martes, 1 de agosto de 2017

Libros de los Reyes - Enciclopedia Católica

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Martes, 1 de agosto de 2017







Libros de los Reyes





El libro histórico llamado en hebreo Melakhim, es decir, Reyes, en la Vulgata, en imitación a Los Setenta,
es llamado Tercer y Cuarto Libros de los Reyes. Esta designación es
justificada, ya que la narración histórica de I y II Reyes (Libros de Samuel) es continuada aquí, y especialmente porque aquí se concluye la historia de la vida de David,
comenzada en los Libros de Samuel. Por otro lado, es una obra
independiente, distinta a los Libros de Samuel (I y II Reyes) en su
origen y en su estilo, así como debido a su propósito. Su división en
dos libros---en un lugar difícil, justo en medio de la historia de Ocozías---no
existía en tiempos antiguos, y sólo ha sido introducida después en las
ediciones hebreas a partir de Los Setenta y la Vulgata. Una división en
tres partes estaría más acorde con su contenido.


La primera parte (1 Rey. 1,11), comienza con las leyes de David respecto a la sucesión al trono y sus últimas instrucciones, contiene la historia de Salomón: su sabiduría dada por Dios, la construcción del Templo y el palacio real, el esplendor de su reinado, su gran caída debido a la cual Dios le anunció la división de su reino.


La segunda parte (1 Rey. 12 - 2 Reyes 17) da un esbozo histórico general de la parentela de Judá e Israel: el alejamiento de Dios de Jeroboam y el culto al becerro de oro, las continuas guerras entre los reyes subsiguientes de Israel y de Judá hasta Ajab, los esfuerzos de Elías de devolver a Dios la gente descarriada por Ajab, las destructivas alianzas entre la casa de Ajab y la casa de David, los milagros, profecías, y actividad de Eliseo, la destrucción de la raza de los Ajab por Jehú,
el fallido intento de Atalía de destruir la casa de David, la línea
posterior de reyes contemporáneos de Judá e Israel hasta el final del
último llamado reino, con un epílogo que señala las causas de la caída de este último.


La tercera parte (2 Reyes 18 - 25) trata de la historia del reino de Judá después del reinado de Ezequías: su milagrosa liberación del poder de los asirios, su complicidad jactanciosa con los babilonios, que dio lugar a la cautividad babilónica y al exilio, el relato histórico del reinado de Manasés, cuyos pecados evocaron el pronunciamiento de la ruina de Judá, de Josías, quien restauró el Templo, renovó la alianza con Dios, y se esforzó por erradicar la idolatría, de los últimos reyes hasta la destrucción de Jerusalén por los babilonios, con un epílogo breve en relación con los habitantes de Judea que se habían quedado atrás, y la liberación del rey Joaquín de su encarcelamiento.
Los libros de los Reyes no se completaron en su forma actual antes de
la mitad del exilio. De hecho 2 Reyes 25,27-30, relata que Joaquín fue
liberado de la esclavitud (562), y admitido a la corte de Babilonia
para "todos los días de su vida".


Según el Talmud de Babilonia (Baba bathra, fol. 15, 1), su autor es el profeta Jeremías. No pocos entre los exégetas
antiguos y modernos consideran esto como probable. En efecto, es
notable que no se aluda a la actividad de Jeremías---ni siquiera se
menciona su nombre--- a pesar de que estuvo en estrecha relación con los
acontecimientos de los últimos años, mientras que se señala
minuciosamente todo lo que los demás profetas (por ejemplo, Elías,
Eliseo, Isaías)
hicieron para los reyes y el pueblo. En caso de que Jeremías fuese el
autor, tenemos que aceptar la explicación de que él no consideró
adecuado relatar aquí lo que había expuesto en detalle en su profecía.
Por otra parte, el capítulo 52 de Jeremías, la narración de los
hechos en que se cumplieron las predicciones de Jeremías, está tomado
casi literalmente de 2 Reyes 24,18 - 25,30. El compilador de la
profecía de Jeremías se sintió justificado en hacer esto, ya que, en su
opinión, los libros de los Reyes eran del mismo autor.


Hay un parecido indudable en el lenguaje y el estilo entre este
libro histórico y la profecía de Jeremías. En ambos escritos aparecen
las mismas expresiones (véase, por ejemplo, 1 Rey. 2,4 con Jer. 33,17; 1
Rey. 9,8 con Jeremías 18,16 y 19,8; también Lam. 2,15, 2 Rey. 21,12 con
Jer. 19,3; 2 Rey. 21,13-14 con Jer. 30,16 y 22,17; también Lam. 2,8).
Si de hecho es Jeremías el autor, debe aceptarse como probable que
escribió el libro no mucho antes, o poco tiempo después, de la caída de
Jerusalén (587 a.C.); los últimos versos (25,27-30), posiblemente fueron
añadidos por una mano diferente. El estilo, especialmente en el
segundo capítulo, es completamente diferente al de los Libros de Samuel
(I y II Reyes). La presentación bien desarrollada y completa de los
libros difiere notablemente de los informes secos y en forma de crónica
sobre la mayoría de los reyes. Además, los Libros de Samuel nunca
hacen referencia a los libros perdidos que sirvieron como fuentes y que
contenían datos más completos, mientras que los Libros de los Reyes
están llenos de tales referencias. En estos últimos se establece muy
claramente la cronología;
por ejemplo, mientras los dos reinos existen simultáneamente, al
examinar la historia de un rey, se indica claramente tanto el año en que
el rey contemporáneo del otro reino ascendió al trono
como la duración de su reinado. Tales notas están totalmente ausentes
de los Libros de Samuel. A partir de ellos es incluso imposible
descubrir cuánto tiempo gobernaron Samuel y Saúl.
Por otra parte, el historiador mismo de 1 y 2 Reyes pasa juicio sobre
todos los reyes de Israel y de Judá en cuanto a si hizo el bien o el mal a los ojos de Yahveh;
mientras que los Libros de Samuel simplemente dan las sentencias de
otros historiadores o deja que el lector juzgue por sí mismo.


Los libros de los Reyes abarcan un período de aproximadamente
cuatro siglos, desde el tiempo de los últimos años de David hasta la
caída de Jerusalén. No dan la historia completa de Israel durante ese
período, pues ése no era el propósito del escritor. Omite muchos
acontecimientos importantes o apenas alude a ellos. Para la historia
política de los dos reinos, las hazañas militares de los reyes, sus
logros públicos, constantemente se refiere a tres otros escritos que aún
existían en ese momento. Con estas referencias desea indicar que no
tiene la intención de relatar todo lo que se puede encontrar en esas fuentes. El que quería información sobre las guerras,
los tratados, y los actos públicos debía consultar los escritos
mencionados. En el Libro de los Reyes, como se desprende de su
contenido, hay otro tema predominante, es decir, la relación de cada rey
con la religión revelada.
Por esta razón el narrador juzga la conducta de cada rey, trata más
ampliamente la historia de los reyes que fomentaron o que trajeron la
religión a un estado floreciente (como Salomón, Ezequías, Josías), o que, por el contrario, le habían hecho un gran daño (Jeroboam I, Ajab y Joram); y por lo tanto relata especialmente qué hicieron los profetas para traer de vuelta a los reyes y al pueblo a la observancia de las leyes de religión y para animarlos.


El escritor indica muy claramente el objeto que tenía en mente en el epílogo que sigue a la historia de la caída de Israel (2 Rey. 17,7 ss). Señala enfáticamente la causa: "adoraban dioses extraños... no escuchaban [las advertencias de los profetas]... y rechazaron la alianza que Él (Dios) hizo con sus padres... y el Señor estaba muy enojado con Israel, y los quitó de su vista, y sólo quedó la tribu de Judá. Pero tampoco Judá guardó los Mandamientos del Señor su Dios, sino que caminaban en los errores
de Israel... Y el Señor se deshizo de toda la descendencia de Israel.”
1 Rey. 2,3-4; 9,3-9; 11,11, 11,33-39; 14,7-11; 16,12 ss.; 2 Rey.
10,30-33; 13,3; 21,11-16; 22,15-17; 24,3-20, traen la misma idea. De esta manera, el autor enseña que el culto ilegal ofrecido en los lugares altos y la idolatría practicada tanto por los reyes como por el pueblo, a pesar de las advertencias de los profetas, era la causa de la caída de Israel y de Judá. Sin embargo, este no es todo el propósito de la obra. El constante recuerdo de las promesas de Dios que le había prometido un reinado permanente a David,
el reconocimiento de la misericordia de Dios que, a causa de David,
Ezequías y Josías, había suspendido la sentencia pronunciada sobre
Judá---todo lo cual sirvió para reavivar la esperanza y la confianza del resto de la gente. De esto aprenderían que Dios, justo en su ira, era también misericordioso en sus promesas a David y sería fiel a su promesa de enviar al Mesías, cuyo reino perduraría. Esta obra puede ser llamada apropiadamente un esclarecimiento histórico y la explicación del oráculo de Natán (2 Samuel 7,12-16).


Los escritos en los que se basan los Libros de los Reyes y a los
que se refieren más de treinta veces son: el "libro de las palabras de
los días de Salomón
(1 Rey. 11,41), el "libro de las palabras de los días [AV [[libro de
las crónicas] de los reyes de Israel "(XIV,19, etc), y el" libro de las
palabras de los días de los reyes de Judá” (XIV, 29, etc.) En la
opinión de muchos, estas "crónicas" son los anales oficiales mantenidos
por los cancilleres de los diferentes reyes. Sin embargo, no es en
absoluto cierto que la palabra hebrea mazkir denote el oficio de canciller (Vulgata a commentariis); y mucho menos cierto es que fuese parte del deber del canciller, que pertenecía a la familia del rey, mantener estos anales. Es cierto que David (2 Sam. 8,16), Salomón (1 Rey. 4,3), Ezequías (2 Rey. 18,18) y Josías (2 Crón. 34,8) contaban entre sus funcionarios con un mazkir,
pero no hallamos indicado en ningún lugar si los demás reyes de Judá e
Israel emplearon tal oficial. Incluso si fuese históricamente cierto
que los cancilleres de ambos reinos mantenían los llamados anales, y que
fueron preservados en Israel a pesar de tantas revoluciones y
regicidios, queda aún la pregunta de si éstos fueron realmente las
"crónicas "que sirvieron de base para los Libros de los Reyes. Las
crónicas de otros pueblos, en la medida en que se han conservado en
caracteres cuneiformes y de otro modo, contienen exclusivamente lo que
contribuye a la gloria
de los reyes, sus hechos de armas, los edificios que construyeron, etc.
Nuestra obra histórica, sin embargo, también relata los pecados,
prevaricaciones y otras atrocidades de los reyes, que no era probable
que los oficiales de la corte registrasen en los anales durante la vida
de sus reyes. Según 2 Reyes 21,17, "Los hechos de Manasés... Y el
pecado que cometió, ¿no está escrito en el libro de los anales (AV libro
de las crónicas---2 Sam. 21,17) de los reyes de Judá?”


Trataremos de determinar la naturaleza
de estas fuentes de otra manera. Al comparar los relatos en los
Libros de los Reyes y los de 2 Crónicas, inmediatamente nos impactan dos
cosas: con similitud verbal frecuente, ambas obras indican
cuidadosamente las fuentes que han sido consultadas. La historia del
reinado de Salomón, 1 Reyes 1-11 es contada en 2 Crón. 1-11, de casi la
misma forma, y mientras que 1 Rey. 11,41 se refiere al “libro de los
hechos de Salomón”, 2 Crón. 9,29 se refiere con la misma fórmula (“El
resto de etc.) a “las palabras del profeta Natán, y los libros de Ajías el silonita, y la visión
de Yedó el vidente”. El autor de los Libros de los Reyes, toma del
"libro de las crónicas de los reyes de Judá" la historia de Roboam (AV 1
Sam. 14,29). El autor de 2 Crón. 10 - 12 da un relato del mismo que
en el contenido y la forma es casi idéntico, y se refiere a "los libros
de Semeías el profeta, y de Iddó el vidente" (2 Crón. 12,15) . Lo mismo
vale para la historia de los siguientes reyes de Judá. Después de un
relato, a menudo en casi las mismas palabras, ahora elaborado y luego
más conciso, nos encontramos en el Libro de los Reyes el "libro de las
crónicas" y en 2 Crón. Los "escritos proféticos" dados como fuentes. Se
debe añadir que, mientras que en la historia de la vida de cuatro de
los siete reyes en 2 Crón. se omite la referencia a la fuente, éstos
también están ausentes en los Libros de los Reyes. ¿No es, pues,
probable que sea una y la misma fuente de donde ambos escritores han
tomado la información? El escritor de 2 Crónicas designa al "libro de
las crónicas", citado en 1 y 2 Reyes, bajo el nombre usual en ese
entonces, "el libro de los reyes de Judá e Israel". Los escritos
proféticos a que se refiere este autor son divisiones del antedicho
libro. El escritor establece esto explícitamente (2 Crón. 20,34) de
"las palabras [o los escritos] de Jehú, el hijo de Hanami" (su fuente para la historia de Josafat): están "escritos en los libros de los reyes de Israel [y Judá]", también (2 Crón. 32,32---Vulgata) de" la visión de Isaías, hijo de Amós":
aparece en" el libro de los reyes de Judá e Israel". Por consiguiente,
la fuente utilizada por ambos escritores no es otra cosa sino la
recopilación de los escritos dejados por los profetas sucesivos.


Es constantemente evidente que el autor del Libro de los Reyes ha
consultado exhaustivamente sus fuentes. Así, es capaz de describir los
hechos y milagros de Elías y Eliseo con tal minuciosidad y de modo tan fresco y vívido para dejar claro que el narrador original fue un testigo
presencial. Es por eso que consulta las fuentes y remite al lector a
ellas en su relato de la vida de casi todos los reyes; no pocas
expresiones han sido tomadas verbalmente (cf. 1 Reyes 8,8; 9,21; 12,19; 2
Reyes 14,7, etc.) La autenticidad
de su historia se ve reforzada por su concordancia con los relatos de 2
Crónicas. Las dificultades que aparecen en la lectura superficial de
estos Escritos Sagrados se desvanecen después de un estudio atento, y se
comprueba que lo que parecía contradictorio es una ampliación o bien
cuestión totalmente nueva. En muchos lugares la confiabilidad histórica
de los Libros de los Reyes es confirmada por lo que informan sobre los
mismos hechos los escritos proféticos de Isaías, Jeremías, Oseas, Amós, Miqueas y Sofonías, ya sea por mención directa o por alusión. Incluso los historiadores profanos de la antigüedad, Beroso, Manetón, y Menandro, son citados por Flavio Josefo y Eusebio
como testigos de la fiabilidad de nuestro libro de la historia sagrada.
Especialmente notable en este sentido son las inscripciones relativas a
las razas orientales descubiertos durante el siglo XIX.




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Traducido por Luz María Hernández Medina.






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