domingo, 25 de junio de 2017

El escándalo de los rollos del Mar Muerto - El-escandalo-de-los-rollos-del-Mar-Muerto.pdf

El escándalo de los rollos del Mar Muerto - El-escandalo-de-los-rollos-del-Mar-Muerto.pdf








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Los Hechos de los Apóstoles aportan sólo algunos detalles al cuadro. Por los
Hechos uno tiene al menos una tenue sensación de ambiente: de disensión interna
y de disputas doctrinales entre los seguidores inmediatos de Jesús, de la
materialización de un movimiento que poco a poco tomará la forma de
cristianismo, de un mundo que se extiende más allá de los circunscritos confines de
Galilea y de Judea, de la relación geográfica de Palestina con el resto del
Mediterráneo. Pero todavía falta una descripción fiel de las fuerzas sociales,
culturales, religiosas y políticas del momento. Todo se centra en San Pablo y todo
se limita a san Pablo. Si los Evangelios son estilizados, los Hechos no lo son
menos, aunque de un modo diferente. Si los Evangelios no son más que una
simplificación excesiva de un mito, los Hechos consisten en una especie de novela
picaresca: una novela picaresca que además está pensada para fines
específicamente propagandísticos y con Pablo como protagonista. Quizá dé alguna
idea sobre la mentalidad, las actitudes y las aventuras de Pablo, pero no da ninguna
perspectiva fiable del mundo en el que Pablo se movía. Para cualquier historiador,
para cualquier cronista responsable, ninguna descripción de la época estaría
completa sin, por ejemplo, alguna referencia a Nerón y al incendio de Roma. Hasta
dentro de Palestina había hechos de trascendental importancia para la gente de la
época. En el año 39, por ejemplo, Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, fue
desterrado a los Pirineos. Para el año 41, tanto Galilea como Judea -administradas
por procuradores romanos desde el año 6- habían sido otorgadas al rey Agripa, y
Palestina se unió bajo un solo monarca no romano por primera vez desde los
tiempos de Herodes el Grande, casi medio siglo antes. Ninguno de esos
acontecimientos aparece siquiera mencionado en los Hechos de los Apóstoles. El
resultado es el mismo que leer una biografía de, digamos, Billy Graham, que no
mencionara su amistad con presidentes y otros personajes importantes, que no
mencionara el asesinato de Kennedy, que no mencionara el movimiento de los
derechos civiles, que no mencionara Vietnam, la transformación de valores de los
años sesenta, el Watergate y sus consecuencias.
A diferencia de lo que muestra la tradición cristiana, Palestina hace dos mil años
era tan real como cualquier otro escenario histórico el Egipto de Cleopatra, por
ejemplo, o la Roma imperial. No se puede reducir su realidad a una escueta
simplicidad mítica. Quienquiera que fuesen Jesús o Pablo, e hicieran lo que
hiciesen, debemos verlos contra un fondo de sucesos más amplio: contra el
remolino de personalidades, grupos, instituciones y movimientos que operaban en
la Palestina del siglo I y que componían el tejido de lo que llamamos historia.
Para obtener una verdadera idea de ese período tuvimos, como todos los demás
investigadores, que consultar otras fuentes: escritos romanos, crónicas históricas
recopiladas por escritores de otras orientaciones, alusiones en documentos
posteriores, textos apócrifos, las enseñanzas y los testimonios de sectas y credos
rivales. No hace falta decir que en esas fuentes rara vez se menciona al propio
Jesús, pero nos proporcionan un cuadro completo y detallado del mundo en que se
movió. En realidad, el mundo de Jesús está mejor documentado e historiado que,
por ejemplo, el mundo del rey Arturo o de Robin Hood. Y Si el propio Jesús sigue
pareciendo esquivo, no lo es más que cualquiera de ellos.
Nos lanzamos por lo tanto con sorpresa y entusiasmo al ambiente del Jesús
histórico. Pero apenas habíamos empezado a trabajar cuando nos enfrentamos con
un problema que acosa a todos los investigadores de la historia bíblica. Nos
enfrentamos con un espectro aparentemente desconcertante de cultos judaicos,
sectas y subsectas, de organizaciones e instituciones políticas y religiosas que a
veces parecían estar reñidas unas con otras y a veces coincidir en parte.
Pronto empezamos a ver que los rótulos utilizados para diferenciar a esos diversos
grupos -fariseos, saduceos, esenios, zelotes, nazarenos- no eran ni correctos ni
útiles. El embrollo persistía, y Jesús parecía tener relación de uno u otro tipo con
virtualmente todos los componentes. Así, por ejemplo, hasta donde algo se pudo
constatar, parecía proceder de una familia y de un medio fariseos, y- haberse
empapado del pensamiento fariseo. Varios comentaristas modernos han llamado la
atención sobre el notable paralelo entre las enseñanzas de Jesús, especialmente el
Sermón de la Montaña, y las de exponentes fariseos como el gran Hillel. Según por
lo menos un comentarista, Jesús era fariseo.
Pero si las palabras de Jesús parecen a veces similares a las de la doctrina farisea
de la época, también parecen inspirarse mucho en el pensamiento místico o esenio.
Se sostiene por lo común que Juan el Bautista fue una especie de esenio, y su
influencia sobre Jesús íntroduce un evidente elemento esenio en la carrera de este
último. Pero según los relatos bíblicos la madre de Juan -Isabel, la tía materna de
Jesús- estaba casada con un sacerdote del Templo, lo que permitía a ambos
hombres relacionarse con los saduceos. Y, lo más delicado para la ulterior tradición
cristiana, Jesús parece haber incluido sin duda a zelotes entre sus seguidores: por
ejemplo Simón Zelotes, o Simón el Zelote, y quizá hasta a Judas Iscariote, cuyo
nombre, tal como ha llegado hasta nosotros, procede quizá de los feroces sicarios.
La mera sugerencia de la relación con los zelotes resultaba muy provocativa. Era
Jesús el manso salvador de la posterior tradición cristiana? Era de verdad
enteramente pacífico? Por qué, entonces, se metía en acciones violentas como la de
volcarles las mesas a los cambistas del Templo? Por qué se lo representa como
ejecutado por los romanos de una manera reservada exclusivamente para la
actividad revolucionaria? Por qué, después de su vigilia en Getsemaní, instruyó a
sus seguidores para que se armaran de espadas? Por qué, poco después, Pedro sacó
realmente la espada y le cortó la oreja al siervo del séquito del Sumo Sacerdote? Y
si Jesús era en verdad más belicoso de como se lo representa, no estaría también,
por necesidad, más comprometido políticamente? Cómo explicar, si no, su
voluntad de dar al César lo que era del César, suponiendo que ésa fuese una
transcripción y una traducción fieles de sus palabras?
Si todas esas contradicciones rodearon a Jesús durante su vida, también parecen
haberle sobrevivido, continuando por lo menos hasta cuarenta y tantos años
después de la presunta fecha de su muerte. En 74, la fortaleza de Masada, tras
resistir un prolongado asedio romano, fue finalmente invadida, pero sólo después
de que la guarnición que la defendía se suicidara en masa. Se reconoce, en general,
que los defensores de Masada eran zelotes: no una secta religiosa, según las
interpretaciones convencionales, sino adherentes a un movimiento político y
militar. Sin embargo, tal como se la ha preservado para la posteridad, la doctrina de
los defensores de la guarnición parecería ser la de los esenios: la secta
supuestamente no violenta, de orientación mística, que, según se cree, rechazaba
toda forma de actividad política y no digamos militar.
Ese era el tipo de contradicciones y de confusión que encontramos. Pero si todo
eso nos desconcertaba a nosotros, lo mismo les ocurría a los estudiosos
profesionales, expertos mucho más versados en esos materiales que nosotros. Tras
recorrer un camino a través del laberinto, prácticamente todos los comentaristas
fiables terminaron reñidos con sus colegas. Según algunos, el cristianismo nació
como una forma de judaísmo quietista, de la escuela mistérica, y no podía por lo
tanto tener ninguna relación con nacionalistas militantes revolucionarios como los
zelotes. Según otros, el cristianismo fue al comienzo una forma de nacionalismo
judaico revolucionario que no pudo tener nada que ver con místicos pacifistas
como los esenios. Para unos, el cristianismo apareció como una de las principales
corrientes de pensamiento judaico de la época. Para otros, el
cristianismo había empezado a desviarse del judaísmo aun antes de que Pablo
apareciese en escena y oficializase la ruptura. Cuanto más consultábamos a los
expertos, más evidente se hacía que en realidad no sabian mucho más que
cualquiera. Y, lo más inquietante de todo, no encontramos ninguna teoría ni
interpretación que diese cabida satisfactoria a todas las pruebas, a todas las
anomalías, inconsistencias y contradicciones.
Estábamos en ese punto cuando descubrimos la obra de Robert Eisenman, jefe del
departamento de Estudios Religiosos y profesor de Religiones de Oriente Medio en
la California State University de Long Beach. Eisenman había sido estudiante en
Cornell en la misma época que Thomas Pynchon. Allí estudió literatura comparada
con Vladimir Nabokov, y se licenció en Física y Filosofía en 1958; recibió el
master en estudios de hebreo y del Próximo Oriente en la New York University en
1966. En 1971 la Columbia University le concedió un doctorado en Lenguas y
Culturas de Oriente Medio, centrado específicamente en historia palestina y en
derecho islámico. También ha sido miembro externo de la Universidad de Calabria,
Italia, y ha dado conferencias sobre derecho islámico, religión y cultura islámicos,

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