lunes, 31 de julio de 2017

El Hijo Guapo De David Se Roba El Reino - Historias De La Biblia En Hebreo

El Hijo Guapo De David Se Roba El Reino - Historias De La Biblia En Hebreo


Historias de la Biblia hebrea

EL HIJO GUAPO DE DAVID SE ROBA EL REINO






Historia 67 – 2 Samuel 13:1-17:23

Poco tiempo después del pecado de David, las consecuencias que el
profeta le advirtió se empezaron a notar. David tenía muchas esposas y
ellas le dieron muchos hijos, pero la mayoría de sus hijos habían
crecido muy desenfrenados porque David no les daba el tiempo necesario
para instruirlos en el Señor cuando eran pequeños. Su oficio como rey
era muy exigente y como padre, no tuvo mucho tiempo.
Absalón era uno de los hijos de David,
su mamá era la hija de Talmay, el rey de un pequeño país llamado
Guesur al norte de Israel. Absalón tenía una cabellera muy pesada y era
un joven sumamente guapo. El muchacho se enfureció con Amnón, otro
hijo de David, porque Amnón le había hecho algo malo a su hermana Tamar.
Pero Absalón escondió su furia contra su medio hermano, hasta que un
día invitó a Amnón y a todos los hijos del rey a un banquete que hizo
en su casa. Cuando estaban comiendo, los criados de Absalón mataron a
Amnón allí en la mesa. Los otros príncipes se alarmaron porque pensaron
que a ellos les iba a tocar también, así que todos salieron huyendo, y
regresaron sanos y salvos a David.  
Al rey no le gustó nada lo que Absalón
había hecho, aunque era su hijo preferido. Absalón dejó el palacio de
su padre y se fue a vivir en Guesur por tres años al palacio de su
abuelo, el padre de su mamá. Todo este tiempo, David lo extrañaba mucho,
por eso después de algún tiempo, David le permitió a Absalón que
regresara a Jerusalén. Pero, por algún tiempo no podía ver a David por
la muerte de su hermano. Finalmente por el tanto amor que David le
tenía a su hijo, no pudo estar lejos de él. Lo mandó a traer, lo
recibió con un beso, y nuevamente estaba viviendo en el palacio. Pero
Absalón tenía un corazón cruel y perverso, así que tramó un plan para
quitarle el trono a su padre David. Pasado algún tiempo, Absalón
consiguió carros de combate, algunos caballos y una escolta de
cincuenta soldados como si él fuera el rey. Se levantaba temprano y se
ponía a la entrada del palacio. Cuando alguien iba a ver al rey para
que le resolviera un pleito, Absalón lo llamaba y le preguntaba de qué
se trataba su asunto y les decía: “Tu demanda es muy justa, pero no
habrá quien te escuche de parte del rey”. Y añadía: “Ojalá me
escogieran  por juez en el país. Todo el que tuviera un pleito o
demanda vendría a mí, y yo le haría justicia”. Además de esto, si
alguien se le acercaba para inclinarse ante él, Absalón le tendía los
brazos, lo abrazaba y lo saludaba con un beso como amigos. Así fue
ganándose el cariño del pueblo, y así en todas partes de la tierra,
deseaban que Absalón fuera el rey en vez de su padre David, ya que
David no estaba entrometido en más guerras ni andaba mucho entre la
gente. En vez, él vivía en su palacio y desde allí oía todo lo que
estaba pasando.
Al cabo de cuatro años, Absalón
pensó que podía quitarle el reino a David, y le dijo al rey: “Permítame
ir a Hebrón para adorar al Señor y cumplir con una promesa que le hice
cuando vivía en Guesur”. Esto le agradó a David porque pensó que
Absalón de verdad quería adorar a Dios. Así que Absalón su fue a Hebrón
con una compañía de amigos, de los cuales muy pocos sabían lo que él
estaba planeando. Ya llegado allí, mandó a llamar a un consejero muy
sabio llamado Ajitofel, al cual David le tenía mucha confianza. De
repente la noticia corría a través de la tierra que decía: “¡Absalón
reina en Hebrón!” Los que sabían secretamente del plan de Absalón,
comenzaron a divulgarlo entre la gente, de manera que parecía que todos
estaban a favor de Absalón para que remplazara a David como rey. La
noticia llegó a oídos de David en su palacio de que Absalón se había
convertido en rey con muchos de sus dirigentes en su favor, y que el
pueblo quería realmente a Absalón en lugar de él. David no sabía en
quién confiar, y se escapó antes que fuera demasiado tarde. Se llevó
con él  sus oficiales que querían seguirlo, sus esposas, y
especialmente a Betsabé con su pequeño Salomón.    



Al pasar por las puertas, se le unieron Itay que era comandante de
la guardia de David, junto con seiscientos guerreros. Itay no era
israelita y por eso, le sorprendió a David que estuviera dispuesto a ir
con él, y le dijo: “¿Y tú siendo extranjero, por qué quieres venir con
nosotros? Ni yo sé dónde voy, ni los problemas que nos esperan.
Regresa y llévate a tus paisanos a tu propia tierra. ¡Y que la
misericordia  y la verdad vayan contigo!” Pero, Itay marchó con todos
los hombres de David y cruzaron el arroyo de Cedrón hacia el desierto.
Entre ellos se encontraba Sadoc y Abiatar, los sacerdotes junto con los
levitas que llevaban el arca del pacto de Dios. Y David les dijo:
“Devuelvan el arca de Dios a la ciudad. Si encuentro el favor del
Señor, él hará que yo regrese y vuelva a ver el arca y el lugar donde
él reside. Pero si el Señor me hace saber que no le agrado, quedo a su
merced y puede hacer conmigo lo que mejor le parezca”. David pensó que
los sacerdotes podrían ayudarle más estando en la cuidad que estando
con él, y le dijo a Sadoc: “Vuelve a la ciudad mándame noticias con tu
hijo Ajimaz y con Jonatán hijo de Abiatar. Yo me quedaré en los llanos
del desierto por el río Jordán hasta que ustedes me informen de la
situación”. Entonces Sadoc y Abiatar volvieron a Jerusalén con el arca
de Dios y la regresaron al santuario en el Monte Sión.  Allí estaban
alertas para informarle a David de cualquier cosa que pudiera ayudarle.
David por su parte, subió al monte de
los Olivos llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos.
También todos los que lo acompañaban estaban llorando de la pena por la
caída de David de su trono. Cuando David llegó a la cumbre del monte,
se encontró con su buen amigo, Husay que estaba esperándolo para verlo.
En señal de duelo llevaba las vestiduras rasgadas y la cabeza cubierta
de ceniza, listo para ir con David al desierto, pero David le dijo:
“Si vienes conmigo, vas a ser una carga. Es mejor que regreses a la
ciudad y le digas a Absalón que estas a su servicio, de ese modo podrás
ayudarme a desbaratar los planes de Ajitofel, para que Absalón no siga
su consejo sabio. Allí contarás con los sacerdotes Sadoc y Abiatar,
así que mantenlos informados de todo lo que escuches en el palacio
real”.
Más adelante del monte, David se
encontró con otro hombre por el nombre de Siba, el criado de Mefiboset.
(Has de recordar que David le mostró mucha caridad a Mefiboset porque
era el hijo de su mejor amigo Jonatán). Siba llevaba un par de asnos
cargados con doscientos panes, cien tortas de uvas pasa, cien de higos y
un odre de vino. ¿Qué vas a hacer con todo esto?” –le preguntó el
rey.  Siba respondió: “Los asnos son para el rey, el pan y la fruta son
para que coman los soldados, y el vino es para que beban los que
desfallezcan en el desierto”. Entonces el rey le preguntó: “¿Dónde está
Mefiboset, tu amo?” Siba respondió: “Se quedó en Jerusalén. Él se
imagina que ahora la nación de Israel le va a devolver el reino de su
abuelo”. David se entristeció al oír que Mefiboset lo había abandonado,
y le dijo a  Siba: “Todo lo que antes fue de Mefiboset ahora es tuyo”.
Pero David no sabía que Siba estaba mintiendo; Mefiboset no había
abandonado a David. De esto se enterará más tarde, como veremos después.
Más adelante, David se encontró con
otro hombre con un espíritu muy diferente al de Itay, Husay y Siba. Su
nombre era Simí, y pertenecía a la familia del rey Saúl. David estaba
subiendo a la cima del monte por un lado y por el otro lado Simí se
emparejó con David y se puso a maldecir a David, y a tirarle piedras. En
sus insultos, Simí le decía al rey: “¡Largo de aquí, asesino!
¡Canalla! El Señor te está dando tu merecido por haber masacrado a la
familia de Saúl para reinar en su lugar. Por eso el Señor le ha
entregado el reino a tu hijo Absalón. Has caído en   desgracia, porque
eres un asesino”. Abisay, uno de sus hombres y su mismo sobrino, le
dijo al rey: “¿Cómo se atreve este perro muerto a maldecir a Su
Majestad? ¡Déjeme que vaya y le corte la cabeza!” Pero el rey
respondió: “Esto no es asunto mío ni de ustedes. A lo mejor el Señor le
ha ordenado que me maldiga. Y si es así, ¿quién se lo puede reclamar?
Si el hijo de mis entrañas intenta quitarme la vida, ¡qué no puedo
esperar de este hombre desconocido! Déjenlo que me maldiga, pues el
Señor toma en cuentea mi aflicción y me paga con bendiciones las
maldiciones que estoy recibiendo”.
Y así, David junto con sus esposas,
sus criados y sus fieles soldados, se fueron rumbo al desierto al valle
del Jordán. Mientras tanto, Absalón y todos los israelitas que los
seguían habían entrado en Jerusalén. Entonces Husay, el amigo de David,
fue a ver a Absalón y exclamó: “¡Viva el rey! ¡Viva el rey!” Absalón
le preguntó: “¿Así muestras tu lealtad a tu amigo? ¿Cómo es que no te
fuiste con él?” Husay respondió: “Soy más bien amigo del elegido del
Señor, elegido también por este pueblo y por todos los israelitas. Así
que yo me quedo con usted. Serviré al hijo, como antes serví al padre”.
Entonces Husay entró al palacio junto con los seguidores de Absalón y
le preguntó a Ajitofel: “Pónganse a pensar en lo que debemos hacer”.
Ajitofel era un hombre muy
inteligente; sabía la mejor manera de hacer prosperar a Absalón, y le
dijo: “Déjeme que escoja a doce mil soldados, y esta misma noche saldré
en busca de David. Como él debe estar cansado y sin ánimo, lo atacaré,
le haré sentir mucho miedo y pondré en fuga al resto de su gente que
está con él. Pero mataré solamente al rey, y los demás se los traeré a
Su Majestad. La muerte del hombre que usted busca dará por resultado el
regreso de los otros, y todo el pueblo quedará en paz”. Aunque Absalón
pensó que Ajitofel tenía una buena idea, mandó a llamar Husay para ver
qué opinaba. Y Husay le dijo: “Esta vez el plan  de Ajitofel no es
bueno. Usted conoce bien a su padre David y a sus soldados: son
valientes, y deben estar furiosos como una osa salvaje a la que le han
robado su cría. Además, su padre tiene mucha experiencia como hombre de
guerra y no ha de pasar la noche con las tropas. Ya debe de estar
escondido en alguna cueva o en otro lugar. Si él ataca primero,
cualquiera que se entere dirá: –Ha habido una matanza entre las tropas
de Absalón –. Entonces aun los soldados más valientes, que son tan
bravos como un león, se van a acobardar, pues todos los israelitas
saben que David, es un gran soldado y cuenta con hombres muy valientes
desde Dan en el norte a Berseba en el sur. Y si David se encuentra en
la ciudad, tendrá hombres suficientes para poner la ciudad en pedazos; o
si está en el campo, podemos rodearlo por todos lados”.
Absalón y todos los israelitas
dijeron: “El plan de Husay es mejor que el de Ajitofel. Hagamos como
dice Husay”. Absalón se sentó tranquilo en el trono de su padre mientras
que juntaban a su ejército. Husay quería que esto pasara para que
David tuviera tiempo de juntar a su ejército; y Husay sabía que los
corazones de todos cambiarían nuevamente a favor de David. Entonces
Husay les dijo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar del plan de Absalón, y
le mandaron el mensaje a Jonatán y a Ajimaz con una joven. Estos
corrieron a decirle el plan a David que se encontraba al lado del
Jordán. David encontró refugio en la tribu de Gad al otro lado del
Jordán; y sus amigos de los alrededores fueron a encontrarlo. Ajitofel,
por su parte, al ver que Absalón no había seguido su consejo, se dio
cuenta que Absalón no duraría como rey y se fue a su pueblo. Cuando
llegó a su casa, luego de arreglar sus asuntos, fue y se ahorcó.
Prefirió morir por su propia mano a que David lo matara por traición. 
Por algún corto tiempo,  se le cumplió su deseo a Absalón de tener el
reino y la corona, y vivía en el palacio en Jerusalén como el rey de
Israel.

  


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