lunes, 26 de junio de 2017

Crónicas de un viaje: Crónica 39: Jordania, la tierra de los hoscos

Crónicas de un viaje: Crónica 39: Jordania, la tierra de los hoscos












































lunes, 21 de junio de 2010






Crónica 39: Jordania, la tierra de los hoscos



Recorrido: bici, furgo


Entramos
a Jordania con mucha ilusión por conocer un país nuevo. Cumplimos las
formalidades en la frontera y continuamos hacia el sur. La primera
tarde, tras
20 kilómetros
de pedaleo por una carretera sin gran interés y al no encontrar una
tienda abierta, paramos en un restaurante de carretera para comprar algo
para la cena y llenar los bidones de agua. Ahí es cuando nos dimos
cuenta de que en Jordania íbamos a tener que sacar los dientes. El
tendero nos quería cobrar 8 euros por 3 botellas de agua y cuatro
huevos, la mitad de nuestro presupuesto diario en Siria. No nos quedaba
otra, así que hicimos tripas corazón y compramos una botella de agua y
los cuatro huevos por 4 euros. Nos dolió en el alma ser estafados de tal
manera y salimos echándoles un maleficio gitano.




Entrando...
Esa
noche acampamos detrás de una gasolinera. El jefe jordano y sus dos
empleados egipcios nos ofrecieron té y hasta agua para ducharnos. Al ver
la amabilidad ofrecida en la estación de servicio, pensamos que el timo
sufrido horas antes había sido algo puntual. Estábamos equivocados. Era
sólo el inicio.
Al
día siguiente pusimos rumbo a la ciudad de Jerash. La ciudad en sí es
polvorienta, muy caótica y fea, pero posee unas ruinas romanas bien
conservadas en las que estuvimos comiendo y paseando. Al hacer la
compra, una tendera nos puso al día de los precios reales que anotamos
para futuras ocasiones y que sería nuestra Biblia para comerciar en la
tierra de los Hachemitas.
Ruinas de Jerash
Tras
la visita bajamos hasta el río y empezamos a buscar un lugar de
acampada. Cansados optamos por desviarnos por un camino que conducía a
unas campas donde decidimos instalar el campamento. Aparecieron dos
jóvenes de nuestra edad a saludar y curiosear. En un principio nos
parecía normal, pero andábamos con ojo atento. Entablamos conversación
con ellos e incluso nos ayudaron a montar la tienda. Parecían
simpáticos, hasta que uno de ellos le pidió a David que se acercará para
preguntarle algo. Tras varios intentos fallidos en inglés, David
comprendió que lo que le estaban pidiendo era acostarse con María. David
empezó a gritarles y a llamarles de todo. Decidimos salir de ahí cuanto
antes. Recogimos las cosas a todo meter mientras ellos nos miraban y
arrastramos las bicis de noche hasta la carretera. Pedimos asilo en el
primer restaurante que nos dejó acampar en unos columpios anexos. Y esto
sería el segundo día.
Egipcios en la gasolinera
El
tercer día por la mañana no iba a mejorar mucho pues nos tocó una
subida por una carretera de mucho tráfico en la que a María los hombres
nos decían cosas que no lográbamos entender, pero por el tono no
parecían amigables en muchos de los casos. La tarde mejoró con la bajada
al Mar Muerto.
Descenso al Mar Muerto
De estar a 1.200 metros sobre el nivel de mar, tomamos una bella carretera comarcal que desciende hasta los 400 metros
por debajo del nivel del mar y llega hasta el legendario río de
Jordania. Llegamos a un terreno llano, muy cultivado. Pasamos a muy poco
de la frontera con el estado de Israel y luego viramos hacia el sur
hasta llegar al Mar Muerto. Son lugares de mucha importancia religiosa.
Junto al mar muerto se halla el lugar donde supuestamente fue bautizado
Jesús y desde donde acampamos esa noche veíamos las luces de las
ciudades de Jericó y Jerusalén, tantas veces escuchadas y leídas, pero a
la que no íbamos a ir. Tras nuestra estancia con Pawel y Rob, sí
pensamos en cruzar a Palestina, nos apetecía conocerlo por dentro, pero
llevábamos todos los sellos de los "enemigos" de Israel y queríamos
evitar cualquier problema en nuestra entrada a Egipto. Esa noche fue
mágica. Acampamos frente a una tienda de beduinos. Parecían haber estado
ahí desde el inicio de los tiempos. Se dedicaban a la cría de cabras y
camellos. Al echarse la noche, encendieron una fogata dentro de la
tienda, cenaron y a la cama. Por la mañana, para cuando nosotros nos
despertamos, ellos ya salían con los camellos y rebaños. Estábamos en
primavera y la temperatura era tolerable.

Acampada en mar Muerto, al fondo Israel
Nos
imaginamos cómo sería la vida en pleno verano en una zona desértica y
ventosa como la que estábamos. Geográficamente, el mar Muerto pertenece
al Valle del Rift que se extiende hasta África y lo comparten los
estados de Jordania e Israel. Es un mar con los días contados. Cada día
que pasa hay menos agua y una mayor proporción de sal. La elevada
concentración de sal hace que no haya espacio para una forma de vida.
Seguimos la carretera hasta encontrar una "playa" donde pegarnos el
chapuzón.
Mar Muerto
Seguimos avanzando 30 kilómetros
más hasta la entrada de un parque nacional al que se accede a través de
un espectacular Wadi. Nos dejaron acampar junto al aparcamiento.
Siesstaaaa!





El día siguiente se nos presentaba muy duro. Teníamos que superar un desnivel de 1600 metros para llegar hasta Karak, la siguiente ciudad importante. A 10 kilómetros
y con sol de justicia María pinchó y nos pudo la galbana. Decidimos
tomar una furgoneta con la que acordamos un precio y subimos los
30 kilómetros hasta la ciudad de Al-Karak.
Castillo de Al-Karak
Ahí
visitamos el Castillo construido por los cruzados. Como iba siendo el
caso, mejor que su arquitectura, espesa y robusta, eran las vistas sobre
el Mar Muerto y los
wadis,
cauces secos creados por ríos e inundaciones repentinas en zonas
desérticas. De Karak nos unimos a la King's Highway, una carretera
construida sobre una antigua ruta comercial de la época de los romanos.
La belleza de los paisajes aumentaba de forma inversamente proporcional a
la amabilidad de las gentes que nos íbamos encontrando por los pueblos.
Por la King's Highway
En
el primer pueblo en que los niños jordanos nos tiraron alguna piedra
nos lo tomamos como gajes del oficio, en el segundo nos empezamos a
enfadar, en el tercero, paramos y explicamos a un adulto que esas nos
eran formas de recibir a viajero, que era peligroso para nosotros.
-Castigaré a los culpables- aseguró. En el cuarto pueblo, David saltó de
la bici fue corriendo a por unas piedras y respondió la ofensiva.
Tristemente, esa fue la única vez que salieron corriendo.
La
curiosidad que teníamos al principio por conocer los pueblos fue
sustituida por ganas de pasar el pueblo cuanto antes. Por suerte, no
siempre fue el caso. Hubo también gente que nos saludaba, nos sonreía y
nos invitaba a sus casas. Casi siempre fueron hombres los que nos
invitaban y casi siempre rechazábamos, no estábamos con ánimo de
socializar tras los recibimientos. Sin embargo, un viernes atravesamos
un pueblo coincidiendo con la hora del rezo y todos los hombres se
encontraban en la mezquita. A la salida del pueblo pasamos por una casa y
una mujer nos hizo el gesto de que pasáramos. Aparcamos las bicis y, a
pesar de estar un tanto olorientos, nos invitaron a sentarnos sobre las
alfombras que cubrían el piso de la casa. Una de ellas estudiaba Trabajo
Social en Amman y hablaba un inglés que nos permitió conversar sobre
muchos temas durante dos horas, hasta que apareció uno de los hermanos.
Nos bombardeaban con preguntas sobre el papel de la mujer, la relación
entre hombres y mujeres y las relaciones familiares en nuestro país. Nos
contaba cómo era su hermano el que decidía con qué chicos podía estar y
con cuáles no y concluía que siempre que pasaba algo, la mujer tenía la
culpa. Pareció desahogarse. Alucinaba con el hecho de que viajáramos
juntos sin estar casados. Era algo que aún no cabe en la sociedad
jordana. Reanudamos la marcha animados de haber conectado con una
familia y de haber conversado de forma normal. Al atardecer llegamos a
la ciudad Al-Tafila para comprar gasolina y comida. Una vez más algún
niño nos lanzó algo al pasar. Estábamos muy cansados para broncas y
pedaleamos hasta las afueras donde encontramos un sitio donde poner la
tienda.
Y, ¿cómo haceis para ducharos? Así.
No
dejábamos pasar ni una. Peleamos cada céntimo. Cada compra se convertía
en una lucha. Nos sabíamos los precios de memoria. A medida que nos
acercábamos a la mítica Petra, los precios iban subiendo. Llegamos a
Wadi Musa, un pueblo construido por y para Petra, y encontramos un
hostal barato a la entrada. Ahí conoceríamos a Gabor y Angie, él hungaro
y ella singapureña.
Angie y Gabor
También
llevaban tiempo viajando. Se habían conocido en China y enseguida
conectamos con ellos. Tanto que al día siguiente acordamos ir juntos a
intentar colarnos en Petra. En rara o ninguna ocasión hemos querido
colarnos sin pagar en algún sitio histórico, pero el disparatado precio
de 33 euros que costaba la entrada a las ruinas de Petra junto a la
animadversión que nos provocaban los jordanos, hizo que probáramos una
forma de colarnos en el recinto. Fuimos a
Little Petra, a unos 10 kilómetros,
con la esperanza de seguir un camino que nos condujera hasta las
ruinas. Estuvimos andando perdidos entre cañones y gargantas de piedra
rosácea. No llegamos ni a la mitad del camino que antiguamente conectaba
las dos ciudades, pero fue un día muy bonito en el que disfrutamos de
una buena compañía y un paisaje mágico. A la vuelta pasamos por un
pueblo beduino habitado por los antiguos pobladores de la actual Petra
antes de que fueran reubicados. Los beduinos irradian una personalidad
diferente y más natural con respecto a los jordanos.
Al
día siguiente resolvimos probar suerte y tratar de comprar una entrada
de segunda mano. Nos acercamos a un grupo de japoneses recién salidos y,
a escondidas, les sacamos dos entradas por 15 euros. Entramos sin
levantar sospecha alguna a las ruinas de Petra. Jordania 0-David y
Maria 1. Brevemente, Petra es una antigua ciudad de los Nabateos
construida hacia el s.II a.C. por comerciantes que transportaban bienes
en caravanas por las rutas de Oriente Próximo. Al ser una ciudad
esculpida en la piedra y al haber sido descubierta hace relativamente
poco, hoy es posible ver bastante de lo que una vez fue. El resto os lo
contamos con las fotos.
Canalizaciones por el Siq (entrada a Petra)
El Tesoro
El Monasterio,Petra
Dejamos atrás Petra y pusimos rumbo al parque de Wadi Rum, el desierto. Los primeros 50 kilómetros fueron un constante sube y baja pasando por campos poblados de tiendas nómadas con viento de cara.
Acampada de camino a Wadi Rum
Al
día siguiente, de camino a Wadi Rum, mientras pedaleábamos vimos a los
lejos el contorno de una persona que se iba acercando poco a poco. Era
Manfield, un caminante de Alemania, que llevaba recorridos más de
1300 kilómetros por los desiertos de Jordania y Arabia Saudita. ¡Otra liga!

Manfield, con 1250 kilómetros a sus espaldas

Los Siete Pilares de la Sabiduría,Wadi Rum
Entrar
en Wadi Rum con la bici fue espectacular. Bloques enormes de roca de
múltiples colores esculpidos por el paso del tiempo y el viento brotaban
por todo el desierto.
Entrando en Wadi Rum
De
vez en cuando se veía algún beduino guiando camellos o alguna mujer o
niños con cabras. Nos quedamos en el camping de pueblo. Lo propio
hubiera sido ir al desierto de acampada, pero nos quedaban sólo fuerzas
para un paseo por el desierto. Esa noche, además de las estrellas, se
veían las luces de los frontales de los escaladores colgados de las
bloques.
A
la mañana siguiente salíamos hacía la última ciudad en Aqqaba. Iba a
ser nuestro último día en Jordania y teníamos ganas. Como regalo de
despedida batimos el record de pinchazos en 30 minutos: 3!!! Llegamos a
la ciudad de Aqqaba desde donde se veía el Mar Rojo, las montañas de la
península del Sinai e Israel. Pedaleamos hasta el puerto para coger el
ferry con destino Nuweiba en Egipto. Antes de montar el hornillo para
preparar la cena, un señor nos vino a hacer preguntas sobre nuestro
viaje. Estaba tan maravillado, decía, que pidió hacernos una
minientrevista con su móvil. Aceptamos. Era piloto de una aerolinea en
Arabia Saudi e iba vestido como tal. Eso sí, pra cumplir con el rito,
antes de abandonarnos, nos susurró: ¡Tened cuidado en Egipto, el 99,9%
de los egipcios son ladrones!
Mientras
esperábamos apareció Dan, un ciclista inglés que venía de Londres y que
se dirigía hacia Ciudad del Cabo en Suráfrica. Estábamos derrotados de
la paliza que había sido Jordania, pero contentos de viajar a Egipto y
encima, una de las etapas la haríamos con otra persona, una novedad.
Aparcamos las bicis en la bodega del ferry, buscamos un hueco donde
tirarnos para dormir y sonó la bocina. Salíamos de Jordania.
Ferry a Nuweiba
Sin
duda Jordania ocupa el farolillo rojo en la clasificación de los países
por los que hemos pasado. A veces pensábamos que era por nuestra culpa.
Lo achacábamos al cansancio acumulado o al hecho de llevar muchos
países visitados en poco tiempo hace que uno pierda la perspectiva y la
paciencia. Pero no, luego leímos y oímos experiencias similares de otros
ciclistas. Imaginamos que otra gente habrá tenido experiencias más
positivas. Por desgracia, la nuestra no fue el caso. Sí nos topamos con
jordanos amables, pero no era fácil. No sirva esta crónica para
desanimar a nadie a visitar Jordania. Petra, Wadi Rum y el Mar Muerto
son únicos. Ha sido nuestra experiencia. Dan, por ejemplo, lo había
pasado en grande.
Un abrazo y hasta la próxima crónica
David y María

2 comentarios:



Iñigo eta Aitor
dijo...
Pero bueno! Hay algún biciviajero/a que haya pagado la entrada en Petra?
Si es que sois unos delincuentes!
Bueno pareja, se ve que fue dura y desagradable la convivencia con los jordanos. Y luego la mala fama se la llevan otros, pero a los hachemitas no les gana nadie puteando al viajero/a.

Izan ondo.

Iñigo




Anónimo
dijo...
disculpa, queria saber si tienes informacion acerca de si se puede conseguir hospedaje en jordania para una pareja, sin estar casados. gracias.










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