sábado, 1 de julio de 2017

Elogio del judaísmo rabínico - Enlace Judío

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Elogio del judaísmo rabínico

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE
NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Toda esa energía y experiencia acumulada
que no se encausó en radicales reformas religiosas, encontró otro
camino: la reconstrucción de Israel. Una nación desolada, un desierto
inhóspito. Una tierra sin pueblo esperando el regreso del pueblo sin
tierra. Hoy en día es todo lo contrario: un vergel, una capital de la
innovación tecnológica, de la investigación médica. Un paraíso para las
artes. Un refugio para las minorías del Medio Oriente.
YeshivaHace
tiempo, discutiendo sobre asuntos de Historia, retomé y cité una frase
del Historiador Yuval Harari que en su momento me dejó impactado, y me
sigue impactando: hace tres mil años éramos una religión que sacrificaba
animales para que lloviera, pero nos convertimos en una religión de
yeshivot, te libros, de estudio, de discusiones, de intelectuales.
Es cierto. La grandeza del Judaísmo ha
estado en su capacidad no sólo de transformarse y adaptarse, sino de
también plantearse retos de superación en esas transformaciones y
adaptaciones.
La tradición rabínica lo tiene bien entendido, y lo explica a su modo.
Por ejemplo, nos dice que la Torá estuvo
a punto de perderse, pero que Ezra la devolvió a Israel. Es una
afirmación sorprendente, porque la arqueología ha demostrado que eso es
completamente cierto: el patrimonio cultural y religioso -y eso incluye
las Escrituras Sagradas- del antiguo Israel estuvieron a punto de
perderse después de la invasión babilónica. Los babilonios, al igual que
sus antecesores los asirios, hacían todo lo necesario para destruir el
sentido de identidad de los pueblos que conquistaban, para que de ese
modo fuese más fácil su sujeción e incluso su lealtad a partir de la
segunda generación. Por ello, se encargaban de destruir su patrimonio
intelectual y cultural.
No fue sino hasta después del exilio en
Babilonia que Ezra el Escriba y su generación se dedicaron a restaurar
los destrozos dejados por los babilonios. El texto de la Torá, tal y
como lo conocemos, es la monumental obra de restauración de Ezra.
La tradición rabínica nos dice otra cosa
interesante: según algunos, cuando venga el Mesías la Torá va a cambiar
en su modo de aplicarse. Es una sorprende y preclara conciencia de que
las épocas cambian y, con ello, el modo en el que tenemos que aplicar la
Torá.
Los ejemplos que demuestran operativamente esto son abundantes.
Un caso: la Torá dice que hay que
ejecutar a diferentes tipos de “pecadores” (adúlteras, violadores del
Shabat, etc.). Hay muchas explicaciones retóricas para justificar por
qué esto ya no se aplica a quemarropa hoy en día, pero la realidad es
más sencilla que muchos de esos intentos por explicar: hemos
evolucionado como sociedad. Las cosas antes se resolvían con
ejecuciones. Ya no. Ya sabemos que hay otras alternativas.
Entonces ¿estamos dejando de obedecer la Torá bajo el pretexto de “mejorar como sociedad”?
No. Al contrario: en su momento, la Torá
ofreció al pueblo de Israel una base para convertirse en una mejor
sociedad. No era un momento cualquiera: era… la Edad del Bronce. Una
sociedad muy primitiva, tanto como las más avanzadas de su época. La
religión se basaba en sacrificios de animales. Los meses y los años se
medían por observación del cielo. Los países vecinos eran enemigos que
te atacaban para matarte, robarte y violar a tus mujeres y esclavizar a
tus hijos.
Era un mundo salvaje.
Pero la Torá transformó al pueblo de
Israel en ese contexto. Nos enseñó algo que a nadie -por decirlo de
algún modo- se le había ocurrido: la conciencia moral. Es decir, que las
cosas no eran buenas o malas dependiendo de nuestros intereses, sino
que tenían un valor moral intrínseco. Por ejemplo, que el asesinato o el
robo son incorrectos. Dañan a la sociedad. Debe, por lo tanto, un
respeto pleno a la propiedad y privacidad del otro.
Israel no era la única nación que ya
tenía esta noción, pero sí fue la primera en hacer un señalamiento
trascendental: aún los reyes y sacerdotes tenían que someterse a esa
moral. Su rango no les daba ningún permiso de actuar impunemente. Y el
mensaje de los profetas fue contundente: sin una sujeción del rey y los
sacerdotes a las reglas, la sociedad está destinada al fracaso y
colapso.
También a su propia tragedia le dio una
nueva dimensión. En términos históricos y concretos, el Reino de Samaria
cayó ante los asirios y el de Judá ante los babilonios por una razón
muy elemental: se enfrentaron con enemigos más poderosos. Nada más.
Pero ese “nada más” hubiera significado,
en circunstancias normales, la desaparición de los reinos israelitas.
Ningún pueblo se repuso de ese tipo de invasiones. Los derrotados
asumían, en automático, que los dioses de sus enemigos habían derrotado a
los propios, y no quedaba más opción razonable que la sumisión.
Pero no Israel. Basados en ese mensaje
moral de los profetas anteriores a la catástrofe, los profetas del
exilio y posteriores le dieron una nueva interpretación a la desgracia:
D-os, el D-os de Israel, no había sido derrotado por los asirios o
babilonios. Tampoco había abandonado a su pueblo. Simplemente, había
dejado que Israel sufriera las consecuencias de su mal accionar. La
catástrofe como consecuencia de una acción moral (o inmoral, en este
caso). La corrección de la conducta como vía para superar la catástrofe,
por grande que sea.
Con ello, el pueblo judío consiguió lo
que parece que nadie más ha logrado en la misma dimensión: la
inmortalidad. A partir de allí, los judíos obtuvimos los recursos
internos, espirituales, morales, para sobreponernos a todo. Para
resurgir de nuestras cenizas.
El reto en la actualidad no es obedecer
ciegamente la letra de la Torá. No se trata de volver a apedrear
adúlteras, aceptar la poligamia y la esclavitud, o basar la religión en
sangre derramándose. El reto es entender de qué modo la Torá transformó a
esa sociedad en ese momento, para que nosotros podamos transformar
nuestra sociedad en este momento.
Para ello, el Judaísmo Rabínico
desarrolló otro concepto genial: la Torá Oral. Justo para explicar que
la obediencia a la Torá no se trata de una aplicación literal y no
razonada de lo que está escrito (porque eso nos obligaría a vivir bajo
rutinas y paradigmas de hace 30 siglos), la idea es que hay otra
dimensión de la Torá, heredada de generación en generacion por vía oral,
y que no es otra cosa sino el criterio mediante el cual la letra de un
texto antiguo se revitaliza y se convierte en experiencia nueva.
En términos simples, esa impresionante
capacidad de adaptación han hecho del Judaísmo Rabínico un sistema
practicamente perfecto. O más bien, siempre perfeccionándose. Lo
demuestra un hecho histórico: la refundación de Israel en 1948.
Véase de este modo: el antiguo Israel
practicó cierto tipo de religión, antigua, desde su fundación como
monarquía hacia el siglo X AEC, y hasta el año 587 AEC cuando los
babilonios destruyeron al Reino de Judá. Era un religión típicamente
sacerdotal, equilibrada por un poder político ejercido por otra dinastía
(la de los descendientes del rey David). Después de la invasión
babilónica, la naturaleza de la religión sacerdotal fue severamente
cuestionada, y el poder político nunca más regresó al linaje de David.
Sin embargo, con la restauración del
Templo de Jerusalén las cosas regresaron a cierta normalidad, salvo por
un detalle: se comenzaron a perfilear los antagonismos religiosos de un
modo que antes no existía, debido a que un grupo inconforme con la
marginación del linaje de David del poder político sentó las bases para
una construcción teológica que, abusando de la imaginación, comenzó a
imaginar escenarios apocalípticos que culminarían con una serie de
desgracias, después de las cuales los descendientes de David
recuperarían el trono.

Después de la guerra Macabea, estos
antagonismos tomaron su forma clásica: Saduceos, Fariseos, Helenistas y
Apocalípticos florecieron durante más de dos siglos, hasta que la guerra
contra Roma se convirtió en el parte aguas definitivo.
De esa catástrofe fue que surgió el
Judaísmo Rabínico, una reorganización radical obligada por la
destrucción definitiva del Templo de Jerusalén, basada en un nuevo tipo
de autoridad: la de los sabios. Durante mil años, el Judaísmo había sido
dirigido por un clan familiar, el sacrerdotal. Ahora era dirigida por
la gente instruida.
En otras palabras, la democratización del poder religioso. Un paso revolucionario.
El nuevo sistema de organización tuvo
que ponerse a prueba durante casi dos mil años de cruel exilio.
Paradójicamente, gracias a ello desarrolló conceptos y prácticas que
garantizaron la sobrevivencia del grupo.
Imagínense a un pueblo apátrida, sin
nada, expulsados de aquí y de allá. Personas que han visto a algún
familiar morir violentamente, que han perdido a sus padres, a una
esposa, a algún hijo, de esa manera. Mujeres que vivían siempre en el
riesgo de ser violadas o asesinadas.
¿Cómo vives con eso? ¿Cómo te sobrepones
a desgracias que podrían marcarte y traumarte para siempre? El Judaísmo
Rabínico respondió con lo que podría definirse como la primera gran
escuela de auto-superación: despertarte cada mañana, SIEMPRE, y decir
“gracias, Señor, porque me has devuelto el alma…”. Pasar al baño y decir
“gracias, Señor, porque hiciste al hombre con agujeros…”. Y así durante
todo el día: agradecer, agradecer, bendecir, bendecir, volver a
agradecer, volver a bendecir.
Una disciplina mental. Una estructura en el interior de la psique. La garantía de que uno puede enfrentar cualquier desgracia.
Por ello, la importancia de la idea de
que la identidad judía se hereda por la vía materna. Idea ancestral -ya
está claramente planteada en la Torá-, pero que cobró una relevancia
fundamental en las épocas en las que muchos embarazos fueron
consecuencia de violaciones. El Judaísmo fue la primera, acaso la única
religión en ese tiempo, que recibió a esos niños con todo el amor,
porque eran tan judíos como cualquier otro. A ellos también se les educó
en yeshivot y con Talmud y Torá. A ellos también se les enseñó a
agradecer y bendecir.
Pero todo ello conllevaba un riesgo: una
religión fraguada bajo el rigor del exilio puede convertirse,
involuntariamente, en una religión apta sólo para gente sumisa y
marginada.
Por eso, el gran reto vino en 1948.
Israel renació. El pueblo judío recuperó su patria, su libertad. La
psicología del exilio empezó a desaparecer. Todos los que hemos nacido
después de ese año, pensamos y sentimos nuestro Judaísmo de un modo
radicalmente diferente a nuestros abuelos.
¿Qué sucedió con el sistema Rabínico, forjado en el exilio, ante la nueva realidad?
Naturalmente, hubo oposición. Muchos
sectores muy tradicionalistas se alinearon en el anti-sionismo. Sin
embargo, poco a poco se han reducido. Al paso de los años, aún ese tipo
de tradicionalismo judío se ha asimilado a la nueva realidad.
Bien, eso es en un nivel. Pero en el
estructural, en el de los paradigmas esenciales de la religión, ¿qué le
sucedió al sistema Rabínico después del renacimiento de Israel?
En realidad, nada.
Funciona. Funciona bien. Lo ha hecho, lo
hace y lo seguirá haciendo. Ningún rabinato ha planteado la posibilidad
de reestructurar a fondo nuestra religión. No hay necesidad: está lista
para seguir su proceso de evolución no porque haya una urgencia
repentina, sino porque así es como avanza la humanidad.
Por eso digo que el sistema Rabínico es,
prácticamente, perfecto: lo que más le podía afecta -la victoria, la
reivindicación- ni siquiera lo despeinó.
El Judaísmo Rabínico es un abanico
plural donde cada judío tiene un lugar asegurado. Debate, discute, se
agarra a sombrerazos cada vez que se requiere o que se desea. No
importa. Podemos con eso. Nos alimentamos, nos energetizamos con eso.
Toda esa energía y experiencia acumulada
que no se encausó en radicales reformas religiosas, encontró otro
camino: la reconstrucción de Israel. Una nación desolada, un desierto
inhóspito. Una tierra sin pueblo esperando el regreso del pueblo sin
tierra. Hoy en día es todo lo contrario: un vergel, una capital de la
innovación tecnológica, de la investigación médica. Un paraíso para las
artes. Un refugio para las minorías del Medio Oriente.
¿Qué es lo que debemos hacer para conservarlo y hacerlo crecer todavía más?
Nada que no sepamos hacer. Simplemente,
lo que nuestros sabios nos enseñaron en aquellos difíciles años cuando
el sistema Rabínico tomó su forma: desde el mismo momento de
levantarnos, saber ser agradecidos y siempre bendecir. Agradecer y
bendecir, bendecir y agradecer.
Y, por supuesto, recordar que ya no
sacrificamos animales para que llueva. Tenemos libros, tenemos escuelas,
yeshivot, universidades. Discutimos. Aprendemos. Enseñamos.
Es hermosa la heredad que me ha tocado…

Irving Gatell

Nace
en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en
Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como
profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha
desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de
Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha
presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo
Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli),
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