martes, 1 de agosto de 2017

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El reino de Israel



Arrastrando tras de sí a diez de las tribus de Israel, Jeroboam
pasó a ser el soberano de un reino mucho más importante que el del sur,
reagrupado alrededor de Jerusalén. En adelante, el reino del norte será
designado en los textos de diversas maneras:



  • Reino de Israel o simplemente Israel porque agrupaba los territorios de Palestina central, que guardaban celosamente el recuerdo de su patriarca Jacob-Israel.



  • Efraím, debido a la importancia de esa tribu.



  • Reino de Samaria o Samaria por el nombre de la capital que pronto le daría el rey Omri.





Siquem, Tirsa, Samaria



En
un comienzo Jeroboam conservó a Siquem como capital de su reino, pero
ya en los primeros años de su reinado el peligro egipcio lo obligó a
abandonar la antigua ciudad en donde por primera vez Abrahán había
levantado un altar a Yavé (Gén 12,7). El faraón Sesonq, después de
haberse apoderado de varias plazas fuertes del reino de Judá, le había
impuesto a Roboam un pesado tributo; sus tropas atravesaban ahora las
tierras de Israel; Jeroboam, entonces, cruzó el Jordán y se puso a
resguardo detrás del río, instalándose en Penuel. Pasado el peligro,
volvió a la Cisjordania, pero no regresó a Siquem, sino que escogió a
Tirsa como su capital en la montaña de Efraím.


Un golpe de estado y el incendio del palacio real llevaron a un
nuevo cambio de capital: Omri… reinó doce años, seis de ellos en Tirsa.
Luego compró a Semer el cerro de Samaria por dos talentos de plata.
Construyó sobre el cerro (1Re 16,8). La elección de Omri era calculada:
Tirsa, construida sobre el brote de uno de los torrentes que descienden
del macizo central al Jordán, no tenía más salida que hacia los
territorios seminómadas de Transjordania: había que salir de su
aislamiento y apuntar a otros horizontes.


Más poderoso y más rico que el reino de Judá, Israel habría
podido tener una mejor suerte; pero a pesar de algunos grandes monarcas
como Omri, Ajab, y en los últimos decenios, Jeroboam II, las intrigas y
los numerosos golpes de estado (nueve en poco más de dos siglos)
hicieron imposible una política coherente. Fuera de eso el reino de
Israel debió repeler en varias oportunidades los ataques de los arameos
de Damasco que representaban una amenaza terrible a su frontera noreste.


Los libros de la Biblia, escritos o revisados totalmente en el
reino rival de Judá, son muy parciales cuando hablan de los reyes de
Israel. No traicionan sin embargo la verdad cuando muestran la
influencia preponderante de la cultura cananea y de los cultos locales
con los Baales y las Astartés aunque dan la impresión de mirar en menos a
sus hermanos separados, los israelitas del norte. A pesar de todo
atribuyeron un lugar destacado a las tradiciones y a los documentos que
se referían a los dos profetas excepcionales que hubo en ese país: Elías
y Eliseo.







Las últimas horas



Al
final, el despertar de Asiria acarreó la ruina del reino de Israel. Con
Asurbanipal II el armamento había hecho progresos considerables, se
poseían maquinarias capaces de conquistar las ciudades mejor
fortificadas, la caballería había reemplazado a los carros, y los
destacamentos de arqueros y de lanceros constituían la fuerza de la
infantería. Pecaj, que reinaba entonces en el reino del norte fue lo
bastante inconsciente como para armar con Damasco una coalición contra
Teglat-falazar: eso le costó la mitad de su reino. Oseas, algunos años
más tarde, cometió el mismo error. El asirio Salmanasar V lo hizo
arrestar, invadió todo el país y sitió Samaria. En el noveno año de
Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, desterró a los israelitas a Asur
(2Re 17,5). El año 721 el reino de Israel había dejado de existir, su
territorio pasó a constituir en adelante cuatro provincias asirias:
Meguido, Dor, Galaad y Samaria.



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