viernes, 7 de julio de 2017

Los judíos en el siglo XIX

Los judíos en el siglo XIX







Los judíos en el siglo XIX


Sin lugar a dudas, las revoluciones
liberales mejoraron, en principio, la situación de los judíos al
proclamar la igualdad ante la ley. En los países donde se establecieron
sólidos estados liberales los judíos adquirieron la condición de
ciudadanos. En el caso británico la influencia de la Iglesia Anglicana
impidió que los judíos adquirieran la ciudadanía plena hasta el año
1866. En Alemania, la discriminación hacia los judíos duró más tiempo
aún, provocando que una parte de los judíos decidiera apostatar para
poder integrarse de pleno derecho en la sociedad o que emigraran hacia
Estados Unidos.
La situación más dura fue la que
vivieron los judíos en Rusia donde el antisemitismo era más acusado, es
decir, el odio y la actitud discriminatoria hacia los judíos. En el
imperio ruso había leyes contra ellos y se toleraron matanzas y
persecuciones –los pogromos- de judíos. La persecución fue aún más
violenta con la subida al trono de Alejandro III. Esta situación motivó 
una emigración masiva de judíos rusos y polacos hacia Estados Unidos.
Por otro lado, en el seno de la
comunidad judía occidental surgieron fuertes tensiones en el siglo XIX.
La nueva situación de los judíos en los estados liberales planteó el
problema de si era posible seguir las tradiciones judías y, a la vez,
integrarse en la cultura y la sociedad modernas como ciudadanos de pleno
derecho. Una parte de los judíos alemanes sustituyeron la sinagoga por
el templo reformado, en el que los actos litúrgicos se asemejaban a los
del luteranismo, con predicación y cantos en alemán. Además denunciaron
el rito de la circuncisión como una práctica bárbara. Pero los judíos
defensores de la tradición reaccionaron de forma inmediata con una
reafirmación de la fe judía, que suponía una marginación voluntaria de
la sociedad. Los neortodoxos norteamericanos intentaron una tercera vía,
intentando conciliar la tradición con la modernidad.
A pesar de los evidentes avances legales
en los estados y sociedades liberales occidentales, el antisemitismo no
desapareció. Las posiciones políticas e ideológicas más reaccionarias e
integristas, así como la mentalidad de una parte de las capas
populares, manifestaron una clara aversión hacia los judíos. Uno de los
episodios más sonados, a finales del siglo XIX y principios del XX, fue
el caso Dreyfus, que conmocionó a Francia.
En este contexto de asimilaciones y
dificultades nació el sionismo, un movimiento ideológico y político que
proponía un nexo de unión entre el pueblo judío disperso por el mundo y
Sión, el símbolo de unión de este pueblo. Recordemos que Sión es el
nombre de la fortaleza que defendía Jerusalén. En cierta medida, el
sionismo incorporaba muchos aspectos del nacionalismo, ideología que
estaba en pleno auge en Occidente en ese momento. El sionismo fue
fundado por el ciudadano judío nacido en Budapest, T. Herzl (1860-1904).
Sus ideas se recogen con su obra fundamental, El Estado Judío, publicada
en 1895. En 1897 fundó el diario “Die Welt”. Reunió en Basilea el
primer Congreso Sionista en ese mismo año, donde nació la Organización
Sionista Internacional. También creó la Banca Nacional Judía y el Fondo
Nacional Judío para la compra de tierras en Palestina.
Herzl pensaba que los judíos asimilados
debían luchar contra dicha asimilación porque consideraba que la
emancipación, defendida por la Revolución Francesa había conseguido todo
lo contrario, es decir, había desarrollado el antisemitismo o, más
bien, el antijudaísmo, llegando al paroxismo en Europa Occidental con el
famoso caso Dreyfus, ya mencionado, y que sirvió como argumento para
fundamentar sus ideas. Pero, en principio, las ideas de Herzl no fueron
muy bien aceptadas entre los judíos liberales y asimilacionistas. A
pesar de eso, Herzl era tenaz y muy activo. El antisemitismo se
convirtió en el incentivo del sionismo en su defensa de que los judíos
debían vivir separados del resto del mundo en un territorio que les
perteneciera. Dicho territorio debía ser Palestina. Herzl intentó
obtener de los países europeos con intereses coloniales o imperiales en
la zona una carta de colonización internacional. En su afán no dudó en
buscar el apoyo de gobiernos abiertamente antisemitas como Rusia o
Alemania. El propio Herzl consideró que las potencias o gobiernos
antisemitas podían ser los grandes aliados del sionismo. En 1898 realizó
gestiones con el propio káiser Guillermo II para proponerle que se
creara en Palestina un Estado judío bajo la protección alemana. En 1903
buscó el apoyo de Plehve, el ministro ruso del Interior e instigador de
un terrible pogromo en Kichinev. Dos años antes, había recurrido al
sultán del Imperio Turco con el mismo propósito. Las tres gestiones
fracasaron, por lo que Herzl optó por una alternativa. En vez de buscar
el Estado judío en Palestina pensó en crear un hogar judío en otros
lugares: Chipre, Argentina, Uganda, etc.. Tampoco tuvo éxito la
alternativa, y regresó a la vieja idea de Palestina pero desde otra
perspectiva. Había que fomentar una empresa de colonización territorial
al estilo de las que se habían realizado por algunas potencias
coloniales europeas.
La muerte de Herzl en el año 1904
debilitó el movimiento sionista. El año 1917 fue clave porque el
gobierno británico, a través del Secretario del Foreign Office, Balfour,
declaró a Rothschild, a la sazón vicepresidente de la organización de
judíos de Gran Bretaña, la disposición favorable de su gobierno a la
creación del “Hogar Nacional” para el pueblo judío en Palestina. Se
trataba de la conocida como “Declaración Balfour”, que sentó las bases
del futuro Estado Judío del año 1948.
Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea. @Montagut5










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