lunes, 31 de julio de 2017

CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero















Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero





Basilio de Cesarea, San Basilio el Grande (Homilías sobre el
Hexameron= la obra de la creación en seis días, III 8) también quiso
mantenerse dentro del credo niceno y adoptar las posturas “oficiales” de
la Iglesia. Mostró su desacuerdo con los estoicos por haber introducido
la doctrina de las infinitas destrucciones y renacimientos
(paliggenesas).





En la homilía en la que comenta el pasaje del Génesis sobre la
formación del mundo, explica las diferencias entre el alma humana y la
de los animales (VIII 2). Argumenta que esta última perece cuando la
carne perece y dice, de acuerdo con las Escrituras (Levítico 17,11 y
Deuteronomio 12,23), que “el alma de todo animal es su sangre, que la
sangre, cuando se espesa, se convierte en carne, y que la carne, una vez
corrompida, se disuelve en la tierra” y que, por tanto, no es posible
el recorrido inverso. Le asombra que ciertos filósofos equiparen sus
almas a la de peces o perros. Dice, no sin ironía, que él no podría
afirmar si tales filósofos en otra vida fueron peces, pero que puede
afirmar con toda seguridad que en esta cuestión se muestran más
irracionales que los peces (Homilía VIII 2). Equipara esos filósofos a
los intérpretes de sueños, que dan el significado que quieren a las
imágenes oníricas y les censura que introduzcan sus pensamientos
personales en los textos bíblicos.





Frente a ese tipo de cambios que supuestamente se producen en la
transmigración, Basilio invita a sus lectores a creer en la
transformación que anuncia Pablo de Tarso en el momento de la
resurrección (VIII 8). Les anima a no abdicar de su fe y a aceptar las
promesas de cambio que Pablo les anuncia (1 Corintios 15.35-50). Les
critica por no creer en los cambios y la transformación que sobrevendrán
con la resurrección, cuando, sin embargo, aceptan con normalidad, por
ejemplo, las transformaciones de los insectos voladores.





Llama también la atención de las mujeres, para que se den cuenta
de que el hilo de sus vestidos de seda procede de las transformaciones
de las larvas. Imagina Basilio la vida futura como una restauración del
estado original y parece que la concibe no como algo individual sino
universal bajo la guía del Espíritu Santo, cuya actividad, dice, pasa de
una persona a todas las demás y ofrece ayuda adicional a los que sufren
por no alcanzar los dones divinos (Reglas, cuestión VII 2.








Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero



Viernes, 30 de Septiembre 2016










Gregorio de Nazianzo en su tratado poético Sobre el alma
reflexiona sobre ella, sobre su función en la economía divina y su
relación con el cuerpo. Critica la doctrina de la transmigración, pues,
dice, le resulta difícil creer en un alma común que vaga por el aire,
que ingresa en múltiples cuerpos y que cambia constantemente “como
premio a su virtud o como castigo por sus faltas”.





No admite tampoco que un alma humana pueda convertirse en fiera,
planta, ave, pez o reptil y no sin ironía asegura no haber visto nunca
matorral que hable ni pez que no nade mudo por las aguas del mar. Su
crítica a la reencarnación es, sin embargo, compatible con la adopción
del vocabulario órfico y platónico para expresar a continuación su
propia doctrina del alma. En realidad, Gregorio no hace sino sustituir
las “teorías falsas” que circulaban en poemas –de Orfeo y Empédocles,
sobre todo– por la propia.


Sin embargo, en sus poemas se trasluce que algunas de las
implicaciones de la doctrina de la transmigración no era ajena a su
pensamiento. Afirma, en efecto, que el alma cae desde fuera al cuerpo
carnal (versos 79-80), lo que, desde luego le acerca a la idea de la
preexistencia del alma. También al final del poema retoma la metáfora
del viaje, con la que inicia su obra Sobre los principios, para decir
que en última instancia todo hombre cual navegante que ha sufrido
ventosas tormentas, vuelve a puerto, o bien dirigido por suaves brisas o
bien con fatigoso remo culmina su viaje.





Recoge la misma idea en el poema Sobre las alianzas y epifanía de
Cristo en la que se le compara al caminante que, tras su esfuerzo,
recupera el aliento y retoma su paso de nuevo. Termina con una imagen
cíclica que evoca en versión cristiana los ciclos y ciertos conceptos de
la transmigración de las almas. Así dice:





Común es para todos el aire y común es también la tierra, común es
el ancho cielo y las estaciones que cíclicamente cumplen su curso, y
común para todos los hombres es el bautismo que trae la salvación a los
mortales (95-99).





Sin embargo, pese a la adopción de cierta terminología coincidente
con la reencarnación, su rechazo de ésta es claro y consecuente.





Ya falto poco para terminar esta serie





Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero





Nota: como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte
del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco
Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La
transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores,
Madrid, 2011.



Jueves, 29 de Septiembre 2016

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero








En la parte oriental del imperio la transmigración de las almas
mereció aún en el siglo IV detallada atención de los más ilustres
autores cristianos de la época. En Atenas, donde habían ido a formarse
en filosofía, se encontraron tres personas, a las que unió una gran
amistad: Gregorio de Nazianzo, Basilio de Cesarea y Juliano, que más
tarde llegaría a ser emperador y al que se le dio el sobrenombre de “el
Apóstata”.





La amistad de Gregorio y Basilio duró toda la vida. Nacidos el
mismo año (329), recibieron ambos una esmerada educación en filosofía y
retórica con estancias de estudio en Constantinopla y Atenas, y visitas a
Alejandría. Ambos fueron ermitaños y obispos. Basilio organizó el
monacato cenobítico, regulando la vida de monjes y ascetas para que
vivieran en pequeñas comunidades, pues además de pensador y teólogo fue
un gran organizador. Gregorio vivió en la tensión entre aceptar el
compromiso de cargos eclesiásticos y su deseo de retirarse al desierto
para dedicarse a la oración y a la poesía.





A las actividades de Gregorio y Basilio pronto se unió el hermano
menor de éste, llamado también Gregorio y conocido como “el de Nisa” por
haber sido obispo de esa diócesis. Gegorio de Nisa o Niseno no viajó
fuera para estudiar como hiciera su hermano sino que recibió su
formación de Basilio. Él mismo afirma que no tuvo mejor maestro que su
hermano, al que después llegó a superar por la profundidad de su
pensamiento. El Niseno conoció bien la filosofía griega clásica y
helenística y también el neoplatonismo y admiró la obra de Orígenes.





Estos tres personajes –Gregorio de Nazianzo, Basilio de Cesarea y
Gregorio de Nisa– constituyen el trío conocido como “Padres capadocios”.
Dieron al cristianismo desde Capadocia –en el interior de la actual
Turquía– una estructura intelectual, de acuerdo con las categorías
filosóficas griegas, que contribuyó, sin duda, a su permanencia, al
armonizar la doctrina cristiana con la paideia o educación griega Con
ello el cristianismo se aseguró la hegemonía política y cultural en el
mundo tardoantiguo y probablemente su influencia en el mundo bizantino y
en la Europa occidental.





Los padres capadocios estudiaron el pensamiento griego y muy
especialmente a Platón. También leyeron y conocieron la obra que les
legó Orígenes pero, a pesar de que en muchos temas se consideraron
seguidores suyos, en otros discreparon. Reflexionaron sobre la
naturaleza del alma, sobre su origen, su destino y sobre su unión al
cuerpo. No aceptaron la transmigración y quisieron tomar distancia de
ella, pero la conocieron y se sintieron en el deber de criticar algunos
de sus puntos, como, por ejemplo, la creencia en que un alma humana
pudiera pasar a un animal o a un vegetal y que también pudiera hacer el
camino inverso. Ello demuestra que en el siglo IV seguía, en efecto,
abierto el debate sobre este tipo de cuestiones que iniciaran órficos y
pitagóricos, y que contaba aún con seguidores entre los cristianos y
entre todos aquellos formados en el neoplatonismo.





Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero





Nota: como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte
del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco
Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La
transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores,
Madrid, 2011.



Miércoles, 28 de Septiembre 2016

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero








Arnobio de Sica (253-327), sucesor de Tertuliano en la retórica
apologética norteafricana, presenta un siglo después en su Adversus
nationes un pasaje que parece no descartar la posibilidad de la
reencarnación:





“Y aunque fuera verdad lo que en los cultos de misterios se dice,
que las almas de los malvados van al ganado y a otros animales, después
de vestirse de cuerpos humanos, se prueba más claramente que estamos
cerca de otras formas de vida y no nos separan grandes distancias”
(Adversus nationes = Contra los gentiles II 44-45).





Su ambigua referencia, como la de Clemente antes señalada,
pretende probar un razonamiento diferente, la cercanía del hombre y el
animal, y por tanto no indica definitivamente que Arnobio creyera de
hecho en la metempsicosis, aunque deje la puerta abierta. Probablemente
en este texto el apologista africano “construyó un puente que no llegó a
cruzar” como afirma H. Zander. No deja de ser curioso que Arnobio
presente la misma ambigüedad en su condena que Clemente de Alejandría,
que es su fuente directa para muchos aspectos de la religión griega.





A partir del siglo IV ya las escasas referencias a la
reencarnación en autores cristianos latinos se limitan a la polémica
antiplatónica (Lactancio, Ambrosio), antiorigenista (Jerónimo) y
antimaniquea (Agustín), sin desarrollar nuevos temas (Lactancio, Divinae
Institutiones = Las instituciones divinas III 18,15. Ambrosio de Milán
Sobre la resurrección 65-66, 127). Desde el Concilio de Nicea la
reencarnación en la parte occidental del Imperio parece haber quedado
como mero recuerdo literario y perdido toda fuerza como amenaza para un
cristianismo ya triunfante que se enfrentaba a otros problemas
distintos.





Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero



Martes, 27 de Septiembre 2016




Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero





Tertuliano (160?-225) es el apologista latino que con más detalle y
profundidad censura la doctrina de la transmigración. En su obra De
anima repasa y refuta las ideas sobre el alma de ciertos gnósticos,
valentinianos y carpocratianos, y de los filósofos griegos, por
considerar que en ellas está la raíz de la doctrina de la
transmigración.





El principal objeto de sus ataques es Platón, quien, partiendo de
una “antigua doctrina” que Tertuliano con razón supone pitagórica (De
anima 28,1), describe con detalle la transmigración en el Fedón y en el
Timeo, y por ello resulta “condimentador de todas las herejías” (23,5).





Tampoco faltan las tópicas menciones a Pitágoras y Empédocles que
encontraremos en otros cristianos –como Gregorio de Nazianzo– en torno
al mismo tema. La estancia de Pitágoras en el Hades, su recuerdo de su
previa reencarnación en Euforbo (28,2-5; 31,4), el verso de Empédocles
en que dice haber sido pez y arbusto (32,1), las leyendas de la
conversión de Homero en pavo y de Orfeo en cisne (33, 8) son anécdotas
típicas, alegadas como antiguos ejemplos de la doctrina de la
transmigración por el neopitagorismo, y ridiculizadas por Tertuliano con
sorna siguiendo la tradición apologética. Recuérdese que la
transmigración del alma de Homero al cuerpo de un pavo debe de ser una
leyenda tardía (Persio, Sátiras 6,11.) fruto de una visión de Ennio en
sueños – obviamente implicando la posterior encarnación en el propio
poeta latino. Tertuliano no menciona a Orfeo expresamente, pero cuando
dice “los poetas se convierten en pavos y cisnes, si es que la voz del
cisne es agradable”, es claro que se refiere al pasaje de Platón
(República 620a) en que Orfeo se reencarna en cisne





Pero las burlas de Tertuliano van acompañadas de una larga
refutación filosófica y teológica de la metempsicosis. El apologista
cartaginés defiende en esta obra y otras de tema similar la idea de que
el alma nace con el cuerpo en el momento de la concepción. Esa idea
niega, evidentemente, la preexistencia del alma, y conduce, por tanto, a
que el rechazo de la metempsicosis sea aún más tajante.





“Si los vivos no proceden en un primer momento de los muertos, ¿cómo iban a hacerlo en un segundo momento?” (29,2).





Aplica Tertuliano a la crítica de la transmigración argumentos de
lógica filosófica, como que los contrarios (muerte/vida) se alternan,
pero no nacen uno de otro; que si los vivos procedieran de hombres
previamente muertos, habría siempre una cantidad fija de seres humanos,
pero sabemos que la población humana ha ido aumentando (30,1-4); o que
la sustancia de cada individuo, su personalidad, hace imposible el
tránsito del mismo alma de uno a otro (31, 2), más aún si suponemos que
la metempsicosis se extiende a los animales (32, 6).





Entre sus burlas encontramos refutaciones de teorías más
coherentes con la reencarnación, como por ejemplo la identidad de las
almas de los hombres con determinados animales, dependiendo del carácter
(De anima. 32,8-10. Éste es un tópico de literatura sapiencial de
raigambre tanto bíblica como griega (Semónides, fragmento. 3, Salmo
48.21, Clemente de Alejandría. Protréptico I 4). La refutación de
Tertuliano muestra que se usaba como argumento en favor de la
reencarnación.).





Aunque Tertuliano se deleita, por conveniencia retórica, en
refutar la metensomatósis en animales, reconoce que ninguna herejía
cristiana ha llegado a defender este extremo. Tras el ataque a los
precedentes griegos, se dirige contra los dos herejes cristianos que han
aceptado formas de reencarnación: Simón el Samaritano (34,2-5) y
Carpócrates (3,1-6). El primero habría proclamado que las visiones
angélicas de una cierta Elena de Tiro provenían del recuerdo de sus
vidas anteriores; el segundo tomaba la transmigración como modo de
asegurar la justicia divina, de modo que el alma se reencarna hasta que
paga toda su carga de delitos. Carpócrates interpretaba desde esta
teoría algunos pasajes bíblicos, como el que dice que Juan Bautista guía
al pueblo en la virtud y el espíritu de Elías (Evangelio de Lucas
1,17), pero no, señala Tertuliano, en su alma ni en su carne. La
refutación de ambos sigue de cerca a la más extensa de Ireneo, como se
indicó anteriormente. Después expone su propia doctrina del alma creada
junto y a la vez que el cuerpo. En forma más alusiva y reducida,
similares razonamientos aparecen en el Apologético.





Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero





Nota: como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte
del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco
Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La
transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores,
Madrid, 2011.



Lunes, 26 de Septiembre 2016




Escribe Antonio Piñero








Pregunta:





Voy directo al asunto. Se trata de la datación del evangelio de
Mateo. Según he leído en su obra (y le he oído decir en montones de
medios de comunicación), y en la de otros autores, el evangelio de Mateo
se escribió, como mínimo, en la década de los 80. Por el valor que le
doy, en concreto, a su opinión, me ha extrañado encontrar una datación
muy anterior en el último libro que tengo entre manos: “Historia del
Cristianismo. I. El Mundo Antiguo”. Coord. Manuel Sotomayor y José
Fernández Ubiña. Edt. Trotta-Universidad de Granada. Madrid 2011 (4ª
edic.). En este libro, en unas páginas centrales que vienen sin numerar,
aparecen una serie de láminas. La tercera de ellas es la foto de unos
fragmentos de papiros con escritos en griego. A su pie figura esta
leyenda: “Fragmento del Evangelio de Mateo. Papiro Magdalen Greek 17.
Luxo, Egipto (ca. 66-70 d.C.) (Dalla Terra alle genti, p. 321)”. ¿Qué le
parece a Vd. esa datación?





RESPUESTA:





Esa datación es, en mi opinión y en la de la mayoría totalmente
errónea. Hay otro fragmento de ese mismo papiro en la Colección de la
Abadía de Montserrat, cuyo catálogo ha publicado la Prof. Sofía Torallas
Tovar. La datación verdadera es de aproximadamente el 200 con
argumentos sólidos, sobre todo del tipo de escritura y otros de historia
de la tradición manuscrita, que arecen muy sólidos también.





La datación anterior se hizo al calor de interpretaciones erróneas
del Papiro 7Q5 que no es una copia del Evangelio de Marcos sino como
una parte del Libro I de Henoc, en concreto el Libro de Noé, al final.
Vea mi comentario en • Guía para entender el Nuevo Testamento, Trotta,
Madrid 2006. 568 pp. ISBN: 84-8164-832-9 5ª edic. 2016, pp. 66-67 Ubiña y
Sotomayor pertenecen a los historiadores de la Iglesia que creo
confesionales y a veces pueden dejarse llevar por la apologética. De los
dos me consta sus buena voluntad, a pesar de ese deseo que creo
semiconsciente.





La datación del Evangelio de Marcos quizá haya que retrasarla
hacia el 72-75, con lo que la de Mateo haya que situarla hacia el 85.
Esto parece hoy bastante seguro. Le recuerdo que he escrito sobre esto
sintética y claramente en “Ciudadano Jesús” (www.ciudadanojesus.com).





Saludos cordiales de Antonio Piñero


Universidad Complutense de Madrid


www.antoniopinero.com



Domingo, 25 de Septiembre 2016




Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero








Sinesio de Cirene (370-413) es el tercer autor de la escuela
alejandrina que se ocupa de la transmigración. Intelectual, político y
también obispo, con una buena formación en retórica y derecho, siguió en
Alejandría las enseñanzas de Hipatia, quien le introdujo en la
filosofía pitagórica y neoplatónica. Se le llamó el “platónico con
mitra”. En su Dión, 8-9 (traduccción. española de Fernando García
Romero 1995) afirma con claridad que su estilo de vida preferido es el
de los griegos.





No es, pues, de extrañar que los himnos de Sinesio muestren en su
vocabulario cierto colorido platónico, que comparte con los gnósticos.
Así, por ejemplo, en el Himno I, en donde, en lo referente a nuestro
tema, podemos leer:





“Pues tú en el universo depositaste el alma y a través del alma sembraste la inteligencia en el cuerpo” (565-566).





Estas palabras apuntan a la creencia en la preexistencia del alma.
Esta creencia y la de la transmigración aparecen también en su tratado
Sobre los ensueños, cuando afirma que el pneuma es el vehículo
específico del alma durante el viaje que la lleva desde la patria
celeste al mundo de la materia y viceversa, y que le es posible al alma
purificarse con el tiempo, con el trabajo y con otras vidas con el fin
de volver a ascender (7).





Añade, tal vez para armonizar sus pensamientos con la resurrección
de la carne, que la sustancia corpórea no tiene otro recurso que unirse
al alma cuando ésta asciende para ascender con ella, elevarse así de su
caída y entrar en armonía con las esferas (10) y que para el ascenso
del alma se necesita un pneuma sano. Por tanto, dice, preocuparse por
tener un pneuma sano es ejercitarse en la piedad religiosa (11). Un eco
de la culpa precedente y del deseo de liberación se puede percibir en el
Himno III, que dice así:





“Que mi alma, sin soportar la huella de las penas, lleve una vida
sosegada, con sus dos pupilas en tu resplandor, para que limpio de
materia, me apresure yo por senderos sin retorno, fugitivo de los
pesares de la tierra, a unirme a la fuente del alma”.





Y poco después le pide al Hijo que le envíe al Espíritu:





“Así quieras tú enviármelo, de acuerdo con el Padre, para que
riegue de vida las alas de mi alma y dé cumplimiento a los dones
divinos”.





Sinesio, de sólida formación platónica y obispo de la Pentápolis,
parece asumir la idea de la preexistencia del alma y la doctrina de la
transmigración, pues piensa que el alma puede purificarse en otras vidas
para volver a ascender a Dios y aproximarse a Él por “senderos sin
retorno”, liberado ya de “la huella de las penas”.








Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero






Viernes, 23 de Septiembre 2016

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero





Recordemos que la postal anterior (VIII) concluía con la siguiente
frase: “A la metensomatósis opondrá Orígenes (Contra Celso, VII 32) el
concepto de la resurrección cristiana”. Y añadimos ahora que el Padre
de la Iglesia manifiesta su desacuerdo con la idea defendida por Celso
de que los cristianos, cuando hablan de la resurrección, repiten lo que
han oído a los paganos en torno a la metensomatósis.





Le explica su concepto de resurrección, que podría resumirse así:
el alma, que es por naturaleza incorpórea e invisible, cuando se
encuentra en un lugar material necesita un cuerpo que se adecue al
lugar, pero este cuerpo, que es como su vestimenta, llega un momento en
el que se hace superfluo y entonces el alma para ascender a las regiones
etéreas más puras y celestes se reviste de lo que llevaba al principio,
esto es, de inmortalidad e incorruptibilidad. El alma en ese estado en
el que ya no necesita el cuerpo está en las mejores condiciones, dice,
de conocer a Dios, pues para conocerlo no se necesitan los ojos del
cuerpo sino los del espíritu. Afirma que el alma, cuando está separada
del cuerpo, no existe en ningún lugar material pero cree en los cambios
de estado del alma, especialmente cuando entra o sale de un cuerpo
perecedero (V 49). Con sus palabras nuestro autor está defendiendo, a
fuer de buen platónico, su creencia en la preexistencia del alma así
como en su existencia más allá de la muerte, elementos constitutivos de
la doctrina de la transmigración. También cree Orígenes (Comentario a
Romanos VII 5,10) en la salvación final de todos los eres humanos, lo
que puede equipararse al objetivo final de la transmigración, que es la
total purificación de las almas.





Orígenes se pregunta (en Contra Celso I 32) si no sería razonable
que las almas fueran introducidas en los cuerpos de acuerdo con sus
méritos y hábitos previos y, por tanto, que un alma buena “tenga
necesidad de un cuerpo, que no solamente sobresalga entre los cuerpos
humanos sino también que sea mejor que todos”. Parece, pues, creer que
las almas cuentan con ciertos méritos por acciones previas en el momento
en que se unen a un cuerpo, si bien el objetivo del fragmento
mencionado es justificar por qué Jesús nació de la Virgen y demostrar
que por este nacimiento Dios iba a estar con los hombres. Ahora bien,
cabe preguntarse, ¿cuándo ganó esos méritos el alma y qué hábitos
anteriores la hicieron merecedora de un cuerpo sobresaliente? ¿Acaso su
vida en otro cuerpo? No es fácil hoy dar respuesta a esas preguntas.





Se plantea también nuestro autor el tema de las causas
antecedentes previas a nuestro nacimiento corporal, por las que las
almas, afectadas por la acción de diversos espíritus, unos buenos y
otros malos, eran movidas unas hacia el bien y otras hacia el mal, según
afirma en el De principiis (III 3,4-5), que debió de escribir en
Alejandría en torno al año 229 o 230 y que conocemos gracias a la
traducción latina de Rufino de Aquilea. Esos espíritus que actúan desde
fuera y que pueden llevar al hombre hacia la locura, el crimen o a la
santidad siempre le dejan un margen de libertad para consentir o no a su
acción. De acuerdo con la dirección de movimiento que emprendía el
alma, la Divina Providencia la juzgaba y la situaba en el cuerpo que
merecía (De principiis III 3,5-6).





El alma, según Orígenes, está en posesión de su libre albedrío
tanto cuando está en el cuerpo como cuando está fuera de él, y ese libre
albedrío genera un movimiento que se dirige al bien o al mal. Ese
movimiento es el que le concede al alma ciertos méritos o deméritos
incluso antes de su nacimiento en el cuerpo y facilita la permanencia en
ella tanto del bien como del mal. Afirma, asimismo, Orígenes (De
principiis IV 3,1) que a algunas almas que descendieron a la tierra, se
les puede ordenar, de acuerdo con sus méritos, que nazcan en un país
diferente o en otra nación o con otro modo de vida o con enfermedades de
distinta naturaleza o que desciendan de padres religiosos o de otros
que no lo sean. Por eso dice que a veces sucede que nace un israelita
entre los escitas o que un egipcio pobre es humillado en Judea. El hecho
de que un israelita o su alma se convierta en escita, ¿no podría
apuntar a que subyace en ello la idea de transmigración?. También
considera que hubiera sido mejor que las profecías en lugar de ir
dirigidas a los pueblos, se hubieran dirigido a los pueblos de almas que
habitan ese cielo que se dice “pasajero”. Si nos habla de un cielo
“pasajero”, ¿quiere decir que las almas que están allí lo pueden
abandonar? Y ¿cuál es entonces su destino? Pero se muestra cauto cuando
dice que sobre asuntos de esta importancia no se pueden confiar nuestras
decisiones ni a conceptos comunes ni a la evidencia de aquello que se
ve (De principiis IV 3,14).





Hemos de tener en cuenta que no conservamos el original griego del
De principiis y que Rufino (Praefatio 2) atestigua que ciertos
traductores de Orígenes al latín, como Macario, limaban y corregían los
textos para que el lector latino no encontrara nada que no fuera acorde
con su fe. Rufino afirma que él también procedió de este modo para
proteger a su público de aquello que se encontraba en los escritos de
Orígenes que pudiera estar en desacuerdo o en contradicción con sus
pensamientos y que, si encontraba algo un poco dudoso, o lo pasaba por
alto o lo reformulaba de acuerdo con las reglas de la fe (Praefatio 3).
Tal vez por esto no encontramos declaraciones claras de Orígenes sobre
sus creencias en torno al viaje del alma después de la muerte.





El tema del alma y de su relación con el cuerpo, es una cuestión
que a Orígenes le interesó; meditó sobre ella e hizo un esfuerzo
importante para conjugar las teorías platónicas con ciertos supuestos
cristianos como el de la resurrección. Prueba de este interés es su
Comentario a Juan (VI 85-86), en el que invita a la profundización en el
estudio de la esencia del alma, cuál es el origen de su existencia,
cómo es su acceso a un cuerpo terreno, cuáles son los elementos de la
vida de cada una, cómo marcha de aquí, y si es posible que entre por
segunda vez en un cuerpo o no, y en caso de que esto sea así, si entra
en el mismo ciclo o en otro, en su mismo cuerpo o en otro, o si el alma
servirá siempre al mismo cuerpo o si cambiará. Invita, asimismo, a
estudiar qué es la reencarnación (metensomatósis) y en qué se diferencia
de la encarnación (ensomatósis).





En resumen, Orígenes, aunque criticó en su conjunto la doctrina de
la transmigración, especialmente la idea de que el alma humana se
pudiera reencarnar en un animal, defendió, sin embargo, algunos de los
elementos que la constituían. Creyó, en efecto, en la preexistencia del
alma, en su vida después de la muerte y en la salvación universal de
todas las almas y defendió también los cambios de estados del alma
cuando entra en el cuerpo o sale de él. Exhortó al estudio del origen y
destino del alma, y a sus posibles procesos desde que se separa del
cuerpo. Se plantea, asimismo, si los méritos de las almas antes de su
incorporación son factor determinante en relación al cuerpo en el que se
encarnan. Contempla la posibilidad de que las almas nazcan de nuevo en
un país diferente, de otros padres o con otra naturaleza o constitución
corporal. Orígenes maneja, pues, todos los elementos que caracterizan la
doctrina de la transmigración y considera que los temas más delicados
desde un punto de vista cristiano son merecedores de un estudio en
profundidad.





Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero





NOTA: Como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte
del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco
Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La
transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores,
Madrid, 2011.



Jueves, 22 de Septiembre 2016

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero








Geográficamente cercana al territorio donde más florecieron las
teorías gnósticas –Egipto– y a la potente escuela de filosofía
neoplatónica en la propia ciudad, la tradición de la teología cristiana
en Alejandría es la que está más cerca de admitir la posibilidad de la
reencarnación. Sus tres pensadores más importantes –Clemente, Orígenes y
Sinesio de Cirene– tienen afirmaciones cuanto menos ambiguas sobre el
tema.








Clemente de Alejandría





Clemente no toca directamente el tema en su obra conservada, pero
hay una referencia en los Stromata (“Tapices! VII 32, 8) que dice que si
un cristiano es vegetariano, no es por creer como los pitagóricos en la
doctrina de la reencarnación. Esta afirmación parece indicar que
Clemente rechaza la posibilidad de la transmigración. Sin embargo, el
patriarca Focio en el siglo XI acusó a Clemente de haberla defendido.
Este cargo proviene tal vez de una proyección sobre el alejandrino de
las acusaciones vertidas sobre su discípulo Orígenes, por lo que no es
prueba definitiva, aunque también es posible que Clemente no tuviera una
posición clara sobre esta doctrina.








Orígenes








La postura de Orígenes nos es algo mejor conocida. Este teólogo,
de acuerdo con Eusebio de Cesarea (Historia eclesiástica libro VI),
nació en Alejandría en el 185, aunque pasó la mayor parte de su vida en
Cesarea. Fue perseguido y encarcelado por Decio y murió hacia el año
254. Recibió su primera formación de su padre Leónidas, que fue
martirizado en el año 202, y sus mejores maestros fueron Platón
indirectamente y Clemente de Alejandría presencialmente. Eusebio dice
(Historia eclesiástica VI 19,5,2-6) que Porfirio consideró a Orígenes un
verdadero maestro en filosofía griega pero que lo condenó por dejar “el
buen camino” y convertirse al cristianismo.





Nuestro autor tiene en su haber una amplia obra teológica y
literaria, de la que no es demasiado lo que se conserva. Buena parte de
lo que conocemos se debe a traducciones latinas de los siglos IV y V,
que no siempre son tan literales como nos gustaría. Orígenes mostró su
desacuerdo con la doctrina de la transmigración, pues le parece
inadmisible que un alma humana pueda pasar a cuerpos animales o
vegetales. Además alega que no está aceptada por la Iglesia y que no es
comparable a la resurrección. Admite, sin embargo, la preexistencia del
alma y ciertas causas antecedentes que hacen que ésta se mueva hacia el
bien o hacia el mal.





En su Comentario a la epístola a los Romanos VI 8,8 se hace eco de
la recepción de la teoría de la reencarnación (metensomatósis) por
ciertos grupos pero no acepta la creencia de que el alma humana
transmigre a cuerpos de fieras, de aves o de peces ni viceversa. En su
Contra Celso V 49 hace especial hincapié en la diferencia de intención
entre pitagóricos y cristianos cuando se abstienen de comer carne: los
primeros se abstenían por su creencia en el mito de la reencarnación,
que le parece a Orígenes un “sin sentido” (III 75), y los ascetas
cristianos, en cambio, para mortificar el cuerpo (V 49; También Clemente
hizo notar la diferencia de intención entre cristianos y pitagóricos
por su común norma de no comer carne: Stromata VII 32,8).





Orígenes nos está sugiriendo, en efecto, que la doctrina de que el
alma humana puede ingresar en animales remite a Pitágoras y por eso
tiene interés en señalar la diferente motivación existente en prácticas
comunes a cristianos y pitagóricos, como la de la abstinencia de carne.
Afirma que si los griegos introdujeron la doctrina de la metensomatosis
es porque se negaban a admitir la destrucción del mundo y sostiene que
al final de los tiempos, en la parousia del Hijo del Hombre, el castigo
de los pecados no iba a estar en la reencarnación sino en el fuego. Deja
constancia además de que la doctrina de la transmigración no fue
manejada por los apóstoles y que no se adecua a las Escrituras
(Comentario a Mateo XIII 1).








A la metensomatósis opondrá Orígenes (CC, 7.32) el concepto de la
resurrección cristiana y la oposición resultará muy interesante.





Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero








Nota: como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte
del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco
Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La
transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores,
Madrid, 2011.



Miércoles, 21 de Septiembre 2016




Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero





Hasta la aparición de manuscritos como el de Pistis Sophia o los
códices de Nag-Hammadi nuestro conocimiento de los gnósticos procedía de
los testimonios de autores cuyo objetivo era crear una identidad
uniforme del cristianismo, especificar claramente las creencias que lo
sostenían y anatematizar como herejes a los que se apartaran de ellas.
Estos diseñadores del cristianismo oficial, que quisieron establecer las
fronteras de la normativa en la cristiandad, fueron, entre otros,
Ireneo de Lyon , Hipólito de Roma , Epifanio de Salamina y Tertuliano
de Cartago . Gracias a sus críticas conocemos a ciertos personajes, que
no comulgaron con sus cánones y a los que tildaron de “heréticos” .
Algunos de ellos defendieron la transmigración de las almas. Ireneo
(Contra los herejes 1.24-25) destaca entre los seguidores de esta
doctrina a Basílides y Carpócrates .





Basílides vivió en Alejandría entre los años 120 y 140, y es muy
probable que procediera de la Antioquía siria. Ireneo dice (Contra los
herejes 1. 24. 1-2) que Basílides estuvo bajo el influjo de Simón el
Mago, lo relaciona con Saturnino de Antioquía, y afirma que Basílides y
Saturnino fueron discípulos de Menandro. Basílides fue un escritor
prolífico, pero sólo conservamos ocho fragmentos con citas o referencias
de su obra: siete han sido transmitidos por Clemente de Alejandría y
uno por Orígenes . Son Basílides y Valentín los dos primeros cristianos
de los que tenemos noticia en Alejandría . Ambos, señala King ,
aplicaron las formas platónicas al pensamiento cristiano y manifestaron
un fuerte interés por la teogonía, la cosmogonía y la salvación de las
almas. Orígenes los leyó y afirma que Basílides, lo mismo que Marción y
Valentín , consideraba que el único castigo para el alma de los que
habían pecado era pasar, después de la muerte del pecador, a algún
cuerpo de animal. En el Comentario a la epístola a los Romanos (6.8.8)
cita también la doctrina de la metensomatosis defendida por Basílides .
Este autor quiso dar al cristianismo una estructura filosófica basada en
el pensamiento griego. Uno de sus más conocidos discípulos fue
Carpócrates. Los seguidores de Basílides desaparecieron en el siglo IV.





Carpócrates debía de proceder de Asia Menor pero realizó la mayor
parte de su actividad en Alejandría, donde fue discípulo de Basílides.
Hacia el año 150 es cuando sus doctrinas gozaron de mayor prestigio,
pero no se ha conservado nada de su obra. Ireneo de Lyon dice de
Carpócrates y sus seguidores:





“Afirman que por medio de las transmigraciones en los cuerpos
conviene que las almas experimenten todo tipo de vida y acción, a no ser
que alguien sumamente diligente lo realice todo de un golpe en una sola
vida” (Contra las herejías I 25).





También según Ireneo, en los escritos de los carpocracianos se
dice que sus almas se emplean a fondo en experimentar todo en la vida,
de modo que, al salir del mundo, no les quede nada para hacer, “no sea
que, faltando alguna cosa a su libertad, se vean obligadas a reingresar
en un cuerpo”. La frase de Lucas: “Te aseguro que no saldrás de allí
hasta haber pagado el último cuadrante” (12,59) la interpreta este
grupo, siempre según Ireneo, en el sentido de que nadie escapará del
poder de los ángeles que crearon el mundo, antes bien, irá pasando de
cuerpo en cuerpo, hasta que haya experimentado todas las acciones que en
este mundo se pueden experimentar; y cuando ya no le falte nada,
entonces el alma se liberará e irá hacia el Dios que está por encima de
los ángeles creadores





“Y aún continúa diciendo que, de acuerdo con la doctrina de los de
Carpócrates y en consonancia con lo que se acaba de decir, se salvan
todas las almas, ya sea por haberse dado prisa en experimentar todo tipo
de obras en una sola vida, ya porque, al haber transmigrado de cuerpo
en cuerpo y haberse inmiscuido en cada especie de vida, han cumplido y
pagado su deuda hasta quedar liberadas de tener que volver otra vez a un
cuerpo”.





De acuerdo, pues, con el testimonio de Ireneo, Carpócrates y sus
seguidores tenían la idea de que el alma, una vez encarnada, tenía que
realizar todo tipo de acciones, incluso las más impensables, que no es
lícito decir ni escuchar, y si no las realizaba en su primera
encarnación, se debía encarnar en otros cuerpos, hasta cumplir con esa
misión de experimentarlo todo. Sólo entonces el alma material podría
alcanzar su libertad y dirigirse a Dios. Según Pearson la doctrina de
la reencarnación de Carpócrates refleja un platonismo popular más que
doctrinas específicamente gnósticas. Es, de cualquier modo, testimonio
de que la transmigración de las almas era conocida por el cristianismo
antiguo y que hubo grupos de cristianos que adoptaron esta opción. El
más fiel seguidor de Carpócrates fue su hijo Epífanes.





Según Ireneo (I 26,2), los ebionitas, grupo de esenios convertidos
al cristianismo después del año 70, profesaban la misma doctrina que
Cerinto, Carpócrates y sus seguidores. Josefo (Josefo, Bellum Iud. II
8.11.154) atribuye a los esenios la creencia en la preexistencia del
alma. Orígenes (Comentario a Mateo 38) afirma que Marción, al igual que
Basílides y Valentín, enseñaban que la purificación de los pecados no se
conseguía sino por la transmigración del alma después de la muerte.
Epifanio de Salamina afirma (Panarion XLII 4, 6), asimismo, que Marción
defendía la reencarnación de las almas.





En resumen, en el tratado gnóstico, Pistis Sophia se incide en la
metensomatosis del alma, cuando está manchada por el pecado, hasta
cumplir con su ciclo. En este tratado es la Virgen de la Luz, la que
actúa como jueza, y la que decide si los espíritus remedadores deben
ingresarla de nuevo en otro cuerpo o no. Además de a la transmigración y
reencarnación hay en este mismo escrito referencias a la preexistencia
del alma.





A propósito de Mateo 11, 14, donde se afirma que Juan es Elías,
el autor de Pistis Sofía, como también Orígenes en su Comentario al
Evangelio de Juan, apuntan a que los judíos creían en la transmigración,
tanto en la preexistencia del alma como en su reencarnación en otros
cuerpos. Caracteriza, en efecto, a los gnósticos la creencia en la
preexistencia del alma, que consideran que cae en el cuerpo desde otro
eón, y también el paso del alma a cuerpos sucesivos hasta alcanzar su
liberación.





Un caso especial es el de Carpócrates, quien predica que el alma
cuando está en este mundo tiene que realizar todo tipo de actos y vivir
todo tipo de vidas. Si alguien lo logra realizar en una única vida,
queda liberado, pero, si no es así, el alma debe encarnarse en otros
cuerpos hasta que su experiencia en obras y tipos de vida sea completa.





Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,


y subsidiariamente de Antonio Piñero





Nota: como hemos indicado ya varias veces esta postal es parte del
capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco
Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La
transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores,
Madrid, 2011.
Martes, 20 de Septiembre 2016
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica
Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega,
especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio
Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre
ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción
al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”,
“Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”,
“Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos
del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y
Apócrifos del Nuevo Testamento.








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