domingo, 2 de julio de 2017

La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana-Instrumentum laboris

La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana-Instrumentum laboris





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SÍNODO DE LOS OBISPOS

XIII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE
CRISTIANA
INSTRUMENTUM LABORIS
Ciudad del Vaticano

2012
Índice
Prefacio


Introducción


Puntos de referencia

Las expectativas en
relación al Sínodo


El tema de la Asamblea sinodal

Del Concilio Vaticano II
a la nueva evangelización


La estructura del Instrumentum laboris


Primer capítulo

Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre



Jesucristo, el evangelizador

La Iglesia,
evangelizada y evangelizadora


El Evangelio, don para cada
hombre


El deber de evangelizar

Evangelización y
renovación de la Iglesia



Segundo capítulo

Tiempo de nueva evangelización



La exigencia de
una “nueva evangelización”


Los escenarios de la
nueva evangelización


Las nuevas
fronteras del escenario comunicativo


Los cambios del escenario
religioso


Como cristianos
dentro de estos escenarios


Missio ad gentes,
atención pastoral, nueva evangelización



Transformaciones de la parroquia y nueva evangelización


Una definición y su significado


Tercer capítulo

Transmitir la fe



El primado de la fe

La Iglesia
transmite la fe que ella misma vive


La pedagogía de la fe

Los sujetos de la
transmisión de la fe


La familia, lugar
ejemplar de evangelización


Llamados para evangelizar

Dar razón de la propia fe

Los frutos de la fe


Cuarto capítulo

Reavivar la acción pastoral



La
iniciación cristiana, proceso evangelizador


La exigencia del primer anuncio

Transmitir la fe, educar al
hombre


Fe y conocimiento

El fundamento de
toda pastoral evangelizadora


Centralidad de las vocaciones


Conclusión


Jesucristo, Evangelio que da esperanza

La alegría de evangelizar



“Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Es la súplica de los
Apóstoles al Señor Jesús al percibir que solamente en la fe, don de Dios, podían
establecer una relación personal con Él y estar a la altura de la vocación de
discípulos. El pedido era debido a la experiencia de los propios límites. No se
sentían suficientemente fuertes para perdonar al hermano. La fe es indispensable
también para realizar los signos de la presencia del Reino de Dios en el mundo.
La higuera seca hasta las raíces sirve a Jesús para dar coraje a los discípulos:
“Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y
arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que
dice, lo obtendrá” (Mc 11,22-24). También el evangelista Mateo subraya
la importancia de la fe para cumplir grandes obras.
“Yo os aseguro: si
tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si aun decís,
a este monte ‘Quítate y arrójate al mar’, así se hará” (Mt 21,21).


Algunas veces el Señor Jesús reprocha a “los Doce” porqué tienen poca fe. A
la pregunta sobre porqué no han logrado expulsar al demonio, el Maestro
responde:
“Por vuestra poca fe” (Δια την όλιγοπιστίαν
ύμών) (Mt 17,20). En el mar de Tiberíades, antes de calmar la tempestad, Jesús
amonesta a los discípulos:
“¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? (όλιγόπιστοι) (Mt 8,26). Ellos deben entregarse confiadamente a Dios y a la providencia, y
no preocuparse por los bienes materiales.
“Pues si la hierba del campo, que
hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con
vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6,30); cf. Lc 12,28).
Análoga actitud se repite antes de la multiplicación de los panes. Frente a la
constatación de los discípulos de haber olvidado de tomar el pan al pasar a la
otra orilla, el Señor Jesús dice:
“Hombres de poca fe, ¿por qué estáis
hablando entre vosotros de que no tenéis panes?¿Aún no comprendéis, ni os
acordáis de los cinco panes de los cinco mil hombres, y cuántos canastos
recogisteis?” (Mt 16,8-9).


En el Evangelio de Mateo la descripción de Jesús que camina sobre las aguas
y llega hasta la barca donde están los apóstoles suscita una especial atención.
Después de haber disipado en ellos el miedo, Jesús acoge la propuesta
condicionada de Pedro:
“Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas” (Mt 14,28).
En un primer momento, Pedro camina sin dificultad sobre las aguas, acercándose
hacia Jesús.
“Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como
comenzara a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’ ”. E inmediatamente Jesús
“tendiendo la mano, le agarró y le dice: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’
(Mt 14,30-31). Jesús y Pedro suben juntos a la barca y el
viento amaina. Los discípulos, testigos de esta grande manifestación, se postran
delante del Señor y hacen una profunda profesión de fe:
“Verdaderamente eres
Hijo de Dios” (Mt 14,33).


En la persona de Pedro es posible reconocer la actitud de muchos fieles, así
como también la de enteras comunidades cristianas, sobre todo en los Países de
antigua evangelización. Varias Iglesias particulares, en efecto, saben lo que
significa no sólo el alejamiento de los fieles, a raíz de la poca fe, de la vida
sacramental y de la praxis cristiana, sino incluso que algunos podrían ser
contados en la categoría de los no creyentes (
άπιστοι; cf. Mt 17,17; 13,58). Al mismo tiempo, no pocas Iglesias experimentan también,
después de un primer entusiasmo, el cansancio, el miedo frente a situaciones
bastante complejas del mundo actual. Como Pedro, temen el clima hostil, de
tentaciones de diversas índoles, de desafíos que exceden sus fuerzas humanas. La
salvación, tanto para Pedro como para los fieles, considerados personalmente y
como miembros de la comunidad eclesial, proviene solamente del Señor Jesús. Sólo
Él puede tender la mano y guiar hacia el lugar seguro en el camino de la fe.



Las breves reflexiones sobre la fe en los Evangelios nos ayudan a ilustrar
el tema de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos:
“La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. La
importancia de la fe en este contexto aparece reforzada por la decisión del
Santo Padre Benedicto XVI de convocar al Año de la fe a comenzar del 11 de
octubre de 2012, en el recuerdo del 50º aniversario de la apertura del Concilio
Ecuménico Vaticano II y del 20º aniversario de la publicación del
Catecismo
de la Iglesia Católica. Ambos eventos tendrán inicio en el curso de la
celebración de la Asamblea sinodal. Una vez más se cumple la palabra del Señor
Jesús dirigida a Pedro, roca sobre la cual el Señor ha construido su Iglesia (
cf.
Mt 16,19): “yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y
tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Todavía
una vez más se abrirá ante todos nosotros
“la puerta de la fe” (Hch
14,27).



Como siempre, también hoy la evangelización tiene como finalidad la
transmisión de la fe cristiana. Ésta se refiere, en primer lugar, a la comunidad
de los discípulos de Cristo, organizados en Iglesias particulares, diócesis y
eparquías, cuyos fieles se reúnen regularmente para las celebraciones
litúrgicas, escuchan la Palabra de Dios y celebran los sacramentos, sobre todo
la Eucaristía, preocupándose por transmitir el tesoro de la fe a los miembros de
sus familias, de sus comunidades, de sus parroquias. Lo hacen a través de la
propuesta y del testimonio de la vida cristiana, del catecumenado, de la
catequesis y de las obras de caridad. Se trata de
evangelización en sentido general, como actividad habitual de la Iglesia. Con
la ayuda del Espíritu Santo, esta evangelización, por así decir ordinaria, debe
ser animada por un nuevo ardor. Es necesario buscar nuevos métodos y nuevas
formas expresivas para transmitir al hombre contemporáneo la perenne verdad de
Jesucristo, siempre nuevo, fuente de toda novedad. Sólo una fe sólida y robusta,
propia de los mártires, puede dar ánimo a tantos proyectos pastorales, a medio y
a largo plazo, vivificar las estructuras existentes, suscitar la creatividad
pastoral a la altura de las necesidades del hombre contemporáneo y de las
expectativas de las sociedades actuales.



El renovado dinamismo de las comunidades cristianas dará un nuevo impulso
también a la
actividad misionera (missio ad gentes), urgente hoy más que nunca,
considerando el alto número de personas que no conocen a Jesucristo, no sólo en
tierras lejanas, sino también en los Países de antigua evangelización.



Dejándose vivificar por el Espíritu Santo, los cristianos serán luego
sensibles a tantos hermanos y hermanas que, no obstante haber sido bautizados,
se han alejado de la Iglesia y de la praxis cristiana. A ellos, en modo
particular, desean dirigirse con la
nueva evangelización para que descubran la belleza de la fe cristiana y la
alegría del encuentro personal con el Señor, en la Iglesia, comunidad de los
fieles.



Sobre estas temáticas se desarrolla el Instrumentum laboris que aquí es presentado. Orden del día de la próxima
Asamblea sinodal, este Documento es el resultado de la síntesis de las
respuestas a los

Lineamenta, llegadas de parte de los Sínodos de los
Obispos de las Iglesias Orientales Católicas
sui iuris, de las
Conferencias Episcopales, de los Dicasterios de la Curia Romana y de la Unión de
los Superiores Generales, como también de parte de otras instituciones, de
comunidades y de fieles, que han querido participar en la reflexión eclesial
sobre el tema sinodal. Con la ayuda del Consejo Ordinario, la Secretaría General
del Sínodo de los Obispos, valiéndose también de la colaboración de válidos
expertos, ha redactado el presente Documento en el cual han sido recogidos
muchos aspectos sobresalientes de la actividad evangelizadora de la Iglesia en
los cinco continentes. Al mismo tiempo se indican varios temas que han de ser
profundizados para que la Iglesia pueda continuar a desarrollar en modo adecuado
su obra evangelizadora, teniendo en cuenta los no pocos desafíos y dificultades
del momento presente. Confiando en la palabra del Señor:
“No se turbe
vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí” (Jn 14,1) y bajo
la iluminada guía del Santo Padre Benedicto XVI, los Padres sinodales están
disponiéndose a reflexionar en un ambiente de oración, de escucha y de comunión
afectiva y efectiva. En esta tarea no están solos, pues están acompañados por
tantas personas que rezan por los trabajos sinodales. Los miembros de la XIII
Asamblea General Ordinaria, dirigiendo la mirada también a la comunión de la
Iglesia glorificada, confían en la intercesión de todos los santos y, en
particular, de la Virgen María, bienaventurada porque
“ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc
1,45).



Dios, bueno y misericordioso, constantemente tiende su mano al hombre y a la
Iglesia, siempre dispuesto a hacer prontamente justicia a sus elegidos. Ellos,
sin embargo, están invitados a aferrar su mano y con fe pedirle ayuda. Esta
condición no puede darse por supuesta, como se puede percibir de la incisiva
pregunta de Jesús:
“Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lc
18,8). Por este motivo, también hoy la iglesia y los cristianos deben repetir
asiduamente la súplica:
“¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Mc 9,24).



Para que la Asamblea sinodal pueda responder a estas expectativas y
necesidades de la Iglesia en nuestro tiempo, invoquemos la gracia del Espíritu
Santo, que Dios
“derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador”
(Tt 3,6), suplicando una vez más al Señor Jesús: “Auméntanos la fe” (Lc
17,5).



+Nikola Eterović

Arzobispo titular de Cibale

Secretario General del Sínodo de los Obispos
Vaticano, 27 de mayo de 2012

Solemnidad de Pentecostés


 1.La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá
lugar del 7 al 28 de octubre de 2012, tiene como tema «La nueva evangelización
para la transmisión de la fe cristiana», como lo ha anunciado el Papa Benedicto
XVI al clausurar los trabajos de la Asamblea Especial para Medio Oriente del
Sínodo de los Obispos. Con la intención de facilitar la preparación específica
de este evento fueron redactados los Lineamenta. A los Lineamenta
y a los relativos cuestionarios han respondido las Conferencias Episcopales, los
Sínodos de los Obispos de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris,
los Dicasterios de la Curia Romana y la Unión de los Superiores Generales.
Además han sido recibidas observaciones individuales de algunos Obispos,
sacerdotes, miembros de institutos de vida consagrada, laicos, asociaciones y
movimientos eclesiales. Un proceso de preparación muy participado que confirma
el interés que el tema elegido por el Santo Padre ha suscitado en los cristianos
y en la Iglesia de hoy. Todas las opiniones y las reflexiones recibidas han sido
recogidas y sintetizadas en este Instrumentum laboris.


Puntos de referencia


2. La convocación de la próxima Asamblea sinodal tiene lugar en un momento
particularmente significativo para la Iglesia católica. Durante su desarrollo se
celebra, en efecto, el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio
Ecuménico Vaticano II, el vigésimo aniversario de la publicación del
Catecismo de la Iglesia Católica
y se abre el Año de la Fe, convocado por el
Papa Benedicto XVI.[1] Por lo tanto,
el Sínodo será una ocasión propicia para poner en evidencia la necesidad de
conversión y la exigencia de santidad que todos estos aniversarios estimulan; el
Sínodo será el lugar en el cual se podrá asumir seriamente y lanzar de nuevo
aquella invitación a redescubrir la fe que, después de haber germinado en el
Concilio Vaticano II y de haber sido retomada una primera vez en el Año de la Fe
convocado por Pablo VI, nos ha sido nuevamente propuesta hoy por el Papa
Benedicto XVI. Es en este clima que el Sínodo tratará el tema de la nueva
evangelización.


3. El arco temporal que de este modo se ha creado está signado por otros puntos
de referencia que se han revelado esenciales, tanto para este momento de
preparación como también para la subsiguiente reflexión sinodal. Además de la
referencia directa y explícita al magisterio del Concilio Vaticano II, no se
puede reflexionar, por ejemplo, sobre la evangelización hoy prescindiendo de las
palabras que sobre este tema ha expresado el Papa Pablo VI, en la Exhortación
Apostólica
Evangelii nuntiandi
y el Papa Juan Pablo II, en la Encíclica

Redemptoris missio
y en la Carta Apostólica
Novo
millennio ineunte
.
En modo coral, en muchísimas respuestas recibidas, estos textos han sido
considerados como puntos de confrontación y de verificación.


Las expectativas en relación al Sínodo


4.Muchas respuestas han subrayado la urgencia de un encuentro de todos para
evaluar cómo la Iglesia vive hoy su originaria vocación evangelizadora, frente a
los desafíos con los cuales está llamada a confrontarse, para evitar el riesgo
de la dispersión y de la fragmentación. Muchas Iglesias particulares (Diócesis,
Eparquías, Iglesias sui iuris), así como diversas Conferencias
Episcopales y Sínodos de las Iglesias Orientales se encuentran actualmente
empeñados, desde hace varios años, en un proceso de verificación de las propias
prácticas de anuncio y de testimonio de la fe. Las respuestas han ofrecido al
respecto un lista verdaderamente abundante de iniciativas desarrolladas por
diversas realidades eclesiales: en nombre de la evangelización y para su
promoción en estas décadas en varias Iglesias particulares se han escrito
documentos y se han pensado proyectos pastorales, se han imaginado iniciativas
(diocesanas, nacionales, continentales) de sensibilización y de sostén, se han
creado centros de formación para cristianos llamados a comprometerse en estos
proyectos.


5. Frente a una tal riqueza de iniciativas, expresada en tonos de claroscuro en
cuanto no todas las iniciativas han producido el resultado esperado, la
convocación sinodal ha sido vista como una ocasión propicia para crear un
momento unitario y católico de escucha, de discernimiento y, sobre todo, para
dar unidad a la opciones que han de hacerse. Es de esperar que la próxima
Asamblea sinodal sea un evento capaz de infundir energías a las comunidades
cristianas y, al mismo tiempo, pueda ofrecer también respuestas concretas a las
múltiples exigencias que surgen hoy en la Iglesia respecto a su capacidad de
evangelizar. Se espera estímulo, pero también una confrontación y una actitud
orientada a compartir instrumentos de análisis y ejemplos de acción.


El tema de la Asamblea sinodal


6. Al anunciar la convocación de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de
los Obispos, el Papa Benedicto XVI ha querido llamar la atención de las
comunidades cristianas acerca de la prioridad del deber que corresponde a la
Iglesia en este inicio del nuevo milenio. Siguiendo los pasos de su predecesor,
el Beato Juan Pablo II – que había visto en el Jubileo del 2000, celebrado a
treinta y cinco años del Concilio Vaticano II, un estímulo para asumir con
renovado impulso de parte de la Iglesia la propia misión evangelizadora – el
Papa Benedicto XVI continúa a enfatizar esa misión, subrayando en ella el
carácter de novedad. La misión recibida de los Apóstoles de ir y hacer
discípulos en todos los pueblos, bautizándolos y formándolos para el testimonio
(cf. Mt 28,19-20); la misión que la Iglesia ha cumplido y a la cual ha
permanecido fiel por los siglos, es hoy llamada a confrontarse con
transformaciones sociales y culturales, que están profundamente modificando la
percepción que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, generando repercusiones
también sobre su modo de creer en Dios.


7. El resultado de todas estas transformaciones consiste en la difusión de una
desorientación, que se traduce en formas de desconfianza hacia todo aquello que
nos ha sido transmitido acerca del sentido de la vida y en una escasa
disponibilidad a adherir en modo total y sin condiciones a lo que nos ha sido
entregado como revelación de la verdad profunda de nuestro ser. Se trata del
fenómeno del abandono de la fe, que se ha manifestado progresivamente en
sociedades y culturas que desde hace siglos aparecían como impregnadas del
Evangelio. La fe, considerada como un elemento cada vez más relacionada con la
esfera íntima e individual de las personas, se ha transformado en una
presuposición para muchos cristianos, que han continuado a preocuparse de las
lógicas consecuencias sociales, culturales y políticas de la predicación del
Evangelio, pero que no se han preocupado suficientemente por mantener viva la
propia fe y la de sus comunidades, fe que como una llama invisible con su
caridad alimentaba y daba energía a todas las otras acciones de la vida. El
riesgo que actuando de este modo la fe se debilite, y con ella se debilite la
capacidad de dar testimonio del Evangelio, se ha transformado lamentablemente en
una realidad en varias naciones, en las cuales la fe cristiana había contribuido
a lo largo de los siglos a la construcción de la cultura y de la sociedad.


8. Reaccionar ante esta situación es un imperativo que el Papa Benedicto XVI se
ha impuesto desde el comienzo de su Pontificado, como ha tenido modo de afirmar:
«La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como
Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la
vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la
vida en plenitud».[2] La Iglesia
siente que es su deber lograr imaginar nuevos instrumentos y nuevas palabras
para hacer audibles y comprensibles también en los nuevos desiertos la palabra
de la fe que nos ha regenerado para la vida, aquella verdadera, en Dios.


9.La convocación del Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la
fe se ubica dentro de esta voluntad de reanimar el fervor de la fe y el
testimonio de los cristianos y de sus comunidades. La decisión de concentrar la
reflexión sinodal en este tema es, en efecto, un elemento que ha se ser
considerado dentro de un plan unitario, cuyas etapas recientes son la creación
de un dicasterio para la promoción de la nueva evangelización y la convocación
del Año de la Fe. Por lo tanto, se espera que a partir de la celebración del
Sínodo crezcan en la Iglesia el coraje y las energías a favor de una nueva
evangelización, que lleve a redescubrir la alegría de creer, y ayude a encontrar
nuevamente entusiasmo en la comunicación de la fe. No se trata de imaginar
solamente algo de nuevo o de promover iniciativas inéditas para la difusión del
Evangelio, sino más bien de vivir la fe en una dimensión de anuncio de Dios: «la
misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo
entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!».[3]


Del Concilio Vaticano II a la nueva evangelización


10. Si el plan de una nueva promoción de la acción evangelizadora de la
Iglesia tiene sus últimas expresiones en las decisiones del Papa Benedicto XVI
que hemos apenas evocado, los orígenes de dicho programa son más profundos y
fundados: este plan ha animado el magisterio y el ministerio apostólico del Papa
Pablo VI y del Papa Juan Pablo II. Más aún, el origen de todo este programa se
encuentra en el Concilio Vaticano II, y en su voluntad de dar respuestas a la
desorientación experimentada también por los cristianos frente a las fuertes
transformaciones y laceraciones que el mundo estaba conociendo en ese período;
respuestas no marcadas por el pesimismo o la renuncia,[4]
sino inspiradas en la fuerza recreadora de la llamada universal a la salvación,[5]
que Dios ha querido para cada ser humano.


11. Así es cómo la acción evangelizadora es puesta por este Concilio
Ecuménico entre sus temáticas centrales: en Cristo, luz de los pueblos,[6]
toda la humanidad redescubre su identidad originaria y verdadera,[7]
que el pecado ha contribuido a oscurecer; y a la Iglesia, sobre cuyo rostro se
refleja esta luz, corresponde la misión de continuar la obra evangelizadora de
Jesucristo,[8] haciéndola presente y
actual, en las condiciones del mundo de hoy. En esta prospectiva la
evangelización puede ser considerada como una de las principales exigencias del
Concilio, que llevó a un nuevo impulso y fervor en esta misión. Para los
ministros ordenados: la evangelización es un deber de los obispos[9]
y de los presbíteros.[10] Más aún,
esta misión fundamental de la Iglesia es un deber de cada cristiano bautizado;[11]
y la evangelización como contenido primario de la misión de la Iglesia fue bien
explicitado en el entero decreto
Ad gentes
, que demuestra cómo con la
evangelización se edifica el cuerpo de las Iglesias particulares y más en
general de cada comunidad cristiana. Así entendida, la evangelización no se
reduce a una simple acción entre otras tantas, sino más bien, en el dinamismo
eclesial, es la energía que permite a la Iglesia realizar su objetivo: responder
a la llamada universal a la santidad.[12]



12. En la misma línea del Concilio, el Papa Pablo VI observaba con gran
previdencia que el empeño de la evangelización debía ser nuevamente promovido
con fuerza y con mucha urgencia, dada la descristianización de muchas personas
que, no obstante el bautismo viven fuera de la vida cristiana; gente simple que
tiene una cierta fe y que conoce mal sus fundamentos. Cada vez más personas
sienten la necesidad de conocer a Jesucristo en una luz diversa de las
enseñanzas recibidas en la propia infancia.[13]
Y además, fiel a la enseñanza conciliar,[14]
agregaba que la acción evangelizadora de la Iglesia «debe buscar constantemente
los medios y el lenguaje adecuados para proponerles la revelación de Dios y la
fe en Jesucristo».[15]


13. El Papa Juan Pablo II hizo de este empeño uno de los principios
fundamentales de su extenso Magisterio, sintetizando en el concepto de “nueva
evangelización” – que él profundizó sistemáticamente en numerosos discursos – el
deber que incumbe a la Iglesia hoy, en particular en las regiones de antigua
cristianización. Este programa se refiere directamente a la relación de la
Iglesia con el externo, pero presupone, ante todo, una constante renovación
hacia el interno, un continuo pasar, por así decirlo, de evangelizada a
evangelizadora. Basta recordar algunas palabras suyas: «Enteros países y
naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron
florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están
ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente
transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y
del ateismo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer
Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo – si bien entremezclado
con espantosas situaciones de pobreza y miseria – inspiran y sostienen una
existencia vivida “como si no hubiera Dios” [...]. En cambio, en otras regiones
o naciones todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de
religiosidad popular cristiana; pero este patrimonio moral y espiritual corre
hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre
los que destacan la secularización y la difusión de las sectas. Sólo una nueva
evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz
de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad. Ciertamente urge
en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la
condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades
eclesiales que viven en estos países o naciones».[16]



14. El Concilio Vaticano II y la nueva evangelización son también temas
frecuentes en el magisterio de Benedicto XVI. En su discurso de augurios
navideños a la Curia Romana en el 2005 – en coincidencia con el cuadragésimo de
la clausura del Concilio – él ha subrayado, frente a una “hermenéutica de la
discontinuidad y de la ruptura”, la importancia de la «“hermenéutica de la
reforma”, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia,
que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla,
pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino».[17]
Al convocar al Año de la Fe, el Santo Padre ha auspiciado que tal evento pueda
«ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por
los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, “no pierden
su valor ni su esplendor”». Y afirmaba a continuación: «también deseo reafirmar
con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi
elección como Sucesor de Pedro: “Si lo leemos y acogemos guiados por una
hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza
para la renovación siempre necesaria de la Iglesia”».[18]
Por lo tanto, como indican algunas respuestas a los Lineamenta, las
mencionadas orientaciones de Benedicto XVI, en sintonía con sus predecesores,
son una guía segura para afrontar el tema de la transmisión de la fe en la nueva
evangelización, en una Iglesia atenta a los desafíos del mundo actual, pero
firmemente anclada en su viva tradición, de la cual forma parte el Concilio
Vaticano II.


La estructura del Instrumentum laboris


15. De la reflexión sinodal se espera un desarrollo y una profundización de la
obra que la Iglesia ha venido desarrollado en estas últimas décadas. El
imponente material de iniciativas y de documentos ya producidos en nombre de la
evangelización y de su renovado impulso, ha hecho decir a muchas Iglesias
particulares que la expectativa no está principalmente en las cosas que han de
ser hechas, sino más bien en la posibilidad de contar con un espacio que permita
comprender cuánto y cómo ha sido hecho hasta el presente. Más de una respuesta
indica que ya el simple anuncio del tema y la reflexión sobre los Lineamenta
han permitido a las comunidades cristianas percibir en modo más evidente y
comprometido el carácter urgente que el imperativo de la nueva evangelización
implica hoy; y gozar, como ulterior beneficio, de un clima de comunión que
permite ver con un espíritu diverso los desafíos del presente.


16. En muchas respuestas no se esconde el problema que la Iglesia está
llamada a afrontar, es decir, el desafío de la nueva evangelización sabiendo que
las transformaciones no sólo se refieren al mundo y a la cultura, sino que
también tocan en primera persona a la misma Iglesia, a sus comunidades, a sus
acciones y a su identidad. El discernimiento es visto entonces como el
instrumento necesario, como el estímulo para afrontar con más coraje y con mayor
responsabilidad la situación actual. Colocándose en esta línea, el presente
Instrumentum laboris
ha sido estructurado en cuatro capítulos, útiles para
ofrecer contenidos fundamentales e instrumentos que favorezcan la reflexión y el
discernimiento.


17. Un primer capítulo está dedicado al redescubrimiento del corazón de la
evangelización, es decir, a la experiencia de la fe cristiana: el encuentro con
Jesucristo, Evangelio de Dios Padre para el hombre, que nos transforma, nos
reúne y nos hace entrar, gracias al don del Espíritu, en una nueva vida de la
cual tenemos una experiencia ya en el tiempo presente, precisamente al sentirnos
congregados en la Iglesia. Por esta nueva vida nos sentimos impulsados con
alegría por los caminos del mundo, en la esperanza del cumplimiento del Reino de
Dios, testigos y anunciadores gozosos del don recibido. En el capítulo
siguiente, el segundo, el testo desarrolla una reflexión sobre el discernimiento
que ha de ser concentrado sobre las transformaciones que están influenciando
nuestro modo de vivir la fe, y que inciden en nuestras comunidades cristianas.
Son analizados los motivos de la difusión del concepto de nueva evangelización,
es decir, los diferentes modos de reconocerse dentro de tal concepto de parte de
las diversas Iglesias particulares. En el tercer capítulo se hace un análisis de
los lugares fundamentales, de los instrumentos, de los sujetos y de las acciones
a los cuales la fe cristiana es transmitida: la liturgia, la catequesis y la
caridad, de modo que la fe sea profesada, celebrada, vivida, rezada. En esta
misma línea, finalmente, en el cuarto y último capítulo se discute de los
sectores de la acción pastoral específicamente dedicados al anuncio del
Evangelio y a la transmisión de la fe. Se trata de temas clásicos, de los cuales
son profundizados los más recientes, surgidos para responder a los estímulos y a
las provocaciones que la reflexión sobre la nueva evangelización está
proponiendo a las comunidades cristianas y al modo de vivir la fe de las mismas.


 
Primer capítulo

Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre
«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;

convertíos y creed en la Buena Nueva
» (Mc 1,15)
18. La fe cristiana no es sólo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de normas
morales, una tradición. La fe cristiana es un encuentro real, una relación con
Jesucristo. Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las
condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. El
objetivo de toda evangelización es la realización de este encuentro, al mismo
tiempo íntimo y personal, público y comunitario. Como ha afirmado el Papa
Benedicto XVI «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. [...] Y, puesto
que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya
no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual
viene a nuestro encuentro».[19] En
el ámbito de la fe cristiana, el encuentro con Cristo y la relación con él
tienen lugar «según las Escrituras» (1Co 15,3.4). La Iglesia misma se
conforma precisamente a partir de la gracia de esta relación.


19. Este encuentro con Jesús, gracias a su Espíritu, es el gran don del
Padre a los hombres. Es un encuentro al cual nos prepara la acción de su gracia
en nosotros. Es un encuentro en el cual nos sentimos atraídos, y que mientras
nos atrae nos transfigura, introduciéndonos en dimensiones nuevas de nuestra
identidad, haciéndonos partícipes de la vida divina (cf. 2 P 1,4). Es un
encuentro que no deja nada como era antes, sino que asume la forma de la “metanoia”,
de la conversión, como Jesús mismo pide con fuerza (cf. Mc 1,15). La fe
como encuentro con la persona de Cristo tiene la forma de la relación con Él, de
la memoria de Él, en particular en la Eucaristía y en la Palabra de Dios, y crea
en nosotros la mentalidad de Cristo, en la gracia del Espíritu; una mentalidad
que nos hace reconocer hermanos, congregados por el Espíritu en su Iglesia, para
ser a nuestra vez testigos y anunciadores de este Evangelio. Es un encuentro que
nos hace capaces de hacer cosas nuevas y de dar testimonio, gracias a las obras
de conversión anunciadas por los Profetas (cf. Jr 3,6ss; Ez 36,24-36), de
la transformación de nuestra vida.


20. En este primer capítulo se ofrece una particular atención a esta dimensión
fundamental de la evangelización, pues las respuestas a los Lineamenta
han indicado la necesidad de subrayar el núcleo central de la fe cristiana, que
no pocos cristianos ignoran. Es conveniente, por lo tanto, que el fundamento
teológico de la nueva evangelización no sea descuidado, sino al contrario, que
sea proclamado con toda su fuerza y autenticidad, para que confiera energía y
adecuada orientación a la acción evangelizadora de la Iglesia. La nueva
evangelización ha de ser asumida sobre todo como ocasión para constatar la
fidelidad de los cristianos a este mandato recibido de Jesucristo: la nueva
evangelización es la ocasión propicia (cf. 2 Co 6,2) para volver, como
cristianos y como comunidad, a beber de la fuente de nuestra fe, y estar así más
disponibles para la evangelización, para el testimonio. Antes de transformarse
en acción, en efecto, la evangelización y el testimonio son dos actitudes que,
como frutos de una fe que las purifica y las convierte, surgen en nuestras vidas
de este encuentro con Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre.


Jesucristo, el evangelizador



21. «Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande
evangelizador».[20] Él se ha
presentado como enviado a proclamar el cumplimiento del Evangelio de Dios,
preanunciado en la historia de Israel, sobre todo por los profetas, y en las
Sagradas Escrituras. El evangelista Marco comienza la narración estableciendo
una conexión entre el «comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo» (Mc
1,1,) y la correspondencia con las Sagradas Escrituras: «conforme está escrito
en Isaías el profeta» (Mc 1,2). En el Evangelio de Lucas, Jesús mismo se
presenta, mostrándose en la sinagoga de Nazaret, como el lector de las
Escrituras, capaz de darles cumplimiento en virtud de su misma presencia: «Esta
Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). El Evangelio
según Mateo ha construido un verdadero y real sistema de citaciones de
cumplimiento, destinado a hacer reflexionar sobre la realidad más profunda de
Jesús, a partir de lo que había sido dicho por los profetas (cf. Mt 1,22;
2,15.17.23; 8,17; 12,17; 13,35; 21,4). En el momento del arresto, Jesús en
persona sintetiza: «todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de
los profetas» (Mt 26,56). En el Evangelio según Juan son los mismos
discípulos que dan testimonio de esta correspondencia; después del primer
encuentro, Felipe afirma: «Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también
los profetas, lo hemos encontrado» (Jn 1,45). Durante su ministerio Jesús
mismo revindica repetidamente su relación con las Sagradas Escrituras y el
testimonio que de tal relación deriva: «Vosotros investigad las Escrituras, ya
que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn
5,39); «si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí» (Jn
5,46).


22. El testimonio unánime de los evangelistas confirma que el Evangelio de
Jesús es el impulso radical, la prosecución y el cumplimiento total del anuncio
de las Escrituras. Precisamente a raíz de esta continuidad, la novedad de Jesús
aparece al mismo tiempo evidente y comprensible. Su acción evangelizadora es, de
hecho, la continuación de una historia iniciada precedentemente. Sus gestos y
sus palabras han de ser comprendidas a la luz de las Escrituras. En la última
aparición trasmitida por Lucas, el Resucitado recapitula esta prospectiva
afirmando: «Estas son aquellas palabras mías que os dije cuando todavía estaba
con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de
Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí» (Lc 24,44). Su don
supremo a los discípulos será precisamente abrir «sus inteligencias para que
comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Considerando la profundidad de
esta relación con las Escrituras presentes en el corazón del pueblo, Jesús se
muestra como el evangelizador que lleva a nivel de novedad y de plenitud la Ley,
los Profetas y la Sabiduría de Israel.


23. Para Jesús la evangelización asume la finalidad de atraer los hombres dentro
de su vínculo íntimo con il Padre y el Espíritu. Éste es el sentido último de su
predicación y de sus milagros: el anuncio de una salvación que, aunque se
manifieste a través de acciones concretas de curación, no puede ser hecha
coincidir con una voluntad de transformación social o cultural, sino con la
experiencia profunda concedida a cada hombre de sentirse amado por Dios y de
aprender a reconocerlo en el rostro de un Padre amoroso y pleno de compasión
(cf. Lc 15). La revelación contenida en sus palabras y en sus acciones
está vinculada con las palabras de los profetas. Es emblemático, en este
sentido, la narración de los signos hecha por el mismo Jesús en presencia de los
enviados de Juan el Bautista. Se trata de signos reveladores de la identidad de
Jesús en cuanto están estrechamente relacionados con los grandes anuncios
proféticos. El evangelista Lucas escribe: «En aquel momento curó a muchos de sus
enfermedades y dolencias y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y
les respondió: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven,
los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva”» (Lc 7,21-22). Las
palabras de Jesús manifiestan el sentido pleno de sus gestos en relación a
signos cumplidos de numerosas profecías bíblicas (cf. en particular Is
29,18; 33,5.6; 42,18; 26,19; 61,1).


El mismo arte de Jesús de tratar con los hombres debe ser considerado como
elemento esencial de su método evangelizador. Él era capaz de acoger a todos,
sin discriminaciones ni exclusiones: en primer lugar los pobres, después los
ricos como Zaqueo y José de Arimatea, o los extranjeros como el centurión y la
mujer siro-fenicia; los hombres justos como Natanael, o las prostitutas, o los
pecadores públicos con los cuales compartió también la mesa. Jesús sabía llegar
a la intimidad del hombre y hacer nacer en ella la fe en Dios, que es el primero
en amar (cf. Jn 4,10.19), y cuyo amor nos precede siempre y no depende de
nuestros méritos, porque el amor es su mismo ser: «Dios es Amor» (1Jn
4,8.16). Él es, de este modo, una enseñanza para la Iglesia evangelizadora,
mostrándole el núcleo de la fe cristiana: creer en el amor a través del rostro y
de la voz de ese amor, es decir, a través de Jesucristo.


24. La evangelización de Jesús conduce naturalmente al hombre a una
experiencia de conversión: cada hombre es invitado a convertirse y a creer en el
amor misericordioso de Dios hacia él. El reino crecerá en la medida en que cada
hombre aprenderá a dirigirse a Dios en la intimidad de la oración como a un
Padre (cf. Lc 11,2; Mt 23,9) y, siguiendo el ejemplo de
Jesucristo, aprenderá a reconocer en plena libertad que el bien de su vida es el
complimiento de la voluntad divina (cf. Mt 7,21). Evangelización, llamada
a la santidad y conversión: a la reflexión sinodal corresponde el tarea de leer
en qué modo estas tres realidades están presentes y nutren, con su relación
fructuosa y recíproca, la vida de nuestras comunidades.


La Iglesia, evangelizada y evangelizadora


25. Aquellos que acogen con sinceridad el Evangelio, precisamente en virtud
del don recibido y de los frutos que produce en ellos, se reúnen en nombre de
Jesús para custodiar y alimentar la fe recibida y participada, y para continuar,
multiplicándola, la experiencia vivida. Como narran los Evangelios (cf. Mc
3,13-15), los discípulos, después de haber estado con Jesús, de haber vivido con
Él, de haber sido introducidos por Él en una nueva experiencia de vida, de haber
participado en su vida divina, son invitados a continuar esta acción
evangelizadora: «Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos
los demonios, y para curar enfermedades [...] Partieron, pues, y recorrieron los
pueblos, anunciando la Buena Noticia y curando por todas partes» (Lc
9,1.6).


26. También después de su muerte y de su resurrección, el mandato misionero que
los discípulos han recibido del Señor Jesucristo (cf. Mc 16,15) contiene
una explícita referencia a la proclamación del Evangelio a todos, enseñándoles a
observar todo lo que él ha mandado (cf. Mt 28,20). El apóstol Pablo se
presenta como «apóstol ... escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1).
Por lo tanto, el tarea de la Iglesia consiste en realizar la traditio
Evangelii
, el anuncio y la transmisión del Evangelio, que es «fuerza de Dios
para la salvación de todo el que cree» (Rm 1,16) y que, en última
instancia, se identifica con Jesucristo (cf. 1 Co 1,24). Ya sabemos que
cuando se habla de Evangelio que ha de ser anunciado debemos pensar en una
Palabra viva y eficaz, que realiza lo que dice (cf. Hb 4,12; Is
55,10), es decir, se trata de una persona: Jesucristo, Palabra definitiva de
Dios, hecha hombre.[21]


Para la Iglesia, así como lo es para Jesús, esta misión evangelizadora es
una obra de Dios y, precisamente, del Espíritu Santo. La experiencia del don del
Espíritu, Pentecostés, hace de los Apóstoles testigos y profetas, confirmándolos
en todo aquello que habían compartido con Jesús y que habían aprendido de Èl
(cf. Hch 1,8; 2,17), infundiendo en ellos una serena audacia que los
llevó a transmitir a los otros la propia experiencia de Jesús y la esperanza que
los ha animado. El Espíritu ha dado a ellos la capacidad de ser testigos de
Jesús con “parresia” (cf. Hch 2,29), extendiendo su acción desde
Jerusalén a toda la región de Judea y de Samaría, e incluso hasta los extremos
confines de la tierra.


27. Esto es lo que la Iglesia ha vivido desde sus orígenes hasta el presente.
Afirmando estas certezas, el Papa Pablo VI recuerda la actualidad de las mismas:
«La orden dada a los Doce: “Id y proclamad la Buena Nueva”, vale también, aunque
de manera diversa, para todos los cristianos. [...] La Iglesia lo sabe. [...]
Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su
identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y
enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios,
perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y
resurrección gloriosa».[22] La
Iglesia permanece en el mundo, para continuar la misión evangelizadora de Jesús,
sabiendo perfectamente que obrando así sigue participando de la condición divina
porque, movida por el Espíritu a anunciar el Evangelio en el mundo, revive en
ella misma la presencia de Cristo resucitado que la pone en comunión con Dios
Padre. La vida de la Iglesia, en cualquier acción que ella cumpla, no está jamás
cerrada en sí misma; es siempre una acción evangelizadora y, como tal, es una
acción que manifiesta el rostro trinitario de nuestro Dios. Como se lee en los
Hechos de los Apóstoles, también la vida más íntima – la oración, la escucha de
la Palabra y la enseñanza de los Apóstoles, la caridad fraterna vivida y el pan
partido (cf. Hch 2,42-46) – adquiere todo su significado sólo cuando se
transforma en testimonio, provoca la admiración y la conversión, y se hace
predicación y anuncio del Evangelio, de parte de la Iglesia y de cada bautizado.


El Evangelio, don para cada hombre


28. El Evangelio del amor de Dios por nosotros, así como la llamada a
participar, en Jesús y en el Espíritu, en la vida del Padre, son un don
destinado a todos los hombres. Esto es lo que nos anuncia Jesús mismo, cuando
llama a todos a la conversión en vista del Reino de Dios. Para subrayar este
aspecto, Jesús se ha acercado sobre todo a los marginados de la sociedad,
dándoles la preferencia cuando anunciaba el Evangelio. Al comienzo de su
ministerio Él proclama haber sido mandado para anunciar a los pobres la alegre
noticia (cf. Lc 4,18). A todas las víctimas del rechazo y del desprecio
les declara: «Bienaventurados los pobres» (cf. Lc 6,20); además, hace ya
vivir a estos marginados una experiencia de liberación permaneciendo con ellos
(cf. Lc 5,30; 15,2), comiendo con ellos, tratándolos de igual a igual y
como amigos (cf. Lc 7,34), ayudándoles a sentirse amados por Dios y
revelando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores.


29. La liberación y la salvación ofrecidas en el Reino de Dios se extienden
a toda persona humana, tanto en la dimensión física como en la espiritual. Dos
gestos acompañan la acción evangelizadora de Jesús: la curación y el perdón. Las
numerosas curaciones demuestran su gran compasión frente a las miserias humanas,
y significan además que en el Reino no habrá más enfermedades ni sufrimientos y
que su misión apunta desde el comienzo a liberar a las personas de tales males
(cf. Ap 21,4). En la prospectiva de Jesús las curaciones son también
signo de la salvación espiritual, es decir, de la liberación del pecado.
Cumpliendo gestos de curación, Jesús invita a la fe, a la conversión, al deseo
de perdón (cf. Lc 5,24). Recibida la fe, la curación introduce en la
salvación (cf. Lc 18,42). Los gestos de liberación de la posesión
diabólica – mal supremo y símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios – son
gestos que manifiestan que «ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Mt
12,28), que el Evangelio, don dirigido a cada hombre, donándonos la salvación,
nos introduce en un proceso de transfiguración, de participación en la vida de
Dios, que nos renueva ya desde el presente.


30. «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, de lo doy: En nombre de
Jesucristo, el Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6). Como nos muestra el
apóstol Pedro, también la Iglesia continúa en modo fiel este anuncio del
Evangelio, que es un bien para cada hombre. Al paralítico que le pide algo para
vivir, Pedro le responde ofreciéndole como don el Evangelio que lo sana,
abriéndole la vía de la salvación. Así, con el pasar del tiempo, gracias a su
acción evangelizadora, la Iglesia hace concreta y visible la profecía del
Apocalipsis: «Mira que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5),
transformando desde adentro la humanidad y la historia, para que la fe en Cristo
y la vida de la Iglesia no sean extrañas a la sociedad en la cual viven, sino
que puedan impregnarla y transformarla.[23]



31. La evangelización consiste en el ofrecimiento del Evangelio que transfigura
al hombre, a su mundo y a su historia. La Iglesia evangeliza cuando, gracias a
la fuerza del Evangelio que anuncia (cf. Rm 1,16), hace renacer cada
persona, a través de la experiencia de la muerte y de la resurrección de Jesús
(cf. Rm 6,4), impregnándola de la novedad del bautismo y de la vida según
el Evangelio, de la relación del Hijo con su Padre para sentir la fuerza del
Espíritu (cf. Ef 2,18). Esta es la experiencia de la novedad del
Evangelio que transforma cada hombre. Hoy podemos sostener, aún con mayor
convicción, esta certeza, porque venimos de una historia que nos entrega obras
extraordinarias de coraje, dedicación, audacia, intuición y razón, al vivir de
parte de la Iglesia esta tarea de dar el Evangelio a cada hombre; gestos de
santidad, que asumen rostros conocidos y densos de significado en cada
continente. Cada Iglesia particular puede gloriarse de sus figuras luminosas de
santidad, que con la acción, pero sobre todo con el testimonio, han sabido dar
nuevo impulso y energía a la obra de evangelización. Santos ejemplares, pero
también proféticos y lúcidos en imaginar caminos nuevos para vivir esta tarea,
nos han dejado ecos y rastros en textos, oraciones, modelos y métodos
pedagógicos, itinerarios espirituales, caminos de iniciación a la fe, obras e
instituciones educativas.


32. Algunas respuestas, mientras transmiten con convicción la fuerza de
estos ejemplos de santidad, indican las dificultades, todavía actuales, para
hacer comunicables estas experiencias. Algunas veces se tiene la impresión de
que estas obras de nuestra historia no sólo pertenecen al pasado, sino que
también son prisioneras del mismo, es decir, no logran comunicar hoy la calidad
evangélica del testimonio a nuestro tiempo presente. A la reflexión sinodal,
entonces, le correspondería indagar sobre esta dificultad, interrogarse para
descubrir las razones profundas de los límites de diversas instituciones
eclesiales en mostrar la credibilidad de las propias acciones y del propio
testimonio, en tomar la palabra y en hacerse escuchar en calidad de portadores
del Evangelio de Dios.


El deber de evangelizar


33. Toda persona tiene el derecho de escuchar el Evangelio ofrecido por Dios para la
salvación del hombre, Evangelio que es el mismo Jesucristo. Como la Samaritana
junto al pozo, también la humanidad de hoy tiene necesidad de sentirse decir las
palabras de Jesús «Si conocieras el don de Dios» (Jn 4,10), para que
estas palabras hagan surgir el deseo profundo de salvación que se encuentra en
cada hombre: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed» (Jn
4,15). Este derecho de cada hombre a escuchar el Evangelio resulta muy claro al
apóstol Pablo. Predicador incansable, precisamente porque había intuido el
alcance universal del Evangelio, él hace de su anuncio un deber: «Predicar el
Evangelio no es para mí un motivo de gloria; es más bien un deber que me
incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9,16). Cada hombre,
cada mujer deben poder decir, como él, que «Cristo os amó y se entregó por
nosotros» (Ef 5,2). Más aún, cada hombre y cada mujer deben poder
sentirse atraídos en la relación íntima y transfigurante que el anuncio del
Evangelio crea entre nosotros y Cristo: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se
entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).[24]
Y para poder acceder a esta experiencia, se necesita alguien que sea enviado a
anunciarla: «¿cómo creerán en aquel a quien non han oído? ¿Cómo oirán sin que se
les predique?» (Rm 10,14, que evoca Is 52,1).


34. Se comprende entonces cómo cada actividad de la Iglesia tiene una nota
esencialmente evangelizadora y no debe jamás ser separada del empeño para ayudar
a todos a encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la
evangelización. Allí donde, como Iglesia, «damos a los hombres sólo
conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos
demasiado poco».[25] El motor
originario de la evangelización es el amor de Cristo para la salvación eterna de
los hombres. Los auténticos evangelizadores desean sólo dar gratuitamente lo que
ellos mismos gratuitamente han recibido: «Desde los primeros días de la Iglesia
los discípulos de Cristo se esforzaron en inducir a los hombres a confesar
Cristo Señor, no por acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio,
sino ante todo por la virtud de la palabra de Dios».[26]


35. La misión de los Apóstoles y su continuación en la misión de la Iglesia
antigua siguen siendo el modelo fundamental de la evangelización para todos los
tiempos: una misión a menudo caracterizada por el martirio, como lo demuestra el
comienzo de la historia del cristianismo, pero también la historia del siglo
apenas transcurrido, la historia de nuestros días. Precisamente el martirio da
credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancias, sino que dan la
propia vida por Cristo. Ellos manifiestan al mundo la fuerza inerme y abundante
del amor por los hombres, que es ofrecida a quien sigue a Cristo hasta el don
total de la propia existencia, como Jesús lo había anunciado: «Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).


Sin embargo, no faltan, lamentablemente, falsas convicciones que limitan la
obligación de anunciar la Buena Noticia. En efecto, hoy se verifica «una
confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el
mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo
intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad.
Sería lícito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a
actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe
católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles
a su propia religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar
por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Además, algunos sostienen
que no se debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la
adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento
explícito de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia».[27]


36. Si bien los no cristianos pueden salvarse mediante la gracia que Dios
otorga a través de caminos que Él conoce,[28]
la Iglesia no puede ignorar que cada hombre espera conocer el verdadero rostro
de Dios y vivir ya aquí la amistad con Jesucristo, el Dios con nosotros. La
plena adhesión a Cristo, que es la Verdad, y el ingreso en su Iglesia no
disminuyen, sino que exaltan la libertad humana y la guían hacia su
cumplimiento, en un amor gratuito y afectuoso por el bien de todos los hombres.
Es un don inestimable vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios, que
nace de la comunión con la carne y la sangre vivificantes de su Hijo; es
consolador recibir de Él la certeza del perdón de los pecados y vivir en la
caridad que nace de la fe. La Iglesia desea hacer participar de estos bienes a
todos, para que tengan así la plenitud de la verdad y de los medios de
salvación, «para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm
8,21). La Iglesia, que anuncia y transmite la fe, imita el obrar del mismo Dios,
que se manifiesta a la humanidad dando a su Hijo, que infunde el Espíritu Santo
sobre los hombres para regenerarlos como hijos de Dios.


Evangelización y renovación de la Iglesia


37. La Iglesia, en cuanto evangelizadora, vive su misión comenzando
nuevamente cada vez por evangelizarse a sí misma. «Comunidad de creyentes,
comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene
necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el
mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con
frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar “las grandezas de
Dios”, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por
El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de
ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para
anunciar el Evangelio».[29] El
Concilio Vaticano II ha retomado con fuerza este tema de la Iglesia que se
evangeliza mediante una conversión y una renovación constantes, para evangelizar
al mundo con credibilidad.[30]
Resuenan todavía con actualidad las palabras del Papa Pablo VI que, afirmando la
prioridad de la evangelización, recordaba a todos los fieles: «No sería inútil
que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de
la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos,
gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio;
pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza –
lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio –, o por ideas falsas
omitimos anunciarlo?».[31] Más de
una respuesta ha propuesto que esta pregunta se convierta en objeto explicito de
la reflexión sinodal.


38. Desde sus orígenes la Iglesia ha debido confrontarse con análogas
dificultades, con la experiencia del pecado de sus miembros. La historia de los
discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35) es emblemática de la posibilidad de
un conocimiento falso de Cristo. Los dos discípulos hablan de un muerto (cf.
Lc
24,21-24), narran la propia frustración y la pérdida de esperanza. Ellos
hablan de la posibilidad, para la Iglesia de todos los tiempos, de ser
transmisora de un anuncio que no da vida, pero que tiene encerrados en la muerte
el Cristo anunciado, los anunciadores y, en consecuencia, los destinatarios del
anuncio. También el episodio de los discípulos empeñados en la pesca, referido
por el evangelista Juan (cf. Jn 21, 1-14), describe una experiencia
similar: separados de Cristo, los discípulos viven su acción en modo
infructuoso. Y, como los discípulos de Emaús, es solamente cuando se manifiesta
el Resucitado que ellos recuperan la confianza, la alegría del anuncio, el fruto
de la propia obra de evangelización. Sólo adhiriendo fuertemente a Cristo, aquel
que había sido designado como «pescador de hombres» (Lc 5,10), Pedro,
puede volver a echar las propias redes con fruto, confiando en la palabra de su
Señor.


39. Lo que es descripto con gran atención en los orígenes, la Iglesia lo ha revivido
muchas veces en su historia. Frecuentemente, ha sucedido que, como consecuencia
del debilitamiento del propio vínculo con Cristo, se ha empobrecido la calidad
de la fe vivida, y fue sentida con menor fuerza la experiencia de participación
en la vida trinitaria que tal vínculo implica. Por esta razón no se puede
olvidar que el anuncio del Evangelio es una cuestión, ante todo, espiritual. La
exigencia de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y
solitaria, sino un evento comunitario, eclesial, no debe provocar la búsqueda de
estrategias eficaces ni una selección de los destinatarios – por ejemplo los
jóvenes – sino que debe referirse al sujeto encargado de esta operación
espiritual. Debe ser un cuestionamiento de la Iglesia sobre sí misma. Esto
permite ver el problema de manera no extrínseca, y pone en discusión toda la
Iglesia en su ser y en su modo de vivir. Más de una Iglesia particular pide al
Sínodo que se verifique si las infecundidades de la evangelización hoy, en
particular de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema sobre todo
eclesiológico y espiritual. Se piensa en la capacidad de la Iglesia de
configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como cuerpo y no
como una empresa.


40. Precisamente para que la evangelización pueda conservar intacta su
originaria condición espiritual, la Iglesia debe dejarse plasmar por la acción
del Espíritu y así conformarse a Cristo crucificado, el cual revela al mundo el
rostro del amor y de la comunión de Dios. De este modo, redescubre su vocación
de Ecclesia mater, que engendra hijos para el Señor, transmitiendo la fe,
enseñando el amor que nutre a los hijos. Así, su tarea de anunciar y dar
testimonio de esta Revelación de Dios, reuniendo a su pueblo disperso, será un
modo de dar cumplimiento a aquella profecía de Isaías que los Padres de la
Iglesia han leído como dirigida a ella misma: «Ensancha el espacio de tu tienda,
las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura;
porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y
ciudades desoladas poblará» (Is 54,2-3).


 
Segundo capítulo

Tiempo de nueva evangelización
«Id por todo el mundo y proclamad

la Buena Nueva a toda la creación
» (Mc 16,15)
41. El mandato misionero que la Iglesia ha recibido del Señor resucitado
(cf. Mc 16, 15) ha asumido en el tiempo formas y modalidades siempre
nuevas según los lugares, las situaciones y los momentos históricos. En nuestros
días el anuncio del Evangelio se muestra mucho más complejo que en el pasado,
pero la tarea confiada a la Iglesia permanece idéntica a aquella de sus
comienzos. No habiendo cambiado la misión, es lógico retener que podamos hacer
nuestros, también hoy, el entusiasmo y el coraje que movieron a los Apóstoles y
a los primeros discípulos: el Espíritu Santo que los impulsó a abrir las puertas
del cenáculo, transformándolos en evangelizadores (cf. Hch 2,1-4), es el
mismo Espíritu que guía hoy a la Iglesia y la estimula a un renovado anuncio de
esperanza dirigido a los hombres de nuestro tiempo.


42. El Concilio Vaticano II recuerda que «los grupos en que vive la Iglesia
cambian completamente con frecuencia por varias causas, de forma que pueden
originarse condiciones enteramente nuevas».[32]
Con prospectiva de futuro, los Padres conciliares han visto en el horizonte el
cambio cultural que hoy es fácil de verificar. Esta nueva situación, que ha
creado una condición inesperada para los creyentes, requiere una particular
atención para el anuncio del Evangelio, para dar razón de nuestra fe en un
contexto que, respecto al pasado, presenta muchos rasgos de novedad y de
criticidad.


43. Las transformaciones sociales, a las cuales hemos asistido en las
últimas décadas, tienen causas complejas, tienen sus raíces lejos en el tiempo y
han profundamente modificado la percepción de nuestro mundo. El lado positivo de
estas transformaciones está a la vista de todos, evaluado como un bien
inestimable, que ha permitido el desarrollo de la cultura y el crecimiento del
hombre en muchos campos del saber. Sin embargo, estas mismas transformaciones
han dado inicio también a muchos procesos de revisión crítica de los valores y
de algunos fundamentos del modo común de vida, que han profundamente dañado la
fe de las personas. Como recuerda el Papa Benedicto XVI, «si, por un lado, la
humanidad ha conocido beneficios innegables de esas transformaciones y la
Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (cf.
1 P
3, 15), por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido
de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos
que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la
revelación de Jesucristo único salvador y la comprensión común de las
experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y
la referencia a una ley moral natural. Aunque algunos hayan acogido todo ello
como una liberación, muy pronto nos hemos dado cuenta del desierto interior que
nace donde el hombre, al querer ser el único artífice de su naturaleza y de su
destino, se ve privado de lo que constituye el fundamento de todas las cosas».[33]


44. Es necesario ofrecer una respuesta a este particular momento de crisis, que
afecta también la vida cristiana; la Iglesia debe saber encontrar en este
momento histórico especial un estímulo ulterior para dar razón de la esperanza
que anuncia (cf. 1P 3,15). El término “nueva evangelización” evoca la
exigencia de una renovada modalidad de anuncio, sobre todo para aquellos que
viven en un contexto, como el actual, en el cual el desarrollo de la
secularización ha dejado fuertes huellas también en Países de tradición
cristiana. Así entendida, la idea de la nueva evangelización ha madurado dentro
del contexto eclesial y ha sido puesta en acto a través de formas muy
diferentes, mientras todavía continúa, también hoy, la búsqueda de su
significado. Ella ha sido considerada ante todo como una exigencia, pero además
como una operación de discernimiento y como un estímulo para la Iglesia actual.


La exigencia de una “nueva evangelización”



45. En qué consiste la “nueva evangelización”? El Beato Juan Pablo II, en el
primer discurso que habría dado notoriedad y resonancia a este término,
dirigiéndose a los obispos del Continente latinoamericano, la define de la
siguiente manera: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá
su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con
vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de reevangelización, pero sí de
una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».[34]
Cambian los interlocutores y también el tiempo, y el Papa se dirige a la Iglesia
en Europa con una llamada muy similar, al afirmar que emerge «la urgencia y la
necesidad de la “nueva evangelización”, consciente de que Europa, hoy, no debe
apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo
la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona
y el mensaje de Jesucristo».[35]


46. En su momento inicial, la nueva evangelización responde a una pregunta
que la Iglesia debe formularse con coraje, para atreverse a dar un nuevo impulso
a su vocación espiritual y misionera. Es necesario que las comunidades
cristianas, que actualmente están sometidas al influjo de fuertes cambios
sociales y culturales, encuentren las energías y los caminos para volver a
aferrarse sólidamente a la presencia del Resucitado que las anima desde adentro.
Es necesario que las comunidades cristianas se dejen guiar por el Espíritu, que
vuelvan a gustar en modo renovado el don de la comunión con el Padre, que vivan
en Jesús y vuelvan a ofrecer a los hombres la propia experiencia como un don
valioso que ellas poseen.


47. Las respuestas recibidas al texto de los Lineamenta coinciden
plenamente con este diagnóstico del Papa Juan Pablo II. En respuesta a la
pregunta específica – ¿qué es la nueva evangelización? – muchas de las
reflexiones recibidas concuerdan en indicar que la nueva evangelización es la
capacidad de parte de la Iglesia de vivir en modo renovado la propia experiencia
comunitaria de la fe y del anuncio dentro de las nuevas situaciones culturales
que se han creado en estas últimas décadas. El fenómeno descripto es el mismo en
el Norte y en el Sur del mundo, en Occidente y en Oriente, en los Países en los
cuales la experiencia cristiana tiene raíces milenarias y en los Países
evangelizados desde hace pocos siglos. Como consecuencia de la confluencia de
factores sociales y culturales – que convencionalmente designamos con el término
“globalización” –, han comenzado a verificarse procesos de debilitamiento de
las tradiciones y de las instituciones. Tales procesos dañan muy rápidamente las
relaciones sociales y culturales, su capacidad de comunicar valores y de
responder a los interrogantes sobre el sentido de la vida y sobre la verdad. El
resultado es una notable pérdida de unidad de la cultura y de su capacidad de
adherir a la fe y de vivir con los valores que ella inspira.


48. Las huellas de este clima, sobre la experiencia de la fe y sobre las
formas de vida eclesial, son descriptas en modo muy similar en todas las
respuestas: debilidad de la vida de fe de las comunidades cristianas,
disminución del reconocimiento de la autoridad del magisterio, privatización de
la pertenencia a la Iglesia, reducción de la práctica religiosa, falta de empeño
en la transmisión de la propia fe a las nuevas generaciones. Estas señales,
descriptas en modo casi unánime por varios episcopados, muestran que es toda la
Iglesia que se enfrenta con este clima cultural.


49. En este cuadro, la nueva evangelización desea resonar como una llamada,
una pregunta hecha por la Iglesia a sí misma, para que recoja sus energías
espirituales y se empeñe en este nuevo clima cultural en orden a hacer
propuestas concretas: reconociendo el bien también dentro de estos nuevos
escenarios, dando nueva vitalidad a la propia fe y al propio empeño
evangelizador. El adjetivo “nueva” hace referencia al cambio del contexto
cultural y evoca la necesidad que tiene la Iglesia de recuperar energías,
voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir la fe y de transmitirla. Las
respuestas recibidas han mostrado que esta llamada ha sido acogida de distintas
maneras en las diversas realidades eclesiales, pero el tono general es de
preocupación. Se tiene la impresión que muchas comunidades cristianas no han
percibido plenamente todavía la magnitud del desafío y la entidad de la crisis
provocadas por este clima cultural también dentro de la Iglesia. A este
respecto, se espera que el debate sinodal ayude a tomar conciencia, en modo
maduro y profundo, de la seriedad de este desafío con el cual nos estamos
confrontando. Más profundamente, se espera que la reflexión sinodal se amplíe al
tema del fenómeno de la secularización, sobre los influjos positivos[36]
y negativos ejercidos sobre el cristianismo, sobre los desafíos que pone a la fe
cristiana.


50. En efecto, no todos los signos son negativos. Para muchas Iglesias la
presencia de fuerzas de renovación es un signo de esperanza y un don del
Espíritu. Se trata de comunidades cristianas, más frecuentemente de grupos
religiosos y de movimientos, en algún caso de instituciones teológicas y
culturales, que demuestran con su acción cómo es realmente posible vivir la fe
cristiana y anunciarla dentro de esta cultura. Las Iglesias particulares miran
con atención y reconocimiento estas experiencias junto con los numerosos jóvenes
que las animan con su frescura y entusiasmo. Dichas Iglesias particulares están
dispuestas a reconocer el propio don, promoviéndolo para que se transforme en
patrimonio del resto del pueblo cristiano. Ellas siguen con atención el
crecimiento de experiencias, que tienen en la relativa joven edad un punto a
favor, pero que también tienen algunos límites.


Los escenarios de la nueva evangelización


51. La nueva evangelización, asumida como exigencia, ha llevado a la Iglesia
a examinar el modo según el cual las comunidades cristianas actualmente viven y
dan testimonio de la propia fe. La nueva evangelización se ha transformado de
este modo en discernimiento, es decir, en capacidad de leer y descifrar los
nuevos escenarios, que en estas últimas décadas se han creado en la historia de
los hombres, para convertirlos en lugares de anuncio del Evangelio y de
experiencia eclesial. Una vez más, el magisterio de Juan Pablo II ha servido de
guía con una primera descripción de estos escenarios,[37]
citada en el texto de los
Lineamenta
, y que ha sido compartida y
confirmada por las respuestas recibidas. Se trata de escenarios culturales,
sociales, económicos, políticos y religiosos.


52. El primero de todos, dada la importancia que reviste, es el escenario
cultural
de fondo. Este escenario ha sido descripto, en sus grandes líneas
en el parágrafo precedente. Varias respuestas han subrayado enfáticamente la
dinámica secularizadora que anima este escenario. La secularización, que se
encuentra radicada en modo particular en el mundo occidental, es fruto de
episodios y de movimientos sociales y de pensamiento que han marcado
profundamente la historia y la identidad de dicho mundo occidental. La
secularización se presenta hoy en nuestras culturas a través de la imagen
positiva de la liberación, de la posibilidad de imaginar la vida del mundo y de
la humanidad sin referencia a la trascendencia. En estos años, la secularización
no tiene tanto la forma pública de discursos directos y fuertes contra Dios, la
religión y el cristianismo, aún cuando en algún caso estos tonos anticristianos,
antirreligiosos y anticlericales se han hecho escuchar también recientemente.
Como señalan muchas respuestas, la secularización ha asumido más bien un tono
débil que ha permitido a esta forma cultural invadir la vida cotidiana de las
personas y desarrollar una mentalidad en la cual Dios está, de hecho, ausente,
en todo o en parte, y su existencia misma depende de la conciencia humana.


53. Este tono modesto, y por ese mismo motivo más atractivo y seductor, ha
permitido a la secularización entrar también en la vida de los cristianos y de
las comunidades eclesiales, transformándose, no ya solamente en una amenaza
externa para los creyentes, sino más bien en un terreno de confrontación
cotidiana. Las características de un modo secularizado de entender la vida
influyen en el comportamiento habitual de muchos cristianos. La “muerte de Dios”
anunciada en las décadas pasadas por tantos intelectuales ha cedido paso a una
estéril mentalidad hedonista y consumista, que promueve modos muy superficiales
de afrontar la vida y las responsabilidades. El riesgo de perder también los
elementos fundamentales de la fe es real. El influjo de este clima secularizado
en la vida de todos los días hace cada vez más ardua la afirmación de la
existencia de una verdad. Se asiste en la práctica a una eliminación de la
cuestión de Dios de entre las preguntas que el hombre se hace. Las respuestas a
la necesidad religiosa asumen formas de espiritualidad individualista o bien
formas de neopaganismo, hasta llegar a la imposición de un clima general de
relativismo.


54. Este riesgo no debe, sin embargo, hacer perder de vista aquello que de
positivo el cristianismo ha tomado de la confrontación con la secularización. El
saeculum, en el cual conviven creyentes y no creyentes, presenta algo que
los acomuna: lo humano. Precisamente este elemento humano, que es el punto
natural de inserción de la fe, puede ser también el lugar privilegiado de la
evangelización. En la humanidad plena de Jesús de Nazaret habita la plenitud de
la divinidad (cf. Col 2,9). Purificando lo humano a partir de la
humanidad de Jesús de Nazaret, los cristianos pueden encontrarse con los hombres
secularizados que, no obstante todo, continúan preguntándose sobre aquello que
es humanamente serio y verdadero. La confrontación con estos buscadores de
verdad ayuda a los cristianos a purificar y a madurar la propia fe. La lucha
interior de estas personas que buscan la verdad, aunque no tengan todavía el don
de creer, es un buen estímulo para que nos empeñemos en el testimonio y en la
vida de fe, de tal modo que la verdadera imagen de Dios se haga accesible a cada
hombre. A este respecto, de las respuestas resulta que ha suscitado mucho
interés la iniciativa del “Patio de los gentiles”.


55. Junto a este primer escenario cultural, ha sido indicado un segundo
escenario, más social: el grande fenómeno migratorio, que induce cada vez
más a las personas a dejar el propio país de origen para vivir en contextos
urbanizados. De esto deriva un encuentro y una mezcla de las culturas. Se están
produciendo formas de desmoronamiento de las referencias fundamentales de la
vida, de los valores y de los mismos vínculos a través de los cuales los
individuos estructuran las propias identidades y acceden al sentido de la vida.
Unido a la expansión de la secularización, el resultado cultural de estos
procesos es un clima de extrema fluidez, dentro del cual hay siempre menos
espacio para las grandes tradiciones, incluidas aquellas religiosas. A este
escenario social está vinculado el fenómeno denominado “globalización”, realidad
de no fácil explicación, que exige a los cristianos un agudo trabajo de
discernimiento. Puede ser leída como un fenómeno negativo, si de esta realidad
prevalece una interpretación determinista, ligada solamente a una dimensión
económica y productiva. Pero también puede ser leída como un momento de
crecimiento, en el cual la humanidad aprende a desarrollar nuevas formas
solidarias y nuevos caminos para compartir el progreso de todos hacia el bien.


56. Al escenario migratorio, las respuestas a los
Lineamenta
han
asociado estrechamente un tercer escenario, que influye en modo cada vez más
determinante en nuestras sociedades: el escenario económico. De este
escenario, que en gran parte es causa directa del fenómeno de las migraciones,
se han puesto en evidencia las tensiones y las formas de violencia
concomitantes, como consecuencia de las desigualdades económicas provocadas
dentro de las naciones y también entre ellas. En muchas respuestas, provenientes
no sólo de Países en vía de desarrollo, ha sido denunciado un claro y decidido
aumento de la disparidad entre ricos y pobres. Innumerables veces el Magisterio
de los Sumos Pontífices ha denunciado los crecientes desequilibrios entre Norte
y Sur del mundo, en el acceso y la distribución de los recursos, así como en el
daño de la creación. La continua crisis económica en la que nos encontramos
indica el problema del uso de los recursos, tanto de aquellos naturales como de
los recursos humanos. De las Iglesias, invitadas a vivir el ideal evangélico de
la pobreza, se espera todavía mucho en términos de sensibilización y de acción
concretas, aunque ellas no encuentren suficiente espacio en los medios de
comunicación.


57. Un cuarto escenario indicado es el político. Desde el Concilio
Vaticano II hasta el presente, los cambios que se han verificado en este
escenario pueden ser definidos con justa razón “de época”. Con la crisis de la
ideología comunista ha terminado la división del mundo occidental en dos
bloques. Esto ha favorecido la libertad religiosa y la posibilidad de
reorganización de las Iglesias históricas. El surgimiento sobre la escena
mundial de nuevos actores económicos, políticos y religiosos, como el mundo
islámico, el mundo asiático, ha creado una situación inédita y totalmente
desconocida, rica de potencialidades, pero también plena de riesgos y de nuevas
tentaciones de dominio y de poder. En este escenario, varias respuestas han
subrayado diversas urgencias: el empeño por la paz, el desarrollo y la
liberación de los pueblos; una mejor regulación internacional y una interacción
de los gobiernos nacionales; una investigación de formas posibles de escucha,
convivencia, diálogo y colaboración entre las diversas culturas y religiones; la
defensa de los derechos humanos y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la
promoción de los más débiles; la salvaguardia de la creación y el empeño por el
futuro de nuestro planeta. Estos son temas que las diversas Iglesias
particulares han aprendido a sentir como propios, y que como tales, han de ser
custodiados y promovidos en la vida cotidiana de nuestras comunidades.


58. Un quinto escenario es el de la investigación científica y
tecnológica
. Vivimos en una época que es todavía capaz de sorprenderse de
las maravillas suscitadas por los continuos progresos que la investigación en
estos campos ha logrado superar. Todos podemos experimentar en la vida cotidiana
los beneficios ofrecidos por estos progresos. Todos dependemos cada vez más de
ellos. Frente a tantos aspectos positivos, existen también peligros de excesivas
esperanzas y de manipulaciones. La ciencia y la tecnología corren así el riesgo
de transformarse en los nuevos ídolos del presente. Es fácil en un contexto
digitalizado y globalizado hacer de la ciencia “nuestra nueva religión”. Nos
encontramos frente al surgimiento de nuevas formas de gnosis, que asumen la
técnica como forma de sabiduría, en vista de una organización mágica de la vida,
que funcione como criterio para conocer la realidad y dar un sentido a las
cosas. Asistimos al afirmarse de nuevos cultos. Éstos instrumentalizan en modo
terapéutico las prácticas religiosas que los hombres están dispuestos a vivir,
estructurándose como religiones de la prosperidad y de la gratificación
instantánea.


Las nuevas fronteras del escenario comunicativo


59. En modo coral las respuestas a los
Lineamenta
han examinado otro
escenario, el sexto, es decir el escenario comunicativo, que hoy ofrece enormes
posibilidades y representa un gran desafío para la Iglesia. Al comienzo sólo era
característico del mundo industrializado, hoy el escenario de un mundo
globalizado puede influenciar también vastas porciones de los Países en vía de
desarrollo. No existe ningún lugar en el mundo que no pueda ser alcanzado, y
por lo tanto, no caiga bajo el influjo de la cultura mediática y digital, que se
impone cada vez más como el “lugar” de la vida pública y de la experiencia
social. Basta pensar en el uso cada vez más difundido de la red informática.


60. Las respuestas transmiten la difundida convicción que las nuevas tecnologías
digitales han dado origen a un verdadero y nuevo espacio social, cuyas
relaciones son capaces de influenciar sobre la sociedad y sobre la cultura. Al
ejercer una influencia sobre la vida de las personas, los procesos mediáticos,
que son factibles con estas tecnologías, llegan a transformar la misma realidad.
Intervienen en modo incisivo en la experiencia de las personas y permiten una
dilatación de las potencialidades humanas. La percepción de nosotros mismos, de
los otros y del mundo dependen del influjo que tales tecnologías ejercen. Éstas
y el espacio comunicativo por ellas generado han de ser considerados
positivamente, sin prejuicios, como recursos, aunque con una mirada crítica y un
uso inteligente y responsable.


61. La Iglesia ha sabido entrar en estos espacios y asumir estos medios
desde el comienzo como útiles instrumentos de anuncio del Evangelio. Hoy, junto
a los medios de comunicación más tradicionales, como la prensa y la radio, que –
según las respuestas – han conocido en estos últimos años un discreto
incremento, los nuevos media están sirviendo cada vez más a la pastoral
evangelizadora de la Iglesia, facilitando interacciones a diversos niveles:
local, nacional, continental y mundial. Se perciben las potencialidades de estos
medios de comunicación antiguos y nuevos, se constata la necesidad de servirse
de un nuevo espacio social, que se ha creado con los lenguajes y las formas de
la tradición cristiana. Se siente la necesidad de un discernimiento atento y
compartido para intuir en el mejor modo posible las potencialidades que tal
espacio ofrece en vista del anuncio del Evangelio, pero también para descubrir
en modo concreto los riesgos y los peligros.


62. La difusión de esta cultura, en efecto, implica indudables beneficios:
mayor acceso a la información, mayor posibilidad de conocimientos, de
intercambio, de formas nuevas de solidaridad, de capacidad de promover una
cultura cada vez más a dimensión mundial, transformando en patrimonio de todos
los valores y los mejores progresos del pensamiento y de la actividad humana.
Estas potencialidades no eliminan, sin embargo, los riesgos que la difusión
excesiva de dicha cultura está ya provocando. Se manifiesta una profunda
atención egocéntrica reducida a las necesidades individuales. Se afirma una
exaltación emotiva de las relaciones y de los vínculos sociales. Se asiste al
debilitamiento y a la pérdida de valor objetivo de experiencias profundamente
humanas, como la reflexión y el silencio; se verifica un exceso de afirmación
del propio pensamiento. Se reducen progresivamente la ética y la política a
instrumentos de espectáculo. El punto final al cual pueden conducir estos
riesgos es lo que resulta llamarse la cultura de lo efímero, de lo inmediato, de
la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro. En este
contexto, se pide a los cristianos la audacia de concurrir a estos “nuevos
areópagos”, aprendiendo a dar una evaluación evangélica, encontrando los
instrumentos y los métodos para hacer escuchar también hoy en estos lugares el
patrimonio educativo y la sabiduría custodiada por la tradición cristiana.


Los cambios del escenario religioso


63. Los cambios de escenario que hemos analizado hasta aquí no pueden no
ejercer también influjos sobre el modo con el cual los hombres expresan el
propio sentido religioso. Las respuestas a los
Lineamenta
sugieren que se
agregue como séptimo el escenario religioso. Esto permite comprender de
manera más profunda el retorno al sentido religioso y la exigencia multiforme de
espiritualidad que caracteriza muchas culturas y en particular las generaciones
más jóvenes. Si es verdad que el proceso secularizador en acto genera como
consecuencia en muchas personas una atrofia espiritual y un vacío del corazón,
es posible también observar en muchas regiones del mundo los signos de un
consistente renacimiento religioso. La misma Iglesia católica es tocada por este
fenómeno, que ofrece recursos y ocasiones de evangelización impensables hace
algunas décadas.


64. Las respuestas a los
Lineamenta
afrontan con atención el fenómeno y
lo releen en toda su complejidad. Reconocen sus indudables aspectos positivos.
Esto permite recuperar un elemento constitutivo de la identidad humana, es decir
el aspecto religioso, superando así todos aquellos límites y aquellos
empobrecimientos de la concepción del hombre encerrada sólo en el ámbito
horizontal. Este fenómeno favorece la experiencia religiosa, dándole nuevamente
su lugar central en el modo de imaginar los hombres, la historia, el sentido
mismo de la vida y la búsqueda de la verdad.


65. En muchas respuestas no se esconde, sin embargo, una preocupación
relacionada con el carácter, en parte ingenuo y emotivo, de este retorno del
sentido religioso. Más que debido a una lenta y compleja maduración de las
personas en la búsqueda de la verdad, este retorno del sentido religioso se
presenta, en más de un caso, con los rasgos de una experiencia religiosa poco
liberadora. Los aspectos positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado
se han visto empobrecidos y oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no
pocas veces manipula la religión para justificar la violencia e incluso el
terrorismo, por suerte sólo en casos extremos y limitados.


66. Este es el cuadro en el cual ha sido colocado por muchas respuestas el
problema urgente de la proliferación de nuevos grupos religiosos, que asumen la
forma de la secta. Lo que es declarado en los
Lineamenta
(la dominante
emotiva y psicológica, la promoción de una religión del éxito y de la
prosperidad) ha sido confirmado y nuevamente propuesto. Además, algunas
respuestas piden que se vigile para que las comunidades cristianas no se dejen
influenciar por estas nuevas formas de experiencia religiosa, confundiendo el
estilo cristiano del anuncio, con la tentación de imitar los tonos agresivos y
proselitistas de estos grupos. En presencia de estos grupos religiosos es
necesario, por otra parte – afirman siempre las respuestas –, que las
comunidades cristianas refuercen el anuncio y el cuidado de la propia fe. En
efecto, este contacto podría contribuir a hacer la fe menos tibia y más
dispuesta a dar sentido a la vida de las personas.


67. En este contexto adquiere aún más sentido el encuentro y el diálogo con
las grandes tradiciones religiosas, que la Iglesia ha cultivado en las últimas
décadas, y que sigue intensificando. Este encuentro se presenta como una ocasión
interesante para profundizar el conocimiento de la complejidad de las formas y
de los lenguajes de la religiosidad humana, así como se presenta en otras
experiencias religiosas. Un encuentro y un diálogo similares permiten al
catolicismo comprender con mayor profundidad los modos con los cuales la fe
cristiana expresa la religiosidad del ánimo humano. Al mismo tiempo enriquece el
patrimonio religioso de la humanidad con la singularidad de la fe cristiana.


Como cristianos dentro de estos escenarios


68. Los escenarios han sido analizados en base a lo que son: signos de un
cambio en acto que es reconocido como el contexto en el cual se desarrollan
nuestras experiencias eclesiales. Por este motivo, debe ser asumido y
purificado, en un proceso de discernimiento, por el encuentro y por la
confrontación con la fe cristiana. El examen de estos escenarios permite hacer
una lectura crítica de los estilos de vida, del pensamiento y de los lenguajes
propuestos a través de ellos. Dicha lectura sirve también como autocrítica que
el cristianismo es invitado a hacer de sí mismo, para verificar en qué medida el
propio estilo de vida y la acción pastoral de las comunidades cristianas han
estado realmente a la altura de su misión, evitando la ineficacia a través de
una atenta previsión. La reflexión sinodal podrá llevar adelante con fruto estos
ejercicios de discernimiento, como muchas Iglesias particulares han expresamente
declarado.


69. Varias respuestas a los
Lineamenta
han tratado de definir como
causa del alejamiento de numerosos fieles de la práctica de la vida cristiana –
un verdadera “apostasía silenciosa” –, el hecho que la Iglesia no habría dado
una respuesta en modo adecuado a los desafíos de los escenarios descriptos.
Además, ha sido constatado el debilitamiento de la fe de los creyentes, la falta
de la participación personal y experiencial en la transmisión de la fe, el
insuficiente acompañamiento espiritual de los fieles a lo largo del proceso de
formación, intelectual y profesional. Las quejas se refieren además a una
excesiva burocratización de las estructuras eclesiales, que son percibidas como
lejanas al hombre común y a sus preocupaciones esenciales. Todo esto ha causado
una reducción del dinamismo de las comunidades eclesiales, la pérdida del
entusiasmo de los orígenes y la disminución del impulso misionero. No faltan
quienes se han lamentado de celebraciones litúrgicas formales y de ritos
repetidos casi por costumbre, privados de la profunda experiencia espiritual,
que, en vez de atraer a las personas, las alejan. Además del testimonio
contrario de algunos de sus miembros (infidelidad a la vocación, escándalos,
poca sensibilidad por los problemas del hombre contemporáneo y del mundo
actual), no hay que menospreciar, sin embargo, el «mysterium iniquitatis»
(2 Ts 2,7), la lucha del Dragón contra el resto de la descendencia de la
Mujer, contra «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús» (Ap 12,17). Para una evaluación objetiva es
necesario tener siempre presente el misterio de la libertad humana, don de Dios
que el hombre puede usar también en modo equivocado, rebelándose contra Dios y
contra la Iglesia.


La nueva evangelización debería tratar de orientar la libertad de las personas,
hombres y mujeres, hacia Dios, fuente de la verdad, de la bondad y de la
belleza. La renovación de la fe debería hacer superar los mencionados obstáculos
que se oponen a una vida cristiana auténtica, según la voluntad de Dios,
expresada en el mandamiento del amor a Dios y al próximo (cf. Mc 12,33).


70. Además de estas denuncias, las respuestas a los
Lineamenta
han sabido
poner de relieve también los indudables logros que han pasado a la experiencia
cristiana desde estos escenarios. Por ejemplo, más de una respuesta ha indicado
como aspecto positivo del proceso migratorio actual el encuentro y el
intercambio de dones entre las Iglesias particulares, con la posibilidad de
recibir energías y vitalidad de fe de las comunidades cristianas inmigradas. A
través del contacto con los no cristianos, las comunidades cristianas han podido
aprender que hoy la misión no es más un movimiento de Norte a Sur o de Oeste a
Este, porque es necesario desvincularse de los confines geográficos. Hoy la
misión se encuentra en todos los cinco continentes. Se ha de reconocer que
también en los Países de antigua evangelización existen sectores y ambientes
extraños a la fe, porque en ellos los hombres no la han encontrado jamás, y no
sólo porque se han alejado de ella. Desvincularse de los confines quiere decir
tener las energías para proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos
de encuentro, de amalgama de diversidades y de reconstrucción de las relaciones
sociales, que están en acto en todas partes. La Asamblea sinodal podría ser el
lugar para un intercambio fecundo sobre estas experiencias.


71. También el escenario económico, con sus cambios, ha sido reconocido como
un lugar propicio para el testimonio de nuestra fe. Muchas respuestas han
descripto la acción de las comunidades cristianas en favor de los pobres, acción
que se gloría de tener raíces antiquísimas y conoce frutos todavía prometedores.
En este momento de crisis económica grave y difundida ha sido indicado por
muchos el aumento de esta acción de parte de las comunidades cristianas, con el
nacimiento de otras instituciones dedicadas a ayudar a los pobres. A este
respecto, también se ha señalado el desarrollo de una mayor sensibilidad dentro
de la Iglesia particular. Algunas respuestas han pedido que sea más subrayada la
caridad como instrumento de nueva evangelización: la dedicación y la solidaridad
hacia los pobres vividas por muchas comunidades, la caridad de las mismas, su
estilo sobrio de vida en un mundo que exalta en cambio el consumo y el tener,
son verdaderamente un válido instrumento para anunciar el Evangelio y
testimoniar nuestra fe.


72. El escenario religioso ha tenido una particular resonancia. En primer lugar,
este escenario se refiere al diálogo ecuménico. Las respuestas a los
Lineamenta
subrayan varias veces cómo los diversos contextos de mutación han
favorecido el desarrollo de una mayor confrontación ecuménica. Aún con mucho
realismo – recordando momentos de dificultad y situaciones que se trata de
resolver con paciencia y determinación – la novedad de los escenarios, dentro de
los cuales estamos llamados como cristianos a vivir nuestra fe y a anunciar el
Evangelio, ha puesto mejor en luz la necesidad de una real unidad entre los
cristianos. Ésta no debe confundirse con la simple cordialidad de relaciones y
con la cooperación en algún proyecto en común, sino que debe ser concebida como
el deseo de dejarse transformar por el Espíritu para que podamos cada vez más
conformarnos a la imagen de Cristo. Esta unidad, ante todo espiritual, ha de ser
invocada en la oración antes que ser realizada a través de las obras. La
conversión y la renovación de la Iglesia, a la cual nos invita la crisis actual,
no pueden no tener este contenido ecuménico: quiere decir que es necesario
sostener con convicción el esfuerzo de ver a todos los cristianos unidos para
demostrar al mundo la fuerza profética y transformadora del mensaje evangélico.
La tarea es ardua y podremos responder a ella solamente con los esfuerzos
comunes, guiados por el Espíritu de Jesucristo resucitado. Por lo demás, el
Señor nos ha dejado como precepto su oración: «que sean todos uno» (Jn
17,21).


73. El escenario religioso, en segundo lugar, se refiere al diálogo interreligioso,
que hoy se impone, aunque en diversos modos, en todo el mundo. Este escenario ha
favorecido estímulos positivos: los Países de antigua tradición cristiana
interpretan la expansión de la presencia de las grandes religiones, en
particular del Islam, como un estímulo ofrecido para desarrollar nuevas formas
de presencia, de visibilidad y de propuesta de la fe cristiana. En general, el
contexto interreligioso y la confrontación con las grandes religiones de Oriente
es visto como una ocasión ofrecida a nuestra comunidades cristianas para
profundizar la comprensión de nuestra fe, gracias a los interrogantes que tal
confrontación suscita en nosotros, gracias a las cuestiones sobre el camino de
la historia humana y a la presencia de Dios en este camino. Es una ocasión para
agudizar los instrumentos del diálogo y los espacios dentro de los cuales se
colabora en el desarrollo de experiencias de paz para una sociedad cada vez más
humana.


74. Muy diferente es la situación de aquellas Iglesias que se encuentran en
minoría: allí donde existe la libertad de profesar la propia fe y de vivir la
propia religión, el estado de minoría es considerado como una forma interesante
que permite al cristianismo conocer otros rostros y otros modos de presencia en
el mundo y de obrar para su transformación. En cambio, donde a la experiencia de
ser minoría se agrega el contexto de la persecución, la evangelización está
asociada a la experiencia de Jesús, a su fidelidad hasta la cruz. En la
situación vivida se reconoce el don de recordar a toda la Iglesia el vínculo
entre evangelización y cruz, que a los ojos de estas Iglesias no debe correr el
riesgo de ser tenido en poca consideración. Justamente, estas Iglesias nos
recuerdan que no es satisfactorio medir la evangelización según los parámetros
cuantitativos del éxito.


75. En esta tarea de la renovación, a la cual estamos llamados, son de gran ayuda
las Iglesias Católicas Orientales y todas aquellas comunidades cristianas que en
su pasado han vivido, o están viviendo todavía, la experiencia de la
clandestinidad, de la marginación, de la persecución, de la intolerancia de
naturaleza étnica, ideológica o religiosa. El testimonio de fe, la tenacidad, la
capacidad de resistencia, la solidez de la esperanza, la intuición de algunas
prácticas pastorales de estas comunidades son un don para compartir con aquellas
comunidades cristianas que, aún teniendo en su pasado historias gloriosas, viven
un presente de fatiga y de dispersión. Para Iglesias poco acostumbradas a vivir
la propia fe en situación de minoría es ciertamente un don poder escuchar
experiencias que les infunden aquella confianza indispensable para el impulso
que exige la nueva evangelización. Más aún, es un don eminentemente espiritual
acoger a los que han debido dejar la propia tierra por motivos de persecución, y
llevan en su mismo espíritu la riqueza incalculable de los signos del martirio
vivido en primera persona.


Missio ad gentes, atención pastoral, nueva evangelización



76. El discernimiento que la nueva evangelización ha inspirado nos muestra
que la tarea evangelizadora de la Iglesia se encuentra en profunda
transformación. Las figuras tradicionales y consolidadas – que por convención
son indicadas con los términos “Países de antigua cristiandad” y “tierras de
misión” – muestran ya sus límites. Son demasiado simples y hacen referencia a un
contexto superado, para poder ofrecer útiles modelos a las comunidades
cristianas de hoy. Como oportunamente afirmaba con lucidez el Papa Juan Pablo
II, «no es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles,
nueva evangelización y actividad misionera específica, y no es pensable crear
entre ellos barreras o recintos estancados. [...] Las Iglesias de antigua
cristiandad, por ejemplo, ante la dramática tarea de la nueva evangelización,
comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a los no cristianos de
otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no
cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y
estímulo para la misión ad extra, y viceversa».[38]


77. No obstante los acentos y las diferencias en relación a las diversidades
de cultura e historia, las respuestas a los
Lineamenta
muestran que ha
sido bien comprendido este carácter diferente de la nueva evangelización: no se
trata de un nuevo modelo de acción pastoral, que substituye simplemente otras
formas de acción (la primera evangelización, la atención pastoral), sino más
bien de un proceso de relanzamiento de la misión fundamental de la Iglesia.
Ella, interrogándose sobre el modo de vivir la evangelización hoy, no excluye la
acción de cuestionarse a sí misma y sobre la cualidad de la evangelización de
sus comunidades. La nueva evangelización empeña a todos los sujetos eclesiales
(individuos, comunidades, parroquias, diócesis, Conferencias Episcopales,
movimientos, grupos y otras realidades eclesiales, religiosos y personas
consagradas) en vista de una verificación de la vida eclesial y de la acción
pastoral, asumiendo como punto de análisis la cualidad de la propia vida de fe,
y su capacidad de ser un instrumento de anuncio, según el Evangelio.


78. Al integrar las diversas respuestas, podríamos decir que esta verificación se ha
hecho concreta en tres exigencias: la capacidad de discernir, es decir, la
capacidad que se tiene de colocarse dentro del presente convencidos que también
en este tiempo es posible anunciar el Evangelio y vivir la fe cristiana; la
capacidad de vivir formas de una radical y genuina adhesión a la fe cristiana,
que logren dar testimonio con su simple existencia de la fuerza transformadora
de Dios en nuestra historia; una clara y explícita relación con la Iglesia, para
hacer visible el carácter misionero y apostólico. Estas exigencias son
transmitidas a la Asamblea sinodal, para que trabajando sobre las mismas ayude a
la Iglesia a vivir aquel camino de conversión al cual la nueva evangelización la
está llamada.


79. Muchas Iglesias particulares, en el momento de recibir el texto de los
Lineamenta, se encontraban ya comprometidas con una operación de
verificación y de relanzamiento de la propia pastoral a partir de estas
exigencias. Algunas han designado a esta operación con el término “renovación
misionera”, otras con la expresión “conversión pastoral”. Existe una convicción
unánime que aquí está el corazón de la nueva evangelización, considerada como un
acto de renovada asunción de parte de la Iglesia del mandato misionero del Señor
Jesucristo, que la ha querido y la ha enviado al mundo, para que se deje guiar
por el Espíritu Santo, mientras da testimonio de la salvación recibida y
mientras anuncia el rostro de Dios, primer artífice de esta obra de salvación.


Transformaciones de la parroquia y nueva evangelización


80. Muchas respuestas recibidas describen una Iglesia comprometida en un
tenaz trabajo de transformación de la propia presencia entre la gente y dentro
de la sociedad. Las Iglesias más jóvenes trabajan para dar vida a las
parroquias, a menudo muy amplias, animándolas internamente con un instrumento,
que según los contextos geográficos y eclesiales asume el nombre de “comunidades
eclesiales de base” o bien de “pequeñas comunidades cristianas”. Ellas tienen
como objetivo crear lugares de vida cristiana capaces de sostener mejor la fe
de sus miembros y de iluminar con su testimonio el espacio social, sobre todo en
la dispersión de las grandes metrópolis. Las Iglesias con raíces más antiguas
trabajan para la revisión de sus programas parroquiales, que llevan adelante
cada vez con más dificultad, como consecuencia de la disminución del clero y de
la práctica cristiana. La intención declarada es evitar que tales operaciones se
transformen en procedimientos administrativos y burocráticos y produzcan un
efecto no deseado: que las Iglesias particulares al final se cierren en sí
mismas, muy preocupadas por estos problemas de gestión. En este sentido, más de
una respuesta hace referencia a la figura de las “unidades pastorales”, como un
instrumento para conjugar la revisión del programa parroquial y la construcción
de una cooperación en una Iglesia particular más comunitaria.


81. La nueva evangelización recuerda a la Iglesia su finalidad misionera
originaria. Por lo tanto, tales actividades, como afirman muchas respuestas,
asumen la nueva evangelización para dar a las reformas en acto una dirección
menos orientada hacia el interior de las comunidades cristianas, y más
comprometida con el anuncio de la fe a todos. En esta línea se espera mucho de
las parroquias, consideradas como la puerta más capilar de ingreso en la fe
cristiana y en la experiencia eclesial. Además de ser el lugar de la pastoral
ordinaria, de las celebraciones litúrgicas, de la administración de los
sacramentos, de la catequesis y del catecumenado, asumen el compromiso de ser
verdaderos centros de irradiación y de testimonio de la experiencia cristiana,
centinelas capaces de escuchar a las personas y sus necesidades. Ellas son
lugares en los cuales se educa en la búsqueda de la verdad, se nutre y se
refuerza la propia fe; constituyen puntos de comunicación del mensaje cristiano,
del designio de Dios sobre el hombre y sobre el mundo; son las primeras
comunidades en las cuales se experimenta la alegría de ser congregados por el
Espíritu y preparados para vivir el propio mandato misionero.


82. No faltan las energías empleadas en esta operación: todas las respuestas
indican como primer recurso el número de laicos bautizados, que se comprometen y
continúan con decisión su servicio voluntario en esta obra de animación de las
comunidades parroquiales. Muchos reconocen en el florecimiento de esta vocación
laical, uno de los frutos del Concilio Vaticano II, junto a otros recursos: las
comunidades de vida consagrada; la presencia de grupos y movimientos, que con su
fervor, sus energías y sobre todo con su fe dan un fuerte impulso a la nueva
vida en los lugares eclesiales; los santuarios, que con la devoción constituyen
puntos de atracción para la fe en las Iglesias particulares.


83. Con estas indicaciones, precisas y ricas de esperanza, las respuestas a
los Lineamenta muestran que la línea asumida es la de un lento pero
eficaz trabajo de revisión del modo de ser Iglesia entre la gente, que evite los
obstáculos del sectarismo y de la “religión civil”, y permita mantener la forma
de una Iglesia misionera. En otras palabras, la Iglesia tiene necesidad de no
perder el rostro de Iglesia “doméstica popular”. Aunque se encuentre en
contextos de minoría o de discriminación, la Iglesia no debe perder su
prerrogativa de estar presente en la vida cotidiana de las personas, para
anunciar desde ese lugar el mensaje vivificador del Evangelio. Como afirmaba
Juan Pablo II, nueva evangelización significa rehacer el tejido cristiano de la
sociedad humana, rehaciendo el tejido de las mismas comunidades cristianas;
quiere decir, además, ayudar a la Iglesia a seguir estando presente «entre las
casas de sus hijos y de sus hijas»,[39]
para animar la vida y dirigirla al Reino que viene.


84. Una consideración aparte merece la cuestión de la falta de sacerdotes:
todos los textos expresan la preocupación por la insuficiencia numérica del
clero, que por consiguiente no logra asumir serena y eficazmente la gestión de
esta transformación del modo de ser Iglesia. Algunas respuestas desarrollan un
detallado análisis del problema, interpretando esta crisis paralelamente a la
análoga crisis del matrimonio y de las familias cristianas. En muchas respuestas
se afirma la necesidad de imaginar una organización local de la Iglesia que vea
cada vez más integradas, junto a la figura de los presbíteros, figuras laicales
en la animación de las comunidades. En relación a problemáticas similares,
muchas respuestas esperan del debate sinodal palabras esclarecedoras y
perspectivas para el futuro. Casi todas las respuestas contienen una invitación
a promover en toda la Iglesia una intensa pastoral vocacional, que parta de la
oración y comprometa a todos los sacerdotes y consagrados, pidiéndoles un estilo
de vida que logre dar testimonio de lo atractivo de la vocación recibida y que
logre también descubrir formas para dirigirse a los jóvenes. Lo mismo puede
decirse de las vocaciones a la vida consagrada, especialmente las femeninas.


Algunas respuestas hay subrayado además la importancia de una formación
adecuada en los Seminarios y los Noviciados, así como también en los centros
académicos, en vista de la nueva evangelización.


Una definición y su significado


85. La convocación de la Asamblea sinodal e, inmediatamente después, la
creación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización
constituyen una etapa ulterior en el proceso de comprensión profunda del
significado atribuido a este término. Dirigiéndose a este Pontificio Consejo, el
Papa Benedicto XVI explica el contenido de la expresión “nueva evangelización”
con estas palabras: «Por tanto, haciéndome cargo de la preocupación de mis
venerados predecesores, considero oportuno dar respuestas adecuadas para que
toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se
presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una
nueva evangelización [...]: no es difícil percatarse de que lo que necesitan
todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos es un
renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa apertura al don de
la gracia».[40] Mientras tanto, a
la luz de la

Redemptoris missio
,[41]
la Congregación para la Doctrina de la fe había intervenido para explicitar el
sentido del concepto de nueva evangelización con la definición: «En sentido
amplio se habla de “evangelización”, para referirse al aspecto ordinario de la
pastoral, y de “nueva evangelización” en relación a los que han abandonado la
vida cristiana».[42] Esta
definición fue luego retomada por la Exhortación Apostólica Postsinodal

Africae munus
.[43]


86. De estos textos se deduce que el espacio geográfico dentro del cual se
desarrolla la nueva evangelización, sin ser exclusivo, se refiere primariamente
al Occidente cristiano. Así también, los destinatarios de la nueva
evangelización aparecen suficientemente identificados: se trata de aquellos
bautizados de nuestras comunidades que viven una nueva situación existencial y
cultural, dentro de la cual, de hecho, está incluida su fe y su testimonio. La
nueva evangelización consiste en imaginar situaciones, lugares de vida y
acciones pastorales, que permitan a estas personas salir del “desierto
interior”, imagen usada por el Papa Benedicto XVI para representar la condición
humana actual, prisionera de un mundo que ha prácticamente excluido la cuestión
de Dios del propio horizonte. Tener el coraje de introducir el interrogante
sobre Dios dentro de este mundo; tener el valor de dar nuevamente cualidad y
motivos a la fe de muchas de nuestras Iglesias de antigua fundación: ésta es la
tarea específica de la nueva evangelización.


87. La mencionada definición, sin embargo, tiene valor de ejemplaridad, más que
de una definición completa y detallada. En ella el Occidente es asumido como un
lugar ejemplar, más que como el objetivo único de toda la actividad de la nueva
evangelización, que no puede ser reducida a un simple ejercicio de actualización
de algunas prácticas pastorales, sino que, al contrario, requiere una
comprensión muy seria y profunda de las causas que han llevado al Occidente
cristiano a encontrarse en tal situación.


La urgencia de la nueva evangelización no puede ser reducida a estas
situaciones. Como afirma el Papa Benedicto XVI, «también en África, hay muchas
situaciones que reclaman una nueva presentación del Evangelio, “nueva en su
ardor, en sus métodos, en su expresión” [...] La nueva evangelización es una
empresa urgente para los cristianos en África, ya que también ellos deben
renovar su entusiasmo por pertenecer a la Iglesia. Inspirados por el Espíritu
del Señor resucitado, están llamados a vivir, en el ámbito personal, familiar y
social, la Buena Nueva y a anunciarla con renovado celo a las personas cercanas
y lejanas, empleando para su difusión los nuevos métodos que la providencia
divina pone a nuestra disposición».[44]
Análogas afirmaciones valen, obviamente aplicadas según las situaciones
particulares, para los cristianos en América, en Asia, en Europa y en Oceanía,
continentes en los cuales desde hace tiempo la Iglesia está comprometida en la
promoción de la nueva evangelización.


88. La nueva evangelización es el nombre dato a este impulso espiritual, a este
lanzamiento de un movimiento de conversión que la Iglesia pide a sí misma, a
todas sus comunidades, a todos sus bautizados. Por lo tanto, es una realidad que
no se refiere solamente a determinadas regiones bien definidas, sino que se
trata del camino que permite desplegar y traducir en la práctica la herencia
apostólica para nuestro tiempo. Con la nueva evangelización la Iglesia desea
introducir en el mundo de hoy y en la actual discusión su temática más
originaria y específica: ser el lugar en el cual ya ahora se realiza la
experiencia de Dios, donde bajo la guía del Espíritu del Resucitado nos dejamos
transfigurar por el don de la fe. El Evangelio es siempre el nuevo anuncio de la
salvación obrada por Cristo para hacer participar a la humanidad en el misterio
de Dios y de su vida de amor y abrir a todos los hombres un futuro de esperanza
segura y sólida. Subrayar que en este momento de la historia la Iglesia está
llamada a desarrollar una nueva evangelización, significa intensificar la acción
misionera para responder plenamente al mandato del Señor.


89. No existe ninguna situación eclesial que pueda considerarse excluida de este
programa: ante todo, las antiguas Iglesias cristianas con el problema del
abandono práctico de la fe da parte de muchos. Este fenómeno, aunque en menor
medida, se registra también en las nuevas Iglesias, sobre todo en las grandes
ciudades y en algunos sectores que ejercen un influjo cultural y social
determinante. Como gran desafío social y cultural, las nuevas metrópolis – que
surgen y se expanden con gran rapidez sobre todo en los Países en vía de
desarrollo – son seguramente un terreno adecuado para la nueva evangelización.
La nueva evangelización se refiere, además, a las Iglesias jóvenes,
comprometidas en experiencias de inculturación que exigen continuas
verificaciones para poder introducir el Evangelio, que purifica y eleva las
culturas, y sobre todo para abrirlas a su novedad. Más en general, todas las
comunidades cristianas tienen necesidad de una nueva evangelización, porque
están comprometidas en el ejercicio de una atención pastoral que parece siempre
más difícil de llevar adelante y corre el riesgo de transformarse en una
actividad repetitiva poco capaz de comunicar las razones para las cuales ha
nacido.



Tercer capítulo

Transmitir la fe
«Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles,

en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.


[...] Acudían diariamente al Templo con perseverancia y


con un mismo espíritu partían el pan en las casas

y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón,

alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo.

Por lo demás, el Señor agregaba al grupo a los que

cada día se iban salvando
» (Hch 2,42.46-47).
90. El objetivo de la nueva evangelización es la transmisión de la fe, como indica
el tema de la Asamblea sinodal. Las palabras del Concilio Vaticano II nos
recuerdan que se trata de una dinámica muy compleja, que implica en modo total
la fe de los cristianos y la vida de la Iglesia en la experiencia de la
revelación de Dios, el cual «quiso que lo que había revelado para salvación de
todos los pueblos, se conservara íntegro y fuera transmitido a todas las
edades»;[45] «la Sagrada Tradición,
pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra
de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido
con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera
constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Hch 2,42), de
suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el
ejercicio y en la profesión de la fe recibida».[46]


91. Como leemos en los Hechos de los Apóstoles, no se puede transmitir lo
que no se cree y no se vive. No se puede transmitir el Evangelio sin tener como
base una vida que sea modelada por el Evangelio, es decir, que en ese Evangelio
encuentre su sentido, su verdad y su futuro. Como para los Apóstoles, también
para nosotros hoy se trata de la comunión vivida con el Padre, en Jesucristo,
gracias a su Espíritu que nos transfigura y nos hace capaces de irradiar la fe
que vivimos y de suscitar la respuesta en aquellos que el Espíritu ha ya
preparado con su visita y su acción (cf. Hch 16,14). Para proclamar en
modo fecundo la Palabra del Evangelio, se requiere una profunda comunión entre
los hijos de Dios, que es signo distintivo y al mismo tiempo anuncio, como nos
lo recuerda el apóstol Juan: «Os doy un mandamiento nuevo; que os améis los unos
a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a
los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor
los unos a los otros» (Jn 13,34-35).


92. Esta tarea de anuncio y proclamación no está reservada sólo a algunos ni a pocos
elegidos. Es un don hecho a cada hombre que responde a la llamada de la fe. La
transmisión de la fe no es una acción reservada a una persona individual
encomendada de esa tarea. Es un deber de cada cristiano y de toda la Iglesia,
que en esta acción redescubre continuamente la propia identidad de pueblo
congregado por la llamada del Espíritu, para vivir la presencia de Cristo entre
nosotros, y descubrir así el verdadero rostro de Dios, que es para nosotros
Padre.


La transmisión de la fe, como acción fundamental de la Iglesia, lleva a las
comunidades cristianas a articular en modo concreto las obras fundamentales de
la vida de fe: caridad, testimonio, anuncio, celebración, escucha, participación
compartida. Es necesario concebir la evangelización como un proceso a través del
cual la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo
el mundo; impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden
temporal, asumiendo y renovando las culturas. Proclama explícitamente el
Evangelio, llamando a la conversión. Mediante la catequesis y los sacramentos de
iniciación, acompaña aquellos que se convierten a Jesucristo, o aquellos que
retoman el camino de su seguimiento, incorporando los unos y reconduciendo los
otros a la comunidad cristiana. Alimenta constantemente el don de la comunión en
los fieles mediante la doctrina de la fe, los sacramentos y el ejercicio de la
caridad. Suscita continuamente la misión, enviando todos los discípulos de
Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras en todo el mundo. En su
obra de discernimiento, necesario en la nueva evangelización, la Iglesia
descubre que en muchas comunidades cristianas la transmisión de la fe tiene
necesidad de un renacimiento.


El primado de la fe


93. La convocación del Año de la Fe, de parte del Papa Benedicto XVI,
recuerda la análoga decisión tomada por Pablo VI en 1967, haciendo suyos los
motivos de entonces. El objetivo de aquella iniciativa era promover en toda la
Iglesia un auténtico estímulo en la profesión del Credo. Una profesión que debía
ser «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y
franca».[47] Bien consciente de las
graves dificultades del tiempo, sobre todo en relación a la profesión de la
verdadera fe y a su recta interpretación, el Papa Pablo VI pensaba que, en tal
modo, la Iglesia habría podido recibir un fuerte impulso para una renovación
profunda, interior y misionera.


94. El Santo Padre Benedicto XVI se mueve en la misma prospectiva, cuando pide que
el Año de la Fe sirva para dar testimonio del hecho que los contenidos
esenciales, los cuales desde hace siglos constituyen el patrimonio de todos los
creyentes, tienen necesidad de ser confirmados y profundizados de manera siempre
nueva, con la finalidad de dar un coherente testimonio de ellos en condiciones
históricas diversas del pasado. Existe el riesgo que la fe, que introduce a la
vida de comunión con Dios y permite el ingreso en su Iglesia, no sea comprendida
en su sentido profundo, es decir, que no sea asumida por los cristianos como el
instrumento que transforma la vida con el gran don de la filiación divina en la
comunión eclesial.


95. Las respuestas a los
Lineamenta
confirman la seriedad de tal
riesgo y se lamentan acerca de las carencias de tantas comunidades en la
educación de una fe adulta. No obstante los esfuerzos hechos en estas décadas,
más de una respuesta da la impresión que esta obra de educación a una fe adulta
se encuentra sólo en los comienzos. Los obstáculos principales en la transmisión
de la fe son análogos en todas partes. Se trata de obstáculos internos a la
Iglesia, a la vida cristiana: una fe vivida en modo privado y pasivo; la
inadvertencia de la necesidad de una educación de la propia fe; una separación
entre la fe y la vida. De las respuestas recibidas se puede redactar una lista
de los obstáculos que desde afuera de la vida cristiana, en particular en la
cultura, hacen precaria y difícil la vida de fe y su transmisión: el consumismo
y el hedonismo; el nihilismo cultural; la cerrazón a la trascendencia, que
elimina toda necesidad de salvación. La reflexión sinodal podrá retornar sobre
este diagnóstico, para ayudar a las comunidades cristianas a encontrar los
remedios adecuados a estos males.


96. Sin embargo, se perciben también signos de un futuro mejor, que permiten
entrever un renacimiento de la fe. La existencia en las Iglesias particulares de
iniciativas de sensibilización y de formación, así como también el ejemplo de
comunidades de vida consagrada y de grupos y movimientos, son descriptos en las
respuestas como un camino que permite dar nuevamente a la fe aquel primado que
le corresponde.


Esta transformación tiene como primer efecto benéfico un aumento de la
calidad de la vida cristiana de la misma comunidad y una maduración de las
personas que forman parte de ella. La consideración de la propia fe como
experiencia de Dios y centro de la propia vida, es el objetivo que muchas
Iglesias particulares relacionan con la celebración del Sínodo sobre la nueva
evangelización para la transformación de la vida cotidiana.


La Iglesia transmite la fe que ella misma vive


97. El mejor lugar para la transmisión de la fe es una comunidad nutrida y
transformada por la vida litúrgica y por la oración. Existe una relación
intrínseca entre fe y liturgia: “lex orandi lex credendi”. «Sin la
liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues
carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos».[48]
«En efecto, la Liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra
Redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en
sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el
misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.[...] Por
esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, Él, a su vez, envió a los
Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a
toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección,
nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre,
sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el
sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica».[49]


Las respuestas a los
Lineamenta
muestran, en este sentido, todos los
esfuerzos realizados para ayudar a las comunidades cristianas a vivir la
naturaleza profunda de la liturgia. En las comunidades cristianas la liturgia y
la vida de oración transforman un simple grupo humano en una comunidad que
celebra y transmite la fe trinitaria en Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo.


Las dos Asambleas Generales Ordinarias precedentes, que tenían por tema la
Eucaristía y la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, han sido vividas como
una valiosa ayuda para continuar fructuosamente recibiendo y desarrollando la
reforma litúrgica iniciada con el Concilio Vaticano II. Han evocado la
centralidad del misterio eucarístico y de la Palabra de Dios para la vida de la
Iglesia.


En este cuadro varias respuestas vuelven a considerar la importancia de la
lectio divina
. La lectio divina (personal y comunitaria) se presenta
naturalmente como un lugar de evangelización: es oración que deja amplio espacio
a la escucha de la Palabra de Dios, guiando de este modo la vida de fe y de
oración a su fuente inagotable: Dios que habla, interpela, orienta, ilumina y
juzga. Si «la fe viene de la predicación» (Rm 10,17), la escucha de la
Palabra de Dios es para cada creyente y para la Iglesia en su conjunto un
potente y simple instrumento de evangelización y renovación en la gracia de
Dios.


98. De todos modos, las respuestas revelan la existencia de comunidades
cristianas que han logrado redescubrir el valor profundo de la acción litúrgica,
que es al mismo tiempo culto divino, anuncio del Evangelio y caridad en acción.


La atención de tantas respuestas se encuentra centrada sobre todo en el
sacramento de la reconciliación, que ha casi desaparecido de la vida de los
cristianos. Ha sido muy positivamente apreciada por tantas respuestas la
celebración de este sacramento en momentos extraordinarios: en las Jornadas
Mundiales de la Juventud, en las peregrinaciones a los santuarios, aunque ni
siquiera estos gestos logran influir positivamente en la práctica de la
reconciliación sacramental.


99. También el tema de la oración ha sido objeto de reflexión, en las respuestas a
los Lineamenta, para subrayar, por una parte, los elementos positivos
registrados: discreta difusión de la celebración de la liturgia de las horas (en
las comunidades cristianas, pero también rezada personalmente); redescubrimiento
de la adoración eucarística como fuente de la oración personal; difusión de los
grupos de escucha y de oración sobre la Palabra de Dios; difusión espontánea de
grupos de oración mariana, carismática o de devoción. Más complejo es, en
cambio, el juicio que las respuestas a los
Lineamenta
han dado respecto a
la relación entre la fe cristiana y a las formas de piedad popular: se reconocen
algunos beneficios derivados de esta relación, se denuncia el peligro del
sincretismo y de una debilitación de la fe.


La pedagogía de la fe


100. Fiel al Señor, desde los comienzos de su historia, la Iglesia ha asumido
la verdad de los relatos evangélicos y la ha experimentado en sus ritos, reunida
en la síntesis y en la norma de la fe, que es el Símbolo, norma que ha sido
traducida en orientaciones de vida, vivida en una relación filial con Dios. Todo
esto lo ha recordado el Papa Benedicto XVI en la carta con la cual convoca al
Año de la Fe, cuando, citando la Constitución Apostólica con la que fue
promulgado el Catecismo de la Iglesia Católica, afirma que para poder ser
transmitida la fe debe ser «profesada, celebrada, vivida y rezada».[50]


Así, a partir del fundamento de las Escrituras, la tradición eclesial ha
creado una pedagogía de la transmisión de la fe, que ha desarrollado en los
cuatro grandes títulos del Catecismo Romano: el Credo, los sacramentos, los
mandamientos y la oración del Padre Nuestro. Por una parte, los misterios de la
fe en Dios Uno y Trino, como son confesados (Símbolo) y celebrados
(sacramentos); por otra parte, la vida humana conforme a esa fe (a una fe que se
hace operante a través del amor), que se hace concreta en el modo de vivir
cristiano (Decálogo) y en la oración filial (el Padre Nuestro). Estos mismos
títulos forman hoy el esquema general del Catecismo de la Iglesia Católica.[51]



101. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ha sido entregado como el
instrumento para una doble acción: contiene los conceptos fundamentales de la fe
y al mismo tiempo indica la pedagogía de su transmisión. La finalidad es hacer
vivir en cada creyente la fe en su integridad, que es ofrecida como contenido de
verdad y como adhesión a ella. La fe es esencialmente un don de Dios que provoca
el abandono de sí al Señor Jesús. Así, la adhesión al contenido de la fe se
transforma en actitud, decisión de seguir a Jesús y de conformar la propia vida
a la suya. Así lo explica claramente el apóstol Pablo, que nos permite entrar
dentro de esta estructura pedagógica profunda de la fe: «pues con el corazón se
cree para conseguir la justicia, con la boca se confiesa para conseguir la
salvación» (Rm 10,10). «.En efecto, existe una unidad profunda entre el
acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro
asentimiento [...] el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es
suficiente si después el corazón [...] no está abierto por la gracia que permite
tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es
la Palabra de Dios».[52]


Esta citación, atenta a la estructura y al significado profundo del Catecismo
de la Iglesia Católica
, mientras se celebra el vigésimo aniversario de su
publicación, es útil para ofrecer a la reflexión sinodal los instrumentos para
llevar adelante un discernimiento sobre el grande compromiso que la Iglesia ha
asumido en estas décadas para la renovación de su catequesis. A un nivel
descriptivo, las respuestas a los
Lineamenta
ponen en evidencia los
grandes pasos realizados para revisar y estructurar mejor la catequesis y los
itinerarios de educación a la fe. Se mencionan los proyectos elaborados, los
textos publicados, las iniciativas llevadas a cabo para formar a los
catequistas, no sólo en el uso de los nuevos instrumentos, sino también en la
maduración de una comprensión más completa de su misión.


102. Los juicios dados son generalmente positivos: se trata de un esfuerzo enorme,
cumplido por la Iglesia a muchos niveles (Sínodos de los Obispos de las Iglesias
Orientales Católicas sui iuris, Conferencias Episcopales, centros
diocesanos o eparquiales, comunidades parroquiales, catequistas individuales,
institutos de teología y de pastoral), cuyo éxito consiste en la maduración de
todo el cuerpo eclesial hacia una fe más consciente y participada. Las
respuestas muestran que la Iglesia dispone de los medios necesarios para
transmitir la fe, cuyo uso activo y críticamente atento es facilitado por la
publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.Su publicación ha servido a las Iglesias Orientales Católicas y a las
Conferencias Episcopales como punto de referencia para dar unidad y claridad de
orientación a la acción catequística de la Iglesia.



103. Las respuestas contienen también una evaluación de todo este esfuerzo
hecho para dar razón de nuestra fe hoy. Es evidente que, no obstante el empeño
puesto, la transmisión de la fe conoce más de un obstáculo, sobre todo en el
cambio muy acelerado de parte de la cultura, que se ha hecho más agresiva
respecto a la fe cristiana. Además, se alude a los diversos frentes abiertos por
el progreso de la ciencia y de la tecnología. Finalmente, se insiste en el hecho
que la catequesis es todavía percibida como preparación a las diversas etapas
sacramentales, más que como educación permanente de la fe de los cristianos.


104. El proceso de secularización de la cultura ha hecho ver claramente que
los diversos métodos de catequesis son signo de vitalidad, aunque tales métodos
no siempre han permitido una plena maduración para transmitir la fe. La
reflexión sinodal se enfrenta con el deber de continuar la tarea iniciada con el
Sínodo sobre la catequesis: realizar hoy una transmisión de la fe que asuma como
propia la ley fundamental de la catequesis, aquella de la doble fidelidad, a
Dios y al hombre, en una misma actitud de amor.[53]
El Sínodo se interrogará acerca del modo de realizar una catequesis que sea
integral, orgánica, que transmita en modo intacto el núcleo de la fe, y al mismo
tiempo sepa hablar a los hombres de hoy, dentro de sus culturas, escuchando sus
interrogantes, animando en ellos la búsqueda de la verdad, del bien y de la
belleza.


Los sujetos de la transmisión de la fe


105. El sujeto de la transmisión de la fe es toda la Iglesia, que se manifiesta en
las Iglesias particulares, Eparquías y Diócesis. El anuncio, la transmisión y la
experiencia vivida del Evangelio se realizan en ellas. Más aún, las mismas
Iglesias particulares, además de ser sujeto, son también el fruto de esta acción
de anuncio del Evangelio y de trasmisión de la fe, como nos lo recuerda la
experiencia de las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2,42-47): el
Espíritu congrega a los creyentes alrededor de las comunidades que viven en modo
ferviente la propia fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de los Apóstoles
y de la Eucaristía, y consumando la vida en el anuncio del Reino de Dios. El
Concilio Vaticano II acoge esta descripción como fundamento de la identidad de
cada comunidad cristiana, cuando afirma que «Esta Iglesia de Cristo está
verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles,
que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de
iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el
Espíritu Santo y en gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan
los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio
de la Cena del Señor para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor
quede unida toda la fraternidad».[54]



106. La vida concreta de nuestras Iglesias ha podido ver en el campo de la
transmisión de la fe, y más genéricamente del anuncio del Evangelio, una
realización concreta, a menudo ejemplar, de esta afirmación del Concilio. Las
respuestas han dado amplio relieve al hecho que el número de los cristianos, que
en las últimas décadas se han comprometido en modo espontáneo y gratuito en esta
tarea, ha sido verdaderamente notable y ha sido para la vida de las comunidades
un verdadero don del Espíritu. Las acciones pastorales vinculadas a la
transmisión de la fe han permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los
diversos contextos sociales locales, mostrando la riqueza y la variedad de los
ministerios que la componen y que animan su vida cotidiana. Así se ha podido
comprender en modo nuevo la participación, junto al Obispo, de las comunidades
cristianas y de los diversos sujetos implicados (presbíteros, padres de familia,
religiosos, catequistas), cada uno con la propia tarea y la propia aptitud.


107. Como hemos ya tenido oportunidad de subrayar, el anuncio del Evangelio y la
transmisión de la fe pueden ser un estímulo a las transformaciones que se están
verificando directamente en las comunidades parroquiales. Las respuestas piden
que se ponga al centro de la nueva evangelización la parroquia, comunidad de
comunidades, no sólo administradora de servicios religiosos, sino espacio para
las familias, promotora de grupos de lectura de la Palabra y de un renovado
compromiso laical, lugar en el cual se hace una verdadera experiencia de
Iglesia, gracias a una acción sacramental vivida en su significado más genuino.
Los Padres sinodales deberían profundizar esta vocación de la parroquia, punto
de referencia y de coordinación de una vasta gama de realidades e iniciativas
pastorales.


108. Además del papel insustituible de la comunidad cristiana en su conjunto,
la tarea de transmitir la fe y de educar para la vida cristiana implica muchos
sujetos cristianos. Las respuestas se refieren sobre todo a los catequistas. Se
subraya el don recibido por tantos cristianos que, en modo gratuito y a partir
de la propia fe, han dado una contribución singular e insustituible al anuncio
del Evangelio y a la transmisión de la fe, sobre todo en las Iglesias
evangelizadas desde hace pocos siglos. La nueva evangelización exige un
compromiso mayor tanto para ellos como para la Iglesia en relación a ellos,
según indican algunas respuestas. Los catequistas son testigos directos,
evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza fundamental de las
comunidades cristianas. Ellos necesitan que la Iglesia reflexione con mayor
profundidad sobre la tarea que ellos desarrollan, dándoles mayor estabilidad,
visibilidad ministerial y formación. A partir de estas premisas se pide que la
Asamblea sinodal, asumiendo la reflexión ya comenzada en estas décadas, se
pregunte sobre la posibilidad de configurar para el catequista un ministerio
estable e instituido dentro de la Iglesia. En este momento de fuerte impulso de
la acción de anuncio y de transmisión de la fe, una decisión en este sentido
sería percibida como un recurso y un sostenimiento muy eficaz en favor de la
nueva evangelización, a la cual toda la Iglesia está llamada.


109. Varias respuestas evidencian el papel importante de los diáconos y de
tantas mujeres que se dedican a la catequesis. Estas constataciones positivas se
encuentran acompañadas en diversas respuestas por observaciones que expresan
preocupación. Se registra en estos últimos años, como consecuencia de la
disminución numérica de los sacerdotes y del compromiso de los mismos en el
seguimiento de diversas comunidades cristianas, la delegación cada vez más
difundida de la catequesis a los laicos. Las respuestas reflejan la expectativa
que la reflexión sinodal pueda ayudar a la comprensión de los cambios actuales
en el modo de vivir la identidad sacerdotal hoy. Así se podrán orientar estos
cambios, salvaguardando la identidad específica e insustituible del ministerio
sacerdotal en el campo de la evangelización y de la transmisión de la fe. Más en
general, será útil que la reflexión sinodal ayude a las comunidades cristianas a
dar un nuevo sentido misionero al ministerio de los presbíteros, de los
diáconos, de los catequistas presentes y operantes en ellas.


La familia, lugar ejemplar de evangelización


110. Entre los sujetos de la transmisión de la fe, las respuestas dan mucho espacio a
la figura de la familia. Por una parte, el mensaje cristiano sobre el matrimonio
y la familia es un gran don, que hace de la familia un lugar ejemplar para dar
testimonio de la fe, por su capacidad profética de vivir los valores
fundamentales de la experiencia cristiana: dignidad y complementariedad del
hombre y la mujer, creados a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), apertura a la
vida, participación y comunión, dedicación a los más débiles, atención
educadora, confianza en Dios como fuente del amor que realiza la unión. Muchas
Iglesias particulares insisten e invierten energías en la pastoral familiar,
precisamente en esta prospectiva misionera y testimonial.


111. Por otra parte, para la Iglesia la familia tiene el deber de educar y
transmitir la fe cristiana desde el comienzo de la vida humana. De aquí nace el
vínculo profundo entre la Iglesia y la familia, con la ayuda que Iglesia desea
ofrecer a la familia y la ayuda que la Iglesia espera de la familia. Con
frecuencia las familias están sometidas a fuertes tensiones, a causa de los
ritmos de vida, de la inestabilidad del trabajo, de la precariedad que aumenta,
del cansancio en una tarea educativa que se hace cada vez más ardua. Las mismas
familias que han tomado conciencia de sus dificultades sienten la necesidad del
apoyo de la comunidad, de la acogida, de la escucha y del anuncio del Evangelio,
del acompañamiento en la tarea educativa. El objetivo común es que la familia
tenga un papel cada vez más activo en el proceso de transmisión de la fe.


112. Las respuestas registran las dificultades y las necesidades emergentes de tantas
familias de hoy, también de las familias cristianas: la necesidad de ayuda
manifestada en modo cada vez más evidente en tantas situaciones de dolor y de
fracaso en la educación en la fe, sobre todo de los niños. Diversas respuestas
se refieren a la constitución de grupos de familias (locales o relacionados con
experiencias y movimientos eclesiales) animados por la fe cristiana, que ha
permitido a tantos cónyuges afrontar mejor las dificultades que encuentran,
dando así también un claro testimonio de la fe cristiana.


113. Precisamente estas uniones de familias, según muchas respuestas, son un
ejemplo de los frutos que el anuncio de la fe genera en nuestras comunidades
cristianas. A este respecto, las respuestas muestran un cierto optimismo acerca
de la capacidad de resistencia de parte de tantas comunidades cristianas, aún en
la situación de provisionalidad y de precariedad en que se encuentran; acerca de
la fidelidad en la celebración común de la propia fe; acerca de la
disponibilidad, aunque limitadamente a causa de los pocos recursos, para acoger
a los pobres y dar testimonio evangélico en la simplicidad de lo cotidiano.


Llamados para evangelizar


114. Como un don que ha de ser acogido con gratitud, las respuestas mencionan
la vida consagrada. Se reconoce la importancia, a los efectos de la transmisión
de la fe y del anuncio del Evangelio, de las grandes órdenes religiosas y de las
diversas formas de vida consagrada, en particular de las órdenes mendicantes, de
los institutos apostólicos y de los institutos seculares, con el propio carisma
profético y evangelizador, también en momentos de dificultad y de revisión del
propio estilo de vida. La presencia de la vida consagrada, aunque escondida, es
vista, sin embargo, desde una óptica de fe como fuente de muchos frutos
espirituales a favor del mandato misionero, que la Iglesia está llamada a vivir
en el presente. Muchas Iglesias locales reconocen la importancia de este
testimonio profético del Evangelio, fuente de tantas energías para la vida de fe
de las comunidades cristianas y de tantos bautizados.


Varias respuestas manifiestan la expectativa que la vida consagrada ofrezca
una contribución esencial a la nueva evangelización, en particular en el campo
de la educación, de la sanidad, de la atención pastoral, sobre todo hacia los
pobres y las personas más necesitadas de ayuda espiritual y material.


En este contexto se reconoce también el valioso sostén a la nueva
evangelización de parte de la vida contemplativa, sobre todo de los monasterios.
La relación entre monaquismo, contemplación y evangelización, como demuestra la
historia, es sólida y da frutos. Tal experiencia constituye el corazón de la
vida de la Iglesia, que mantiene viva la esencia del Evangelio, el primado de la
fe y la celebración de la liturgia, dando un sentido al silencio y a toda otra
actividad para la gloria de Dios.


115. El florecimiento en estas décadas, en modo frecuentemente gratuito y
carismático, de grupos y movimientos dedicados prioritariamente al anuncio del
Evangelio es otro don de la Providencia en la Iglesia. En referencia a ellos,
diversas respuestas señalan los elementos esenciales del estilo que hoy deberían
asumir las comunidades y los cristianos individualmente para dar razón de la
propia fe. Se trata de las cualidades de aquellos que podríamos definir los
“nuevos evangelizadores”: capacidad de vivir y de dar razón de las propias
opciones de vida y de los propios valores; deseo de profesar en modo público la
propia fe, sin miedo ni falso pudor; búsqueda activa de momentos de comunión
vivida en la oración y en intercambio fraterno; predilección espontánea por los
pobres y los excluidos; pasión por la educación de las nuevas generaciones.


116. Esta importante referencia al tema de los carismas, visto como un
recurso valioso para la nueva evangelización, exige que la reflexión sinodal
profundice mejor esta problemática, sin detenerse sólo en la constatación de
estos recursos, sino poniéndose el problema de la integración de su acción en la
vida de la Iglesia misionera. Ha sido pedido que la Asamblea sinodal concentre
la atención sobre la relación entre carisma e institución, entre dones
carismáticos y dones jerárquicos[55]
en la vida concreta de las diócesis, en la proyección misionera de los mismos.
Así podrían ser removidos aquellos obstáculos que algunas respuestas han
denunciado y que no permiten integrar plenamente los carismas para el
sostenimiento de la nueva evangelización. Se podría desarrollar el tema de una
“coesencialidad” – sugieren siempre las respuestas – de estos dones del Espíritu
para la vida y la misión de la Iglesia, en la prospectiva de la nueva
evangelización.[56] De esta
reflexión se podrían luego proponer instrumentos pastorales más incisivos que
valoricen mejor los recursos carismáticos.


117. En las respuestas, el nacimiento de estas nuevas experiencias y formas
de evangelización es considerado en continuidad con la experiencia de los
grandes movimientos, instituciones y asociaciones de evangelización, en la
historia del cristianismo, como por ejemplo, la Acción Católica. Del atractivo
que logran ejercer y del carácter gozoso del modo de vivir surge el don de las
vocaciones. En más de un caso, se señala que entre algunas formas históricas de
vida consagrada y estos nuevos movimientos se realiza un intercambio recíproco
de dones.


Dar razón de la propia fe


118. El contexto en el cual nos encontramos nos pide que sea explícita y
activa la tarea del anuncio y de la transmisión de la fe, que corresponde a cada
cristiano. En más de una respuesta se afirma que la primera urgencia de la
Iglesia hoy es el deber de despertar la identidad bautismal de cada uno, para
que sepa ser verdadero testigo del Evangelio y para que sepa dar razón de la
propia fe. Todos los fieles, en razón del sacerdocio común[57]
y de la participación en el oficio profético[58]
de Cristo, están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. A los fieles
laicos corresponde, en particular, demostrar con el propio testimonio que la fe
cristiana constituye una respuesta a los problemas existenciales que la vida
pone en cada tiempo y en cada cultura, y que, por lo tanto, la fe interesa a
cada hombre, aunque sea agnóstico o no creyente. Esto será posible si se
superará la fractura entre Evangelio y vida, recomponiendo en la cotidiana
actividad – en la familia, en el trabajo y en la sociedad – la unidad de una
vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en
plenitud.[59]


119. Es necesario que cada cristiano se sienta llamado a esta tarea que la
identidad bautismal le ha confiado, que se deje guiar por el Espíritu al
responder a tal llamada, según la propia vocación. En un momento en el cual la
opción por la fe y por el seguimiento de Cristo resulta menos fácil y poco
comprensible de parte del mundo, incluso contrastada y obstaculizada por el
mondo, aumenta la tarea de la comunidad y de los cristianos, individualmente
considerados, de ser testigos intrépidos del Evangelio. La lógica de dicho
comportamiento es sugerida por el apóstol Pedro, cuando nos invita a dar razón,
a responder a quienquiera que nos pida razones de la esperanza que reside en
nosotros (cf. 1 P 3,15). Una nueva época para el testimonio de nuestra
fe, nuevas formas de respuesta (apología) para quien pide el logos, la
razón de nuestra fe, son los caminos que el Espíritu indica a nuestras
comunidades cristianas. Esto sirve para renovarnos, para anunciar más
incisivamente en el mundo en que vivimos la esperanza y la salvación dadas por
Jesucristo. Se trata de aprender un nuevo estilo, se trata de responder «con
dulzura y respeto» y de mantener «una buena conciencia» (1 P 3,16). Es
una invitación a vivir con aquella fuerza humilde que nos viene de nuestra
identidad de hijos de Dios, de la unión con Cristo en el Espíritu y de la
novedad que esta unión ha generado en nosotros. Es una invitación a vivir con
aquella determinación de quien sabe que su meta es el encuentro con Dios Padre
en su Reino.


120. Este estilo debe ser un estilo integral, que abarque el pensamiento y la
acción, los comportamientos personales y el testimonio público, la vida interna
de nuestras comunidades y su impulso misionero. Así se confirma la atención
educativa y la dedicación afable a los pobres, la capacidad de cada cristiano de
tomar la palabra en los ambientes en los cuales vive y trabaja para comunicar el
don cristiano de la esperanza. Este estilo debe hacer suyo el ardor, la
confianza y la libertad de palabra (la parresia) que se manifestaban en
la predicación de los Apóstoles (cf. Hch 4,31; 9,27-28). Este es el
estilo que el mundo debe encontrar en la Iglesia y en cada cristiano, según la
lógica de nuestra fe. Este estilo nos compromete personalmente, como nos
recuerda el Papa Pablo VI: «además de la proclamación que podríamos llamar
colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra
transmisión de persona a persona. [...] La urgencia de comunicar la Buena Nueva
a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante
la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el
influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre».[60]


121. En esta prospectiva, la invitación que nos es dirigida en el Año de la
Fe a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo, es
una ocasión para aprovechar en el mejor modo posible, para que cada comunidad
cristiana, cada bautizado pueda ser “sarmiento” que, dando fruto, es podado
«para que dé más fruto» (Jn 15,2); y pueda así enriquecer el mundo y la
vida de los hombres con los dones de la vida nueva plasmada sobre la radical
novedad de la resurrección. En la medida de su libre disponibilidad, los
pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre son
lentamente purificados y transformados, en un camino nunca completamente
terminado en esta vida. La «fe que actúa por la caridad» (Ga 5,6) es un
nuevo criterio de inteligencia y de acción que cambia toda la vida del hombre
(cf. Ef 4,20-29), dando nuevos frutos.


Los frutos de la fe


122. Los frutos que esta transformación, gracias a la vida de fe, genera dentro de
la Iglesia, como signo de la fuerza vivificadora del Evangelio, toman forma en
la confrontación con los desafíos de nuestro tiempo. Las respuestas indican los
siguientes frutos: familias que son signo verdadero de amor, de participación y
de esperanza abierta a la vida; comunidades dotadas de un verdadero espíritu
ecuménico; el coraje de sostener iniciativas de justicia social y de
solidaridad; la alegría de donar la propia vida siguiendo una vocación o una
consagración. La Iglesia, que transmite su fe en la nueva evangelización en
todos estos ámbitos, muestra el Espíritu que la guía y que transfigura la
historia.


123. Así como la fe se manifiesta en la caridad, así también la caridad sin la fe
sería filantropía. Fe y caridad en el cristiano se exigen recíprocamente, de tal
modo que una sostiene a la otra. En muchas respuestas ha sido subrayado el valor
testimonial de tantos cristianos, que dedican su vita con amor a quien está
solo, marginado o excluido, porque precisamente en estas personas se refleja el
rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en cuantos nos piden
amor el rostro del Señor resucitado: «cuanto hicisteis a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Es la fe que permite
reconocer a Cristo; y es su mismo amor que estimula a socorrerlo cada vez que se
hace nuestro prójimo en el camino de la vida.


124. Con el sostén de la fe, miramos con esperanza nuestro compromiso en el
mundo, mientras esperamos «nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la
justicia» (2 P 3,13). Es el mismo compromiso evangelizador que nos exige,
como decía Pablo VI, «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los
criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las
líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la
humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de
salvación».[61] Muchas respuestas
piden que se estimule a los bautizados a vivir con mayor dedicación la tarea
específica de evangelizar, también a través de la Doctrina social de la Iglesia,
viviendo en el mundo la propia fe en la búsqueda del verdadero bien para todos,
en el respeto y en la promoción de la dignidad de cada persona, hasta intervenir
directamente – en modo particular los fieles laicos – en la acción social y
política.


La caridad es el lenguaje que en la nueva evangelización, más que con
palabras se expresa en las obras de fraternidad, de cercanía y de ayuda a las
personas en necesidades espirituales y materiales.


125. Un renovado empeño ecuménico es también el fruto de una Iglesia que se
deja transfigurar por el Evangelio de Jesús, por su presencia. Como recuerda el
Concilio Vaticano II, la división entre los cristianos es un testimonio
contrario: «División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es
piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del
Evangelio por todo el mundo».[62]
La superación de las divisiones es la condición irrenunciable para la plena
credibilidad del seguimiento de Cristo. Lo que une a los cristianos es mucho más
fuerte que lo que los divide. Por lo tanto, debemos estimularnos recíprocamente
en tratar de vivir con fidelidad nuestro testimonio del Evangelio, aprendiendo a
crecer en la unidad. En este sentido, como piden muchas Iglesias particulares,
el ecumenismo es seguramente uno de los frutos que pueden ser esperados de la
nueva evangelización, dado que ambas acciones – ecumenismo y evangelización –
están orientadas a promover la unión en el cuerpo visible de la Iglesia, para la
salvación de todos.


126. También la tensión del hombre hacia la verdad es uno de los frutos que
muchas respuestas esperan del impulso de la nueva evangelización. Se constata
que varios sectores de la cultura actual manifiestan una especie de aversión
hacia todo lo que es afirmado como verdad, en contraposición al concepto moderno
de libertad entendida como autonomía absoluta, que encuentra en el relativismo
la única forma de pensamiento adecuada a la convivencia entre diversidades
culturales y religiosas. A este respecto, muchas respuestas recomiendan que
nuestras comunidades, en general, y cada cristiano, en particular, –
precisamente en nombre de aquella verdad que nos hace libres (cf. Jn
8,32) – sepan acompañar a los hombres hacia la verdad, la paz y la defensa de la
dignidad humana, contra cualquier forma de violencia y de supresión de derechos.


127. Un momento para verificar tales caminos es seguramente el diálogo
interreligioso, que no puede ser condicionado por la renuncia al tema de la
verdad, valor que es connatural a la experiencia religiosa: la búsqueda de Dios
es el acto que caracteriza en modo supremo la libertad del hombre. Sin embargo,
esta búsqueda es verdaderamente libre cuando está abierta a la verdad, que no se
impone con la violencia, sino gracias a la fuerza atrayente de la verdad misma.[63]
Como afirma el Concilio Vaticano II: «la verdad debe buscarse de modo apropiado
a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante
una libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la
comunicación y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la
verdad que han encontrado o creen haber encontrado, para ayudarse mutuamente en
la búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que aceptarla firmemente
con asentimiento personal».[64] Se
espera que el Sínodo relea el tema de la evangelización, de la transmisión de la
fe, a la luz del principio puesto en evidencia por el binomio verdad-libertad.[65]


128. Por último, también el coraje de denunciar las infidelidades y los
escándalos que emergen en las comunidades cristianas – como signo y consecuencia
de una reducción de tensión en esta tarea del anuncio – es parte de esta lógica
del reconocimiento de los frutos. Se necesita coraje para reconocer las culpas,
mientras continúa el testimonio de Jesucristo y de la perenne necesidad de ser
salvados. Como nos enseña el apóstol Pablo, podemos observar nuestras
debilidades porque de este modo reconocemos el poder de Cristo que nos salva
(cf. 2 Co 12,9; Rm 7,14s). El ejercicio de la penitencia, como
conversión, conduce a la purificación y a la reparación de las consecuencias de
los errores, en la confianza que la esperanza que nos ha sido dada «no falla,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que non ha sido dado» (Rm 5,5). Estas actitudes son fruto de la
transmisión de la fe y del anuncio del Evangelio, que, en primer lugar, no deja
de renovar a los cristianos y a sus comunidades, mientras ofrece al mundo el
testimonio de la fe cristiana.



Cuarto capítulo

Reavivar la acción pastoral
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas

en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,


y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado
» (Mt 28,19-20)
129. El mandato de hacer discípulos a todos los pueblos y de bautizarlos ha
dado origen en las diversas épocas de la historia de la Iglesia a prácticas
pastorales dictadas por la voluntad de transmitir la fe y por la necesidad de
anunciar el Evangelio con el lenguaje de los hombres, radicados en sus culturas
y en medio a ellos.[66] Esta es una
ley expresada en modo claro por el Concilio Vaticano II: «[la Iglesia] desde el
comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los
conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber
filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular
y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la
predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la
evangelización [...] Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de
los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda
del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz
de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida,
mejor entendida y expresada en forma más adecuada».[67]


130. Una comprensión cada vez más clara de las formas de transmisión de la
fe, junto a los cambios sociales y culturales que se colocan frente al
cristianismo de hoy como un desafío, han dado lugar, dentro de la Iglesia a un
dilatado proceso de reflexión y de revisión de sus prácticas pastorales, en
particular de aquellas específicamente consagradas a la introducción en la fe, a
la educación en la fe y al anuncio del mensaje cristiano. En efecto, «la
Iglesia, por disponer de una estructura social visible, señal de su unidad en
Cristo, puede enriquecerse, y de hecho se enriquece también, con la evolución de
la vida social, no porque le falte en la constitución que Cristo le dio elemento
alguno, sino para conocer con mayor profundidad esta misma constitución, para
expresarla de forma más perfecta y para adaptarla con mayor acierto a nuestros
tiempos».[68] Retomando las
afirmaciones del Papa Pablo VI en
Evangelii nuntiandi
,[69]
el Santo Padre Benedicto XVI confirma cómo la evangelización «no sería completa
si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los
tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social
del hombre [...] El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de
justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a
Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas importantes
enseñanzas se funda el aspecto misionero de la doctrina social de la Iglesia,
como un elemento esencial de evangelización. Es anuncio y testimonio de la fe.
Es instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella».[70]
Se trata de temas que han de ser profundizados en la nueva evangelización. Ésta
concierne también «el servicio de la Iglesia con vistas a la reconciliación, la
justicia y la paz».[71]


La iniciación cristiana, proceso evangelizador



131. El texto de los Lineamenta afirmaba que, del modo según el cual
la Iglesia sabrá conducir la revisión en acto de su práctica bautismal,
dependerá el rostro futuro del cristianismo en el mundo, sobre todo en
Occidente, así como también la capacidad de la fe cristiana de hablar a la
cultura actual. Las respuestas recibidas muestran una Iglesia muy comprometida
en este examen, que ha alcanzado ya algunas certezas, pero que sobre tantas
otras cuestiones muestra aún signos de un trabajo inconcluso, de un itinerario
no bien definido en profundidad.


132. La primera certeza está en la forma habitual de ingreso en la vida
cristiana, que es el bautismo recibido de niños, muy a menudo en el período
inmediatamente siguiente al nacimiento. La gran mayoría de las respuestas indica
este dato como resultado de un trabajo de observación, pero además como fruto
de una opción consciente. También las Iglesias más jóvenes ven en el bautismo
administrado a los niños un punto que indica un nivel alto de inculturación del
cristianismo, incluso en sus tierras. Varias respuestas, en cambio, revelan una
fuerte preocupación por el surgimiento de opciones de parte de padres bautizados
de diferir el bautismo del propio hijo, según diversos motivos, de los cuales el
más frecuente está relacionado con la posibilidad de una opción libre del
sujeto, un vez que es adulto.


133. Una segunda certeza consiste en la presencia estable de pedidos de
bautismo de parte de adultos y de adolescentes. El fenómeno, aunque es
decididamente menos relevante a nivel numérico respecto al bautismo de niños, es
considerado como un don que permite a las comunidades cristianas hacer explícito
el contenido profundo del bautismo: el camino de preparación, la celebración de
los escrutinios prebautismales, la celebración del sacramento, son momentos que
nutren la fe, tanto del catecúmeno como de la comunidad.


134. Además, parece cierto que la estructura del catecumenado, con referencia al
Ordo Initiationis Christianae Adultorum,[72]
es el instrumento adecuado para realizar una reforma del camino de ingreso en la
fe de los más pequeños. Todas las Iglesias han trabajado en estas décadas para
dar a la introducción y educación en la fe un carácter más testimonial y
eclesial. Así se ha logrado reservar para al sacramento del bautismo una
celebración más consciente, en vista de una mejor participación futura de los
bautizados en la vida cristiana. Se han hecho esfuerzos para dar forma a los
caminos de iniciación cristiana, buscando vincular en la unidad los sacramentos
(bautismo, confirmación y eucaristía) y tratando de implicar de manera cada vez
más activa también a los padres y padrinos. De hecho, muchas Iglesias han dado
forma a una especie de “catecumenado post-bautismal”, para reformar las
prácticas de adhesión a la fe y superar la fractura entre liturgia y vida, para
que la Iglesia sea realmente una madre que engendra a sus hijos en la fe.[73]



135. La nueva evangelización es considerada en muchas respuestas como la
llamada a consolidar los esfuerzos hechos y las reformas introducidas para
fortificar la fe: de los catecúmenos, sobre todo, de sus familiares, de la
comunidad que los sostiene y los acompaña. La pastoral bautismal es asumida como
uno de los lugares prioritarios de la nueva evangelización.


136. En lo que se refiere a los caminos de iniciación cristiana, las
respuestas nos comunican dos datos: una gran variedad y la pacífica coexistencia
de fuertes diversidades. La admisión a la primera comunión es, en general,
colocada en el momento de la escuela primaria, precedida por un camino de
preparación. Existen también experiencias mistagógicas, de acompañamiento
sucesivo. Mucho más variada es la colocación del sacramento de la confirmación
en tiempos muy diferentes, incluso entre diócesis limítrofes.


Basándose en lo que fue afirmado en el Sínodo sobre la Eucaristía, es decir,
que la diferenciación práctica no es de orden dogmático sino pastoral,[74]
los sujetos implicados no parecen intencionados a revisar las decisiones. Por el
contrario, se considera la actual situación como una riqueza que es útil
conservar.


La presencia simultánea de prácticas diferentes no suscita reflexiones tales
que lleven a tomar en consideración la diferencia de praxis acerca de la
iniciación cristiana en las Iglesias Católicas Orientales.


137. A este respecto, el trabajo que el Sínodo está llamado a desarrollar es amplio.
No se trata solamente de orientar una práctica diversificada para evitar la
dispersión. Se trata, también, más profundamente, de realizar lo que fue pedido
por el Sínodo sobre la Eucaristía, en relación a «la eficacia de los actuales
procesos de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la
acción educadora de nuestras comunidades, y a asumir en su vida una impronta
auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia
esperanza de modo adecuado en nuestra época (cf. 1 P 3,15)».[75]
Es necesario comprender mejor, desde el punto de vista teológico, la secuencia
de los sacramentos de la iniciación cristiana, que culmina con la Eucaristía, y
reflexionar sobre modelos para traducir en la práctica la augurada
profundización.


La exigencia del primer anuncio


138. En diversas circunstancias, en las respuestas emerge la exigencia de ayudar a
las comunidades cristianas locales, comenzando por las parroquias, a adoptar un
estilo más misionero de la propia presencia dentro del tejido social. Se insiste
para que nuestras comunidades, al anunciar el Evangelio, sepan suscitar la
atención de los adultos de hoy, interpretando sus preguntas y su sed de
felicidad. En una sociedad que ha rechazado muchas formas del discurso sobre
Dios, la necesidad que nuestras instituciones asuman sin miedo también una
actitud apologética y que vivan con serenidad formas de afirmación pública de la
propia fe, es considerada como una clara urgencia pastoral.


139. A esta situación está dirigido el instrumento del primer anuncio al cual
se refería el texto de los
Lineamenta
. Entendido como un instrumento de
propuesta explícita, o mejor aún como proclamación, del contenido fundamental de
nuestra fe, el primer anuncio se dirige ante todo a aquellos que todavía no
conocen a Jesucristo, a los no creyentes y a aquellos que, de hecho, viven en la
indiferencia religiosa. Dicho anuncio llama a la conversión y debe ser integrado
con otras formas de anuncio e iniciación en la fe. Mientras estas formas están
orientadas al acompañamiento y a la maduración de una fe que ya existe, el
primer anuncio tiene como finalidad específica la conversión, que luego
permanece como una constante en la vida cristiana.


140. La distinción entre estas diversas formas del anuncio no es, sin
embargo, siempre fácil de hacer, y no necesariamente debe ser afirmada en modo
neto. Se trata de una doble atención que forma parte de la misma acción
pastoral. El instrumento del primer anuncio estimula a las comunidades
cristianas a dar espacio a la fe de las personas, tanto de aquellas internas a
las comunidades, como de aquellas externas. El objetivo de tal anuncio es
reavivar la fe o suscitarla, para mantener la comunidad y los bautizados en una
tensión constante y fiel hacia el anuncio y el testimonio público de la fe que
profesamos.


141. Por lo tanto, el primer anuncio tiene necesidad de formas, lugares,
iniciativas y eventos que permitan llevar dentro de la sociedad el anuncio de la
fe cristiana. En efecto, las respuestas muestran que no faltan formas generales
del primer anuncio. Diversas Conferencias Episcopales han organizado eventos
eclesiales nacionales. Siempre en esta línea, muchas respuestas alaban algunos
eventos internacionales, como las Jornadas Mundiales de la Juventud,
consideradas como verdaderas formas de primer anuncio a escala mundial. También
los viajes apostólicos del Papa son interpretados en esta misma prospectiva,
así como las celebraciones de beatificación o canonización de un hijo o una hija
de una determinada Iglesia.


142. Por el contrario, es causa de preocupación en muchas respuestas la
escasez del primer anuncio en la vida cotidiana, que se desarrolla en el barrio,
dentro del mundo del trabajo. La impresión común es que sería necesario trabajar
mucho para sensibilizar a las comunidades parroquiales a una urgente acción
misionera. A partir de las respuestas, la Asamblea sinodal puede relevar una
indicación para la confrontación y la reflexión. Varias respuestas evidencian
que el primer anuncio puede encontrar un lugar en prácticas pastorales ya bien
presentes en la vida ordinaria de nuestras comunidades cristianas. Las acciones
indicadas son tres: la predicación, el sacramento de la reconciliación y la
piedad popular con sus devociones.


143. En cuanto a la predicación, sobre todo la homilía dominical y también
las otras formas de predicación extraordinaria (misiones populares, novenas,
homilías en ocasión de funerales, bautismos, matrimonios, fiestas) son
verdaderamente un instrumento privilegiado para el primer anuncio. Por este
motivo, como ha pedido la precedente Asamblea General Ordinaria, las
predicaciones han de ser preparadas con cuidado, prestando atención al corazón
del mensaje que se desea transmitir, al carácter cristológico que deben tener,
al uso del lenguaje, que debe suscitar la escucha y la conversión de la
asamblea.[76]


144. El sacramento de la reconciliación tiene su significado originario en la
experiencia viva del rostro de la misericordia de Dios Padre para la conversión
y el crecimiento de cada penitente y de la comunidad que celebra este
sacramento. Para que este sacramento favorezca la evangelización, suscitando el
sentido del pecado, bastaría poner en práctica en modo ordinario y habitual lo
que está previsto en el Rito, es decir, que se comience con la proclamación de
un pasaje bíblico a la luz del cual se pueda examinar la propia conciencia, y
discernir la propia distancia respecto a la voluntad de Dios y del Evangelio.[77]
Así se reproduciría el camino bien conocido de los Hechos de los Apóstoles: de
la proclamación de la Palabra al arrepentimiento para la remisión de los pecados
(cf. Hch 2,14-47).


145. Además, la piedad popular con sus devociones a María, en particular, y a
los santos, en los lugares sacros, los santuarios, para vivir itinerarios de
penitencia y de espiritualidad, se revela cada vez más como una vía muy actual y
original. En las peregrinaciones y en las devociones, las personas pueden ser
introducidas en la vía experimental en la fe y en los grandes interrogantes
existenciales, que tocan también la conversión de la propia vida. Se vive la
experiencia comunitaria de la fe, que abre nuevas visiones del mundo y de la
vida. Trabajar para que la riqueza de la oración cristiana sea bien custodiada
en estos lugares de conversión es seguramente un desafío para la nueva
evangelización.


En particular, para el culto mariano, la nueva evangelización no puede sino
hacer suyas las palabras del Concilio Vaticano II: «El santo Concilio enseña de
propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la
Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen,
particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los
ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de
los siglos [...] Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no
consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana
credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la
excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra
Madre y a la imitación de sus virtudes».[78]



146. Las respuestas indican otras prácticas que merecen ser mencionadas en
vista del debate sinodal, como instrumentos capaces de dar forma a la exigencia
del primer anuncio. En primer lugar se hace referencia a las misiones populares,
organizadas en el pasado a intervalos regulares en las parroquias, como una
forma de despertar las inquietudes espirituales de los cristianos del lugar.
Promover y dar forma hoy a un instrumento similar es uno de los pedidos
contenidos en más de una respuesta, integrando las misiones populares en las
prácticas comunitarias de escucha y de anuncio de la Palabra de Dios, hoy tan
difundidas en las comunidades cristianas. También son consideradas óptimas
ocasiones para un primer anuncio todas aquellas acciones pastorales que tienen
como objeto la preparación al sacramento del matrimonio. Estas prácticas no son
vistas como una simple y directa preparación a este específico sacramento, sino
más bien como verdaderos caminos de reapropiación y de maduración de la fe
cristiana. Finalmente, se pide que se incluya entre las acciones del primer
anuncio, también el cuidado y la atención que las comunidades cristianas
reservan al momento del sufrimiento y de la enfermedad.


Transmitir la fe, educar al hombre


147. Los
Lineamenta
han propuesto entre la iniciación en la fe y la
educación una relación, que ha sido percibida en profundidad. No se puede
evangelizar si al mismo tiempo no se educa al hombre para ser verdaderamente sí
mismo: la evangelización lo exige como vínculo directo. Al encontrar a Cristo,
el misterio del hombre encuentra su verdadera luz, como afirma el Concilio
Vaticano II.[79] La Iglesia posee,
en este sentido, una tradición de recursos pedagógicos, reflexión e
investigación, instituciones, personas –consagradas y no consagradas, reunidas
en órdenes religiosas, en congregaciones, en institutos– capaces de ofrecer una
presencia significativa en el mundo de la escuela y de la educación.


148. Con diferencias elocuentes, dictadas por la geografía de la sociedad y
de la historia del catolicismo en cada nación, es un dato común que la Iglesia
ha prodigado, y sigue prodigando, grandes energías en la tarea educativa.
Escuelas y universidades católicas están presentes en las Iglesias particulares.
A este respecto, las respuestas ofrecen una descripción detallada del trabajo
educativo desarrollado, y de los frutos que tal trabajo ha producido y continúa
produciendo en muchos lugares. El desarrollo pasado y presente de algunas
naciones es deudor de este esfuerzo educativo cumplido por la Iglesia.


149. Esta tarea educativa, hoy se desarrolla en un contexto cultural en el
cual cada forma de acción educativa aparece más difícil y crítica, a tal punto
que el mismo Papa Benedicto XVI ha hablado de «emergencia educativa»,[80]
aludiendo a la especial urgencia de transmitir a las nuevas generaciones los
valores básicos de la existencia y de un recto comportamiento. Por lo tanto,
crece en igual medida, la exigencia de una educación auténtica y de educadores
que sean realmente tales. Un pedido semejante es formulado: por padres
preocupados por el futuro de los propios hijos; por docentes, que viven la
triste experiencia del degrado de la escuela; por la misma sociedad que ve
minada las bases mismas de la convivencia.


150. En este contexto el empeño de la Iglesia por educar en la fe, en el
seguimiento y en el testimonio del Evangelio, asume el valor de una contribución
a la sociedad para sacarla de la crisis educativa que la aflige. En el campo
educativo, las respuestas describen una Iglesia que tiene mucho para dar, como
la idea de educación que ha sabido difundir en el mundo, con el primado de la
persona y de su formación, así como también la voluntad de dar una auténtica
educación, abierta a la verdad, de la cual forma parte el encuentro con Dios y
la experiencia de la fe.


151. Todavía más profundamente, algunas respuestas dan ulterior valor y
resalto a este empeño educativo de parte de la Iglesia, porque es un instrumento
para poner en evidencia la raíz antropológica y metafísica del actual desafío
acerca de la educación. Las raíces de la emergencia educativa actual pueden ser
descubiertas en el imponerse tanto de una antropología caracterizada por el
individualismo, como de un doble relativismo, que reduce la realidad a una mera
materia manipulable y la revelación cristiana a un mero proceso histórico
privado de carácter sobrenatural.


152. Así describe el Papa Benedicto XVI estas raíces: «Una raíz esencial
consiste, a mi parecer, en un falso concepto de autonomía del hombre: el hombre
debería desarrollarse sólo por sí mismo, sin imposiciones de otros, los cuales
podrían asistir a su autodesarrollo, pero no entrar en este desarrollo. [...] La
segunda raíz de la emergencia educativa yo la veo en el escepticismo y en el
relativismo o, con palabras más sencillas y claras, en la exclusión de las dos
fuentes que orientan el camino humano. La primera fuente debería ser la
naturaleza; la segunda, la Revelación. [...] Por esto es fundamental encontrar
un concepto verdadero de la naturaleza como creación de Dios que nos habla a
nosotros; el Creador, mediante el libro de la creación, nos habla y nos muestra
los valores verdaderos. Así recuperar también la Revelación: reconocer que el
libro de la creación, en el cual Dios nos da las orientaciones fundamentales, es
descifrado en la Revelación».[81]


Fe y conocimiento


153. El mismo tipo de relación que existe entre fe y educación, se percibe también
entre fe y conocimiento. El texto de los
Lineamenta
explicitaba esta
relación a través del concepto elaborado por el Papa Benedicto XVI de «ecología
humana».[82] Al indicar las
consecuencias de una crisis que podría afectar la firmeza de la sociedad en su
conjunto, el Santo Padre indica como posibilidad para evitar tal riesgo, el
desarrollo de una ecología del hombre, adecuadamente entendida, es decir, según
una comprensión del mundo y del desarrollo de la ciencia que tenga presente
todas las exigencias del hombre, comprendidas la apertura a la verdad y la
originaria relación con Dios.


154. La fe cristiana sostiene la inteligencia en la comprensión del
equilibrio profundo que sustenta la estructura de la existencia y de su
historia. La fe desarrolla esta operación no de un modo genérico o desde el
externo, sino haciendo partícipe a la razón de la sed de saber, de la sed de
búsqueda, orientándola hacia el bien del hombre y del cosmos. La fe cristiana
contribuye a la comprensión del contenido profundo de las experiencias
fundamentales del hombre. Es una tarea – la de esta confrontación crítica y de
orientación – que el catolicismo desarrolla desde hace tiempo, como muchas
respuestas lo han afirmado, indicando instituciones, centros de investigación y
universidades, que son frutos de la intuición y del carisma de algunos o de la
atención educativa de las Iglesias particulares, que han hecho de esta realidad
uno de sus principales objetivos.


155. Sin embargo, existe el siguiente motivo de preocupación: la constatación
que no es fácil entrar en el espacio común de la investigación y del desarrollo
del conocimiento en las diversas culturas. En efecto, se tiene la impresión que
a la razón cristiana le cueste encontrar interlocutores en esos ambientes que en
nuestros días detentan las energías y el poder en el mundo de la investigación,
sobre todo en el campo tecnológico y económico. Esta situación ha de ser
interpretada como un desafío para la Iglesia y, por lo tanto, constituye un
campo de particular atención para la nueva evangelización.


156. En continuidad con la Tradición de la Iglesia, colocándose en la línea
de la Encíclica

Fides et ratio
del beato Juan Pablo II, el Papa Benedicto
XVI ha frecuentemente abierto el debate de la complementariedad entre la fe y la
razón. La fe ensancha los horizontes de la razón y la razón preserva la fe de
posibles derivaciones irracionales, o de los abusos de la religión. Siempre
atenta a la dimensión intelectual de la educación, de la cual son testigos
numerosas universidades e institutos superiores de estudio, la Iglesia se empeña
en la pastoral universitaria para favorecer el diálogo con los hombres de
ciencia. En este campo un puesto particular corresponde a los científicos
cristianos: ellos han de dar testimonio, con la propia actividad y sobre todo
con la vida, que la razón y la fe son dos alas que conducen a Dios,[83]
que la fe cristiana y la ciencia, rectamente entendidas, pueden enriquecerse
recíprocamente para el bien de la humanidad. El único límite del progreso
científico es la salvaguardia de la dignidad de la persona humana, creada a
imagen de Dios, que no debe ser objeto sino sujeto de la investigación
científica y tecnológica.


157. En este capítulo, dedicado a la relación entre fe y conocimiento, ha de
colocarse la indicación contenida en las respuestas sobre el arte y la belleza,
como lugar de transmisión de la fe. Las razones que permiten sostener este
aspecto son explicadas en modo articulado, sobre todo por aquellas Iglesias,
radicadas en su tradición – como las Iglesias Católicas Orientales – que han
sabido mantener una relación muy estrecha del binomio fe y belleza. En estas
tradiciones, la relación entre fe y belleza no es una simple aspiración
estética. Por el contrario, dicha relación es vista como un recurso fundamental
para dar testimonio de la fe y para desarrollar un saber que sea verdaderamente
un “integral” servicio a la totalidad del ser humano.


Este conocimiento a través de la belleza permite, como en la liturgia,
asumir la realidad visible en su papel originario de manifestación de la
comunión universal, a la cual el hombre es llamado por Dios. Es necesario, por
lo tanto, que el saber humano sea de nuevo unido a la sabiduría divina, es
decir, a la visión de la creación que Dios Padre tiene y que, a través del
Espíritu y del Hijo, se encuentra en todo lo creado.


En el cristianismo urge salvaguardar este papel originario de la belleza.
La nueva evangelización ha de desarrollar, en este sentido, una función
importante. La Iglesia, reconoce que el ser humano no vive sin la belleza. Para
el cristiano la belleza está en el misterio pascual, en la transparencia de la
realidad de Cristo.


El fundamento de toda pastoral evangelizadora



158. El texto de los
Lineamenta
concluía el capítulo dedicado al
análisis de las prácticas pastorales con la intuición de Pablo VI: para
evangelizar la Iglesia no tiene necesidad solamente de renovar sus estrategias,
sino más bien aumentar la calidad de su testimonio; el problema de la
evangelización no es una cuestión organizativa o estratégica, sino más bien
espiritual. «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan
testimonio [...] Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la
Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de
fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de
libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad».[84]
Muchas Iglesias particulares se han reconocido en estas palabras, acerca de la
necesidad de tener testigos que sepan evangelizar sobre todo con la propia vida
y con el ejemplo. Comparten la certeza que, al final, el secreto último de la
nueva evangelización es la respuesta a la llamada a la santidad de cada
cristiano. Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado y se deja
evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro
y por la comunión vivida con Jesucristo. El testimonio cristiano es un conjunto
de gestos y palabras.[85] El
testimonio constituye el fundamento de toda práctica de evangelización porque
crea la relación entre anuncio y libertad: «Nos convertimos en testigos cuando,
por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se
puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios
llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad
radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la
libertad del hombre».[86]


Centralidad de las vocaciones


159. En esta prospectiva se espera que el próximo Sínodo se concentre
explícitamente sobre el tema de la centralidad de la cuestión vocacional para la
Iglesia hoy. Se espera que el Sínodo sobre la nueva evangelización ayude a todos
los bautizados a ser más conscientes del propio compromiso misionero y
evangelizador. Frente a los escenarios de la nueva evangelización, los testigos,
para ser creíbles deben saber hablar los lenguajes de su tiempo, anunciando así
desde adentro las razones de la esperanza que los anima. Se espera que todo el
camino de preparación y de recepción del trabajo sinodal sirva para estimular
nuevamente y aumentar el esfuerzo y la dedicación de tantos cristianos que ya
trabajan para el anuncio y la transmisión de la fe; que sea un momento de sostén
y de confirmación para las familias y el papel que ellas desarrollan. Más
específicamente, el Sínodo deberá prestar una particular atención al ministerio
presbiteral y a la vida consagrada, en la esperanza de poder ofrecer a la
Iglesia el fruto de nuevas vocaciones sacerdotales, lanzando nuevamente el
empeño de una clara y decidida pastoral vocacional.


160. A este respecto, más de una respuesta ha indicado cómo, uno de los
signos más evidentes de la debilitación de la experiencia cristiana es,
precisamente, el debilitamiento de las vocaciones, que se relaciona tanto con la
disminución y la defección de las vocaciones de especial consagración en el
sacerdocio ministerial y en la vida consagrada, como con la difundida debilidad
referida a la fidelidad a las grandes decisiones existenciales, por ejemplo en
el matrimonio. Estas respuestas esperan que la reflexión sinodal retome la
problemática, que se relaciona estrechamente con la nueva evangelización, no
tanto para constatar la crisis, y no sólo para reforzar una pastoral vocacional
que ya se encuentra en acto, sino más bien, y más profundamente, para promover
una cultura de la vida entendida como vocación.


161. En la transmisión de la fe es necesario tener debidamente en cuenta la
educación orientada a concebirse a sí mismo en relación con Dios que llama. Son
válidas las palabras del Papa Benedicto XVI: «El Sínodo, al destacar la
exigencia intrínseca de la fe de profundizar la relación con Cristo, Palabra de
Dios entre nosotros, ha querido también poner de relieve el hecho de que esta
Palabra llama a cada uno personalmente, manifestando así que la vida misma es
vocación en relación con Dios. Esto quiere decir que, cuanto más ahondemos en
nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más nos daremos cuenta de
que Él nos llama a la santidad mediante opciones definitivas, con las cuales
nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas y ministerios para edificar
la Iglesia. En esta perspectiva, se entiende la invitación del Sínodo a todos
los cristianos para que profundicen su relación con la Palabra de Dios en cuanto
bautizados, pero también en cuanto llamados a vivir según los diversos estados
de vida. Aquí tocamos uno de los puntos clave de la doctrina del Concilio
Vaticano II, que ha subrayado la vocación a la santidad de todo fiel, cada uno
en el propio estado de vida».[87]
Uno de los signos de la eficacia de la nueva evangelización será el
redescubrimiento de la vida como vocación y el surgimiento de vocaciones en el
seguimiento radical de Cristo.


«Vosotros recibiréis una fuerza cuando el Espíritu Santo

venga sobre vosotros
» (Hch 1,8)
162. Con su venida entre nosotros, Jesucristo nos ha comunicado la vida
divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf.
Ap 21,5). Su Revelación nos ha comprometido no solamente como
destinatarios de la salvación que nos ha sido dada, sino también como sus
anunciadores y testigos. El Espíritu del Resucitado nos hace capaces de anunciar
eficazmente el Evangelio en todo el mundo. Esta ha sido la experiencia de la
primera comunidad cristiana, que veía la difusión de la Palabra mediante la
predicación y el testimonio (cf. Hch 6,7).


163. Cronológicamente, la primera evangelización comenzó el día de
Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos todos juntos en el mismo lugar en
oración con la Madre de Cristo, recibieron el Espíritu Santo (cf. Hch
1,14; 2,1-3). Aquella, que según las palabras del Arcángel es «llena de gracia»
(Lc 1,28), se encuentra así en el camino de la evangelización apostólica,
y en todos los caminos sobre los cuales los sucesores de los Apóstoles han
caminado para anunciar el Evangelio.


164. Nueva evangelización no significa “nuevo Evangelio”, porque «Jesucristo
es el mismo, ayer, hoy y por los siglos» (Hb 13,8). Nueva evangelización
significa dar una respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las
necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios que
muestran la cultura a través de la cual expresamos nuestra identidad y buscamos
el sentido de nuestras existencias. Nueva evangelización significa promoción de
una cultura más profundamente radicada en el Evangelio. Quiere decir descubrir
«el hombre nuevo» (Ef 4,24), que está en nosotros gracias al Espíritu que
nos ha sido dado por Jesucristo y por el Padre. La celebración de la próxima
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos será para la Iglesia como
un nuevo Cenáculo, en el cual los sucesores de los Apóstoles, reunidos en
oración junto con la Madre de Cristo, que ha sido invocada como «Estrella de la
Nueva Evangelización»,[88]
prepararan los caminos de la nueva evangelización.


165. Dejemos una vez más que las palabras del Papa Juan Pablo II, que se ha
empeñado tanto en la nueva evangelización, nos expliquen el contenido de esta
expresión: «He repetido muchas veces en estos años la “llamada” a la nueva
evangelización
. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta
reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el
ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en
nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no
predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia
una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos
“especialistas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los
miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no
puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso
apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los
grupos cristianos».[89]


Jesucristo, Evangelio que da esperanza


166. Hoy nosotros advertimos la necesidad de un principio que nos dé
esperanza, que nos permita mirar al futuro con los ojos de la fe, sin las
lágrimas de la desesperación. Como Iglesia tenemos este principio, esta fuente
de esperanza: Jesucristo, muerto y resucitado, presente en medio a nosotros con
su Espíritu, que nos comunica la experiencia de Dios. Sin embargo, tenemos a
menudo la impresión que no logramos dar forma concreta a esta esperanza, que no
logramos “hacerla nuestra”, que no logramos transformarla en palabra viva para
nosotros y para nuestros contemporáneos, que no la asumimos como fundamento de
nuestras acciones pastorales y de nuestra vida eclesial.


A este respecto, tenemos una palabra clave muy clara para una pastoral
presente y futura: nueva evangelización, es decir, nueva proclamación del
mensaje de Jesús, que infunde alegría y nos libera. Esta palabra clave alimenta
la esperanza de la cual sentimos necesidad: la contemplación de la Iglesia,
nacida para evangelizar, conoce la fuente profunda de las energías para el
anuncio.


«Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de
Dios entre frecuentes luchas» (1 Ts 2,2,). La nueva evangelización nos
estimula a un testimonio de la fe que frecuentemente asume la imagen del combate
y de la lucha. La nueva evangelización hace cada vez más fuerte la relación con
Cristo Señor, pues sólo en Él es posible encontrar la certeza, para mirar hacia
el futuro, y la garantía de un amor auténtico y duradero.


La alegría de evangelizar


167. Nueva evangelización significa dar razón de nuestra fe, comunicando el
Logos de la esperanza al mundo que aspira a la salvación. Los hombres
tienen necesidad de la esperanza para poder vivir el propio presente. Por ello,
la Iglesia es misionera en su esencia y ofrece la Revelación del rostro de Dios,
que en Jesucristo ha asumido un rostro humano y nos ha amado hasta el final. Las
palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo, son para
todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene
necesidad de este anuncio.


168. Precisamente la ausencia de este conocimiento genera soledad y
desaliento. Entre los obstáculos a la nueva evangelización debe mencionarse la
falta de alegría y de esperanza, que análogas situaciones crean y difunden entre
los hombres de nuestro tiempo. A menudo esta falta de alegría y esperanza es tan
fuerte que incide en la misma vida de nuestras comunidades cristianas. La nueva
evangelización es propuesta en estos contextos como una medicina para dar
alegría y vida, contra cualquier tipo de miedo. En situaciones similares la
renovación de nuestra fe se transforma en un imperativo, como nos pide el Santo
Padre Benedicto XVI: «Tratando de percibir los signos de los tiempos en la
historia actual, [la fe] nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo
vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita
hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la
mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y
la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene
fin».[90]


169. Por lo tanto, afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo.
Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de evangelizar, aún cuando parezca
que el anuncio sea un sembrar entre lágrimas (cf. Sal 126,6). El mundo,
que busca respuestas a los grandes interrogantes acerca del sentido de la vida y
la verdad, podrá vivir con renovada sorpresa la alegría de encontrar testigos
del Evangelio que, con la simplicidad y la credibilidad de la propia vida sepan
mostrar la fuerza transformadora de la fe cristiana. Como afirma el Papa Pablo
VI: «Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el
mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así
recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados,
impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida
irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de
Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de
implantar la Iglesia en el mundo».[91]
«No temáis»: es la palabra del Señor (cf. Mt 14,27) y del ángel (cf.
Mt
28,5) que sostiene la fe de los anunciadores, dándoles fuerza y
entusiasmo. Sea también ésta la palabra de los anunciadores, que sostienen y
nutren el camino de cada hombre hacia el encuentro con Dios. «¡No temáis!» sea
la palabra de la nueva evangelización, con la cual la Iglesia, animada por el
Espíritu Santo anuncia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8)
Jesucristo, Evangelio de Dios para la fe de los hombres.






Notas


[1] Cf. Benedicto XVI,
Porta Fidei.
Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año
de la Fe (11 de octubre de 2011): AAS 103 (2011) 723-734.
[2] Benedicto XVI,
Homilía para el comienzo del ministerio petrino del Obispo de Roma
(24 de abril de 2005): AAS 97 (2005) 710.


[3] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 2:
AAS 83 (1991) 251.

[4] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia
en el mundo contemporáneo
Gaudium et spes
, 1. 4.


[5] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la
Iglesia
Lumen gentium
, 2.


[6] Cf. ibid., 1.


[7] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia
en el mundo contemporáneo
Gaudium et spes
, 22.


[8] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la
Iglesia
Lumen gentium
, 17. 35.


[9] Cf. ibid., 23; Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el
ministerio pastoral de los Obispos en la Iglesia
Christus Dominus
, 2.


[10] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la
Iglesia
Lumen gentium
, 28; Id., Decreto sobre el ministerio y la
vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis
, 2. 4.


[11] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la
Iglesia
Lumen gentium
, 31; Id., Decreto sobre el apostolado de los
laicos
Apostolicam Actuositatem
, 2. 6.


[12] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la
Iglesia
Lumen gentium
, 39-40.


[13] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi
(8 de
diciembre de 1975), 52: AAS 68 (1976) 40-41.


[14] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera
de la Iglesia
Ad gentes
, 6.

[15] Pablo VI, Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 56: AAS 68 (1976) 46.

[16] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal

Christifideles laici
(30 de
diciembre de 1988), 34: AAS 81 (1989) 454-455.


[17] Benedicto XVI,

Discurso a la Curia Romana con ocasión de las felicitaciones navideñas
(22 de diciembre de 2005): AAS 98 (2006) 46.


[18] BenedictoXVI,
Porta Fidei.
Carta Apostólica en forma de motu proprio
con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 5: AAS 103
(2011) 725; Cf.
Discurso a la Curia Romana
con ocasión de las felicitaciones navideñas
(22 de diciembre de 2005): AAS
98 (2006) 52.

[19] Benedicto XVI, Carta Encíclica

Deus caritas est
(25 de diciembre de 2005), 1: AAS 98 (2006) 217-218.


[20] Pablo VI, Exhortación Apostólica

Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 7: AAS 68 (1976) 9.

[21] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Divina
Revelación
Dei Verbum
, 4.

[22] Pablo VI, Exhortación Apostólica

Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 13-14: AAS 68 (1976) 12-13.


[23] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera
de la Iglesia
Ad gentes
, 21.

[24] Cf. Congregación para la Doctrina de la fe,

Nota doctrinal
acerca de
algunos aspectos de la evangelización
(3 de diciembre de 2007), 2: AAS
100 (2008) 490.

[25] Benedicto XVI,

Homilía durante la Misa celebrada en la Explanada de la Nueva
Feria de Munich
(10 de septiembre de 2006): L’Osservatore Romano
(edición española, 15 de septiembre de 2006), p. 12.


[26] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa
Dignitatis humanae
, 11.


[27] Congregación para la Doctrina de la fe,
Nota doctrinal
acerca de
algunos aspectos de la evangelización

(3 de
diciembre de 2007), 3: AAS 100 (2008) 491.


[28] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera
de la Iglesia
Ad gentes
, 7.

[29] Pablo VI, Exhortación Apostólica

Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 15: AAS 68 (1976) 14-15.


[30] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera
de la Iglesia
Ad gentes
, 5. 11. 12.


[31] Pablo VI, Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 80: AAS 68 (1976) 74.

[32] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia
Ad gentes
, 6.

[33] Benedicto XVI,Carta Apostólica en forma de
motu proprio
Ubicumque et semper
(21
de septiembre de 2010: AAS 102 (2010) 789.


[34] Juan Pablo II,
Discurso a la XIX Asamblea del CELAM
(Port au Prince, 9 de marzo de 1983), 3: AAS 75 I (1983) 778.


[35] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal
Ecclesia in Europa
(28 de junio de
2003), 2.45: AAS 95 (2003) 650; 677. Todas las Asambleas sinodales
continentales celebradas como preparación al Jubileo del 2000 se han ocupado de
la nueva evangelización: cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal
Ecclesia in Africa
(14 de septiembre de 1995), 57.63: AAS 85 (1996)
35-36, 39-40; Id., Exhortación Apostólica Postsinodal
Ecclesia in America
(22 de enero de 1999), 6.66:
AAS 91 (1999) 10-11, 56; Id., Exhortación
Apostólica Postsinodal
Ecclesia in Asia
(6 de noviembre de 1999), 2: AAS 92 (2000) 450-451; Id., Exhortación Apostólica Postsinodal
Ecclesia
in Oceania
(22 de noviembre de 2001), 18: AAS 94 (2002) 386-389.


[36] «En cierto sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de
distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su
purificación y reforma interior»: Benedicto XVI,
Discurso durante el
Encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad
(Friburgo, 25 de septiembre de 2011):
AAS 103 (2011) 677.

[37]Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica

Redemptoris missio
(7 de
diciembre de1990), 37: AAS 83 (1991) 282-286.


[38] Ibid., 34: AAS 83 (1991) 279-280.


[39] Juan Pablo II,Exhortación Apostólica Postsinodal

Christifideles laici
(30 de
diciembre de 1988), 26: AAS 81 (1989) 438. Cf. también n. 34: AAS
81 (1989) 455.

[40] Benedicto XVI,Carta Apostólica en forma de
motu proprio
Ubicumque et semper
(21 de
septiembre de 2010: AAS 102 (2010) 790-791.


[41]Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica

Redemptoris missio
(7 de
diciembre de 1990), 33: AAS 83 (1991) 278-279.


[42] Congregación para la Doctrina de la fe,
Nota doctrinal
acerca de
algunos aspectos de la evangelización

(3 de
diciembre de 2007), 12: AAS 100 (2008) 501.


[43] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal

Africae munus
(19 de noviembre de 2011), 160: Libreria Editrice Vaticana, Vaticano
2011, p. 123.

[44] Ibid., 165. 171: pp. 126, 129-130.


[45] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Divina Revelación
Dei Verbum
, 7.

[46]
Ibid., 10.

[47] Pablo VI, Exhortación Apostólica
Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX
centenario del martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (22 de febrero de
1967): AAS 59 (1967)196; citado en: Benedicto XVI,
Porta Fidei.
Carta Apostólica en forma de
motu proprio con la cual se convoca el Año
de la Fe (11 de octubre de 2011), 4: AAS 103 (2011) 725.


[48] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año
de la Fe (11 de octubre de 2011), 11: AAS 103 (2011) 731.


[49] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia

Sacrosanctum concilium
, 2 e 6.


[50] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año
de la Fe (11 de octubre de 2011), 9: AAS 103 (2011) 728.


[51] Cf. Juan Pablo II, Constitución Apostólica

Fidei depositum
(11 de
octubre de 1992): AAS 86 (1994) 116.


[52] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año
de la Fe (11 de octubre de 2011), 10: AAS 103 (2011) 728-729.


[53] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica

Catechesi tradendae
(16
de octubre de 1979), 55: AAS 71 (1979) 1322-1323.


[54] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
Lumen gentium
, 26.


[55] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la
Iglesia
Lumen gentium
, 4.


[56] Cf. Juan Pablo II,
Mensaje a los participantes en el congreso mundial de los
movimientos eclesiales promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos
(27 de mayo de 1998):
L’Osservatore Romano (edición española, 5 de junio
de 1998), p. 11.

[57] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la
Iglesia
Lumen gentium
, 10 e 11.


[58] Cf. ibid., 12, 31, 35.


[59] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal

Christifideles laici
(30 de diciembre de 1988), 33-34: AAS 81 (1989) 453-457.


[60] Pablo VI, Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 46: AAS 68 (1976) 36.

[61]
Ibid., 19: AAS 68 (1976) 18.


[62] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ecumenismo

Unitatis redintegratio
, 1.


[63] Cf. Benedicto XVI,
Mensaje para la celebración de la XLIV Jornada
Mundial de la Paz “Libertad religiosa, camino para la paz”
(8 de diciembre de
2010): AAS 103 (2011) 46-58.


[64] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa
Dignitatis humanae
, 3.

[65]
Cf. Congregación para la Doctrina de la Fede,

Nota doctrinal
acerca de
algunos aspectos de la evangelización
(3 de diciembre de 2007), 4-8: AAS
100 (2008) 491-496.

[66] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera
de la Iglesia
Ad gentes
, 15. 19.


[67] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo
Gaudium et spes
, 44.

[68] Ibid., 44.


[69] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi
(8 de
diciembre de 1975), 29: AAS 68 (1976) 25.


[70] Benedicto XVI, Carta Encíclica

Caritas in veritate
(29 de junio de 2009), 15: AAS 101 (2009) 651-652.


[71] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal

Africae munus
(19 de noviembre
de 2011), 169: Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 2011, p. 129.


[72] Cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, Editio typica, 1972.


[73] «Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un
catecumenado
postbautismal
. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior
al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el
crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis.»:
Catecismo de la Iglesia Católica
, 1231.


[74] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal

Sacramentum
caritatis
(22 de febrero de 2007), 18: AAS 99 (2007) 119.


[75] Ibid, 18: AAS 99 (2007) 119.


[76] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal

Verbum Domini

(30 de septiembre de 2010), 59: AAS 102 (2010) 738-739.


[77]
Cf. Ordo paenitentiae. Rituale romanum, Editio typica, 1974, 17.


[78] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
Lumen gentium
, 67.


[79]Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia
en el mundo contemporáneo
Gaudium et spes
, 22.


[80] Benedicto XVI,
Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de
Roma
(Roma, 11 de junio de 2007): AAS 99 (2007) 680.


[81] Benedicto XVI,
Discurso a los participante en la 61ª Asamblea General de la
Conferencia Episcopal Italiana
(27 de mayo de 2010): L’Osservatore Romano
(edición española, 6 de
junio de 2010), p. 3.

[82] Benedicto XVI,Carta Encíclica

Caritas in veritate
(29 de junio de 2009), 51: AAS 101 (2009) 687.


[83]Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica

Fides et ratio
(14 de septiembre
de 1998): AAS 91 (1999) 5.

[84] Pablo VI, Exhortación Apostólica
Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 41: AAS 68 (1976) 31-32.


[85] Cf. ibid., 22: AAS 68 (1976) 20; Benedicto XVI, Exhortación
Apostólica postsinodal

Verbum Domini

(30 de septiembre de 2010),
97s.: AAS 102 (2010) 767-769.

[86] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal

Sacramentum
caritatis
(22 de
febrero de 2007), 85: AAS 99 (2007) 170.


[87] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal

Verbum Domini

(30 de septiembre de 2010), 77: AAS 102 (2010) 750.


[88] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal
Ecclesia in America
(22 de enero
de 1999), 11: AAS 91 (1999) 747; Id., Carta Apostólica
Novo
millennio ineunte
(6 de enero de 2001), 58: AAS 93 (2001) 309.


[89] Juan Pablo II, Carta Apostólica
Novo
millennio ineunte
(6 de enero de 2001), 40:
AAS 93 (2001) 294.

[90] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año
de la Fe (11 de octubre de 2011), 15: AAS 103 (2011) 734.


[91] Pablo VI, Exhortación Apostólica

Evangelii nuntiandi
(8 de diciembre de
1975), 80: AAS 68 (1976) 75.

 



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