miércoles, 28 de junio de 2017

LA BIBLIA Y EL ANTIGUO CERCANO ORIENTE

LA BIBLIA Y EL ANTIGUO CERCANO ORIENTE






LA BIBLIA Y EL ANTIGUO CERCANO ORIENTE
(Desde   el   punto   de   vista   cultural)


La
Biblia forma parte de una cultura imponente y, en todo sentido,
pertenece a la Antigüedad de la región del Asia Menor. Antes de que la
arqueología hubiera descubierto las reliquias co­rrespondientes, lo que
Europa conocía por ejemplo, acerca de Babel o de Egipto, era sólo por
la Biblia. Los escritores antiguos nos transmitieron informaciones
sobre Egipto, pero muy poco sobre la historia de Asia Menor. Fuera de las obras de Heródoto, los escritos antiguos que trataban del Asia Menor se limitaban a citas, incor­poradas en la obra histórica de Eusebio, Padre de la Iglesia (263-340 d.C.), lo que significa que, hasta cierto punto, esas informaciones pasaban por el filtro de la Iglesia.

Las
pirámides eran consideradas como los graneros de José (Gen. 41.47,);
una de las ciudades importantes de Asiría, Kalhu, era conocida como
Nimrud, es decir la ciudad de Nimrod (Gen. 10.10). El monumento fúnebre
de Ciro, en Irán, era recordado por el pueblo como "la tumba de la
madre del Rey Salomón". Muchos nombres de grandes personalidades (por
ejemplo Tiglatpilezer, Sargón, Asarhadon, Nabucodonosor) e importantes
lugares (por ejemplo, Babel, Sineary Elam) fueron célebres por la
Biblia y, generalmente, de la misma manera como la Biblia los menciona.
Varios ejemplos muestran que los propios masoretas (los fijadores del
texto bíblico) del texto bíblico) tampoco sabían bien cómo se leen o
cómo sé pronuncian ciertos nombres (Urartu figura como Ararat, Ninua
como Ninive).

La Biblia guardaba la memoria de la Antigüedad del Asia Menor no
sólo por sus nombres. Ciertos acontecimientos de la historia de Asiria
o Babilonia eran conocidos sólo por la Biblia antes de la época de los
grandes descubrimientos (siglo
XIX). Y
las descripciones de la Biblia ofrecieron para los intelectuales de
Europa prácticamente los únicos conocimientos de esa región y de esa
época.

Los
viajeros europeos que llegaron a los países del Cercano Oriente
buscaban las ruinas de la Torre de Babel. Benjamín de Tudela, viajante
judeo-español, creyó encontrarla alrededor de 1170, pero más adelante se
demostró que lo que había encontrado era otra ciudad babilónica que
desempeñaba un papel importante en la época de Nimrod. Más tarde,
Pietro della Valle reconocía, a base de la orientación de la Biblia, las
ruinas verdaderas de la ciudad de Babel (1616).

La
Biblia no sólo contribuía a despertar interés por la antigüe­dad del
Asia Menor y por la organización de su investigación, sino que
orientaba hasta cierto punto a los científicos, por dónde comen­zar con
las excavaciones. Cuando éstas se volvieron metódicas, se utilizaban
más los libros históricos de Grecia y Roma, que la Biblia. Y, por
supuesto, a los arqueólogos no les interesaba buscar y comprobar las
descripciones bíblicas, sino aclarar los hallazgos o las descripciones
que no siempre estaban en el contexto de las excavaciones. En este
sentido, se desarrolló una amplia discusión acerca de los lugares
mencionados en el Capítulo
X del Génesis.

Gracias
a sus descripciones, la Biblia ayudó a identificar, a veces
directamente, varias ciudades. Aunque el lugar y el nombre no figuraran
siempre en ella o al menos no coincidieran. Los datos de la Biblia
eran correctos, pero a veces, por estar incorporados en conceptos
mitológicos, no siempre aparecían claros o comprensi­bles. Sólo las
excavaciones e investigaciones científicas ofrecían la posibilidad de
comprobar las orientaciones y datos de la Biblia.

Existe
una amplia bibliografía sobre las excavaciones y los descubrimientos
realizados, pero sigue buscándose la identifica­ción exacta de miles de
lugares, reliquias y referencias a personas y acontecimientos. Es
imposible mencionarlos todos. Pero los inte­resados pueden buscarlos en
los libros sobre el tema. Aquí men­cionamos sólo tres nombres
bíblicos, quizá los más conocidos, pues suscitaron mucho interés en el
curso de los siglos: el Rey. Nimrod, la Torre de Babel y el Jardín del
Edén.

En
la Biblia, Nimrod figura como el rey de Sumer y Asur. Su nombre está
relacionado con el nombre de Ninurta, el dios de la fecundidad en
Mesopotamia, y más tarde el dios de la guerra. Sin embargo, el Nimrod
bíblico no es una deidad sino su alter ego, es el Rey de
Asiría, gran guerrero, quien libraba guerra contra Mesopotamia. El
Nimrod bíblico está mencionado como gran cazador, pero no en el sentido
de organizar cazas reales, sino que era un arquero de guerra. El rey
de Asiría está presentado en los relieves como soldado arquero, así
como el dios de la guerra quien tenderá su arco al disco solar. Por la
imagen bíblica de Nimrod, se puede reconocer la leyenda de un rey
asirio, mientras en el Libro de Miqueas (5.5), Nimrod es el símbolo de
Asiría.

La
historia de la Torre de Babel se encuentra en el Génesis (11.1-9). Es
aparentemente un mito para explicar la multiplicación de las lenguas.
El tema dio pábulo no sólo a la imaginación de los judíos, sino a la de
muchos otros pueblos (Heródoto menciona a los egipcios; en la
Epopeya Enmerkar se lee la opinión de los sumerios al respecto). Pese a
estos paralelos, el tema no es una asimilación de la Biblia, sino algo
original. Se podría preguntar, ¿por qué se escoge Mesopotamia como el
lugar del acontecimiento? No es probable que se haya referido al templo
principal de Babilonia (Esagila) ni tampoco al templo posterior
(Etemenankira). La ziggurat, la torre escalonada que se alza
hacia el cielo, es característica en toda la región. Con su
construcción en forma de terraza, ha podido sugerir la idea de que era
una construcción inconclusa, aunque los edificios fácilmente se
transformaron en ruinas. Tal vez hay en el mito un elemento hostil
hacia Babilonia. De todos modos, el Babel histórico de ninguna manera
fue la fuente del mito bíblico, sino sólo el escenario del
acontecimiento.

¿Dónde
estaba ubicado el Jardín del Edén? ¿Tenía alguna relación con los
países del Asia Menor? Probablemente estaban en Mesopotamia. Los
cuatro ríos mencionados en la Biblia (Gen. 2.14), sin duda eran ríos de
Mesopotamia; es imposible identificarlos con otros. La Tierra de Kush
aparentemente no era Etiopía, como se indica en otras partes de la
Biblia, sino la región montañosa oriental (kasu), limítrofe con
Mesopotamia. El narrador no nos presenta un mapa cósmico imaginado,
sino que muestra una descripción de la región entre cuatro ríos. El
mismo nombre Edén es de origen mesopotámico y señala una parte de
Mesopotamia (eden-edinu). A pesar de todo, no es un mito
mesopotámico, sino una tradición genuinamente judía, uno de los mitos
de la edad de oro, ubicado en Mesopotamia, la tierra más fértil
conocida en aquella época. La mitología mesopotámica no conoce la
leyenda del Jardín del Edén. Para ellos el escenario de la edad de oro
era un gran pantano.

Estos
tres temas son interesantes, no sólo por sí mismos, sino también
porque permiten ver la relación entre la Biblia y las otras comarcas
del Asia Menor en la Antigüedad, y sus problemas prin­cipales.

También
cabe mencionar la historia del Diluvio (Gen. 6.7-8,22). Hasta el
descubrimiento de la Tabla XI de la Epopeya de Gilgames,
que contenía una amplia descripción del Diluvio, basada en la epopeya sumérica de Ziusudra y la acádica Atrahasis (II milenio a.C.), la descripción de la Biblia era considerada como la más antigua: un relato original y real del acontecimiento.
La
narración bíblica aparentemente se basa en dos fuentes judías, porque
ciertos datos son diferentes. Tal vez, hubo una obra épica conocida
también entre los judíos acerca del Diluvio y luego se agregó una
descripción más completa y hasta cierto punto, dogmática. Fuera de la
Epopeya de Gilgames hay varias otras narraciones conocidas, pero el
envío de pájaros desde la barca para ver si se había secado la tierra
figura sólo en la Epopeya de Gilgames y en la Biblia. Además, la
justificación ética y educativa del Diluvio figura únicamente en la
Biblia, confirmando que la volun­tad divina rige al mundo según los
principios de la justicia. La falta de justicia en la tierra promueve
el Diluvio. La justicia de Noé hace de él un sobreviviente para
construir un nuevo futuro para la humanidad.

El
descubrimiento de la Tabla XI confirmó que la narración bíblica no es
un documento histórico -aunque los estudios geológicos afirman que en
el curso de la historia de la Tierra, hubo uno o varios diluvios — ,
sino que esta descripción es literatura, poesía y mito, y como tal,
está vinculada con las culturas de la Antigua Asia Menor. Los
descubrimientos no confirmaron la his­toricidad del Diluvio relatado en
la Biblia, sino que la calificaron como obra literaria.

En
la segunda mitad del siglo pasado, se agudizó la polémica con respecto
a la veracidad de la Biblia y hubo investigadores que insistieron en
que gran parte de ella tenía sus raíces en la cultura babilónica y era
reflejo de ese mundo. Esta apreciación no tiene base histórica alguna.
No es verdad que los valores culturales de la Biblia vengan de
Babilonia. Israel nunca fue una colonia cultural de Babilonia, aunque
haya recibido cierto impulso de allí. Desarrolló y tuvo siempre su
propia cultura, aunque haya recibido estímulo de los países vecinos.
Desde el punto de vista cultural, la Biblia debe ser investigada junto
con las culturas antiguas del Asia Menor, sin dejar de considerar y
subrayar que el objetivo y la transmisión eran muy diferentes, dado el
ideal ético que animaba a la Biblia.

La
cultura antigua del Asia Menor no era homogénea. Los distintos centros
culturales dieron impulso a varios grupos. Eso significa que no había
un solo centro, y la cultura de los diferentes países de aquella época
habría sido en su mayor parte una amal­gama de elementos foráneos. La
relación entre el Asia Menor y la Biblia es la relación entre el total y
la sección, en que cada una de las manifestaciones culturales es
autónoma y soberana y al mismo tiempo, el total también es autónomo y
soberano. La cultura antigua del Asia Menor es una noción muy amplia y
multifacética, que encubre un conjunto de denominaciones y de culturas
autóctonas, relacionadas entre sí. Una de estas culturas, la de mayor
importan­cia y trascendencia, en la que se ejercía y sigue ejerciendo
la influencia más profunda en la divulgación de la ética para toda la
humanidad, es la cultura de la Biblia.

Gran
parte de las Escrituras Sagradas son historias, relatos y cuentos,
aparentemente sin una finalidad didáctica expresa. Ni siquiera se puede
afirmar que pretenden reconstruir la historia del pueblo judío en la
Antigüedad.

En principio, el autor se abstiene de imponer al lector lecciones moralistas
y filosóficas. Se contenta con describir qué hacen, qué dicen, cómo se
comportan, cómo evolucionan los hombres en sus relaciones con otros
hombres y con Dios. El Creador no aparece como idea, como Ente Absoluto
o Sustancia, sino como Persona-Interlocutor que entra en relación con
varios seres humanos o con el pueblo en su totalidad.

El
relato bíblico es sumamente realista y objetivo. Rara vez pronuncia
juicios acerca de sus personajes. El juicio emerge de los mismos
actores o lo intuye el lector.

Nada
está establecido como santo y nada como profano. El hombre se
santifica o se profana. Salvo ciertos principios éticos legislados, el
autor bíblico no pontifica, ni pregona, ni declama lecciones del "buen
comportamiento". Coloca el espejo de ciertos acontecimientos frente al
lector y lo invita a participar, a juzgar, a aprender no de un
idealismo teórico sino de la misma práctica, más o menos común a todos
los seres humanos.

Los
dos territorios de mayor interés para la mejor comprensión de la
Biblia, son Egipto y Mesopotamia. Tiene importancia la ciudad de Mari
en Siria, donde arqueólogos franceses encontraron un archivo estatal del
siglo
XVIII a.C., formado por tablitas de arcilla que nos
dieron a conocer la vida de los pueblos nómades, que vivían a la
orilla del Eufrates. Esa forma de vida era característica también en la
vida de los patriarcas bíblicos. En la parte nororiental de
Mesopotamia, se han encontrado reliquias de la legislación diaria de la
época - alrededor de 1.500 a.C. - que ayudan a comprender el derecho
consuetudinario de la Biblia.

La
cultura hitita es importante para comprender la prehistoria de los
judíos y la inserción de esa cultura en su vida. Los textos míticos
descubiertos en Ugarit (Rash Samra) aclararon muchas ideas acerca del
antiguo Canaán, mientras las cartas de los reyes de varias ciudades de
Canaán -materia del archivo del Tel-Amarna- ofrecen conocimientos
importantes sobre la historia y la polí­tica de estos pequeños países.
Las glosas (explicaciones intercaladas en los textos) de estas cartas
son antecedentes para el idioma hebreo.

El
material encontrado en Arabia meridional todavía no está bien revelado
y aclarado; sin embargo, se ha confirmado la existencia del Reino de
Saba (I Reyes, Cáp.10). Este material contiene muchas referencias
características a la vida cotidiana de esos pueblos. La organización
social y la forma de vivir de los judíos en la primera mitad del
primer milenio, eran parecidas a las allí reveladas. Elam puede ser el
escenario del Libro de Ester y tiene importancia para comprender muchos
otros acontecimientos bíblicos.

Es
imposible mencionar y enumerar todos los hallazgos. Sin embargo, todos
han contribuido en forma directa o indirecta a la mejor comprensión
de la Biblia.

Hay
también posibilidades de correlación entre la Biblia y la arqueología.
Los datos de la Biblia pueden ayudar a descifrar y entender mejor los
hallazgos arqueológicos. En varios casos, la Biblia representa la
cultura de todo el Asía Menor y sus datos confirman y coinciden con
los datos de los descubrimientos, corro­borándose mutuamente. Si algunos
datos no coincidieran, podrían sugerir y proponer una ponderación
crítica. En esta forma se cono­ce cada vez mejor la historia política
del antiguo Israel y se pueden corregir algunas tergiversaciones. Los
datos del resto de la región muchas veces complementan los datos de la
Biblia - en general no los refutan- y facilitan una mejor comprensión.

Antes
de haber realizado descubrimientos arqueológicos, la Biblia era la
única fuente amplia sobre su época, considerada como absoluta; el
significado de los descubrimientos es que lo absoluto ha sido puesto en
su lugar, en sus relaciones históricas. No es necesario y tampoco se
pueden rectificar los datos de la Biblia, pero sí situarlos en su
debida perspectiva.

En
muchos casos, la Biblia es la única fuente existente, no sólo cuando
se refiere a la historia de acontecimientos internos de Israel,
sino también en la descripción de otros acontecimientos de la región (II Reyes 19.37 o II Reyes
20.12), como el asesinato del rey de Asiría Senaquerib, la alianza
entre Merodac Batadam, rey de Babilonia, y Ezequías, rey de Judea, lo
que demuestra que la Biblia es parte inseparable del Asia Menor.

Hay
descripciones históricas en la Biblia que coinciden con las de otras
fuentes, descubiertas por la investigación arqueológica, y hay también
otras que son conocidas por otras fuentes, que se refieren a
acontecimientos acaecidos con los judíos, y la Biblia no los menciona.

Hay
también similitudes lingüísticas, aunque en este campo es bastante
difícil determinar quién era el transmisor y quién el recep­tor, porque
el vocabulario de los idiomas semíticos es parónimo. La
Biblia ha incorporado palabras extranjeras en el campo militar, en la construcción y, hasta cierto punto, también en el culto.

Gran parte de la vida de los patriarcas se desarrolló
fuera de Canaán, lo que podría significar que la relación con otras
culturas fue amplia y profunda. De Abraham, la Biblia misma dice que era
arameo (Deut. 26.5). No hay duda de que en la etnia hebrea (ivri) de
los Hijos de Israel (Bne Israel), un componente importante era el
arameo. Abraham podía representar este elemento. De las narra­ciones
referentes a Abraham se aprecia el carácter legal de la radicación
aramea en Canaán. Desde este punto de vista, es impor­tante la
descripción de la compra de la cueva de Macpela (Gen. 23). Allí Abraham
quiere comprar un pequeño terreno para un cemen­terio familiar y el
dueño del terreno insiste en la venta de un terreno más amplio. Luego,
la discusión se soluciona en presencia de la comunidad, al lado de la
puerta del lugar, que era el sitio del tribunal popular. Abraham compra
todo el terreno y con eso se transformará en componente y parte de la
comuna, y el dueño original, al haber vendido todo el terreno, deja de
ser contribuyente para los gastos comunales. En el Oriente Antiguo, ser
terrateniente significaba ser ciudadano, condición que se extiende a
los hijos y a toda la familia, pero involucra obligaciones. La palabra
"hebreo" ("habiru" en los textos egipcios y "aperu" en los ugaríticos)
no significa judío sino "aquellos extranjeros", independientemente de
su carácter étnico o su idioma. Son aquellos que no están incorporados
en la comuna o se han separado de ésta. Era una categoría social y no
significaba un nombre.

En
cuanto a la relación de Abraham con Melquisedec (Gen. 14.17-12), quien
figura también en el Nuevo Testamento, según el texto del Génesis
había una guerra entre cinco y cuatro reyes, y en esta guerra participó
también Abraham apoyando a uno de los reyes participantes de tal
manera que venció el grupo que este rey dirigió. Hasta el momento
actual, no se ha podido descifrar quiénes eran los reyes y tampoco hay
otra referencia acerca de esta guerra; es poco probable que fuera un
hecho histórico, sino más bien, legendario.

Con
respecto a Melquisedec, el texto dice: rey de Shalem (Jerusalén). El
texto no es muy claro; probablemente nos en­contramos aquí con un
concepto legal de la región. Shalem (shalom = paz) no significaba más que "alianza", rey aliado. Ambos tenían derecho de formalizar una alianza, la que pudo realizarse sólo entre personas del mismo rango.

La Biblia atribuye gran importancia a la alianza (berit), y
sus formas y su contenido corresponden a las alianzas de dependencia
(vasallos). Lo notable es que las descripciones posteriores de Alianza,
entre Dios y el pueblo judío, guardaban la forma y el contenido de las
alianzas según el derecho internacional de la época en la región. El
pueblo judío de la época bíblica, cuando formaba su relación
contractual con Dios, estaba bajo la influencia del derecho
internacional de aquel entonces y su teología se nutría del derecho
internacional del Asia Menor en la Antigüedad.

La
Biblia no guarda contratos, tratados o convenios en su totalidad, pero
hay muchas referencias a éstos, lo que demuestra la influencia de su
región y su época.

Los sueños mencionados en la Biblia: los sueños de José (Gen. 37),
José como intérprete de sueños (Gen. 40 y 41), el sueño del soldado
medianita (Jueces 7. 13-14), el sueño de Salomón en Gibeón (I. Reyes
3. 5-15), y los sueños en el libro de Daniel podrían compararse con la
amplia literatura de la interpretación de sueños en otras comarcas del
Asia Menor, para subrayar sus similitudes y diferencias, pero esto
rebasa los límites del capítulo. Lo mismo, pasaría si quisiéramos
referirnos a las relaciones positivas y negativas de la literatura
profética. Tendríamos que subrayar desde ya, que la profecía bíblica
mantenía las formas del Asia Menor, pero el contenido era completamente
diferente y, además, dejaba también fuera la manifestación extática y
la rabiosa, características del profetismo oriental.

El Antiguo Testamento, en la forma como lo conocemos, es una antología,
la selección de la rica literatura milenaria de un pueblo. Por lo
tanto, no es homogéneo. Por su carácter multifacético, contiene textos
que, según nuestros conceptos estéticos, no per­tenecen a la literatura
o a la poesía. Por ejemplo, las leyes, inven­tarios, cartas, etc.
Estos textos coinciden con las reliquias de la literatura del Asia
Menor. Considerada con nuestros criterios, sólo la parte literaria, la
Biblia en sí difiere esencialmente de la herencia literaria del Asia
Menor.

Allí
no se formaron antologías como la Biblia. En una tablilla utilizada
en las escuelas podría haber un texto legal y al mismo tiempo un himno,
pero es sólo una composición que servía para fines didácticos.
Procesos de canonización y formación de cánones había también en el
Asia Menor en la Antigüedad, pero en forma diferente. En Mesopotamia,
por ejemplo, se recolectaron las obras poéticas transmitidas en forma
oral a principios del segundo milenio a.C. y se ordenaron los textos
del mismo género literario. Esta labor sistematizadota se extendió más
tarde a toda la literatura, junto a una actividad evaluadora, con
comentarios; tenía por objeto la divulgación y, hasta cierto punto, la
selección.

Procesos similares se dieron también en Egipto, en la segunda mitad del segundo milenio a.C., cuando se formaron las grandes bibliotecas.

La
fijación de la tradición oral y la formación de las primeras
colecciones, se desarrollaron en la misma forma que entre los judíos,
pero el proceso duró mucho más y por sus propias cir­cunstancias
históricas y religiosas, dio otros resultados. Antología que abarque
toda la historia literaria y todos sus géneros, hay una sola en el Asia
Menor, y ésta es la Biblia. Ha sido necesario subrayar todo esto antes
de dar los pasos posteriores.

Los
proverbios y la literatura sapiencial muestran caracteres similares en
todo el Asia Menor. Son expresiones del pueblo y su fijación y
publicación no los transforma. Son utilizados para escribir sentencias o
formar colecciones. Por lo tanto, nos encontramos con los mismos
proverbios en varias colecciones, sin que, éstos sean prestados o
plagiados. Los Proverbios del Antiguo Testamento presentan una
similitud muy amplia con una obra egipcia, las Amonestaciones de
Amenemope (alrededor de 1000 a.C.). Había en Egipto otra colección de
proverbios atribuida a Ahikar, escrita en arameo (siglo Vil a.C.).

Los
Salmos tienen sus raíces en la literatura del Asia Menor. Los himnos,
cantos litúrgicos, alabanzas, agradecimientos, poemas penitenciarios
existen también en la literatura sumeria, acádica, hitita y egipcia. Sin
embargo, no son traducciones o absorciones, porque cada uno lleva en
sí sus propios conceptos religiosos y, hasta cierto punto, también el
nivel cultural y social de su pueblo.

El
Cantar de los Cantares es una antología de cantos de amor y de boda.
Sus pares se encuentran en la literatura de Mesopotamia y de Egipto,
donde el estilo más bien que el contenido son similares, ya que en
ninguna de éstas existe la descripción de la belleza corporal de la
novia y del novio como en el Cantar de los Cantares (Cáp. 4 y 5). Los
árabes todavía entonan canciones de este tipo, pero no están escritas,
ni por ellos ni menos aún en la literatura antigua de los pueblos del
Asia Menor, sin embargo se supone que sí las cantaban.

Hay otros géneros literarios que se cantaban pero que no están incorporados en la literatura escrita de los pueblos del Asia Menor. Sólo la Biblia nos los da a conocer en forma escrita.

Como
la Biblia incluye también el Nuevo Testamento, que se redactó en una
época posterior y muy diferente, se podría pregun­tar, sí éste tiene
elementos del Asia Menor.

El
Nuevo Testamento, en su totalidad, tiene un carácter helenis­ta; sin
embargo, en la religiosidad del helenismo desempeñaron un
papel
importante las tradiciones judías, especialmente en el Cer­cano
Oriente, donde el cristianismo obtuvo sus primeros feligreses. Además,
los descubrimientos contemporáneos comprobaron que la herencia oriental
sobrevivirá en toda la historia del Asia Menor. El cristianismo
primitivo, aunque no en forma directa, se había enri­quecido por la
cultura del Cercano Oriente. No podemos olvidar que los primeros
cristianos conocían el arameo y probablemente también la herencia
cultural y religiosa de los pueblos antiguos.

Veamos sólo un ejemplo, aunque hay muchos más. El Evange­lio
de Lucas escribe que apareció un ángel frente a los pastores, quienes
estaban descansando en el campo. Les informó acerca del nacimiento de
Jesús y terminó su informe con las siguientes pala­bras: "Gloria a Dios
en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena
voluntad" (Lucas 2.14). El texto tiene semejanza con un texto ugariti,
de 1.500 años de anterioridad, donde el dios Baal llama a la paz a la
diosa sanguinaria Anal: "Este es el mensaje del héroe magnífico, el
dios Baal: Termina la guerra en la tierra, bota tu pasión a la tierra,
siembra paz al corazón de la tierra y amor abundante al medio de los
campos". Aparentemente el mensaje era una parte de una frase ritual
que, por supuesto, no es igual a lo citado por Lucas. Sin embargo, se
diferencia sólo en la forma de la expresión, pero su contenido es el
mismo, una fórmula oriunda del pasado del Asia Menor, conocida y
plausible para todos, apta para despertar la vivencia religiosa de la
teofanía entre sus oyentes. Lucas ha sido considerado como el más
helenista entre los evangelistas y, sin embargo, utiliza algo de la
tradición antigua para comprobar la presencia de Dios en el mensaje.

La
Biblia y el Cercano Oriente son inseparables y, como esta­ban ligados
en la Antigüedad, los investigadores tienen que mirarlos por separado,
pero también juntos.

No
olvidemos que las culturas de la Antigüedad en el Cercano Oriente
estuvieron enterradas durante dos mil años y no tuvieron influencia
directa en la formación de la cultura europea. La Biblia fue siempre
parte orgánica de la cultura europea y en el desarrollo de la cultura y
ciencia occidentales tuvo un papel importante.

Para
los investigadores del Cercano Oriente, la Biblia -que es una parte
importante, podemos decir, un "capítulo" de esa antigua cultura -
presenta un período amplio de la historia de la humanidad. Su contenido
significa un enorme aporte para el conocimiento y así para la
sobrevivencia de la cultura antigua del Asia Menor hasta nuestros días.
Se puede decir que en la historia de la humanidad, la permanencia de la
Biblia como un pedazo del Asia Menor signi­ficaba casi la
supervivencia cultural de esta región.





































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