18-19.21-24
Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego
encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta;
ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les
siguiera hablando. Y tan terrible era el espectáculo, que Moisés
exclamó: «Estoy temblando de miedo.»


Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo,
Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de
los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las
almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la
nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que
habla mejor que la de Abel.





SALMO 47


Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo.


Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro
Dios, su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra.


El monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey; entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar.


Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad del Señor de los
ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios: que Dios la ha fundado para
siempre.


Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu
renombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra; tu diestra
está llena de justicia.





Aclamación: Marcos 1, 15


Está cerca el reino de Dios -dice el Señor- : convertíos y creed en el Evangelio.





EVANGELIO: Marcos 6, 7-13


En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en
dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que
llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja,
ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica
de repuesto.


Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de
aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos
sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»


Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.





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SIN ALFORJA, SIN BASTÓN Y SIN PAN
Cuando Lucas narra la misión de los Doce insiste en un detalle
importante: el Señor les mandó a anunciar el Reino de Dios sin más
provisión que su autoridad y su poder sobre todos los demonios. Y les
mandó que no llevaran nada más para el camino: ni bastón, ni alforja, ni
pan, ni dinero, ni siquiera una túnica de repuesto.


Debía bastarles ese poder y autoridad que habían recibido de Cristo,
debían fiarse de El y no de su bastón, de sus provisiones, de su dinero o
de su túnica.


No niega el Señor el valor y la necesidad de los medios humanos.
Enseña, más bien, que esos medios se quedan muy cortos y limitados
cuando se trata de las cosas del Reino y de la expulsión de los
demonios. No son suficientes; es más, pueden mostrarse innecesarios y
hasta inútiles frente a los planes y modos de hacer de Dios, que Él
suele realizar a su modo y no al nuestro.


Esta es la libertad interior que requiere nuestro apostolado para que sea realmente una obra de Dios y no una cosa nuestra.


Si Cristo hubiera programado y planificado la redención del hombre al
modo humano con toda seguridad que no habría muerto en la cruz ni
habría elegido el camino de la humillación y del dolor. No te fíes de
tus planes apostólicos, de tus cualidades, de tus dotes y recursos, de
tus estrategias y gestiones, cuando se trata de las cosas de Dios.


Es verdad que Él cuenta contigo, como quiso contar con los apóstoles.
Pero para una misión sobrenatural has de trabajar, sobre todo, con
medios sobrenaturales: la oración, la eficacia de la Palabra de Dios, la
gracia que te llega por los sacramentos, la comunión con la Iglesia y
mucha confianza en que las cosas de Dios no se resuelven con regla y
compás.


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El maná de cada día, 4.2.15

febrero 4, 2015



Miércoles de la 4ª semana del Tiempo Ordinario

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No desprecian a un profeta más que en su tierra
No desprecian a un profeta más que en su tierra




PRIMERA LECTURA: Hebreos 12, 4-7.11-15


Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el
pecado. Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo
mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su
reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos
preferidos.» Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos,
pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?


Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele;
pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y
en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas
vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de
retorcerse, se curará.


Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al
Señor. Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios y que ninguna
raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos.





SALMO 102, 1-2.13-14.17-18a


La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.


Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.


Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura
por sus fieles; porque Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos
barro.


Pero la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos: para los que guardan la alianza.





Aclamación: Jn 10, 27


Mis ovejas escuchan mi voz -dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen.





EVANGELIO: Marcos 6, 1-6


En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.


Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud
que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué
sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No
es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y
Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les
resultaba escandaloso.


Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»


No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos
imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los
pueblos de alrededor enseñando.





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S.S.Benedicto XVI.  Angelus del domingo 8 de julio de 2012
Voy a reflexionar brevemente sobre el pasaje evangélico de este
domingo, un texto del que se tomó la famosa frase «Nadie es profeta en
su patria», es decir, ningún profeta es bien recibido entre las personas
que lo vieron crecer (cf. Mc 6, 4).


De hecho, Jesús, después de dejar Nazaret, cuando tenía cerca de
treinta años, y de predicar y obrar curaciones desde hacía algún tiempo
en otras partes, regresó una vez a su pueblo y se puso a enseñar en la
sinagoga. Sus conciudadanos «quedaban asombrados» por su sabiduría y,
dado que lo conocían como el «hijo de María», el «carpintero» que había
vivido en medio de ellos, en lugar de acogerlo con fe se escandalizaban
de él (cf. Mc 6, 2-3).


Este hecho es comprensible, porque la familiaridad en el plano humano
hace difícil ir más allá y abrirse a la dimensión divina. A ellos les
resulta difícil creer que este carpintero sea Hijo de Dios. Jesús mismo
les pone como ejemplo la experiencia de los profetas de Israel, que
precisamente en su patria habían sido objeto de desprecio, y se
identifica con ellos.


Debido a esta cerrazón espiritual, Jesús no pudo realizar en Nazaret
«ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos» (Mc
6, 5). De hecho, los milagros de Cristo no son una exhibición de poder,
sino signos del amor de Dios, que se actúa allí donde encuentra la fe
del hombre, es una reciprocidad. Orígenes escribe: «Así como para los
cuerpos hay una atracción natural de unos hacia otros, como el imán al
hierro, así esa fe ejerce una atracción sobre el poder divino» (Comentario al Evangelio de Mateo 10, 19).


Por tanto, parece que Jesús —como se dice— se da a sí mismo una razón
de la mala acogida que encuentra en Nazaret. En cambio, al final del
relato, encontramos una observación que dice precisamente lo contrario.
El evangelista escribe que Jesús «se admiraba de su falta de fe» (Mc 6, 6). Al estupor de sus conciudadanos, que se escandalizan, corresponde el asombro de Jesús.


También él, en cierto sentido, se escandaliza. Aunque sabe que ningún
profeta es bien recibido en su patria, sin embargo la cerrazón de
corazón de su gente le resulta oscura, impenetrable: ¿Cómo es posible
que no reconozcan la luz de la Verdad? ¿Por qué no se abren a la bondad
de Dios, que quiso compartir nuestra humanidad? De hecho, el hombre
Jesús de Nazaret es la transparencia de Dios, en él Dios habita
plenamente. Y mientras nosotros siempre buscamos otros signos, otros
prodigios, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es él, Dios
hecho carne; él es el milagro más grande del universo: todo el amor de
Dios contenido en un corazón humano, en el rostro de un hombre.


Quien entendió verdaderamente esta realidad es la Virgen María, bienaventurada porque creyó (cf. Lc
1, 45). María no se escandalizó de su Hijo: su asombro por él está
lleno de fe, lleno de amor y de alegría, al verlo tan humano y a la vez
tan divino. Así pues, aprendamos de ella, nuestra Madre en la fe, a
reconocer en la humanidad de Cristo la revelación perfecta de Dios.


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El maná de cada día, 3.2.15

febrero 3, 2015



Martes de la 4ª semana del Tiempo Ordinario

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Contigo hablo, niña, levántate
Contigo hablo, niña, levántate
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PRIMERA LECTURA: Hebreos 12, 1-4


Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que
nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos
toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra
fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz,
despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono
de Dios.


Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os
canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en
vuestra pelea contra el pecado.





SALMO 21, 26b-27.28.30.31-32


Te alabarán, Señor, los que te buscan.



Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta
saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por
siempre.


Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en
su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se
postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan
al polvo.


Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor
a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.





Aclamación antes del Evangelio: Mt 8, 17


Cristo tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.





EVANGELIO: Marcos 5, 21-43


En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla,
se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.


Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo,
se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las
últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.» Jesús
se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.


Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.
Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se
había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había
puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la
gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido
curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que
su cuerpo estaba curado.


Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida,
en medio de la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»


Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”»


Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se
acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le
echó a los pies y le confesó todo.


Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»


Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la
sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al
maestro?»


Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»


No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan,
el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y
encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.


Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»


Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la
madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la
cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo
hablo, niña, levántate»).


La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce
años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se
enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.


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Reflexión del Papa Francisco en Casa Santa Marta:

«¿Cómo encontrar la esperanza? Menos telenovelas y más Evangelio»
Jesús transmite mucho más que pensamientos positivos: transmite «la
esperanza». Pero hay que estucharlo mediante el Evangelio, en lugar de
perder el tiempo con «telenovelas» o los «chismes de los vecinos». Son
las indicaciones que dio Papa Francisco en la homilía de esta mañana de
la Misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta, según indicó la
Radio Vaticana.


Solo la contemplación cotidiana de la Palabra de Dios ayuda a tener
la «verdadera» esperanza. El Pontífice nuevamente invitó a leer el
Evangelio cada día, incluso 10 minutos, para dialogar con el Señor, en
lugar de ver la tele o de perder el tiempo con los chismes del vecino.


Pero, ¿cuál es el centro de la esperanza?, se preguntó Francisco.
Tener «fija la mirada sobre Jesús», fue su respuesta. El Pontífice
argentino desarrolló su homilía de hoy a partir del pasaje de la Carta a
los Hebreos que se detiene precisamente sobre la esperanza. Y subrayó
que sin escuchar al Señor tal vez podamos igualmente «tener optimismo y
ser positivos», pero la esperanza «se aprende mirando a Jesús».


Refiriéndose a la oración «de contemplación», el Pontífice observó
que «es bueno rezar el Rosario todos los días», hablar «con el Señor,
cuando tengo una dificultad, o con la Virgen o con los Santos…».


Pero, añadió, es importante realizar la «oración de contemplación» y
ésta sólo se puede hacer «con el Evangelio en la mano»: «¿Cómo realizo
la contemplación con el Evangelio de hoy? Veo que Jesús estaba en medio
de la muchedumbre, que en torno a él había mucha gente. Cinco veces dice
este pasaje la palabra ‘muchedumbre’.


Pero yo puedo pensar: ¿Jesús, no descansaba?… Siempre con la
muchedumbre. Pero la mayor parte de la vida de Jesús la ha pasado en la
calle, con la muchedumbre. ¿Pero no descansaba?; Sí, una vez: dice el
Evangelio, que dormía en la barca. Pero llegó la tempestad y los
discípulos lo despertaron. Jesús estaba continuamente entre la gente. Y
se mira a Jesús así, contemplo a Jesús así, me imagino a Jesús así. Y le
digo a Jesús lo que me viene a la mente».


El Papa también dijo, comentando el Evangelio del día, que Jesús se
da cuenta de que había una mujer enferma en medio de aquella muchedumbre
que lo tocaba. Jesús, explicó Francisco, «no sólo entiende a la
muchedumbre, siente a la muchedumbre», «siente el latido del corazón de
cada uno de nosotros, de cada uno. ¡Siempre se ocupa de todos y de cada
uno!».


Lo mismo sucede, explicó, cuando el jefe de la sinagoga va «a
contarle de su hijita gravemente enferma: y Él deja todo y se ocupa de
esto».


Francisco continuó imaginando lo que habría sucedido en aquellos
momentos: Jesús llega a esa casa, las mujeres lloran porque la niña ha
muerto, pero el Señor les dice que estén tranquilas y la gente se burla
de él. Aquí, dijo el Papa, se ve «la paciencia de Jesús».


Y después de la resurrección de la niña, en lugar de decirles
«¡Fuerza de Dios!», les dice: «Por favor denle de comer». «Jesús –notó
el Pontífice– tiene siempre pequeños detalles».


«Lo que yo he hecho con este Evangelio dijo también Francisco– es
precisamente la oración de contemplación: tomar el Evangelio, leer e
imaginarme dentro de la escena, imaginarme qué cosa sucede y hablar con
Jesús, como me salga del corazón.


Y con esto nosotros hacemos crecer la esperanza, porque tenemos fija
la mirada sobre Jesús. Hagan esta oración de contemplación. ‘¡Pero tengo
tanto que hacer!’; ‘pero en tu casa, 15 minutos, toma el Evangelio, un
pasaje pequeño, imagina qué cosa ha sucedido y habla con Jesús de
aquello. Así tu mirada estará fija sobre Jesús, y no tanto sobre la
telenovela, por ejemplo; tu oído estará fijo sobre las palabras de
Jesús, y no tanto en los chismes del vecino, de la vecina…».


«Y así –insistió el Papa– la oración de contemplación nos ayuda en la
esperanza. Vivir de la sustancia del Evangelio. ¡Rezar siempre!».


Francisco invitó a «rezar las oraciones, a rezar el Rosario, a hablar
con el Señor, pero también a hacer esta oración de contemplación para
tener nuestra mirada fija sobre Jesús».


De esta oración, añadió, «viene la esperanza». Y así «nuestra vida
cristiana se mueve en ese marco, entre memoria y esperanza»: «Memoria de
todo el camino pasado, memoria de tantas gracias recibidas del Señor; y
esperanza, mirando al Señor, que es el único que puede darme la
esperanza.


Y para mirar al Señor, para conocer al Señor tomemos el Evangelio y
hagamos esta oración de contemplación. Hoy, por ejemplo, aparten diez
minutos, no más de quince, lean el Evangelio, imaginen y digan algo a
Jesús. Y nada más.


Y así su conocimiento de Jesús será más grande y su esperanza
crecerá. No se olviden, teniendo fija la mirada sobre Jesús. Y para esto
la oración de contemplación».


Vatican Insider



El maná de cada día, 2.2.15

febrero 2, 2015



Presentación del Señor

Jornada Mundial de la Vida Consagrada

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Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel
Mis
ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel




Antífona de entrada: Salmo 47, 10-11


Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu
templo. Como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la
tierra; tu diestra esta llena de justicia.






Oración colecta


Dios todopoderoso y eterno, te rogamos humildemente que, así
como tu Hijo unigénito, revestido de nuestra humanidad, ha sido
presentado hoy en el templo, nos concedas, de igual modo, a nosotros la
gracia de ser presentados delante de ti con el alma limpia. Por nuestro
Señor Jesucristo.






PRIMERA LECTURA: Malaquías 3, 1-4


Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare
el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien
vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.


Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá
resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?


Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un
fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos
de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido.


Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»





SALMO 23


El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.


¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.


¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra.


¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.


¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria.






SEGUNDA LECTURA: Hebreos 2, 14-18


Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de
nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló
al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a
todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como
esclavos.


Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles.
Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo
sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los
pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede
auxiliar a los que ahora pasan por ella.





Aclamación: Lucas 2, 32


Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.





EVANGELIO: Lucas 2, 22-40


Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés,
los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor,
de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón
será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley
del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»


Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y
piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba
en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la
muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue
al templo.


Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo
previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:


«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en
paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado
ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu
pueblo Israel.»


Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.


Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está
puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una
bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a
ti, una espada te traspasará el alma.»


Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años
casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del
templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.


Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.


Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo
acompañaba.





Antífona de comunión: Lucas 2, 30-31


Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.


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Homilía del Papa Francisco

en la Fiesta de la Presentación del Señor 2014

XVIII Jornada de la Vida Consagrada
La fiesta de la Presentación de Jesús en el templo es llamada también fiesta del encuentro: en la liturgia, se dice al inicio que Jesús va al encuentro de su pueblo, es el encuentro entre Jesús y su pueblo;
cuando María y José llevaron a su niño al Templo de Jerusalén, tuvo
lugar el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por los
dos ancianos Simeón y Ana.


Ese fue un encuentro en el seno de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y los ancianos:
los jóvenes eran María y José, con su recién nacido; y los ancianos
eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban siempre el Templo.


Observemos lo que el evangelista Lucas nos dice de ellos, cómo les describe. De la Virgen y san José repite cuatro veces que querían cumplir lo que estaba prescrito por la Ley del Señor (cf. Lc
2, 22.23.24.27). Se entiende, casi se percibe, que los padres de Jesús
tienen la alegría de observar los preceptos de Dios, sí, la alegría de
caminar en la Ley del Señor.


Son dos recién casados, apenas han tenido a su niño, y están
totalmente animados por el deseo de realizar lo que está prescrito. Esto
no es un hecho exterior, no es para sentirse bien, ¡no! Es un deseo
fuerte, profundo, lleno de alegría. Es lo que dice el Salmo: «Mi alegría
es el camino de tus preceptos… Tu ley será mi delicia (119, 14.77).


¿Y qué dice san Lucas de los ancianos? Destaca más de una vez que eran conducidos por el Espíritu Santo.
De Simeón afirma que era un hombre justo y piadoso, que aguardaba el
consuelo de Israel, y que «el Espíritu Santo estaba con él» (2, 25);
dice que «el Espíritu Santo le había revelado» que antes de morir vería
al Cristo, al Mesías (v. 26); y por último que fue al Templo «impulsado
por el Espíritu» (v. 27).


De Ana dice luego que era una «profetisa» (v. 36), es decir,
inspirada por Dios; y que estaba siempre en el Templo «sirviendo a Dios
con ayunos y oraciones» (v. 37). En definitiva, estos dos ancianos están
llenos de vida. Están llenos de vida porque están animados por el
Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus peticiones…


He aquí el encuentro entre la Sagrada Familia y estos dos
representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él
quien mueve a todos, quien atrae a unos y a otros al Templo, que es la
casa de su Padre.


Es un encuentro entre los jóvenes llenos de alegría al cumplir la Ley
del Señor y los ancianos llenos de alegría por la acción del Espíritu
Santo.


Es un singular encuentro entre observancia y profecía, donde
los jóvenes son los observantes y los ancianos son los proféticos. En
realidad, si reflexionamos bien, la observancia de la Ley está animada
por el Espíritu mismo, y la profecía se mueve por la senda trazada por
la Ley. ¿Quién está más lleno del Espíritu Santo que María? ¿Quién es
más dócil que ella a su acción?


A la luz de esta escena evangélica miremos a la vida consagrada
como un encuentro con Cristo: es Él quien viene a nosotros, traído por
María y José, y somos nosotros quienes vamos hacia Él, conducidos por el
Espíritu Santo. Pero en el centro está Él. Él lo mueve todo, Él nos
atrae al Templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarle, reconocerle,
acogerle y abrazarle.


Jesús viene a nuestro encuentro en la Iglesia a través del carisma
fundacional de un Instituto: ¡es hermoso pensar así nuestra vocación!
Nuestro encuentro con Cristo tomó su forma en la Iglesia mediante el
carisma de un testigo suyo, de una testigo suya. Esto siempre nos
asombra y nos lleva a dar gracias.


Y también en la vida consagrada se vive el encuentro entre los
jóvenes y los ancianos, entre observancia y profecía. No lo veamos como
dos realidades contrarias. Dejemos más bien que el Espíritu Santo anime a
ambas, y el signo de ello es la alegría: la alegría de observar, de
caminar en la regla de vida; y la alegría de ser conducidos por el
Espíritu, nunca rígidos, nunca cerrados, siempre abiertos a la voz de
Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el
horizonte.


Hace bien a los ancianos comunicar la sabiduría a los jóvenes; y hace
bien a los jóvenes recoger este patrimonio de experiencia y de
sabiduría, y llevarlo adelante, no para custodiarlo en un museo, sino
para llevarlo adelante afrontando los desafíos que la vida nos presenta,
llevarlo adelante por el bien de las respectivas familias religiosas y
de toda la Iglesia.


Que la gracia de este misterio, el misterio del encuentro, nos ilumine y nos consuele en nuestro camino. Amén.



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Mensaje Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2015

febrero 1, 2015



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La familia juega, se comunica
La familia juega, se comunica, se hace comunidad
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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

PARA LA XLIX JORNADA MUNDIAL

DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES



Comunicar la familia:

ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor






El tema de la familia está en el centro de una profunda reflexión
eclesial y de un proceso sinodal que prevé dos sínodos, uno
extraordinario –apenas celebrado– y otro ordinario, convocado para el
próximo mes de octubre. En este contexto, he considerado oportuno que el
tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
tuviera como punto de referencia la familia.


En efecto, la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar.
Volver a este momento originario nos puede ayudar, tanto a comunicar de
modo más auténtico y humano, como a observar la familia desde un nuevo
punto de vista.


Podemos dejarnos inspirar por el episodio evangélico de la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,
39-56). «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en
su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a voz en grito:
“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”» (vv.
41-42).


Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo.
En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño
saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del
encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier
otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo.


El seno materno que nos acoge es la primera «escuela» de
comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a
familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el
sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá.


Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía
tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra
primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos
acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.


Después de llegar al mundo, permanecemos en un «seno», que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia» (Exort. ap. Evangelii gaudium,
66): diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que
nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y
cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son
las edades, más rico es nuestro ambiente de vida.


Es el vínculo el que fundamenta la palabra, que a
su vez fortalece el vínculo. Nosotros no inventamos las palabras: las
podemos usar porque las hemos recibido. En la familia se aprende a
hablar la lengua materna, es decir, la lengua de nuestros antepasados (cf. 2 M 7, 25.27).


En la familia se percibe que otros nos han precedido, y nos han
puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar
vida y hacer algo bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y
este círculo virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia
de comunicarse y de comunicar; y, más en general, es el paradigma de
toda comunicación.


La experiencia del vínculo que nos «precede» hace que la familia sea también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración.


Cuando la mamá y el papá acuestan para dormir a sus niños recién
nacidos, a menudo los confían a Dios para que vele por ellos; y cuando
los niños son un poco más mayores, recitan junto a ellos oraciones
simples, recordando con afecto a otras personas: a los abuelos y otros
familiares, a los enfermos y los que sufren, a todos aquellos que más
necesitan de la ayuda de Dios.


Así, la mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da y que nosotros ofrecemos a los demás.


Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es
la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las
miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se
han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las
otras.


Reducir las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y
acogiéndose, es motivo de gratitud y alegría: del saludo de María y del
salto del niño brota la bendición de Isabel, a la que sigue el
bellísimo canto del Magnificat, en el que María alaba el plan de amor de Dios sobre ella y su pueblo.


De un «sí» pronunciado con fe, surgen consecuencias que van mucho más
allá de nosotros mismos y se expanden por el mundo. «Visitar» comporta
abrir las puertas, no encerrarse en uno mismo, salir, ir hacia el otro.


También la familia está viva si respira abriéndose más allá de sí
misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar su mensaje de vida
y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las familias más
heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es familia de familias.


La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios
y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del
ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener
miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos;
hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva.


Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación:
una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el
arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar.


Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de
modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de
los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la
sociedad.


A propósito de límites y comunicación, tienen mucho que enseñarnos las familias con hijos afectados por una o más discapacidades.
El déficit en el movimiento, los sentidos o el intelecto supone siempre
una tentación de encerrarse; pero puede convertirse, gracias al amor de
los padres, de los hermanos y de otras personas amigas, en un estímulo para abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo; y puede ayudar a la escuela, la parroquia, las asociaciones, a que sean más acogedoras con todos, a que no excluyan a nadie.


Además, en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se
siembra cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las
habladurías, la familia puede ser una escuela de comunicación como bendición.


Y esto también allí donde parece que prevalece inevitablemente el
odio y la violencia, cuando las familias están separadas entre ellas por
muros de piedra o por los muros no menos impenetrables del prejuicio y
del resentimiento, cuando parece que hay buenas razones para decir
«ahora basta»; el único modo para romper la espiral del mal, para
testimoniar que el bien es siempre posible, para educar a los hijos en
la fraternidad, es en realidad bendecir en lugar de maldecir, visitar en
vez de rechazar, acoger en lugar de combatir.


Hoy, los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como ayudar a la comunicación en la familia y entre familias.


La pueden obstaculizar si se convierten en un modo de
sustraerse a la escucha, de aislarse de la presencia de los otros, de
saturar cualquier momento de silencio y de espera, olvidando que «el
silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen
palabras con densidad de contenido» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2012).


La pueden favorecer si ayudan a contar y compartir, a
permanecer en contacto con quienes están lejos, a agradecer y a pedir
perdón, a hacer posible una y otra vez el encuentro. Redescubriendo
cotidianamente este centro vital que es el encuentro, este «inicio
vivo», sabremos orientar nuestra relación con las tecnologías, en lugar
de ser guiados por ellas.


También en este campo, los padres son los primeros educadores. Pero
no hay que dejarlos solos; la comunidad cristiana está llamada a
ayudarles para vivir en el mundo de la comunicación según los criterios
de la dignidad de la persona humana y del bien común.


El desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a narrar,
no simplemente a producir y consumir información. Esta es la dirección
hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de la
comunicación contemporánea.


La información es importante pero no basta, porque a menudo
simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas,
invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una
visión de conjunto.


La familia, en conclusión, no es un campo en el que se comunican
opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas,
sino un ambiente en el que se aprende a comunicar en la proximidad y un sujeto que comunica, una «comunidad comunicante». Una comunidad que sabe acompañar, festejar y fructificar.


En este sentido, es posible restablecer una mirada capaz de reconocer
que la familia sigue siendo un gran recurso, y no sólo un problema o
una institución en crisis. Los medios de comunicación tienden en
ocasiones a presentar la familia como si fuera un modelo abstracto que
hay que defender o atacar, en lugar de una realidad concreta que se ha
de vivir; o como si fuera una ideología de uno contra la de algún otro,
en lugar del espacio donde todos aprendemos lo que significa comunicar
en el amor recibido y entregado.


Narrar significa más bien comprender que nuestras vidas están
entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son múltiples y que
cada una es insustituible.


La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe
comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la
relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No luchamos para
defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y confianza, en
todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir el
futuro.


Vaticano, 23 de enero de 2015


Vigilia de la fiesta de San Francisco de Sales.


Francisco



















































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